Hacer click en la imagen para ampliar. Tomado de arkivperu.com
Leguía y el Centenario: 1921
Por: Juan Luis Orrego Penagos. Historiador, docente e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Las celebraciones del Centenario de la Independencia fueron el marco propicio para proyectar una imagen de orden y progreso al interior y exterior del país. Más allá de los discursos, las fiestas y los desfiles, y de la inclinación del líder de la “Patria Nueva” por el lujo, la efeméride fue utilizada como medio de propaganda, un motivo de afirmación peruana en el mundo. Por ello, Leguía fue quien personalmente supervisó los detalles del acontecimiento. La idea era reunir en Lima a representantes de todo el continente americano y de selectos países europeos. También estuvo en la agenda el tema pendiente con Chile respecto al plebiscito de Tacna y Arica. Con la llegada de los invitados, se daba la ocasión perfecta para insinuar el respaldo internacional con que contaba el Perú y confirmar que tenía la tesis verdadera en el litigio sobre las provincias cautivas. En otras palabras, demostrar el éxito del gobierno de Leguía en el manejo de las relaciones internacionales.
Si bien la economía de exportación había perdido impulso tras la Primera Guerra Mundial, Leguía trataba de dar una imagen de estabilidad económica. La Cancillería, a cargo de Alberto Salomón, dio a conocer la lista definitiva de invitados: confirmaron su asistencia 16 embajadas y 13 misiones especiales. A España se le asignó un lugar de honor, y a la embajada del Perú en Madrid se le encomendó la invitación a Su Majestad Alfonso XIII, gestión que finalmente no llegó a buen término. En su lugar vino una nutrida delegación, presidida por un Grande de España. Leguía buscaba una “conciliación histórica” entre el Perú y la Madre Patria.
Entre el 24 de julio y el 3 de agosto de 1921, Lima fue, como soñaba Leguía, la gran capital latinoamericana. La inauguración de la plaza y del monumento a San Martín fue el acontecimiento más emblemático y multitudinario. Las colonias de extranjeros residentes no se quedaron atrás y embellecieron la capital con valiosos obsequios: los alemanes regalaron la Torre del Reloj del Parque Universitario; los italianos, el Museo de Arte; los ingleses, el antiguo estadio de madera; los franceses, una estatua a la Libertad; los españoles, un Arco Morisco; los chinos, una fuente de mármol; los belgas, el monumento al Trabajo; los japoneses, el monumento a Manco Cápac, y los norteamericanos, una fuente en la avenida Leguía. Las obras para la ciudad se completaron con ocasión del Centenario de Ayacucho, en 1924, cuando se inauguraron los monumentos al mariscal Sucre y al almirante francés Petit Thouars; también el Museo Arqueológico, el Hospital Arzobispo Loayza, las salas Bolívar y San Martín en el Museo Bolivariano de Pueblo Libre y el Palacio Arzobispal. Y como si esto fuera poco, en un acto verdaderamente insólito, se plantó el “Árbol del Centenario”.
La capital, en conclusión, gracias a estas obras experimentó su mayor transformación republicana, que la convirtió en una moderna urbe, de acento norteamericano, con nuevos distritos populares (La Victoria) y abriéndose hacia el Sur, con la apertura de la avenida Leguía y la consolidación de suburbios para las familias de los sectores altos y mesocráticos (Santa Beatriz, San Isidro y Miraflores). Lo singular fue que muchas no quedaron listas entre 1921 y 1924, sino que se inauguraron a lo largo de todo el “Oncenio”. Los peruanos vivieron casi una década celebrando los primeros 100 años de su Independencia. Al final, el edificio leguiísta se derrumbó en 1930 y el discurso que le dio vida quedó sin contenido. Como las obras del Centenario estuvieron muy ligadas a la figura de Leguía, estas también perdieron su significado.
Fuente: Revista Caretas (Perú). 02/02/12.
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Excelente debio ser este libro que reflejo la realidad del Perú en el periodo 1821-1921,¿existe aun un ejemplar de este hermoso libro?
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