miércoles, 8 de febrero de 2012

Estado racializado o la des-indianización como proyecto en el Perú. "La industrialización, más que un proyecto económico, era una aspiración cultural".

La inclusión de la exclusión

El historiador peruano Paulo Drinot, profesor en la Universidad de Londres, ha publicado recientemente un libro agudo, polémico y académicamente impecable. Aquí un comentario a un texto que no debería pasar desapercibido aunque haya sido editado en inglés.

Por: Alberto Vergara (Politólogo)

Pocas categorías han tenido tanto éxito en el Perú contemporáneo como las de inclusión y exclusión. De derecha a izquierda (y de arriba hacia abajo porque si no Humala se nos escapa), todo el mundo ha abrazado aquella dicotomía. Este entusiasmo retórico y unánime de nuestra clase política por una fórmula, además de ser una prueba adicional de su chatura, escamotea lo más importante: ¿excluido de qué?, ¿incluido a qué? El nuevo libro del historiador Paulo Drinot (The allure of labor. Workers, Race and the Making of the Peruvian State, Duke University Press, 2011) es una excelente lectura para escapar de aquella díada vacía y emprender viaje, si no a la semilla de la exclusión, al menos a una coyuntura crucial para su establecimiento en el Perú. Desde luego, que el libro haya aparecido en inglés dificulta que se le discuta en el país pero la calidad y audacia de sus argumentos deberían alentar a que aun así sea comentado y, ojalá, se le traduzca.

The allure of labor (título que traduzco libremente como “La seducción obrera”) es una inspección al Estado peruano durante las décadas veinte y treinta del siglo XX, a través de unas políticas públicas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los obreros. Drinot examina la manera en que los gobiernos de Leguía y Benavides se relacionaron con las organizaciones obreras negociando con ellas el establecimiento de unas políticas estatales que buscaban incorporarlos al Estado, otorgándoles derechos y acceso a ciertos servicios básicos. Sin embargo, para Drinot, tan importante como la incorporación de las nuevas capas obreras a esta suerte de Estado de bienestar naciente, resultó la exclusión de las masas indígenas de esos mismos mecanismos institucionales emergentes. Cuando Leguía y Benavides instauran sus políticas sociales destinadas a incluir a las clases urbanas desfavorecidas, también asientan, afirma el autor, un desdén hacia lo indígena: ¿por qué si los obreros constituían una minoría de la población peruana recibieron tanta atención de parte del Estado y no la obtuvo la mayoría indígena que poblaba la sierra del Perú? (p. 11-12).

La respuesta de Drinot se mueve en dos planos. En primer lugar, nos muestra el universo mental racializado de la élite peruana. En la introducción y en el primer capítulo, el autor describe a una élite que concibe el progreso del país a través de su industrialización. Pero esta industrialización, más que un proyecto económico, era una aspiración cultural pues el papel último de la fábrica era el de des-indianizar a la población. Un obrero, en definitiva, sería un indio redimido. Ahí radica, entonces, la “seducción obrera”: es la esperanza de la élite según la cual se podrá civilizar a la población a través de una industrialización des-indianizadora (la imagen en la carátula del libro, extraída de una revista de los años treinta, es una de las ilustraciones de esta esperanza obrerista). En segundo lugar (y en los restantes cinco capítulos del libro), Drinot desciende de las mentalidades hacia las políticas públicas destinadas al mundo obrero. Aquí reconstruye espléndidamente los distintos programas del Estado peruano destinados a mejorar los niveles de vida de los obreros: la creación de restaurantes populares, del seguro social, de los barrios obreros, etc. Así, a la pregunta por la exclusión de lo indígena de estas políticas, Drinot responde que ella reflejó las concepciones racializadas de las élites peruanas respecto del progreso.

A partir de este análisis en dos frentes, vale decir, de unas políticas públicas pro-obrero (excluyentes de lo indígena) que reflejan el universo mental racializado de la élite, el autor propone su tesis más importante y audaz: “Lo que argumento en este libro […] es que la exclusión del indio de los proyectos de formación del Estado-Nación peruano no resultaron, como se suele argumentar, como consecuencia de la ‘incapacidad’ del Estado peruano. Más bien, la exclusión del indio ha sido inmanente al proyecto de formación del Estado-Nación peruano y, en muchos sentidos, este continúa teniendo como premisa la superación de la indigeneidad, esto es, la des-indianización del Perú” (p. 15). Lo que hace a esta tesis provocadora –e incluso radical– no es que ella subraye el racismo de la élite peruana en sus hábitos cotidianos, lo cual se ha hecho reiteradamente, sino que aquí el autor da un paso adicional y apunta a un “Estado cuyo objetivo último y fundamental era redimir la nación y reconstruirla eliminando al indio” (p. 50). Pareciera que el autor se contiene para no darle una última vuelta de tuerca al argumento y afirmar que no es que al Estado le falte capacidad para “incluir” a los indígenas, ¡pareciera faltarle capacidad para desaparecerlos!

¿El Estado peruano ha tenido como objetivo principal estas intenciones segregacionistas? La pregunta es pertinente porque si el racismo es una de las marcas fundamentales de la vida social en el Perú debemos aceptar la posibilidad de que el racismo –esa enfermedad del espíritu, Rubén Blades– emponzoñe también el mundo de la política y sus instituciones. En tal sentido el libro de Drinot es una exploración valiosa de este problema. Rehúye la fórmula ya conocida de subrayar ciertas conductas racistas y, más bien, se dirige hacia las políticas públicas peruanas para indagar si hay en ellas manifestaciones de dicho racismo. Sin embargo, algo que llama la atención de la argumentación de Drinot es que, paradójicamente, la presencia del indígena en este libro se da a través de su ausencia. Ello es consecuencia de su apuesta por observar el “Estado racializado” en unas políticas públicas destinadas al mundo costeño, urbano y sus obreros. Cuando uno piensa en los libros recientes e importantes que han abordado la cuestión de la formación del Estado nacional peruano y su relación con las poblaciones indígenas (desde distintas perspectivas y para diferentes épocas) notará que ellos no se centran en ciudades de la costa peruana, como hace Drinot, sino más bien en la sierra: Florencia Mallon en Junín y Cajamarca, Mark Thurner en Huaraz, Marisol de la Cadena en Cusco, José Luis Rénique en Puno, Cecilia Méndez en Ayacucho. Concluir el carácter segregacionista del Estado peruano hacia los indígenas a partir del estudio de unas políticas destinadas a poblaciones obreras, urbanas y mayoritariamente limeñas (la seducción obrera “refleja la repulsión de lo indígena”, p. 159) es el salto intrépido y complejo de probar en el argumento del libro de Drinot.

En síntesis, la intención de observar el racismo en la esfera de las políticas públicas me parece una aproximación sumamente interesante, pero concluir que la ausencia de lo indígena en ellas implica que todas las políticas públicas del Estado estaban cortadas por la misma tijera racista es menos convincente. Y el argumento se complica aún más si se sugiere que todos los gobiernos peruanos del siglo XX, civiles o militares, progresistas o conservadores, se han legado unos a otros esas mismas tijeras (p. 235).

La segunda gran tesis del libro está referida al análisis de esta suerte de Estado de bienestar emergente. Según el autor, la sociología peruana de los años setenta lo estigmatizó al no ver en él una forma de brindar comida barata, vivienda digna o atención médica gratuita a los obreros, sino que todo ello fue leído y descalificado simplistamente como un populismo de derecha que buscaba “cooptar” a los obreros y desvincularlos así de apristas y comunistas. Por el contrario, Drinot encuentra que dicho diagnóstico cargaba al menos con dos problemas. De un lado, no entendía que el Estado y las élites poseían un verdadero proyecto de país de carácter obrerista (en el sentido civilizatorio y anti-indígena que ya expliqué) y que no era, por tanto, simple “cooptación”. De otro lado, los obreros y sus organizaciones negociaban con el Estado la implantación de estas instituciones y terminaban apropiándoselas por lo cual tampoco tendría cabida el vocabulario de la “cooptación”. El análisis sobre las relaciones entre Estado y obreros es brillante. Aquí se deja en claro que existió un auténtico proyecto estatal destinado a mejorar la vida de los trabajadores, así como a protegerlos de la influencia perniciosa del aprismo o socialismo. Es francamente interesante esta emergencia de una dimensión casi terapéutica del Estado. No simplemente un tercero que arbitra, sino un administrador paternal de su población (es aquí donde Drinot se encuentra teóricamente con el último Foucault). Los capítulos que observan, por ejemplo, la creación de los restaurantes populares o el establecimiento de los barrios obreros rastrean un proceso de relación entre Estado y sociedad fascinante y lejos del maniqueísmo fácil de conceptualizar a la población como una víctima inerte de la acción todopoderosa de un Estado omnipotente.

En resumen, un libro teóricamente sólido, con un trabajo de archivo admirable y muy bien escrito. Pero, sobre todo, un libro que invita a pensar las distintas tramas de la tan mentada exclusión en el Perú.

Fuente: Diario La República (Perú). Revista "Domingo". 05 de febrero de 2012.

Recomendado:

The Allure of Labor. Workers, Race, and the Making of the Peruvian State. Puro Libros.

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