jueves, 19 de junio de 2014

Violencia política en la historia del Perú.

Ensañamiento popular contra los hermanos Gutiérrez, autores de la muerte del presidente José Balta (1872)

Discordia y violencia

Carmen Mc Evoy (Historiadora)
“El Perú se ha convertido en un campo de Agramante en el cual nadie se entiende”, escribió Simón Bolívar en vísperas de su arribo al Perú. A su llegada a la antigua capital virreinal, Bolívar encontró un proyecto militar en crisis y dos gobiernos enfrentados reclamando legitimidad. El venezolano aprovechó las rencillas que crispaban a la sociedad peruana para imponerse sobre una élite incapaz de esbozar un proyecto unificador. Porque si bien es innegable que las armas peruanas brillaron en Junín y Ayacucho y que ello fue posible debido al apoyo de cada villa, pueblo y provincia peruana, nuestra república temprana no se caracterizó por la cohesión y menos por la unidad. Fue la discordia la que dominó y aún domina la política peruana. 
La guerra de liberación que, a partir de la década de 1830, mutó en conflicto interno se valió de las balas pero también de otros métodos para destruir la vida y la honra del adversario político. El objetivo: conquistar un poder que, desde sus inicios, fue frágil y efímero. Cuenta Deán Valdivia que cuando le preguntó a Domingo Nieto si quería ser presidente del Perú, el futuro mariscal de Agua Santa le contestó: “¿Cómo cree que yo podría aspirar a la primera magistratura de la nación después de presenciar el maltrato contra el presidente La Mar? ¿Qué se puede esperar de un país en el que un hombre bueno y honesto fue calumniado y deportado a Costa Rica, donde murió de tristeza?”. 
Nieto entendió el riesgo de asumir el poder. Sin embargo, luchó por obtenerlo hasta el final de sus días. Prueba de ello es la frase lapidaria que pronunció durante la llamada anarquía (1834-1844). “Amigo –le escribió a Mariano Escobedo–, marcharé pronto a pelear y usted cuente que los facciosos colocarán su silla sobre nuestros cadáveres o los perseguiremos hasta encerrarlos en los infiernos. Esa raza debe exterminarse si queremos patria”.
La cultura de guerra modeló los usos y costumbres de los años de la prosperidad falaz. Ello ocurrió principalmente en el campo electoral. En las elecciones de 1845, en las que Ramón Castilla, heredero de Nieto, fue ratificado como presidente de la República, la plebe tomó el control de las ánforas. Según testimonios de la época, decenas de personas armadas con cuchillos y palos, gritaron y amenazaron a los electores “tapando el ánfora con sombreros llenos de votos”. El sucesor de Castilla, José Rufino Echenique, modeló la cultura electoral del Leviatán guanero. Investigaciones recientes han evidenciado el reclutamiento de bandidos con la finalidad de amedrentar a los opositores, especialmente a los vivanquistas, algunos de los cuales fueron apuñalados por negarse a vivar en favor de Echenique. 
El denominado “sicariato político” del que dan cuenta los sucesos ocurridos en Áncash tiene una larga historia que se remonta al siglo XIX. Crímenes como los perpetrados contra los presidentes José Balta y Manuel Pardo, y el liberal Juan Bustamante, a quien se le obligó a presenciar antes de su ejecución el ajusticiamiento de sus seguidores, muestran que la violencia yace en la entraña de nuestra historia republicana. El Perú –dijo alguna vez Jorge Basadre– es “dulce y cruel”. En estas últimas semanas la crueldad contra el adversario político se ha desatado. Es necesario tomar medidas inmediatas para detener esa práctica atávica.
Fuente: Diario El Comercio. 03 de abril del 2014.

miércoles, 18 de junio de 2014

Miradas críticas a la historia peruana.

EL PERÚ NACIÓ JODIDO I 


Daniel Parodi (Historiador)
Si tuviese que responderle a “Zavalita” cuándo se jodió el Perú, tendría que decirle que nació jodido y que nuestra fundación republicana el 28 de julio de 1821 (efemérides oficial) o el 9 de diciembre de 1824 (derrota final de los españoles en Ayacucho) supuso un parto muy doloroso, lleno de complicaciones, pero parto al fin y al cabo. Sin embargo, esta nota no persigue la intención de lamentarnos, sino de comprender las circunstancias de nuestro amanecer independiente para obtener de él una enseñanza y una reflexión.
Veamos primero la situación económica que es compleja, pero clave para comprender nuestros primeros días. A lo largo del siglo XVIII, debido a la revolución industrial y el impacto de las reformas borbónicas en nuestra región, el centro de gravitación de la economía mundial pasó del Océano Pacífico al Océano Atlántico, tanto como de España a Inglaterra. Por ello, inexorablemente, el Callao languideció en su tráfico comercial pues los barcos que partían de España ya no tenían que seguir la antigua ruta de los galeones que concluía en el puerto chalaco. En simultáneo, los textiles ingleses conquistaban el mundo y los barcos británicos potenciaban el intercambio de los puertos atlánticos como Buenos Aires y Maracaibo.
Esta razón, por encima de otras consideraciones, explica la mayoritaria renuencia de los comerciantes limeños a la Independencia. Ya desde el siglo XVIII, debido a su empobrecimiento como resultado de estas transformaciones, habían recurrido al abusivo reparto de mercaderías (venderle forzadamente a los indígenas a precios altos productos inútiles para ellos) para enfrentar el dramático descenso del tráfico chalaco. Al mismo tiempo, la conexión que aún mantenían con la economía europea se debía a sus viejos contactos con los comerciantes gaditanos y sevillanos por lo que un rompimiento político con la metrópoli española implicaría que al Callao no llegase “ni Dios”. No les faltó razón, al punto de que en tiempos de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), el Mariscal Santa Cruz sobornaba a los capitanes de los barcos para que desembarcasen en el Callao sin detenerse en Valparaíso.
Veamos el tema geográficamente. En tiempos coloniales, la flota comercial española llegaba al Callao a través de Panamá. Entonces no existía el canal por lo que los barcos desembarcaban en el lado Atlántico del itsmo, cruzaban a pie o a través de un lago que había en la región (Sagres), y volvían a embarcar en otros barcos que esperaban en las costas del Pacífico panameño. La ruta del Estrecho de Magallanes (extremo meridional del continente) no se usaba por alejada y peligrosa, pues la bravura del mar representaba un alto riesgo para los frágiles veleros de madera.
La situación descrita era completamente favorable a los comerciantes chalacos y limeños quienes tenían un tráfico asegurado pues la ruta oficial terminaba en el Callao. Sin embargo, dos acontecimientos cambiaron la situación; el primero es que en el siglo XVIII España desactivó dicha ruta y el segundo es que conforme entramos al siglo XIX los barcos se comenzaron a construir blindados, con motor a vapor, y en esas condiciones sí podían enfrentar las embravecidas aguas de Magallanes. Luego, al alcanzar las costas del Pacífico sudamericano desde su extremo sur, el puerto de Valparaíso les quedaba mucho más cerca que el Callao por lo cual eligieron al primero para desembarcar sus mercaderías, mientras que el segundo tuvo que resignarse a una posición muy secundaria y recibir navíos menores que hacían la ruta Valparaíso-Callao.
De esta manera, el Perú nace a su vida independiente en una posición económica básicamente periférica y subsidiaria; el tráfico marítimo era mínimo como lo era también nuestra conexión con la demanda y los centros de comercio mundiales. De allí que enderezar el timón de nuestra República Inicial resultase tan difícil considerando además los estragos que dejó la Guerra de la Independencia que duró más de tres años y albergó, en nuestro territorio, a soldados de casi todos los países sudamericanos.
No pensaba que las cuestiones económicas y geográficas que he referido ocupasen toda esta nota pero no ha resultado tan fácil explicar por qué “el Perú nació jodido”. Volveré sobre el tema la próxima semana.

Fuente: Diario 16. 03 de junio del 2014.

EL PERÚ NACIÓ JODIDO II


Daniel Parodi (Historiador)
Hace dos semanas publiqué ‘El Perú nació Jodido I’, nota en la que expliqué la complicada posición geoeconómica del Perú inicial. Nos toca hablar ahora de la situación interna del país en sus albores independientes. La quiebra económica no solo se debió a lo descolocado que quedó el puerto del Callao tras romperse el vínculo que aún mantenía con Cádiz y Sevilla.
Un aspecto fundamental es la Guerra de Independencia en sí misma, que fue muy larga y perniciosa, que se inició con el desembarco de San Martín en Paracas, el 8 de septiembre de 1820, y culminó con la capitulación del Virrey la Serna en Ayacucho, el 10 de diciembre de 1824.
Estamos hablando de una guerra que duró cuatro años y cuya secuela de destrucción tiene poco que envidiarle a la Guerra del Pacífico (1879-1883). Téngase en cuenta que durante la Independencia los españoles defendieron arduamente su último bastión y que, para vencerlos, coincidieron en el Perú tropas colombianas, venezolanas, chilenas, argentinas; además de las peruanas y españolas. Téngase en cuenta, también, que entonces fue reclutada la mano de obra campesina dejando sin brazos las tierras y que los ejércitos se abastecían de lo que encontraban a su paso, con lo que las cosechas, animales, armas y dinero de las haciendas cubrieron sus necesidades quedando muchas en bancarrota. Considérese, asimismo, que las minas que abandonaba un regimiento solían ser inundadas para no beneficiar al enemigo con sus recursos y que los puentes de los caminos eran dinamitados para retrasar el avance de la fuerza persecutora.
En otro orden de cosas, el régimen colonial no nos dejó una nación. Sé que algunos sostienen que la nación peruana germinó con el desembarco de Pizarro en Tumbes. Pero lo cierto es que la división estamental del Virreinato (República de españoles, de indios y castas) nos legó dos repúblicas separadas incluso por el lenguaje y que el miedo a la rebelión indígena, incorporado al discurso criollo tras la rebelión de Túpac Amaru II, hizo que los fundadores de la República la diseñasen excluyendo al indígena del proyecto. De allí que en tiempos republicanos la servidumbre a la que aquel fue sometido haya sido mayor que la de los tiempos coloniales y se haya prolongado hasta bien entrado el siglo XX. Sólo la transición demográfica y la reforma agraria de Velasco, 1969, acabaron con este lastre, aunque no con el racismo, su descendiente más directo.
¿Qué rabia no? Hasta ahora 500 palabras de lamentaciones, pero mi intención es que asumamos que desde el principio nos tocó vivir una situación difícil, realidad que debemos afrontar con madurez y civismo. He leído mucho acerca de quiénes son los “culpables de la historia”, esa pregunta viene de una visión tradicional del pasado, en la que tiene que haber culpables, inocentes, héroes y villanos. Pero el tema es más complejo por lo que deberíamos preguntarnos, más bien, si nuestra historia pudo ser diferente de lo que fue. Claro que aquí saldrán a especular qué hubiese pasado si Atahualpa derrotaba a Pizarro en Cajamarca y demás, pero lo que yo estoy proponiendo es una nueva mirada a nuestro pasado, una mirada que deje de lado enjuiciamientos y lamentaciones, y que priorice la comprensión de la historia y de sus actores en su respectivo contexto.
Siempre he señalado que nuestro relato republicano es demasiado doliente y autoflagelante. Creo que debe dejar de serlo. Pensaba recién en cómo durante la segunda mitad del siglo XX, millones de peruanos salieron de la pobreza extrema a través del comercio informal y alzaron ciudades sobre cerros y arenales; pensaba recién, en cómo durante 14 años mantuvimos una misma línea política en la cuestión de la delimitación marítima con Chile de lo que hemos obtenido, como resultado, 50.000 k2 de mar. El enjuiciamiento, entonces, debe dirigirse al presente, a nuestros políticos de ahora que tienen la responsabilidad de impulsar el desarrollo del país. Pero al pasado es mejor comprenderlo porque ya pasó y porque así nos comprenderemos mejora nosotros mismos. 
Fuente: Diario 16. 17 de junio del 2014.

domingo, 8 de junio de 2014

Túpac Amaru II, entre el mito y la realidad.


TÚPAC AMARU II, ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD

Eddy Romero Meza

Recientemente en el diario El Comercio, la editora central Marta Meier Miró Quesada, publicó un artículo titulado: “Túpac Mouse”. En este menciona la evocación del presidente Ollanta Humala al gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado a propósito de la inauguración de algunas obras en Talara. A partir de esto, desarrolla o expone unas ideas muy “singulares” sobre la figura de Túpac Amaru II, símbolo del velascato. Veamos algunos fragmentos:

Cuando Fidel Castro necesitó marketear su revolución bananera usó una imagen del Che Guevara, tomada por Alberto Díaz ‘Korda’. El Che había sido asesinado en Bolivia (rojoides, lloren: todo indica que Fidel reveló su ubicación). Castro convirtió la cara del argentino en su marca, un logo de odio e ineficiencia que sigue dando la vuelta al mundo en polos, gorros, afiches y más. El dictador Juan ‘Chino’ Velasco necesitó, también, un sello tipo Mickey o el Che; una imagen que comunicara el cambio  prometido por su ‘robolución’. Mitificó al mestizo y próspero comerciante José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II), lo graficaron como algo parecido a una letra “A” con sombrero, y esa y otras imágenes suyas estaban en todas partes.  Y decretaron que era el “fundador de la identidad nacional”, que  intentaron inventarse los militares.

En la parte final del artículo señala:

Túpac Amaru II fue en realidad un adinerado comerciante que vestía elegantemente, al estilo europeo, y reclamaba un título de nobleza inca pese a que, al parecer, fue hijo de un fraile (esto, según Alexander von Humboldt, quien investigó su rebelión). Fue “educado con algún esmero en Lima –escribe Humboldt–, y se volvió a las montañas después de haber solicitado en vano de la Corte de España el título de marqués de Oropesa, que lleva la familia del Inca Sayri-Túpac. Su espíritu de venganza lo condujo a sublevar los indios montañeses que estaban irritados contra el corregidor Arriaga”. Dijo no estar contra la corona sino contra el “mal gobierno” de los corregidores; luego se radicalizaría, pero su “rebelión” no cuajó y los propios indígenas se opusieron a él.

El pobre terminó desmembrado y su gesta generó épicos poemas, se lo usó como figura reivindicadora del indio (a él, un elegante criollón) y acabó convertido en un mito. Disney lo hubiera llamado Túpac Mouse y hoy, probablemente, sería el héroe de la era de la comunicación. Como vemos, todo depende de quién inventa la caricatura.(1)

Sin duda, se trata de un artículo provocador y controvertido sobre el pasado peruano. Vale la pena entonces hacer algunas precisiones históricas e interpretativas sobre este personaje.

El origen de Túpac Amaru II

El mayor especialista en Túpac Amaru II, el historiador norteamericano Charles Walker, indica que José Gabriel Condorcanqui Noguera, nació el 10 de marzo de 1738 en Surimana (Cusco). Su padre fue cacique de tres pueblos: Surimana, Pampamarca y Tungasuca. José Gabriel fue educado en el prestigioso colegio de caciques San Francisco de Borja. A su vez heredo 350 mulas, que hizo trabajar en la ruta comercial Cusco-Alto Perú. También poseyó modestos intereses en la minería y en los cocales de Carabaya.

Ciertamente el origen de Túpac Amaru II, no era modesto, sin embargo no alcanzaba para ser considerado entre los caciques más importantes de la antigua ciudad imperial. No es de extrañar entonces que este personaje buscara demostrar su linaje (descendiente del último inca de Vilcabamba) para obtener mayores tierras, así como prestigio en la sociedad colonial. Como miembro de la clase media virreinal, era común que vistiera como los criollos y peninsulares. Tras casi 250 años de presencia europea en el Perú, sería extraño no ver manifestaciones de mestizaje o asimilación completa en el vestir, por parte de los nobles indígenas, más aún en una época tan estamental o jerarquizada.

La gran rebelión

Charles Walker señala que existen básicamente tres interpretaciones del levantamiento tupacamarista, estas serían las siguientes:

a)      Movimiento precursor de la independencia (en el sentido anticolonialista)
b)      Nacionalismo neo-inca (identidad inca / “tradiciones inventadas”)
c)      “Viva el Rey” (tradición de negociación de derechos)

Estas interpretaciones son correctas tales como son presentadas, y evidencian además que en el levantamiento indígena más importante del siglo XVIII, confluyeron tanto factores ideológicos, como económicos y políticos.

Es por ello que frente al opresivo régimen colonial, el poder de la aristocracia limeña y el gran impacto de las reformas borbónicas; Túpac Amaru esbozó un programa que el historiador Alberto Flores Galindo, resume del siguiente modo (2):

  1. La expulsión de los españoles. No bastaba suprimir los corregimientos y los repartos, debía abolirse la Audiencia, el virrey y romper cualquier dependencia con el monarca español.
  2. La restitución del imperio incaico. Fiel a la lectura del inca Garcilaso, pensaba que podía restaurarse la monarquía incaica, teniendo a la cabeza a los descendientes de la aristocracia cusqueña.
  3. Introducción de cambios sustantivos en la estructura económica: supresión de la mita, eliminación de grandes haciendas, abolición de aduanas y alcabalas, libertad de comercio.

La rebelión de Túpac Amaru fue un movimiento protonacional que busco acabar con el antiguo régimen colonial. Charles Walker afirma que: “la invocación de José Gabriel al Rey de España, y la idea de erigirse en nuevo emperador no debe ser rebajada con calificativos de retrógrada o conservadora, pues resulta anacrónico el cuestionamiento de la naturaleza política del movimiento con el argumento de que no defendía algún  tipo de plataforma republicana”. El autor añade: “en ese momento, casi una década antes de la revolución francesa, la idea republicana apenas si estaba incluida en el discurso político de los Estados Unidos (…) no existía una clara alternativa postcolonial: Túpac Amaru intentaba construir una”.(3)

Las causas de la derrota

Uno de los prejuicios sobre esta época es presentar a los indígenas como un grupo homogéneo o indiferenciado. La sociedad colonial fue muy compleja, y los grupos indígenas estuvieron divididos por conflictos regionales, étnicos y de clase. El levantamiento de Túpac Amaru, “nunca llego a ser un movimiento anticolonial multiétnico” (Walker: 2004). Los antagonismos entre los nobles o caciques cusqueños fueron sin duda un factor de peso en la derrota de la rebelión sureña. Los intereses, prebendas y prerrogativas se impusieron en un escenario de conflictos permanentes por el reconocimiento de derechos entre los descendientes o supuestos descendientes de los incas. Esto sumado a otros importantes factores tales como: la dispersión de los pueblos indígenas, el tibio apoyo de otros grupos sociales (mestizos, criollos, negros), así como la oposición de la iglesia, la superioridad militar española y los errores estratégicos de los rebeldes; se explica el resultado final de la gran rebelión.

Jerarquizar todas las causas es complicado, pero sin duda la primera mencionada es la más mentada y menos comprendida.

sábado, 7 de junio de 2014

El caciquismo en el Perú republicano.

Señores de horca y cuchillo


Carmen Mc Evoy (Historiadora)

El sistema político peruano, señaló Víctor Andrés Belaunde, consistía en el “maridaje” entre un régimen personal y el caciquismo provinciano. Mediante la prebenda, un poder central debilitado gobernó el Perú. Su principal base de apoyo fueron los caciques provinciales, a quienes prefectos y subprefectos autorizaban a arrebatar tierras, comprar a precio vil las lanas de las comunidades y contrabandear con el alcohol. El pacto tácito entre el centralismo y el localismo se selló en las juntas departamentales. Causantes de la destrucción de la frágil democracia provinciana, estas corporaciones de caciques y de gamonales atenazaban la vida política y económica de cada región. Así, el enemigo del regionalismo era, sin duda, el caciquismo de los “señores de horca y cuchillo”.
El centralismo-caciquismo al que se refirió Belaunde tiene una larga historia. Este modelo se institucionalizó en uno de los períodos de la posguerra que marcó el violento siglo XIX. En los años del Apaciguamiento Nacional (1845-1851), con los militares gobernando la política y el guano dominando la economía, se estableció la matriz del patrimonialismo. Formado por un complejo sistema de ideas católicas, constitucionales y corporativas, su función aparente fue representar a la gran “familia peruana”. Sin embargo, la clave para entender un sistema cuyo objetivo era comprar lealtades reside en el privilegio.
Cada ente corporativo del Estado guanero tenía sus propias costumbres, regulaciones y ventajas. Así, la abolición de cualquier privilegio ponía en peligro un sistema basado en el intercambio de dones y contradones. Manuel Ignacio de Vivanco argumentó que la delegación de poder político se ‘truequeaba’ por privilegios económicos. Las contradicciones del patrimonialismo se evidenciaron, desde 1860, con el desarrollo de una política tributaria para remediar la crisis del modelo guanero. Por otro lado, las discusiones en el Congreso se dirigieron a atacar a los “localismos” que con sus “intereses mezquinos” atentaban contra una “política nacional”.
El debate ideológico que sirvió de escenario a la rebelión de Huancané (1867-1868) ocurre en un momento en el cual coinciden el desprestigio de las autoridades locales, la crisis de la economía guanera y los planteamientos “nacionalizadores” de los sectores republicano-liberales. Al dirigirse al gobierno, Juan Bustamante, personero de las comunidades alzadas en armas, señaló que estaba trazando “un sendero recto y legal” para los indígenas: ciudadanos y además miembros de “la gran familia del Perú”. Porque era la ley nacional y no la de los fueros privativos de los caciques provincianos la que debía prevalecer a través de la República.
Bustamante fue asesinado en Pusi por enfrentarse a un sistema que no aceptaba injerencias externas. Su verdugo –el subprefecto Andrés Recharte– demostró que el poder del caciquismo residía en la violencia y la impunidad. La denuncia contra Recharte fue archivada cuando el expediente judicial se extravió rumbo a Lima. Algunos meses después del homicidio, el subprefecto caminaba por las calles de la capital, mientras los indígenas comunitarios, seguidores de Bustamante, eran asesinados o condenados al destierro y a la servidumbre más cruel. Una historia del siglo XIX sumamente reveladora de lo que estamos presenciando en pleno siglo XXI.
Fuente: Diario El Comercio. 05 de mayo del 2014.

La leyenda negra sobre la época del guano.

MALDITO GUANO


Daniel Parodi (Historiador)
En clase suelo decir que nuestra historia republicana del siglo XIX es auto-flagelante debido a la necesidad de encontrar responsables a la derrota que sufriéramos en la Guerra del Pacífico. También he señalado que es tiempo de mirar nuestro pasado con otros ojos, tanto cómo de hacerle preguntas distintas a las que tradicionalmente le hemos hecho. Ciertamente, no se trata de inventar cuentos de hadas, ni de reemplazar los malos episodios por otros buenos. Sin embargo, tampoco podemos retratar los primeros cincuenta años de nuestra experiencia independiente como un periodo gris y corrupto, sin interponer matiz alguno al relato o rescatar de él sus elementos positivos.
Respecto del periodo guanero, las estadísticas no son tan dramáticas como podría pensarse: al menos el 60% de la riqueza neta obtenida de su comercialización se quedó en el Perú, no se la llevaron los ingleses como corrientemente se piensa (Hunt 1984). Luego, su uso por parte del Estado fue medianamente racional: se suprimió la contribución indígena —lastrecolonial que se retomó en 1826 debido a la crisis inicial de nuestra República— y, lo más importante, el Estado invirtió más de la mitad de sus ganancias en crearse a sí mismo.
Desde una lógica puramente neoliberal podría cuestionarse esta política, pero debemos considerar la debilidad del Estado republicano inicial y su carencia de infraestructura y de instituciones. De allí que el gasto público dirigido a la organización de la burocracia, a la fundación de la Marina y el Ejército, a la construcción de diversos ferrocarriles –anteriores al Central y del Sur— y a la compra de equipo militar, como los buques Independencia y Huáscar, parezcan más que razonables.
Lo dicho no soslaya, ciertamente, a la corrupción enquistada casi como una suerte de tradición en nuestra sociedad y, por extensión, en nuestro Estado, la que se expresa en la lógica patrimonialista del funcionario (ver el cargo público como una oportunidad de beneficio personal), tanto como en la extensión de redes clientelares que se superponen a prácticas más institucionales. Ambos elementos estuvieron presentes durante el boom guanero y siguen presentes el día de hoy.
De hecho, los dos casos más sonados de corrupción en tiempos del guano fueron la consolidación de la deuda interna y la abolición de la esclavitud. En el primer caso, dicha deuda, que se tenía con los peruanos que colaboraron con la Independencia, fue recalculada durante el gobierno de José Rufino Echenique (1851-1855) y, extrañamente, se disparó de 4 a 23 millones de pesos. En el segundo, en 1854 Ramón Castilla pagó a los propietarios de esclavos por su libertad.
La medida puede ser comprensible porque lo contrario hubiese supuesto la quiebra de la economía agroexportadora de la costa norte. Sin embargo, no lo es tanto el hecho de que se haya pagado por 25.000 esclavos cuando solo quedaban 17.000 y que, además, se haya pagado 300 pesos por cada uno (el precio más alto en el mercado) cuando su valor dependía de una serie de aspectos, entre ellos la edad y el estado de salud. (Aguirre, 1993)
En todo caso, estos hechos no caracterizan todo el periodo guanero y, lo más importante, no son ni la causa de la Guerra del Pacífico, ni tampoco la razón de librarla con una bancarrota a cuestas. De hecho, el segundo caso se asocia más con la firma del Contrato Dreyfus en 1869 y el primero con la compleja coyuntura que desencadenó la gran depresión mundial de 1873.
En otra nota explicaré cómo estos dos eventos se relacionan con la Guerra del 79, pero sirva la presente para discutir la validez de la tesis que presenta a toda la era del guano como el chivo expiatorio de nuestra derrota militar en aquella conflagración.
Fuente: Diario 16. 27 de mayo del 2014.

viernes, 6 de junio de 2014

Los derechos peruanos en Arica.

El Perú en Arica

Antonio Zapata Velasco (Historiador)
Pocas veces se recuerda que el Perú posee valiosas propiedades en Arica, que lamentablemente se encuentran casi abandonadas. Se trata de tres conocidos bienes: el terreno del Chinchorro, el muelle y el ferrocarril. El origen de estos dos últimos se remonta al Tratado de Lima, firmado en 1929 durante el gobierno de Augusto B Leguía. Es el mismo documento de separación de Tacna y Arica y que estableció una serie de disposiciones, incluyendo la obligación de consultar al Perú en el caso que Chile decida ceder a Bolivia territorios situados en Arica.
Leguía negoció con firmeza y paciencia por obtener el muelle y el ferrocarril, asegurando la presencia peruana en Arica. Por ello demoró tanto el entendimiento, porque la idea de la división entre Tacna y Arica era un hecho desde hacía un tiempo.
Asimismo, la implementación fue lenta, habiendo demorado setenta años. Un muelle y ferrocarril siempre fueron vistos como cosa seria y la obra no fue sencilla. En oportunidades demoraron ellos y en otras nosotros. El caso es que recién en 1999, finalizando el gobierno de Fujimori, siendo canciller Fernando de Trazegnies, se produjo la entrega al Perú del muelle y el ferrocarril. Así, el Perú pugnó durante siete u ocho décadas para obtener una presencia significativa en Arica.
El origen del Chinchorro es algo diferente, pero corresponde a la misma época. En realidad fue un gran terreno que el Estado peruano adquirió para alojar a los compatriotas nacidos en Arica que habían migrado en razón a la chilenización de su provincia natal. Estos peruanos(as) eran invitados a retornar para participar en el plebiscito que había ordenado el árbitro internacional. Estos sucesos fueron inmediatamente anteriores a las negociaciones que derivaron en el Tratado de 1929.
Actualmente, la presión urbana de Arica es hacia el norte y se acerca cada día a la frontera. En esa dirección se halla el Chinchorro, acompañando la marcha de la ciudad. Por ello, el municipio de Arica ha trazado una pista que divide en dos el terreno, la mayor parte se halla a un lado, y al otro, hay un pequeño sector llamado “El Chinchorrito”. Aún es un gran terreno, excelentemente situado, en medio de la expansión urbana. Actualmente está cercado y abandonado desde que fue comprado, hace ochenta años.
Por su lado, el muelle peruano es pequeño en comparación al gran muelle chileno que se halla al otro lado de la bahía. El embarcadero chileno es muy moderno y dispone de grúas pórtico y profundidad adecuada para grandes buques cargados de containers. Mientras que el muelle peruano es corto y su profundidad impide que acodere cualquier barco moderno. Incluso cuando Arica recibe carga para el Perú, ella desembarca en el muelle chileno.
Para ampliar el embarcadero peruano y dragar el fondo se requiere autorización de Chile, que nunca la concederá. Por ello, nuestro muelle luce paralizado y opera una carga anual inferior a la semanal del atraque chileno. Actualmente luce difícil de mejorar y quizá sería mejor pensar en otros usos. Un espacio para restaurantes y artesanías peruanas podría ser mejor opción. A la gente le encanta pasear por los embarcaderos y si se combina con una buena oferta gastronómica podría funcionar mucho mejor que un muelle casi nulo para importación y exportación.
El caso del ferrocarril es parecido. Somos dueños de una estación y una línea que se encuentra detenida. Hace unos años dejó de operar. No se realizaron inversiones y todo era viejo, la vía angosta y los vagones antiguos. No obstante, entre Tacna y Arica hay gran movimiento de personas que diariamente van de un lado a otro. Actualmente lo hacen en buses y carros particulares. Por ello, un buen servicio seguramente tendría asegurado su público, que podría realizar trámites consulares dentro del mismo vagón.
Cualquier cosa menos la actual indiferencia, que ha provocado el abandono de bienes cruciales. Parecemos desconcertados, peleamos ardorosamente y cuando ganamos algo, lo olvidamos inmediatamente.
Fuente: Diario La República. 04 de junio del 2014.

domingo, 1 de junio de 2014

Las sucesiones incaicas. El Tahuantinsuyo y los conflictos sucesorios.

LAS SUCESIONES EN EL IMPERIO DE LOS INCAS

Eddy Romero Meza

El Tahuantinsuyo propiamente fue sólo la etapa imperial de los incas; apenas 94 años desde Pachacútec hasta Atahualpa. De mayor duración fue el periodo curacal, época en que los incas estuvieron circunscritos sólo al territorio cusqueño. En este contexto, el “sistema sucesorio” experimento cambios, ya sea en los años de confederación cusqueña, así como en los de expansión imperial. Lamentablemente, muchos han sido los obstáculos para comprender cabalmente la organización política de los incas. Uno de ellos, los funcionarios españoles del siglo XVI, quienes presentaron intencionalmente la sucesión de autoridades incaicas como un proceso caótico e injusto; esto para deslegitimar el orden tahuantinsuyano y así justificar la conquista. Tómese en cuenta que bajo el gobierno del virrey Toledo, se elaboro una historia de los incas, donde estos aparecían como tiranos, opresores de los curacas locales o pueblos asimilados. Es por ello que, frente a este orden injusto, la corona española, podía atribuirse el derecho de nombrar nuevos curacas para estos territorios.

A pesar de todo, las crónicas españolas son variadas, y es posible reconstruir una historia veraz de los incas; esto gracias a los numerosos testimonios recogidos durante y después de la conquista.  Estos documentos de época, por ejemplo, dan cuenta de la complejidad de las sucesiones en el poder entre los incas, así como permiten deducir las tergiversaciones que existen sobre este asunto.

Sucesiones incaicas

La etnohistoriadora María Rostworowski, ha descrito numerosos sistemas sucesorios aplicados entre los pueblos andinos; pero cuya comprensión exige el olvidar los tradicionales sistemas de sucesión europeos (primogenituras y mayorazgos), dado que corresponden a esquemas totalmente ajenos a la mentalidad andina. Lamentablemente este hecho fue soslayado por los cronistas de la época, y por ello es prudente tomar en cuenta que: debemos analizar las referencias suministradas por las crónicas, en lo posible con una visión andina, no europea. Esto no se debe a una postura antiespañola, sino simplemente a una comprensión de que lo andino y lo hispano poseen tradiciones muy particulares y distintas (1). Recuérdese que en este sentido, igualmente absurdo seria pretender estudiar la historia europea desde una óptica andina.

Algunos cronistas del siglo XVI, dieron por sentado que en el incario, heredaba la mascaipaicha el primogénito. Sin embargo debemos recordar que esta creencia, divulgada en Europa sobre todo por Garcilaso de la Vega dentro de los Comentarios Reales, obedece a la imperiosa necesidad del cronista de ajustar los hábitos sucesorios incaicos (de tipo matrilineal), a una realidad donde la sucesión patrilineal era predominante.

La revisión de la literatura sobre tema: las sucesiones incaicas; permite comprobar que existen tres modalidades explicativas:

  1. La sucesión incaica europeizada
  2. La sucesión incaica meritocrática
  3. La sucesión incaica generacional

El investigador Hernández Astete, describe este hecho del siguiente modo: De un lado, está aquella que entiende la información de las crónicas andinas textualmente y presenta una visión de la sucesión incaica que incorpora a los Andes los lineamientos de la sucesión dinástica europea de la época. En esta postura intervienen -entre otros- los conceptos de bastardía, legitimidad y primogenitura. De otro lado, se ha desarrollado otro planteamiento que pretende ser más crítico con las fuentes y plantea una estructura alternativa. Así, desde la Etnohistoria, la tesis de la “habilidad” para gobernar ha cobrando fuerza como uno de los lineamientos principales en el tema de la sucesión incaica (…) la sucesión del poder a los hermanos del gobernante parece ser previa al paso del mismo a la siguiente generación (2).

A continuación describiremos los aspectos fundamentales para entender la sucesión en el poder del incario.

La sucesión incaica como espejo europeo

Esta se inspira principalmente en los Comentarios Reales de los Incas. En esta obra, Garcilaso presenta dos dinastías (hurin y hanan) así como una lista real de 14 incas (Cápac Cuna). Es la explicación más difundida en las escuelas por ejemplo. Las sucesión incaica es directamente de padre a hijo (inca-auki, este último traducido por Garcilaso como “infante”) y se transmite en general la idea del incario como una monarquía similar a las de la Europa del siglo XVI. Esta versión tiene el defecto además de perpetuar la idea un imperio que sólo tuvo 14 incas. Hecho que ha sido totalmente descartado por María Rostworowski, quien apunta que entre los incas, cuando un gobernante no era digno, era borrado de la memoria histórica del imperio. Tal es el caso de Inca Urco, corregente de Viracocha.

Algunos cronistas por ejemplo, consideraron a Huáscar como primogénito de Huayna Cápac, y por lo tanto poseedor de plenos derechos en la sucesión; y juzgaron la rebeldía de Atahualpa como una prerrogativa en su calidad de heredero de un inexistente reino de Quito. En otras palabras, dieron una explicación europea a la lucha entre los aukis (derecho de primogenitura vs. alta nobleza local). María Rostworowski, señala que cronistas como Diego de Molina, Estete y López de Gómara, tuvieron muy escaso conocimiento del mundo andino, y por lo tanto leyeron las circunstancias según su propio criterio hispano del siglo XVI. Recordemos finalmente, que en el caso de Garcilaso, este fue descendiente de la aristocracia incaica (línea materna), y en su calidad de asimilado, tuvo mucho interés en presentar el gobierno de los incas como algo cercano a la noción de sociedad civilizada imperante en la Europa de su época.