Por: Antonio Zapata Velasco (Historiador)
El fallecimiento del Dr. Javier Silva Ruete recuerda su famosa frase al llegar al Ministerio de Economía en 1978, cuando el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez se debatía en una seria crisis. Declaró que ocupaba la cartera asumiendo el activo y pasivo de la revolución militar. Era el 15 de mayo de 1978 y el pasivo era enorme; para empezar, los movimientos sociales estremecían el país entero. Días después, la más poderosa huelga general de la historia nacional obligó al gobierno militar a tomar decisiones.
Así, fueron deportados los candidatos de izquierda a la Asamblea Constituyente, junto a dos almirantes velasquistas y el Dr. Baella Tuesta. El gobierno parecía aislado y peligraba su continuidad. Morales era un presidente que se acomodaba a la dirección del viento; aunque, estaba a favor de la transición democrática y maniobraba para sacarla adelante.
Sin embargo, en el seno del gobierno militar se movían fuerzas que presionaban hacia una salida autoritaria al estilo Cono Sur, las dictaduras de Pinochet y Videla en Chile y Argentina, respectivamente. Para ese entonces, los generales izquierdistas ya habían sido purgados y el gobierno se movía entre una tendencia filo aprista y el fascismo militar abierto. Morales ocupaba el centro y se esforzaba en mantener unidas a las FFAA.
Pero, nada estaba definido y los militares eran presa de la incertidumbre ante la fuerza del movimiento social. Era el apogeo del clasismo, un movimiento político que recorría los sindicatos animándolos a conducir al pueblo a memorables jornadas de protesta. Aunque, la realización de las elecciones para la Asamblea Constituyente contribuyó a desinflar la presión popular.
En medio de ese agitado clima social y político, Silva Ruete fue nombrado por los militares, logrando colocar a su socio político y profesional, Manuel Moreyra, como presidente del Banco Central. Juntos diseñaron una política de rescate de la economía, que se había sumergido en una profunda recesión, debido al déficit continuo del gobierno central, a la caída de las exportaciones y la consiguiente crisis de la balanza de pagos, que era completamente negativa.
Casi no había reservas y la inflación se había disparado. Todos los indicadores eran negativos y la crisis económica aceleraba las protestas. El Perú había caído en un círculo vicioso. Afortunadamente, Silva Ruete logró sacar adelante al país y entregar unas finanzas públicas bastante saneadas.
¿Cómo lo logró? En principio tuvo suerte. La coyuntura internacional produjo un alza sustantiva de los precios de las materias primas de exportación, facilitando el rescate de la economía. También ayudó la entrada en producción de importantes inversiones gestionadas anteriormente, como la mina Cerro Verde en el sur del país y el petróleo de la selva.
Pero, sobre todo, tuvo la colaboración del presidente Morales, quien era consciente de los límites de su gobierno, que podía derrumbarse a menos que impusiera cierta disciplina y manejo profesional. Ese fue el papel de Silva Ruete, aprovechar la crítica situación del gobierno para introducir una elevada dosis de racionalidad tecno-burocrática en el manejo de la economía pública.
Gracias a ella, Silva Ruete redujo el déficit del presupuesto, aunque mantuvo elevada la inflación, porque quería volver a poner en marcha el aparato productivo. Por otro lado, creó instrumentos para fomentar las exportaciones, incluyendo el famoso CERTEX, aunque también redujo los derechos laborales de los trabajadores de los sectores exportadores.
Las otras dos ocasiones que ocupó el Ministerio de Economía, Silva Ruete tuvo realizaciones menores y hasta el fin de su vida basó su prestigio profesional en esos años, 1978-1980, cuando rescató al Perú de la bancarrota y facilitó la transición democrática.
Una dosis de buena estrella y mucho de sapiencia fueron suficientes para catapultarlo como uno de los economistas con posiciones más relevantes en la política peruana contemporánea.
Fuente: Diario La República (Perú). 26 de septiembre del 2012.