miércoles, 29 de febrero de 2012

Historia de Francisca Zubiaga de Gamarra "La Mariscala". Entrevista de la Mariscala y Flora Tristán.

Francisca Zubiaga y Bernales, (Cuzco,1803 - Valparaíso,1835)

Doña Pancha Gamarra, La Mariscala

Por: Antonio Zapata Velasco. Doctor en Historia de América Latina por la Universidad de Columbia, Nueva York. Profesor de Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú

La estrecha asociación entre el presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia viene motivando una reflexión sobre la mujer moderna frente al poder. Ante ella, se registra cierta curiosidad periodística por la historia de las primeras damas. Por ejemplo, Fernando Rospigliosi escribe en La República que el poder de Nadine Heredia no registra antecedente en la historia reciente del país.

Pero, bastante más atrás, en los albores de la república, se encuentra a Francisca Zubiaga, llamada la Mariscala, que fue la primera esposa de un presidente (Gamarra) en obtener reconocimiento individual y gozar de un enorme peso político. Pertenece a otra época y su vida no puede servir como antecedente directo de nuestro tiempo. En realidad, la Mariscala es la versión peruana de un arquetipo de la emancipación Latinoamericana: la mujer soldado dedicada a la vida política. Sobre ella y sin buscar extrapolaciones anacrónicas, se puede relatar lo siguiente.

Concedió una entrevista en vida y nada menos que a Flora Tristán, quien narró el encuentro en el último capítulo de su célebre libro Peregrinaciones de una paria. Doña Pancha recuerda su vestimenta cotidiana durante los años de lucha política. Vestía con botas, pantalón de paño tosco, blusa blanca y chaqueta bordada de oro. Para el frío, contaba con un abrigo grueso y elegante que había heredado de su padre, un militar español.

Pero, a la vez, usaba vestidos femeninos europeos muy escotados; sedas, encajes y zapatos de raso blanco. Sortijas en todos los dedos y un collar de perlas resaltaban el ideal femenino de belleza de la época. Según el concepto de la Mariscala, había sabido conservar la gracia y actuado en política moviendo la mano de los hombres.

Ante esta revelación, Flora Tristán se fastidia y la interroga con firmeza, preguntándole si había cedido, si acaso había sido juguete de las pasiones masculinas por el poder. Francisca Zubiaga reacciona torciéndole fuertemente la mano y explicando que, al contrario, ella había sido vencida y marchaba al exilio por una razón concreta, el orgullo personal. Según su parecer, su independencia de criterio le había impedido someterse al designio de quienes habían sido gobernados por ella y la habían traicionado.

Flora la describe como dueña de una voz seca e imperiosa, gruesa de contextura y mirada penetrante. La compara con Napoleón, sosteniendo que su belleza residía en sus ojos de águila. Tenía una presencia imponente. Aun habiendo perdido el poder y embarcada rumbo al exilio, bastaba su aparición en cubierta para que surgiera un toldo y todos se alejaran reverenciosos, dejándola conversar a solas con la escritora francoperuana.

La Mariscala estaba enferma y le quedaba poco tiempo de vida. Consciente de su situación, evaluaba ocho años de lucha política en la república temprana. Sostenía que el poder era un humo embriagador. Era una nube etérea que no se podía asir y su forma siempre era incierta. Así, la carrera política era correr detrás de una entidad inmaterial. Intuía su desaparición, porque sostuvo que ya no podía vivir sin ese humo, que moriría asfixiada.

El poder fue la meta de su vida y el cuartel el medio donde se desenvolvió. En ocasiones había vestido uniforme y participado personalmente en batallas, de ahí su apelativo de “Mariscala”. Ese prototipo se extendió en esa época extraordinariamente revuelta que fue la Emancipación. Manuela Sáenz acompañando a Bolívar era el modelo primordial. En el caso de Francisca Zubiaga, su transgresión fue profunda, rompiendo con una prohibición ancestral que separa a la mujer de los asuntos de guerra. Por ello, encarnó un modelo que ha encandilado a muchos creadores y literatos.

Con el título de “La Mariscala” se halla un ensayo de Abraham Valdelomar, quien lo escribió siendo joven y bajo la influencia de José de la Riva Agüero. Posteriormente esta obra tomó la forma de una pieza de teatro, colaborando con José Carlos Mariátegui. Ambos firman como el Conde de Lemos y Juan Croniqueur.

Fuente: Diario La República. Miércoles, 29 de febrero de 2012.

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Las mujeres en la historia del Perú.

Heroínas de la libertad y "obreras del pensamiento" en la Independencia del Perú.

martes, 28 de febrero de 2012

Guerra de Argelia, fin del colonialismo francés en el mundo. 50º aniversario de los acuerdos de Evian.

Juzgar el pasado

Ahora que se cumple el 50º aniversario del fin de la sangrienta guerra de Argelia, este país y Francia deberían examinar los actos cometidos en nombre de su propio Estado y su propio pueblo.

Por: Tzvetan Todorov. Semiólogo, filósofo e historiador de origen búlgaro y nacionalidad francesa.

En marzo de 2012 se conmemora en Francia el 50º aniversario de los acuerdos de Evian, que terminaron con la sangrienta guerra de Argelia. Normalmente, en tales ocasiones, los países están deseando celebrar a sus héroes y llorar a sus víctimas, pero, cuando se trata de fechorías, preferimos estigmatizar las de los demás. En Washington se conmemora el holocausto de los judíos, pero no el exterminio de los indios ni la esclavitud de los africanos. Sin embargo, cabe preguntarse si no serían esas las conmemoraciones más útiles, las que nos permitirían no repetir los errores del pasado. En la historia francesa existen páginas negras similares, entre ellas la que se refiere al destino de los harkis, los habitantes locales que ayudaron al ejército francés durante esa guerra.

En teoría, los harkis eran voluntarios, responsables de sus actos y las consecuencias de esos actos. En la práctica, la situación tenía más matices. Al principio eran sobre todo campesinos que se encontraron en medio de la tormenta de la guerra. Para algunos era una manera indispensable de ganarse el pan, puesto que el conflicto había interrumpido sus actividades tradicionales. Otros lucharon en el FLN, fueron detenidos, torturados y obligados a cambiar de bando, y trabajar para el ejército francés se convirtió en la única manera de salvar la vida. Otros, atrapados entre los militares y los rebeldes —unos les sangraban de día y otros, de noche—, buscaban para sí mismos y para sus familias la protección del único poder legal. También hubo quienes querían vengarse de las atrocidades sufridas a manos del FLN y quienes se regían por las normas de solidaridad familiar. Las adhesiones ideológicas (¡Por Francia! ¡Por la civilización!) fueron muy escasas.

En una palabra, la razón principal de su participación fue la propia guerra que asolaba su país. Fue el Estado francés el que los consideró imprescindibles para llevar a cabo una represión eficaz y les empujó a acosar a sus hermanos de sangre, lengua, religión y educación. Ese fue el primer delito que cometieron respecto a ellos. La situación colonial y la despiadada guerra de represión les dejaron pocas opciones.

La segunda canallada se produjo inmediatamente después de la firma de los acuerdos de Evian. Estos, como el Edicto de Nantes que puso fin a las guerras de religión en Francia, exigían que no se ejerciera discriminación en función de las opiniones y los actos anteriores de antes del alto el fuego. En Argelia, esta admirable receta se siguió durante varios meses. A partir de julio de 1962, se desencadenó una inmensa ola represiva, a menudo provocada por revolucionarios tardíos que querían probar su intransigencia. Los testigos hablaban de hombres enterrados vivos con la cabeza untada de miel, otros arrojados vivos a depósitos de cal o cemento, otros sumergidos en agua hirviendo en ollas, o quemados, o crucificados. A las mujeres que habían trabajado para el ejército las torturaron, las mutilaron, las violaron. El número total de víctimas es difícil de establecer, pero varios cálculos las sitúan entre 50.000 y 60.000 personas.

Estos sucesos, que eran previsibles, no se desconocían en Francia, porque figuran en los informes de los subprefectos que se quedaron sobre el terreno. No obstante, ya desde antes de que comenzaran las matanzas, las máximas autoridades francesas decidieron impedir que los harkis fueran a Francia. Unas órdenes secretas (hoy publicadas) exigían que se hiciera todo lo posible para impedir su huida y que se castigara a quienes intentaran ayudarles. A partir de abril de 1962, se proponen repatriar a los harkis que ya vivían en Francia; varios de ellos, que sabían lo que les aguardaba, se suicidaron arrojándose por la borda cuando el barco que les llevaba estaba en mitad del Mediterráneo. Les tocaba vivir aborrecidos por los argelinos que habían tomado el poder y rechazados por los franceses a los que habían aceptado servir. Esto no es una mera denegación de auxilio a una persona en peligro: es una manera vil de traicionar a quienes se habían confiado al poder existente en aquel entonces, el de Francia.

En el momento del regreso de los pieds-noirs, aproximadamente 90.000 harkis lograron instalarse en la metrópoli, pero no tuvieron una buena acogida. Y esa es la tercera falta cometida. Los colocaron en campamentos, apartados de la población, lo cual impidió cualquier posibilidad de integración, porque no estaban autorizados a salir. Se distribuyeron indemnizaciones proporcionales a los bienes abandonados en Argelia: la mayoría de los harkis eran campesinos pobres y otros no podían demostrar la existencia de ningún bien, de modo que no tuvieron derecho a nada. Más tarde, Francia los metió en guetos y prefirió olvidarse de ellos. La izquierda francesa, que se proyectaba en el FLN, los tachaba de colaboracionistas, y los gaullistas les despreciaban. La extrema derecha quería instrumentalizarlos al servicio de su causa y para demostrar la brutalidad del FLN, un argumento para defender la Argelia francesa. El Estado argelino seguía considerándolos traidores.

¿Cómo se explican estas decisiones de las autoridades francesas? Al principio, por la propia situación colonial, en la que una población ejerce el dominio sobre otra y, para conseguirlo, recurre a la fuerza. Después, por un racismo más o menos asumido: no todos los seres humanos tienen las mismas necesidades ni el mismo valor, por lo que se salva a unos y se abandona a otros. Y, además, por egoísmo colectivo: bastante cuesta ayudar a los amigos, ¡no vamos a ocuparnos también de unas personas que no tienen nada que ver con nosotros y que ni siquiera son héroes! Y es preferible olvidar lo antes posible a estos testigos de nuestras debilidades pasadas.

Los nacionalistas argelinos actuales se niegan a arrojar luz sobre las páginas más sombrías de su historia. Ahora bien, en lugar de darles unas lecciones que podrían producir unas consecuencias inversas a las que se buscan, cada uno podría intentar dar ejemplo, estar dispuesto a examinar los actos cometidos en nombre de su propio Estado y su propio pueblo.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Fuente: Diario El País (España). 29-02-12

lunes, 27 de febrero de 2012

El Perú y la Guerra de las Malvinas. Aurelio Crovetto, Gonzalo Tueros y Pedro Ávila en el apoyo militar a Argentina.


El Perú y las Malvinas

La historia del apoyo diplomático y militar a argentina.

El 2 de abril se cumplirán 30 años del inicio de la Guerra de las Malvinas, un conflicto que es una herida abierta para los argentinos hasta hoy. En la siguiente crónica se revelan detalles poco conocidos del apoyo diplomático y militar que el gobierno de Fernando Belaunde prestó al de su par argentino, Leopoldo Galtieri, en el momento más difícil de la guerra. Y, por primera vez, ofrecen su testimonio algunos de los pilotos que llevaron los 10 Mirage M5 peruanos a la base aérea de Tandil, listos para el combate.

Por: Óscar Miranda

La tarde del lunes 3 de mayo de 1982, tres ciudadanos argentinos atravesaron la puerta principal de Palacio de Gobierno. Iban a reunirse con el presidente Fernando Belaunde Terry. Estaban el general Héctor Iglesias, secretario del dictador Leopoldo Galtieri, el contralmirante Roberto Nolla y el embajador platense en el Perú, Luis Sánchez Moreno. Víctor Andrés García Belaunde, entonces secretario presidencial, los recibió y condujo al salón donde el arquitecto los esperaba. Una hora y 45 minutos después los visitantes abandonaron Palacio por la puerta de Desamparados, a bordo de un Mercedes Benz dorado, sin prestar declaraciones a la prensa.

“Iglesias trajo una lista inmensa de pedidos”, revela ahora García Belaunde en su oficina parlamentaria. ‘Vitocho’ estuvo junto a su tío en aquellos momentos intensos en los que Belaunde trató de lograr un acuerdo de paz entre Argentina, aliado histórico del Perú, y Gran Bretaña. Para entonces, la guerra llevaba un mes de iniciada y el conflicto bélico ya había revelado su brutalidad con el hundimiento del crucero Belgrano. Belaunde, en un primer momento, se propuso detener la escalada mortal. Pero cuando su esfuerzo diplomático fracasó, decidió prestar apoyo militar al hermano país sudamericano para que opusiera resistencia, en la medida de sus posibilidades, ante el avance de una de las fuerzas armadas más letales del mundo.

Belaunde, el pacificador

Domingo reconstruyó el papel del gobierno peruano en aquellos días gracias a los recuerdos del congresista García Belaunde y del ex canciller de la época, Javier Arias Stella, y al relato que hacen de estos hechos los periodistas argentinos Óscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy en su libro Malvinas. La trama secreta (Buenos Aires, 1983).

Tras el fracaso de las negociaciones auspiciadas por Washington, Belaunde llamó a Ronald Reagan para expresarle su preocupación. Reagan lo puso en contacto con su secretario de Estado, el general Alexander Haig. Según el libro Malvinas..., Haig le pidió que se comunicara con Galtieri para proponerle una salida diplomática. “Presidente, yo soy un militar”, le explicó. “Los ingleses vencerán. Han enviado cien buques y si les hunden uno mandarán tres en su reemplazo. Si les bajan un avión, mandarán cuatro”.

Belaunde y Haig trabajaron una propuesta de siete puntos, entre ellas el cese de las hostilidades, el retiro simultáneo de las fuerzas, la presencia de representantes de cuatro países amigos para cogobernar temporalmente las islas (Perú y Brasil por Argentina, Estados Unidos y Alemania Occidental por Gran Bretaña) y el establecimiento de un plazo, el 30 de abril de 1983, para llegar a un acuerdo definitivo sobre el futuro del territorio en disputa.

El mandatario peruano pasó todo el domingo 1º de mayo en comunicaciones telefónicas con el general Galtieri, con el canciller argentino Nicanor Costa Méndez y con el propio Haig. Las conversaciones se entramparon porque los ingleses se negaban a que en el acuerdo se dijera que se reconocería los “puntos de vista” de los habitantes de las islas y planteaban que en su lugar se hablara de “deseos e intereses”.

En una de esas conversaciones telefónicas, el dictador argentino le dijo a Belaunde: “Presidente, yo también tengo mi Senado y tengo que consultarlo”, en referencia a los otros dos miembros de la Junta Militar. ‘Vitocho’ García Belaunde, que estaba al lado de su tío en ese momento, dice que tras colgar el arquitecto expresó, frustrado: “Ese tontón está hablando que tiene un Senado, ¿cuál es su Senado? ¡Es una dictadura militar! ¡No tiene Senado!”.

Esa tarde, un submarino de la Armada británica lanzó un torpedo contra el General Belgrano, un buque crucero argentino de más de mil tripulantes. Murieron 323 personas, casi la mitad de todas las pérdidas humanas que dejaría la guerra. Galtieri estaba reunido con su canciller cuando el almirante Jorge Anaya, comandante de la Armada argentina, entró con la noticia. La Junta Militar, sedienta de venganza, decidió, de inmediato, echar la propuesta peruana al tacho.

El pedido de Galtieri

En una última charla telefónica, en las primeras horas del 3 de mayo, Galtieri le dijo a Belaunde que su gobierno no negociaría más con los británicos. El mandatario peruano lo entendió. Luego de agradecerle sus esfuerzos, el militar argentino le pidió al presidente peruano que recibiera al representante que estaba enviando a Lima. Se trataba del general Iglesias. Galtieri le dijo que quería que su enviado le explicara in situ cuál era la posición argentina en este conflicto. “No había ninguna posición que explicar”, dice García Belaunde. “Iglesias vino a pedir armas. Lo mandaron para pedir algo que no se podía por teléfono”.

El legislador sostiene que el emisario de Galtieri pidió de todo: Mirage M5, Sukhoi, submarinos, tanques, misiles y un largo etcétera. Encontró un entusiasta respaldo en el general Luis Cisneros Vizquerra, un oficial educado en Argentina, apodado ‘El Gaucho’, entonces ministro de Guerra. “No se les dieron Sukhoi porque no sabían cómo pilotarlos”, dice García Belaunde, “y porque, además, el Perú era el único país sudamericano con Sukhoi, lo que iba a significar que iba a terminar involucrado en el conflicto”.
Belaunde también descartó enviar submarinos. Para llegar a Argentina habrían tenido que pasar por Chile y eso habría significado un problema, ya que Augusto Pinochet apoyaba a Gran Bretaña. Se decidió enviar 10 Mirage M5, la aeronave más poderosa que tenía nuestra Fuerza Aérea, con todos sus pertrechos (en realidad, se vendieron a US$ 5 millones, un precio de regalo). Y un lote de misiles Exocet, de la Marina de Guerra.

Los 10 que vieron Tandil

En 1982, el Grupo Aéreo Nº 6, con sede en Chiclayo, era una unidad de élite dentro de la FAP. Los Mirage M5 eran las aeronaves más difíciles de pilotar. Gonzalo Tueros, entonces instructor de vuelo, integraba el Escuadrón 611, que vigilaba el norte del país. Pedro Ávila, junto a su escuadrón, el 612, recorría el sur. Un día de mayo, ambos, junto a ocho de sus compañeros, fueron convocados para una misión secreta: llevar 10 de los Mirage M5 a Argentina para que sean usados en el conflicto de las Malvinas.

Tueros recuerda los ajetreos en la base aérea de La Joya, en Arequipa, preparando las naves. Se les colocaron banderas, escarapelas y números de matrícula argentinos. El piloto guía, el mayor Ernesto Lanao, les dio instrucciones: volarían sobre los 33 mil pies de altura para ahorrar combustible; la ruta sería la frontera chileno-boliviana, ligeramente del lado de Bolivia, que no disponía de radares. Cada Mirage llevaba dos tanques adicionales de combustible (de 450 galones cada una) para poder llegar hasta Jujuy. Allí, luego de una breve escala, reiniciarían vuelo hasta la base aérea de Tandil.

Tueros también cuenta que en Jujuy, mientras las naves eran revisadas, los oficiales argentinos los llevaron a almorzar a un restaurante. “No sé cómo, pero la gente nos reconocía y se acercaba. Nos agradecían que estuviéramos ayudando a su país y nos pedían autógrafos”, dice.

A Ávila lo emocionó encontrarse en Tandil con un grupo de pilotos heridos que, con las cabezas vendadas y los brazos enyesados, recibieron a los peruanos en perfecta formación. Tueros dice que los argentinos estaban tan emocionados que los abrazaban y se les salían las lágrimas mientras les daban las gracias. Algunos pilotos peruanos se conmovieron tanto que preguntaron a sus superiores si podían quedarse a combatir. “Pero nos dijeron que el trato solo había sido llevar los aviones hasta allá y darles instrucción. Y que nosotros debíamos irnos”.

Esa misma noche, los 10 pilotos retornaron a Lima en el Hércules que había llegado con ellos trayendo las armas y pertrechos de los Mirage y al equipo técnico que permanecería en Tandil para ponerlos a punto para el combate.

El asesor peruano

El oficial que recibió a los peruanos en Tandil fue otro compatriota: el mayor FAP Aurelio Crovetto. El entonces comandante del Escuadrón 611 había sido enviado a Argentina semanas atrás, junto con otros dos oficiales, en calidad de observador de la guerra. Poco antes de la llegada de los Mirage, su misión cambió. Los argentinos, enterados de que no solo era un experto piloto sino que también era especialista en lanzamiento de misiles y que dominaba tácticas de combate, pidieron al Perú que se convirtiera en asesor militar.

Fue así que Crovetto terminó siendo un consultor de lujo para los oficiales de la Fuerza Aérea Argentina y, además, el responsable de enseñar a los pilotos argentinos cómo manejar los Mirage M5. Crovetto los instruyó en el lanzamiento de misiles aire-superficie AS-30, contra buques y les enseñó nuevas tácticas de ataque. Instalado en el centro de operaciones de la aviación, en Comodoro Rivadavia, fue un testigo de excepción del desarrollo del conflicto. Dice que siempre admiró el valor de esos oficiales que conducían una guerra que, dado el poderío militar de Gran Bretaña, antes de comenzar ya se sabía perdida. El Estado peruano nunca ha reconocido oficialmente la ayuda militar que se le dio a Argentina pero para Crovetto eso termina siendo secundario. Para él, como para Gonzalo Tueros y Pedro Ávila, su participación en el trágico episodio de las Malvinas perdurará para siempre en su memoria.

Fuente: Diario La República, suplemento "Domingo". 26 de febrero de 2012.

Recomendado:

Apoyo peruano a Argentina en la Guerra de las Malvinas. Fernando Belaúnde Terry.

sábado, 25 de febrero de 2012

Leguía y las celebraciones del centenario de la independencia. Obras inauguradas y personajes.

El presidente de Bolivia Bautista Saavedra (con bastón) al lado de Leguía. Fue el único mandatario que vino.

Leguía y la fiesta del centenario

La mayoría de estas fotografías son publicadas por primera vez. Pertenecen al Álbum del Centenario de la Batalla de Ayacucho (1924), que recoge imágenes de las celebraciones que el gobierno de Augusto B. Leguía realizó por los 100 años de la consolidación de nuestra independencia. En la fecha en que nació el polémico ex presidente del Perú (19 de febrero), contamos parte de su historia de vida retratada en este singular documento gráfico.

Por: Raúl Mendoza

Las celebraciones que el gobierno de Augusto B. Leguía realizó en diciembre de 1924 por el centenario de la batalla de Ayacucho –que consolidó nuestra liberación del dominio español– fueron incluso más fastuosas que las realizadas tres años antes por el centenario de nuestra independencia. Vino un mayor número de delegaciones diplomáticas, se culminó obras que fueron inauguradas en los días centrales de la celebración y hubo recepciones en varios lugares de la capital. Hay quienes dicen que Leguía no solo celebraba la efemérides sino también su reelección alcanzada en octubre de ese año.

Para empezar, en el centenario de la independencia, en 1921, no hubo un hotel con prestancia para alojar a los visitantes y el gobierno leguiísta debió alquilar casonas a familias limeñas para acomodarlos. En cambio en 1924 ya estaban preparados: se inauguró el Hotel Bolívar en la Plaza San Martín y fue la sede principal para los visitantes. Si la celebración de 1921 fue ‘sanmartiniana’, la de 1924 fue ‘bolivariana’. Incluso Leguía pretendía que vinieran los presidentes de todos los países que Bolívar había liberado, pero solo acudió el de Bolivia, Bautista Saavedra.

Como parte de las celebraciones, el gobierno también mandó a confeccionar un álbum oficial que recogió imágenes de Leguía, las personalidades y delegaciones visitantes, y todas las actividades organizadas a propósito de la fecha. “De ese álbum quizá se hizo varios ejemplares y se distribuyó entre los allegados al gobierno leguiísta”, cuenta el historiador Juan Luis Orrego, autor de una tesis sobre Leguía y las celebraciones del centenario. Uno de esos álbumes llegó esta semana a esta revista y sería uno de los pocos ejemplares sobrevivientes. Muchas de las fotos que ilustran estas páginas permanecían inéditas hasta hoy.

Historia gráfica

Esas imágenes muestran a Leguía en varios aspectos, pero también dan cuenta de una época: la ‘Patria Nueva’. La obra emblemática de las celebraciones de 1924 fue la inauguración del Panteón de los Próceres, al lado de la Casona de San Marcos, una obra que buscaba darle un lugar a los héroes civiles de nuestra independencia. El primer prócer enterrado ahí fue Simón Rodríguez, preceptor de Simón Bolívar. El álbum muestra a Leguía dando el discurso inaugural. Entre el numeroso público también está el obispo colombiano Rafael María Carrasquilla, quien fue el segundo orador de la reunión.

Otra de las recordadas obras del centenario, también presente en las imágenes del álbum, es la inauguración de la Plaza Sucre –que hoy queda en el interior del Parque de las Aguas– en Santa Beatriz, Lima. “La imagen la hizo el escultor peruano David Lozano y se hizo con financiamiento del gobierno ecuatoriano”, rememora el historiador Juan Luis Orrego. Entre las imágenes inéditas se puede ver la inauguración del Museo Bolivariano (hoy Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú) en Magdalena vieja, en lo que hoy es la plaza de Pueblo Libre. La fachada que se ve en la foto ha cambiado, pero la escalinata doble de la entrada se mantiene hasta nuestros días.

Otra fotografía –del Te Deum realizado por el centenario– muestra una construcción hoy inexistente en la Plaza de Armas de Lima: el Parque Ayacucho, un parque temático con juegos y exposiciones que se levantó en el terreno que hoy ocupa la municipalidad de Lima. El concejo limeño se había quemado en 1923 y se mudó a lo que hoy es el Museo de Arte. El Parque Ayacucho era lo que llamaríamos ‘arte efímero’, levantado solo para la ocasión y condenado a desaparecer. Por eso existen tan pocas imágenes de la construcción. Con el tiempo la municipalidad limeña regresó a su lugar de origen.

Durante el gobierno de Leguía también se construyó la casona que hoy aloja a la Sociedad de Fundadores de la Independencia. Leguía nombró mariscal a Andrés Avelino Cáceres y le iba a donar la casa, pero el viejo militar murió antes de que la construcción estuviera terminada. Fue entregada a la sociedad a propósito del centenario de 1924. Con el tiempo se adicionó un mural a la fachada, que subsiste hasta nuestros días. “En él puede verse a Leguía entregándole el bastón de mariscal a Cáceres”, precisa Orrego. Es una de las pocas imágenes públicas del polémico ex presidente.

Personajes e historia

El personaje de más alto rango entre las personalidades que llegaron a la conmemoración del centenario de 1924 fue el presidente boliviano Bautista Saavedra. Pero también estuvo el general norteamericano John J. Pershing, por quien años más tarde se daría nombre a una avenida limeña. La delegación más numerosa fue la venezolana, con el embajador Pedro Manuel Arcaya a la cabeza.

Venezuela no envió una delegación a la conmemoración de 1921 porque consideraba que estaría dedicada a San Martín, pero en 1924 participaron entusiastamente en las celebraciones bolivarianas.

Toda la primera parte del álbum está dedicada a las delegaciones oficiales que llegaron para ese centenario. En ellas Leguía, siempre presente con banda al pecho, está permanentemente acompañado por sus ministros de Relaciones Exteriores, Alberto Salomón, y de Fomento, Fermín Málaga. Otras imágenes dan cuenta de las recepciones en Palacio de Gobierno, en Torre Tagle o el Club Nacional. Lima fue una fiesta entonces.

Los centenarios de 1921 y 1924 fueron motivo además para que diera paso a su afán constructor. Muchos historiadores reconocen su enorme compromiso con la obra pública. “La conmemoración de los centenarios le sirvieron también para poner a Lima a la par de otras capitales de América”, explica Orrego. Cuando fue derrocado y encarcelado se trató de borrar su memoria. La avenida Progreso, tan unida a su prédica modernizante, cambió a avenida Venezuela. La avenida Unión fue llamada Colonial. La avenida Leguía cambió a Arequipa. Fue condenado al olvido pero la historia, poco a poco, reconoce parte de su legado.

Poeta del régimen

José Santos Chocano volvió al Perú en 1921 tras pasar varios años en América Central. Fue acogido de inmediato por el gobierno de Augusto B. Leguía y se hizo tan cercano al régimen que en 1922 se le impuso una corona de laureles, distinción que no se dio ni antes ni después a ningún literato peruano. En las celebraciones del centenario de 1924 Chocano participó en varias galas declamando sus poemas. En la vista en el teatro Forero, hoy Municipal, declamando su “Canto a Ayacucho”. Cuentan que en la ceremonia del sembrado del ‘árbol del centenario’ declamó un poema a los árboles escrito poco antes. Era un poeta y un escritor a pedido del régimen. En 1925 asesinó a balazos al estudiante Edwin Elmore. Purgó dos años de prisión y fue amnistiado por Leguía. Partió a Chile, donde murió asesinado en 1934.

Fuente: Diario La República, "Revista Domingo". 19 de febrero de 2012.

Recomendados:

Historia del Centenario de la Independencia del Perú en 1921. Augusto B. Leguía y la imagen de orden y progreso al interior y exterior del país.

Monumentos en Lima durante las celebraciones del Centenario de la Independencia.

Diferencias entre Sunitas, chiitas y alawitas.

"Sunitas, chiitas y alawitas"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

En los distintos conflictos de Siria y el Medio Oriente, mucho se menciona a esas 3 fracciones del Islam, aunque no se esclarece bien sus semejanzas y diferencias.

Los 1,300 a 1,600 millones de musulmanes tienen un simple credo basado en 5 obligaciones: 1) creer que sólo hay un Dios único, invisible e inmaterial (Alá) y que su último profeta es Mahoma; 2) rezar 5 veces al día inclinándose hacia la Meca; 3) dar limosna equivalente al 2.5% de sus ahorros; 4) ayunar durante las horas de sol durante el mes de Ramadán; 5) peregrinar al menos una vez en la vida a la Meca.
Un 80% al 90% de ellos pertenece a la rama sunita, la misma que no tiene sacerdotes ni una autoridad central, mientras que el 10% o 20% restante son chiitas, quienes reivindican que la continuidad de Mahoma debe estar bajo la jerarquía de un clérigo infalible que inicialmente provino de su familia, empezando por su primo y yerno Alí.
En el Islam ocurre lo inverso del cristianismo, donde su iglesia principal es la que más sacerdotes y verticalidad tiene (la católica).

Sunitas y chiitas, además, tienen distintas escuelas de leyes o creencias. En los 14 siglos que dura la división entre ambas ramas nunca han cesado de darse matanzas entre ellos, pese a que las diferencias que tienen no les impiden poder orar en mezquitas comunes o en la Meca (algo impensable entre muchas diversas iglesias cristianas).

Irán, un país de habla persa y no árabe, es la única nación liderada por los ayatolas chiitas, congregación que es la mayoritaria dentro de los musulmanes de Iraq, Bahréin, Líbano y Azerbaiyán, aunque no gobierne en todos ellos.

Del tronco chiita han salido varias sectas que se les denomina "ghulat"(exagerados) pues han derivado en posiciones que muchos sunitas consideran como ajenas al Islam. Algunas de las ubicadas en las montañas del Levante son sociedades secretas que mantienen rituales de religiones previas al Islam.

Una de ellas es la de los 4 millones de alawitas (quienes dominan la presidencia y las FF.AA. de Siria, pese a ser sólo el 13% de su población). Ellos no consideran obligatorio seguir los referidos 5 pilares del Islam, celebran misas con pan y vino, navidades y otras ceremonias cristianas y creen en la encarnación de dios en humanos (como Jesús o Alí) y en la reencarnación de almas en animales, hombres o estrellas. También hay algunas otras corrientes mahometanas más modernas, mientras que es posible que los chiitas (quienes están en todos los rincones del Islam) sean mucho más de los 200 millones que se estima que existan, pero que no aparecen tan visibles debido a aparecer mimetizados con los sunitas, en parte para evitar hostilidades y represalias

Fuente: Diario Correo (Perú). 25/02/12.

viernes, 24 de febrero de 2012

Del "duopolio" soviético-norteamericano al "duopolio" chino-norteamericano.

Pensando en China

Por: Mariano Grondona

Se acaban de reunir en Washington los dos hombres más poderosos del planeta: el presidente Barack Obama, que buscará su reelección en noviembre para seguir al frente de la Casa Blanca por cuatro años más, y el vicepresidente chino Xi Jinping, que ha sido designado para suceder al presidente Hu Jintao.

En tiempos de la Guerra Fría, el mundo vivió bajo el "duopolio" soviético-norteamericano que terminó en 1991, con la disolución de la Unión Soviética. ¿Estamos en camino hacia un nuevo "duopolio", esta vez chino-norteamericano? La relación entre los protagonistas del nuevo duopolio, por lo pronto, ya no es hostil como fue el viejo. China es además un país semicapitalista, con lo cual se acerca, en lo económico, a los Estados Unidos. Donde subsiste un abismo entre los Estados Unidos y China es en el campo "político". Obama preside una democracia de tipo occidental. Xi presidirá a su vez una "dictadura del proletariado" más próxima, en su definición, a la Unión Soviética.

"Más próxima".hasta cierto punto. Las democracias de tipo occidental son transparentes. Las "dictaduras del proletariado" nunca lo fueron. Winston Churchill dijo alguna vez del régimen soviético que era "un enigma envuelto en un misterio". El régimen chino también lo es, pero en otro sentido. El enigma soviético, que se basaba sobre el secreto, venía del pensamiento de Carlos Marx. En Occidente siempre supimos del alemán Marx. ¿Qué sabemos en cambio del enigma chino?

La Unión Soviética primero, la Rusia de Putin después, han sido "semioccidentales" y por eso nunca nos quedaron demasiado lejos. La distancia que nos separa de China se mide, al contrario, en años luz. Para entenderla no nos bastará por eso describir su régimen "político". Habrá que bucear más abajo, en busca de una raíz cultural que no es la nuestra.

Ya existen empero algunas exploraciones preliminares de la enigmática China. Una es el libro de Henry Kissinger "Sobre China" (On China, The Penguin Press, 2011; hay traducción castellana). Kissinger formula dos advertencias fundamentales. Una, que China no debe pensarse como si fuera un "país" a la manera de Francia o los Estados Unidos sino como una "civilización". Los "países", en Occidente, son capítulos de un mismo libro. China, ella, es otro libro.

La segunda advertencia de Kissinger es que China es una civilización incomparablemente más antigua que la nuestra, ya que tuvo su apogeo varios siglos antes que las naciones europeas y que, si ahora quiere brillar en el primer plano, este nuevo apogeo será para ella, simplemente, la recuperación de su ancestral superioridad. Pensar a China como una nación subdesarrollada que recién ahora emerge al primer plano no es pensarla como los chinos, que no viven su actual "revolución" como algo enteramente nuevo sino como la "restauración" de lo que habían sido.

El otro libro al que quisiera referirme es La segunda revolución china, publicada en 2011 por el diplomático español Eugenio Bregolat, quien ha representado a su país en China por varias décadas. En esta obra cargada de datos, Bregolat subraya un rasgo esencial que nos separa de los chinos: que ellos no viven como nosotros un tiempo hecho de "siglos" sino de "milenios". Por eso es imposible determinar desde ahora si, desde el punto de vista político, China es o no es una "democracia". Por cierto, todavía no lo es. Pero este "todavía" podría estirarse, según la medida china, por décadas y hasta por siglos. En América Latina solemos pensar que algunos de nuestros países "ya son" o "ya no son" democráticos. Este apresuramiento del diagnóstico es impensable en China porque su historia se despereza con una lentitud incomprensible para los latinoamericanos. En 1978, Deng, el sucesor de Mao, precipitó a China hacia el capitalismo pero esta "precipitación", que está lejos de haberse completado, ya lleva cerca de cuarenta años. De aquí a un tiempo, algún nuevo Deng podrá "precipitar" a China hacia un despertar igualmente "perezoso" de la democracia. El filósofo que late en las entrañas de China no es Rousseau sino Confucio, que no vivió en el siglo XVIII sino en el siglo VI antes de Cristo y cuya plena asimilación por parte del pueblo chino, quizás, recién ha comenzado.

Fuente: Diario La Nación (Argentina). Viernes 24 de febrero de 2012.

Recomendado:

El Dragón Oriental y el Águila Norteamericana. China y EE.UU: encuentros y desencuentros.

jueves, 23 de febrero de 2012

El levantamiento antifrancés y la Constitución de 1812. El policentrismo de una revolución juntista.

Imagen tomada de es.paperblog.com
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La revolución española

Por: Antonio Elorza. Autor de Luz de tinieblas. Nación, independencia y libertad en 1808 (CEPC, 2011).

El levantamiento antifrancés y la Constitución de 1812 anuncian una tensión entre luz y oscuridad, búsqueda de la libertad y persistencia de la opresión, cuyas oscilaciones pendulares alcanzan hasta nuestros días

“Cuando España alzó el grito de la independencia, sola entre las naciones del continente que habían sido ya esclavizadas o iban a serlo bien pronto, todos los amantes del bien volvieron admirados los ojos hacia ella…”. Las reflexiones desde Londres de José Blanco White sobre “los primeros pasos de la revolución española”, publicadas en 1810 en el prospecto de su periódico El Español, permiten constatar que el cambio político se tradujo desde sus inicios de 1808 en una revolución de las palabras.

Ante todo, la Independencia como objetivo supremo, para nada un mito tardío, aspiración elemental desde el momento en que se percibe el significado de la ocupación francesa. Los propios invasores lo reconocen, hasta el punto de que ya el 10 de mayo garantizan en el Diario de Madrid su intención de respetar la independencia de España. Su correlato es la idea de Nación, en cuanto sujeto efectivo del proceso de una liberación, al que pronto se añade como objetivo acabar con la “tiranía interior”, el despotismo ministerial de la era Godoy.

El principal ideólogo de la renovación política, Manuel José Quintana, editor del Semanario Patriótico, explicó el efecto producido por la invasión, al cobrar conciencia los españoles, por encima de sus diferencias regionales, de que formaban parte de un sujeto colectivo con identidad propia: “La Nación, de repente, cobró forma de tal”. Su soporte sociológico no es otro que el Pueblo, mientras la Patria aparece como la entidad que hace posible la religación de las conductas individuales, en tanto que espacio sagrado, dentro del cual se despliega el sentimiento, la entrega de los españoles a la causa común.

Por fin, la valoración negativa del absolutismo, tanto por su condición opresora como al haber estado a punto de producir la pérdida de la Nación, lleva a reivindicar un régimen asentado sobre la libertad política, siendo “juntar Cortes” la exigencia inmediata, con el fin último de elaborar “una sabia Constitución”. Tal y como expresaba uno de los papeles publicados en los meses centrales de 1808, entre la euforia de Bailén y la ofensiva de Napoleón, se trataba de establecer “un gobierno firme y liberal”. Quedaban sentados los fundamentos del período constituyente que culmina en marzo de 1812.

La claridad de las ideas se vio pronto enturbiada por la evolución negativa de los acontecimientos militares. Desde las primeras páginas de El Español, el mismo Blanco White puso en tela de juicio que “la conmoción política” llegase a buen puerto con un pueblo que parece nacido para “obedecer ciegamente”, y que sin embargo fue capaz de desplegar “el ardor revolucionario” frente a los invasores. El entusiasmo se encuentra indisolublemente asociado al pesimismo.

El dilema de la “revolución española” se sitúa entre esas dos coordenadas. Como el abejorro cuyo peso hubiera debido impedirle volar, el levantamiento antifrancés parecía destinado al protagonismo de clérigos enemigos de las Luces. Goya aun lo recoge en Los fusilamientos del tres de Mayo, con el fraile ya ejecutado en primer plano. Sin embargo, la revolución de las palabras denuncia que estuvo cargado de modernidad. Además, inicialmente, ningún obstáculo se oponía a que buena parte del clero se sumara en nombre de la lealtad al Rey y a la Religión. Fue un consenso destinado a quebrarse cuando en Cádiz cobre forma la incompatibilidad entre el proyecto liberal y la tradicional hegemonía de la Iglesia, y los serviles, con el clero regular al frente, emprendan desde 1812 su cruzada contra el nuevo régimen, con el pueblo vuelto a la condición de populacho.

La simbiosis de 1808 fue posible al conjugarse la reacción popular ante la invasión, tal vez más por la usurpación napoleónica en Bayona que por el eco del Dos de Mayo, con el desprestigio generalizado de un régimen a cuyo frente se hallaban personajes como Godoy y la pareja real, envuelto además en una profunda crisis financiera. La quiebra de la monarquía absoluta tuvo lugar en 1808. Los ilustrados críticos habían carecido antes de voz política, sometidos a una estricta clausura desde fines del reinado de Carlos III, y aun entonces la censura previa apenas toleró una breve primavera del pensamiento en los años 80. Lo suficiente para apreciar que el enorme esfuerzo reformador del despotismo ilustrado servía para identificar los “obstáculos” en la sociedad española del Antiguo Régimen —reforma agraria y de la hacienda, régimen señorial, educación, intolerancia— pero que en la práctica resultaba inutilizado por el control del sistema de Consejos por los privilegiados. Así, el mundo de Floridablanca, Campomanes y Jovellanos preludia la revolución política, con hitos como la publicación en 1787 de un proyecto de Constitución por un militar ilustrado, Manuel de Aguirre, amigo de Cadalso y divulgador de Rousseau, o la deslegitimación de la nobleza ociosa y del clero supersticioso desde el “papel periódico” El Censor. Son ideas que germinarán bajo la superficie, acentuándose incluso en tiempo de Godoy. La atención se vuelve hacia un pasado histórico donde pudieran encontrarse las raíces de la libertad y la génesis del aborrecido despotismo. La figura central en esta labor, Francisco Martínez Marina, típico representante del cristianismo ilustrado, firma en 1808 como canónigo su Ensayo sobre la antigua legislación; en 1813 su Teoría de las Cortes tiene ya por autor al “ciudadano” Martínez Marina.

La demografía determinó la forma del proceso. En Francia, desde 1789 a 1968, la capital fue el espacio revolucionario. Aquí prevaleció el policentrismo de una revolución juntista, donde en las principales ciudades cada junta era suprema en su territorio, con la vocación de formar una Junta Central, encargada a su vez de convocar Cortes constituyentes. El programa responderá al legado de la Ilustración crítica: soberanía nacional, monarquía limitada y leyes sociales que dirigidas a sustituir el Antiguo Régimen por un orden liberal.

Dos obras de Francisco de Goya, con la Constitución como protagonista, informan acerca de la coyuntura política que sigue a 1812. Una es el último aguafuerte de los “desastres de la guerra”, titulado "Esto es lo verdadero”. Una generosa figura femenina, sobre el fondo de un resplandor que como siempre indica la luz de la razón, acoge a un personaje masculino, sin duda trabajador del campo. No hay idealización alguna en la representación de éste, y sí en cambio en la de la mujer que alza el brazo izquierdo, con el índice hacia el cielo, símbolo de la Constitución de Cádiz. De ese encuentro del trabajo con el orden constitucional surgirá la abundancia. Solo que la Constitución llega en año de miseria, con la hambruna del siglo, anuncio de décadas en que ni absolutistas ni liberales tendrán recursos para consolidarse. Los “desastres de la guerra” y la pérdida del Imperio continental en América —fin del sueño de la "nación española de ambos hemisferios"— hicieron inviable la utopía constitucional. Lo explicó Pierre Vilar: la modernización política llega al mismo tiempo que son destruidas las precondiciones que la hicieron posible. En España y en México.

Otra cara de la realidad. A fines de 1814 Fernando VII ha restaurado el absolutismo y el Ayuntamiento de Santander encarga a Goya su retrato, en el cual deberían aparecer la figura del león hispano cuyas garras han roto las cadenas y una alegoría de España. Goya cumple el encargo, alterando a fondo su contenido. El león de las cadenas rotas parece una alimaña. Y detrás del rey, la hermosa figura femenina no representa a España, sino por el índice levantado de la mano izquierda, a la Constitución. El triunfo de la restauración absolutista no es definitivo. El juego de imágenes, en línea con tantas otras creaciones de Goya, del Sueño de la razón a Lux ex tenebris, anuncia una tensión entre luz y oscuridad, búsqueda de la libertad y persistencia de la opresión, cuyas oscilaciones pendulares alcanzan hasta nuestros días.

Fuente: Diario El País (España). 24 de febrero del 2012.

lunes, 20 de febrero de 2012

Libro "Apogeo y crisis de la izquierda peruana" de Alberto Adrianzén.

UN SOLO PUÑO. Alfonso Barrantes en manifestación en la plaza San Martín, flanqueado por dirigentes de IU como Gustavo Espinoza, Guillermo Herrera, Manuel Dammert, Jorge del Prado y Eduardo Castillo.

Una historia de culpas

Han pasado 23 años desde que Izquierda Unida, una de las agrupaciones socialistas más importantes de Latinoamérica, implosionó. Hoy, quienes fueran sus principales dirigentes, algunos directamente responsables de la ruptura, ensayan explicaciones y reconocen sus culpas. Sus testimonios han sido recogidos por Alberto Adrianzén en el libro Apogeo y crisis de la izquierda peruana, que acaba de aparecer en librerías. Allí están señalados los errores del pasado y las lecciones para el futuro.

Por: Óscar Miranda (Periodista)

Henry Pease recuerda ese día de 1983 en el que Alfonso Barrantes, de visita en su casa, le dijo “quiero saber en qué y cuándo nos vamos a enfrentar”. La pregunta parecía un presagio. Seis años después, el ex alcalde de Lima y su ex teniente alcalde encabezaban las dos facciones en las que la Izquierda Unida (IU) se rompía, dramáticamente. Lo que ocurrió a lo largo de esa década fue una historia de broncas, egoísmos y ambigüedades (aunque también de nobleza, principios y heroísmo) que, a la postre, terminaron con un proyecto político en el que habían puesto sus esperanzas cientos de miles de peruanos.

Hoy, 23 años después de que la IU se rompió, sus principales protagonistas ofrecen, colectivamente, su versión de los hechos. Señalando responsabilidades ajenas pero también las culpas propias.

Apogeo y crisis de la izquierda peruana (IDEA Internacional y Universidad Antonio Ruiz de Montoya, 2012), editado por el sociólogo Alberto Adrianzén, recoge las voces de 24 dirigentes de los diferentes partidos que conformaron la IU. Allí están Pease, Carlos Tapia, Santiago Pedraglio, Rolando Breña, Hugo Blanco, Susana Villarán, Ricardo Letts, Genaro Ledesma, entre varios otros. Javier Diez Canseco ofrece su visión de la historia a través de un ensayo de 100 páginas. Y la versión de Barrantes se puede leer en dos entrevistas que concedió durante esos años, en los que era el líder del socialismo peruano.

El camino revolucionario

La Izquierda Unida nació el 12 de setiembre de 1980. Según su acta de fundación, se impuso como misión “la destrucción del Estado burgués y la conquista de un gobierno surgido de la acción revolucionaria de las masas”. Durante la siguiente década, el discurso radical no se alejaría de algunos de sus partidos, como el Partido Unificado Mariateguista (PUM), el Partido Comunista del Perú y Patria Roja, que siguieron reconociéndose como “revolucionarios”. Mientras, otras agrupaciones, como el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y el Partido Socialista Revolucionario (PSR), se fueron alejando del discurso sobre la lucha armada.

¿Fue la posición que adoptaron en torno a la lucha armada lo que fracturó a la izquierda? Carlos Tapia dice que sí. Tapia venía de MIR, de pasado guerrillero, pero afirma que para los ochenta esta agrupación había dejado de reconocerse como marxista leninista y abandonado tesis como la de la dictadura del proletariado. Su salida del PUM, en 1988, junto a los denominados ‘zorros’, enfrentados a los ‘libios’ radicales que lideraba Diez Canseco, se debe a su rechazo al camino de la violencia. “Cuántos jóvenes, creyendo en esas tesis, terminaron en Sendero o el MRTA”, dice.

Susana Villarán también exige una autocrítica de la izquierda por ese discurso: “El lema ‘el poder nace del fusil’ (de Patria Roja) se siguió diciendo después de conocerse las masacres espantosas de Sendero contra el pueblo campesino (...). Yo creo que es una cuestión que hay que reconocer, hay que decir ‘nos equivocamos’”.

Santiago Pedraglio, otro de los ‘zorros’ que dejó el PUM y hoy un reconocido analista político, dice que el tema de la revolución siempre se tocó “de manera esquizofrénica” en la izquierda: “se discutía ardorosamente sobre cómo se tomaría el poder mediante la violencia, al mismo tiempo que en muchos lugares se gobernaban municipios, y en Lima los dirigentes se peleaban con uñas y dientes por posibles puestos en el Parlamento”.

La tesis de la ‘tercera vía’

Javier Diez Canseco no niega, en ningún momento, que el discurso radical existió. Reconoce que los partidos de izquierda tenían una visión ideológica de la revolución “que implicaba una relación con la lucha armada”. En distintos momentos de los ochenta, incluso hasta 1988, el PUM hablaba de “preparar las fuerzas para la confrontación revolucionaria”. Pero, al mismo tiempo, subraya que ese camino no era el principal pues de lo que se trataba era de “combinar distintas formas de lucha”. En el PUM existía la tesis de que frente a la violencia subversiva y la violencia desatada por las fuerzas armadas había que abrir una “tercera vía”.

Ricardo Letts, otro de los ‘libios’ del PUM, explica cuál era esta tercera vía: “impulsar la organización (...) de un gran movimiento de rondas de autodefensa campesina” para salvar a los campesinos apresados entre los dos fuegos. Una idea que, luego, desarrollaría el propio Estado con Fujimori. Letts, una de las figuras de la izquierda más criticadas por su supuesta condescendencia con la violencia terrorista, se ofende cuando se le dice que la izquierda legal no zanjó con Sendero. “Eso es una patraña, una calumnia”, responde.

“Fuimos dogmáticos”

En su I Congreso Nacional, del 19 al 21 de enero de 1989, en Huampaní, la IU se parte. Se van Barrantes, el PSR, el PCR, los disidentes del PUM encabezados por Tapia, los No Partidarizados liderados por Edmundo Murrugarra y otras figuras independientes. El argumento fue su desacuerdo con el sistema de votación de la nueva directiva. Pero aquello fue el detonante –o el pretexto– porque, como dice Pedraglio, la ruptura era inevitable.

Sobre las causas de la ruptura, las versiones discrepan. Tapia dice que el tema de la violencia fue fundamental. Henry Pease no cree en esa explicación: “no recuerdo que ninguno de los partidos que se fueron haya hecho un deslinde teórico importante con la lucha armada”. Para él, como para Diez Canseco, Letts y otros, estaba claro que Barrantes quería irse. “Creo que fue una decisión colectiva (tomada) con quienes se fueron con él. Creo que pensaban, como Alfonso, que los votos se irían con ellos o que, por lo menos, quedarían como una agrupación más grande”.

“Él (Barrantes) era el prototipo de líder de la izquierda que la derecha quería”, dice Letts. “Un líder manejable, con rudimentos de marxismo, compañero de ruta del PCP y del Apra, afanado en figurar, proclamado estalinista, autoritario de hecho. ¡Alan García cómo y cuánto lo usó!”.

Para Alberto Moreno, dirigente de Patria Roja, el problema de la IU no fueron las diferencias ideológicas, porque todas eran superables, sino el caudillismo. Santiago Pedraglio tiene la misma teoría. El propio Diez Canseco reconoce que el dogmatismo los gobernaba: “éramos dirigentes, militantes y partidos marcados fuertemente por una concepción leninista (basada en la lectura dogmática del libro ¿Qué hacer? de Lenin como ‘la’ forma organizativa partidaria universal)”. “(Estábamos) firme y equivocadamente convencidos de ser poseedores de una teoría ciencia, el marxismo leninismo, que le daba carácter científico a nuestros análisis y posiciones, cual ciencia exacta”, agrega.

El desmembramiento de la IU provocó la decepción de muchos peruanos que sentían el proyecto como suyo. El testimonio de Susana Villarán, quien por entonces era una simple militante del Rímac, es ilustrativo al respecto: “Para quienes vivimos la Izquierda Unida desde las bases, esa fue una traición de la dirigencia”.

Fuente: Diario La República, Revista "Domingo". 19 de febrero de 2012.

Recomendado:

El fin de la vieja izquierda peruana y el surgimiento de un nuevo progresismo.

Entre la "nogente" y la "nohistoria". 50 años de la invasión directa sobre Vietnam del Sur.

Aniversarios de la “nohistoria”

Por: Noam Chomsky*

George Orwell acuñó el útil término de nogente” para criaturas a quienes se les negaba la condición de personas porque no se ceñían a la doctrina estatal. Nosotros podríamos añadir el término “nohistoria” para referirnos al destino de las nogente, eliminadas de la historia por causas similares.

La nohistoria de la nogente se ilumina por la suerte que corren los aniversarios. Los importantes son usualmente conmemorados, con la debida solemnidad, cuando corresponde: Pearl Harbor, por ejemplo. Algunos no lo son, y podemos aprender mucho acerca de nosotros al extraerlos de la nohistoria.

En estos días estamos dejando de conmemorar un suceso que tiene un gran significado: el 50 aniversario de la decisión tomada por el presidente Kennedy de lanzar una invasión directa sobre Vietnam del Sur, lo que pronto se convertiría en el crimen más extremo de agresión desde la Segunda Guerra Mundial.

Kennedy ordenó a la fuerza aérea de Estados Unidos que bombardeara Vietnam del Sur (para febrero de 1962, se habían realizado cientos de misiones aéreas); la guerra química autorizada para destruir los cultivos de alimento y así someter a la población rebelde; y poner en vigor programas que, en última instancia, obligaron a millones de aldeanos a refugiarse en viviendas improvisadas en la periferia urbana y en campos de concentración virtuales, llamados “aldeas estratégicas”. Allí, los aldeanos serían “protegidos” de la guerrillas nativas a las que, como bien sabía la administración estadunidense, apoyaban voluntariamente.

Los esfuerzos oficiales para justificar los ataques fueron mínimos y, en su mayor parte, mera fantasía.

Fue típico el apasionado discurso del presidente a la Asociación Americana de Editores de Periódicos, el 27 de abril de 1961, cuando advirtió que “estamos enfrentando en todo el mundo una conspiración monolítica e implacable que depende principalmente de medios encubiertos para expandir su esfera de influencia”. En Naciones Unidas, el 25 de septiembre de 1961, Kennedy afirmó que si esa conspiración lograba alcanzar sus fines en Laos y Vietnam, “las puertas quedarán abiertas de par en par”. Los efectos a corto plazo de esto fueron reportados por Bernard Fall, respetado especialista e historiador de Indochina –no un pacifista, pero sí uno de quienes se preocupaban por la suerte de los pueblos de esos atormentados países.

A principios de 1965 calculó que aproximadamente 66 mil sudvietnamitas habían sido abatidos entre 1957 y 1961; y otros 89 mil entre 1961 y abril de 1965, en su mayoría víctimas del régimen cliente de Estados Unidos o “del aplastante peso de las fuerzas armadas estadunidenses, el napalm, los bombarderos a reacción y, finalmente, gases que causan vómitos”.

Las decisiones se mantuvieron en la oscuridad, como lo fueron las consecuencias que todavía persisten. Para mencionar tan solo un caso: Tierra quemada, por Fred Wilcox, el primer estudio profundo del impacto terrible y aún en proceso de la guerra química sobre los vietnamitas, se publicó hace unos meses –y seguramente se unirá a otros materiales de la nohistoria. El núcleo de la historia es lo que ocurrió. El núcleo de la nohistoria es “desaparecer” lo que ocurrió.

Para 1967, la oposición a los crímenes en Vietnam del Sur había adquirido una escala sustancial. Cientos de miles de tropas estadunidenses asolaban Vietnam del Sur, y las áreas con mayor población eran sometidas a intensos bombardeos. La invasión se había extendido al resto de Indochina.

Las consecuencias se habían tornado tan horrendas que Bernard Fall pronosticó que “Vietnam, como entidad cultural e histórica ... se ve amenazada con la extinción ... (a medida) .... que la campiña literalmente muere bajo los impactos de la mayor máquina de guerra que se haya lanzado contra un área de este tamaño”.

Cuando la guerra terminó, ocho devastadores años después, la opinión general estaba dividida entre los que la llamaban “una causa noble” que pudo haberse ganado de haber habido mayor dedicación; y, en el extremo opuesto, los críticos, para quienes fue “un error” que resultó demasiado costoso.

Aún estaba por ocurrir el bombardeo de la remota sociedad campesina del norte de Laos, que fue de tal magnitud que las víctimas siguieron viviendo durante años en cuevas para tratar de sobrevivir; y poco después el bombardeo de la rural Camboya, que superó el nivel de todo el bombardeo de los aliados en el teatro de guerra del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1970, el asesor nacional de Seguridad Henry Kissinger había ordenado “una campaña de bombardeo masivo en Camboya. Cualquier cosa que vuele o cualquier cosa que se mueva” –un llamado para un genocidio de un tipo que rara vez se encuentra en los registros archivados.

Las de Laos y Camboya fueron “guerras secretas” en cuanto a que el reportaje de ellas fue escaso y los hechos son muy poco conocidos por el público en general o incluso por elites educadas que, sin embargo, recitan de memoria todos los crímenes reales o imaginarios de enemigos oficiales.

Otro capítulo en los abundantes anales de la nohistoria.

Dentro de tres años podremos –o quizá no– conmemorar otro suceso de gran relevancia contemporánea: el aniversario 900 de la Carta Magna.

Este documento es el cimiento de lo que la historiadora Margaret E. McGuiness, refiriéndose a los juicios de Nuremberg, proclama como una “forma particularmente estadunidense de legalismo: castigo sólo para aquellos que se pueda demostrar que son culpables mediante un juicio justo con una miríada de protecciones de procedimiento”.

Esta Gran Carta declara que “ningún hombre libre” será privado de sus derechos “excepto por juicio legal de sus pares y por la ley de la tierra”. Estos principios fueron posteriormente ampliados para su aplicación a todos los hombres en general. Cruzaron el Atlántico e ingresaron a la Constitución de Estados Unidos y a la Carta de Derechos, que declararon que ninguna “persona” puede ser privada de sus derechos sin un proceso debido y un juicio rápido.

Por supuesto, los fundadores no tenían la intención de que “persona” se aplicara a todas las personas. Los nativos americanos no eran personas. Ni lo eran los esclavos. Las mujeres apenas calificaban como personas. Mantengámonos, no obstante, apegados a la noción núcleo de la presunción de inocencia, que ha sido arrojada al olvido de la nohistoria.

Un paso adicional en cuanto a socavar los principios de la Carta Magna se dio cuando el presidente Barack Obama firmó la Ley Nacional de Autorización de Defensa, que codifica la práctica de Bush y Obama de detención indefinida sin juicio bajo custodia militar.

Tal trato es ahora obligatorio en el caso de aquellos acusados de ayudar a las fuerzas enemigas durante la “guerra contra el terrorismo” u opcional si los acusados son ciudadanos estadunidenses.

Su alcance es ilustrado por el primer caso de Guantánamo que llegó a los tribunales bajo el presidente Obama: el de Omar Khadr, ex soldado niño acusado del terrible crimen de tratar de defender a su aldea afgana cuando era atacada por fuerzas de Estados Unidos. Capturado a los 15 años de edad, Khadr fue encarcelado durante ocho años en Bagram y Guantánamo, y luego llevado ante una corte militar en octubre de 2010, donde se le dio a elegir entre declararse no culpable y permanecer para siempre en Guantánamo, o declararse culpable y cumplir sólo ocho años más de condena. Khadr eligió esto último.

Muchos otros ejemplos iluminan el concepto de “terrorista”. Uno es Nelson Mandela, sólo eliminado de la lista de terroristas en 2008. Otro fue Saddam Hussein. En 1982, Irak fue eliminado de la lista de estados que apoyan a los terroristas para que la administración Reagan pudiera proporcionar ayuda a Hussein después de que los iraquíes invadieron Irán.

La acusación es caprichosa, sin revisión o recurso para invalidarla, y usualmente refleja objetivos de política –en el caso de Mandela para justificar el apoyo del presidente Reagan a los crímenes del Estado de apartheid cometidos para defenderse de uno de “los más notorios grupos terroristas” del mundo”: el Congreso Nacional Africano de Mandela. Todo esto mejor consignado a la nohistoria.

(El nuevo libro de Noam Chomsky es Making the Future: Occupations, Interventions, Empire and Resistance, una colección de sus columnas para The New York Times Syndicate).

* Noam Chomsky es profesor emérito de Lingüística y Filosofía en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge, Mass.

Año 2012.

viernes, 17 de febrero de 2012

Sendero: entre los “acuerdistas” y “proseguir” de Feliciano y el camarada José.

La captura de “Artemio”

Por: Antonio Zapata (Historiador)

"Artemio” era el último de los miembros del Comité Central histórico de Sendero que seguía alzado en armas. Todos los demás cayeron presos o fueron muertos. No era su única singularidad. Asimismo era el único de los seguidores iniciales de Guzmán que había sido soldado. A diferencia de la mayoría, no era maestro, estudiante o campesino. Por el contrario, “Artemio” era un licenciado de las Fuerzas Armadas, especialista en comunicaciones.

Por ello, recibió la orden de internarse en el Huallaga para abrir otro frente. A partir de 1983, cuando ingresaron las FFAA y aumentaron significativamente las acciones, SL se esforzó por romper el cerco abriendo nuevas zonas de combate. Durante los dos años y medio anteriores, la policía había estado encargada de combatir al terrorismo y venía perdiendo la batalla. Por ello, el EP ingresó con todo a recuperar zonas campesinas “liberadas” por los senderistas. El enfrentamiento fue muy cruel y SL utilizó varios mecanismos para sobrevivir a la ofensiva militar.

Así, “Artemio” fue enviado al Huallaga, donde se planteó la posibilidad de una alianza entre SL y el narcotráfico, que por esos años precisamente comenzaba a prosperar. Pero el comando regional del EP también analizó la correlación y optó por priorizar el enfrentamiento con Sendero, haciéndose momentáneamente la vista gorda con el enemigo secundario. Por ello, al comenzar el trabajo de “Artemio” en la zona cocalera, el narco típico no apostaba por SL. Tuvo que abrirse paso.

Si Sendero hubiera dispuesto de dinero grande, proveniente del narcotráfico, habría conseguido armamento pesado. Pero, hasta donde se sabe, el SL de Guzmán combatió con armas arrebatadas a las fuerzas estatales y tanto anfo como químicos, incluyendo dinamita, robados a las minas. SL no compró armas en el extranjero, como hacían las FARC.

Incluso, la dirección de Sendero vivía de una academia preuniversitaria, lo cual constituyó su principal vulnerabilidad. En efecto, la policía detectó ese vínculo y siguió el rastro hasta el escondite de Guzmán. Entonces, el SL histórico no parece haberse financiado vía narcotráfico, al menos no principalmente.

Pero, otra fue la historia a continuación. Para empezar, el Estado enfrentó al narcotráfico con otra decisión precisamente por la ausencia de fuerza militar a enfrentar. Asimismo, Guzmán buscó terminar la guerra y lograr un acuerdo de paz. Ante su llamado, los militantes de SL se dividieron en tres vertientes.

El grupo principal son los seguidores de Guzmán, llamados “acuerdistas”, quienes buscan incursionar en política y estarían detrás del MOVADEF. Los segundos son sus grandes enemigos, los del VRAE, que se denominan “proseguir”, porque buscan continuar la guerra. Inicialmente estuvieron con Feliciano y luego de su caída han desarrollado un liderazgo propio, cuyo representante es el camarada José, quien es uno de los hermanos Quispe Palomino. Este grupo es muy hostil con los acuerdistas. Califican a Guzmán de “traidor” y e incluso lo llaman “genocida”.

Por su lado, “Artemio” formó un tercer núcleo, habiendo sido el centrista de la división. Siempre respetó a Guzmán y se declaró su seguidor. Pero, no acató el llamado a dejar la guerra e integrarse a la política. Eligió continuar la violencia y abrir negociaciones de paz.

En ese momento, “Artemio” habría ampliado sus contactos con el narcotráfico y con múltiples negocios locales a exprimir mediante el pago de cupos. Porque la extorsión a empresarios habría sido el principal mecanismo de financiamiento de SL durante la guerra, y ese procedimiento lo proyectaron al narcotráfico.

Por sus posturas, “Artemio” era el jefe de una tendencia armada cercana a Abimael. Si alguien pierde con su desaparición es Guzmán. Como bien ha sostenido Gustavo Gorriti, posiblemente deje un vacío que tratará de ser cubierto por el grupo del VRAE. Si el Estado se duerme y no asume una política viable sobre narcotráfico y violencia, es probable que mañana lamentemos la presencia también en el Huallaga de los hermanos Quispe.

Fuente: Diario La República (Perú). Miercoles, 15 de febrero de 2012.

Recomendado:

Origen, auge y caída de Sendero Luminoso. Características del conflicto armado interno.

jueves, 16 de febrero de 2012

Historia de los Demócratas y Republicanos en la Guerra de Secesión norteamericana.

"EE.UU.: Reversiones"

Por: Isaac Bigio (Historiador)

Las presidenciales del 2012 son los primeros comicios que EEUU tiene cuando se celebran 150 años de la guerra civil de 1861-65. Lo interesante es ver como los actores del conflicto que definió a dicho país ahora se encuentran en un escenario contrapuesto.

Hace siglo y medio los demócratas eran el partido más socialmente conservador y reacio a los negros, mientras que los republicanos lideraron la revolución que abolió a la esclavitud. Hoy, en cambio el 90% de los afroamericanos votaron por los demócratas de Obama, el primer presidente negro de dicha potencia, mientras que los republicanos son la casa de los conservadores y de los blancos más hostiles a las minorías étnicas.

Hace un siglo y medio muchos demócratas tenían esclavos y estaban en contra de la abolición de dicha trata, por lo que varios de ellos apuntalaron a los 11 estados esclavistas del Sur que decidieron conformarse como una confederación independiente.
La fracción demócrata que se opuso a la secesión y apoyó al bando unionista quiso deponer electoralmente a Lincoln acusándolo de fomentar la mezcla racial y no estar dispuesto a retroceder con la trata de esclavos para congraciarse con el Sur. En 1860 Lincoln se convirtió en el primero de 17 republicanos en ganar la Casa Blanca. Él se opuso a la anexión a México y lideró al primer gobierno blanco del mundo que hizo una guerra total interna para emancipar a los esclavos, a quienes armó. Marx fundó la I Internacional alentándolo.

Sin embargo, el partido que creó Lincoln (y que sigue teniendo como su color el rojo) es hoy uno de los principales enemigos de la izquierda mundial y también enajenó a los afroamericanos quienes se volcaron en masa hacia los demócratas, los cuales sí supieron entroncarse con el movimiento proderechos civiles de Martin Luther King.

Mientras Lincoln se opuso al anexionismo sobre México, los republicanos son hoy el partido que más intervenciones han liderado. Cuando los republicanos se crearon ellos llamaban a erradicar las 2 plagas de la esclavitud y la poligamia (que ellos veían como la esclavitud no a una raza sino a un sexo). Esto les llevaba a chocar con los mormones que habían fundado en Utah el único territorio americano donde se alentaba la poligamia.

Los mormones, tras haber apoyado a los demócratas se convirtieron en la congregación religiosa que más vota por los republicanos. En Utah, donde ellos conforman el 60% de su población, los republicanos han tenido allí sus mejores porcentajes a nivel nacional en 7 de las últimas 9 presidenciales (1976, 1980, 1984, 1988, 1996, 200 y 2004). En 1992 Utah fue el único Estado que puso al demócrata Clinton en tercer lugar. En el 2004 Bush tuvo allí su mejor votación ganando en cada condado y consiguiendo casi triplicar a su rival. Ezra Taft, antes de llegar a ser el Profeta mormón, dijo que su congregación difícilmente votase por un demócrata liberal.

Fuente: Diario Correo (Perú). 13/02/12.

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