Imagen: Er-Saguier.org
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Paraguay: Una historia poco conocida
Guillermo Giacosa (periodista)
Un ingenioso titular en Página 12 de Argentina decía: “En Paraguay se puso de moda el Padrenuestro”. Hacía referencia, naturalmente, a la paternidad o paternidades de su actual presidente y antiguo obispo, Fernando Lugo. La derecha de su país, a la que las políticas sanguinarias de Stroessner no le quitaban el sueño, está desvelada ahora por los pecados del ex obispo. No porque le interese el pecado, sino porque el ex obispo en cuestión se ha transformado en un político exitoso que ha accedido a la Presidencia de la República y que, además, simpatiza con la causa a los pobres. Esa simpatía es casi inédita en la política oficial paraguaya y, como es lógico, afecta la fina sensibilidad de quienes han depredado ese país durante tantas décadas.
Paraguay fue, en parte del siglo XIX, un país avanzado, quizá el más avanzado y próspero del área. El primer ferrocarril de Sudamérica fue paraguayo, así como la primera fundición de metales (una tonelada diaria) y el primer barco a vapor, cuyo casco fue construido, además, con acero autóctono. Tenía Paraguay un servicio de telégrafos y menos analfabetos que sus vecinos gracias al fomento oficial de la educación pública. No había latifundios ni esclavos. El Estado arrendaba la tierra a los campesinos en las llamadas 'Estancias de la Patria’, y de esta forma no había desocupación ni faltaban alimentos. Una guerra, cuyos orígenes son muy discutidos, pero que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra el solitario Paraguay, terminó con esta experiencia que, sin duda, inquietaba a las naciones desarrolladas que solo nos veían y nos querían como mercado para sus productos y como productores de materias primas (problema que subsiste).
La guerra que oponía supuestamente la civilización –representada por los tres socios– a la barbarie –representada por los paraguayos– fue uno de los tantos fraudes históricos destinados a mantenernos en un estado de sumisión y subdesarrollo. Lo curioso es que los representantes de la civilización eran: Uruguay, gobernado por un militar golpista; Argentina, que apenas podía mantener la paz dentro de sus fronteras, y Brasil, una monarquía con dos millones de esclavos.
Fue una guerra tan injusta como feroz. La dignidad de los guaraníes transformó una batalla de unas semanas (según el presidente argentino Mitre, quien encabezaba las tropas de la llamada Triple Alianza) en un enfrentamiento que duró cinco años. Paraguay quedó prácticamente sin hombres adultos y debió formar un ejército de mujeres (del que mi tatarabuela fue sargento) y de niños. Solo quedaron 200 mil habitantes (de 1’300,000) y solo el 10% de ellos eran hombres, en su mayoría niños y ancianos. Según opinión de algunos sociólogos, esta situación creó una suerte de sociedad poligámica destinada a reponer las pérdidas demográficas.
No incluiré al presidente Fernando Lugo en esta tendencia, pero la intención de capitalizar políticamente sus errores humanos no obedece a principios morales, sino a la obsesión de los sectores pudientes de recuperar el espacio perdido.
Fuente: Diario Perú 21. Viernes 24 de abril del 2009.
Guillermo Giacosa (periodista)
Un ingenioso titular en Página 12 de Argentina decía: “En Paraguay se puso de moda el Padrenuestro”. Hacía referencia, naturalmente, a la paternidad o paternidades de su actual presidente y antiguo obispo, Fernando Lugo. La derecha de su país, a la que las políticas sanguinarias de Stroessner no le quitaban el sueño, está desvelada ahora por los pecados del ex obispo. No porque le interese el pecado, sino porque el ex obispo en cuestión se ha transformado en un político exitoso que ha accedido a la Presidencia de la República y que, además, simpatiza con la causa a los pobres. Esa simpatía es casi inédita en la política oficial paraguaya y, como es lógico, afecta la fina sensibilidad de quienes han depredado ese país durante tantas décadas.
Paraguay fue, en parte del siglo XIX, un país avanzado, quizá el más avanzado y próspero del área. El primer ferrocarril de Sudamérica fue paraguayo, así como la primera fundición de metales (una tonelada diaria) y el primer barco a vapor, cuyo casco fue construido, además, con acero autóctono. Tenía Paraguay un servicio de telégrafos y menos analfabetos que sus vecinos gracias al fomento oficial de la educación pública. No había latifundios ni esclavos. El Estado arrendaba la tierra a los campesinos en las llamadas 'Estancias de la Patria’, y de esta forma no había desocupación ni faltaban alimentos. Una guerra, cuyos orígenes son muy discutidos, pero que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra el solitario Paraguay, terminó con esta experiencia que, sin duda, inquietaba a las naciones desarrolladas que solo nos veían y nos querían como mercado para sus productos y como productores de materias primas (problema que subsiste).
La guerra que oponía supuestamente la civilización –representada por los tres socios– a la barbarie –representada por los paraguayos– fue uno de los tantos fraudes históricos destinados a mantenernos en un estado de sumisión y subdesarrollo. Lo curioso es que los representantes de la civilización eran: Uruguay, gobernado por un militar golpista; Argentina, que apenas podía mantener la paz dentro de sus fronteras, y Brasil, una monarquía con dos millones de esclavos.
Fue una guerra tan injusta como feroz. La dignidad de los guaraníes transformó una batalla de unas semanas (según el presidente argentino Mitre, quien encabezaba las tropas de la llamada Triple Alianza) en un enfrentamiento que duró cinco años. Paraguay quedó prácticamente sin hombres adultos y debió formar un ejército de mujeres (del que mi tatarabuela fue sargento) y de niños. Solo quedaron 200 mil habitantes (de 1’300,000) y solo el 10% de ellos eran hombres, en su mayoría niños y ancianos. Según opinión de algunos sociólogos, esta situación creó una suerte de sociedad poligámica destinada a reponer las pérdidas demográficas.
No incluiré al presidente Fernando Lugo en esta tendencia, pero la intención de capitalizar políticamente sus errores humanos no obedece a principios morales, sino a la obsesión de los sectores pudientes de recuperar el espacio perdido.
Fuente: Diario Perú 21. Viernes 24 de abril del 2009.