Valentín Paniagua, un hombre providencial
Gobernó el Perú durante apenas ocho meses, pero ese breve lapso le bastó para dejar un ejemplo de decencia, honestidad y lucidez política. Al conmemorarse cuatro años de su partida, el Fondo Editorial de la PUCP alista la presentación de un volumen que recoge los testimonios, semblanzas y ensayos de 49 políticos, académicos y periodistas que lo conocieron en algún momento de su fructífera trayectoria. A lo largo de 550 páginas, Paniagua aparece retratado como catedrático, abogado constitucionalista, brillante orador parlamentario y presidente de un país a cuyo destino estaba firmemente unido.
Firme y feliz por la unión
“Hace ocho meses, desde esta misma tribuna, anuncié que nacía un tiempo nuevo. Atrás ha quedado ya la imprecación indignada de ese ‘nunca más’ que recorrió el país de uno a otro confín; esta es la aurora que no pudieron ver los que ofrendaron su vida o cayeron alentando la ilusión de este largo combate social. Este es el nuevo día que aguardaban los niños, los jóvenes, los trabajadores y las mujeres que marcharon cantando su esperanza en el fragor del combate democrático hace apenas pocos meses. Aquí están, vivos y palpitantes, su fe y sus sueños, animando nuestra irrevocable decisión de cambio e inspirando esta inmensa posibilidad que la historia ha puesto en nuestras manos, de hacer que el Perú sea un hogar cálido y generoso como siempre debió ser para todos sus hijos [...].
Gobernó el Perú durante apenas ocho meses, pero ese breve lapso le bastó para dejar un ejemplo de decencia, honestidad y lucidez política. Al conmemorarse cuatro años de su partida, el Fondo Editorial de la PUCP alista la presentación de un volumen que recoge los testimonios, semblanzas y ensayos de 49 políticos, académicos y periodistas que lo conocieron en algún momento de su fructífera trayectoria. A lo largo de 550 páginas, Paniagua aparece retratado como catedrático, abogado constitucionalista, brillante orador parlamentario y presidente de un país a cuyo destino estaba firmemente unido.
Firme y feliz por la unión
“Hace ocho meses, desde esta misma tribuna, anuncié que nacía un tiempo nuevo. Atrás ha quedado ya la imprecación indignada de ese ‘nunca más’ que recorrió el país de uno a otro confín; esta es la aurora que no pudieron ver los que ofrendaron su vida o cayeron alentando la ilusión de este largo combate social. Este es el nuevo día que aguardaban los niños, los jóvenes, los trabajadores y las mujeres que marcharon cantando su esperanza en el fragor del combate democrático hace apenas pocos meses. Aquí están, vivos y palpitantes, su fe y sus sueños, animando nuestra irrevocable decisión de cambio e inspirando esta inmensa posibilidad que la historia ha puesto en nuestras manos, de hacer que el Perú sea un hogar cálido y generoso como siempre debió ser para todos sus hijos [...].
Pero, sobre todo, mi gratitud imperecedera al pueblo del Perú que, en medio de la tempestad, no perdió jamás la ilusión, como no la perdieron los jóvenes y niños que, con su fresco entusiasmo, nos infundieron fuerza en la tarea. A todos ellos, les pido, en esta hora, no desmayar en el empeño, sabiendo que el Altísimo no desoirá la plegaria de un pueblo que ama la paz y anhela la reconciliación, y que está decidido a reemprender su camino en la historia, bajo la misma divisa que los padres fundadores inscribieron en el Escudo Nacional, como una apuesta y un anhelo de futuro que ahora repetimos como conjuro y como una clara determinación, para que el Perú sea siempre firme y feliz por la unión”.
–Palabras de Valentín Paniagua pronunciadas al concluir su gestión como presidente del Perú el 28 de julio de 2001.
El reformismo refundacional
Su visión de la democracia iba más allá de entenderla como suma de instituciones o de reglas para elegir a las autoridades. Su propuesta democrática combinaba dos elementos claves: la libertad y la igualdad. Para Paniagua la democracia suponía no solo una igualdad formal ante la ley sino también una “real” entre todos sus miembros, tal como afirmó en su discurso cuando recibió el Honoris Causa de la Universidad San Marcos en el 2001: “La democracia exige igualdad, como se ha dicho. [Pero] no solo igualdad jurídica, sino igualdad real que implica la reducción creciente de las desigualdades económicas. Los pobres lo son no solo porque carecen de bienes o no satisfacen sus necesidades, sino porque carecen de derechos, que es una condición necesaria, pero no suficiente, para salir de la pobreza. La lucha contra la pobreza se ha convertido hoy en una lucha por la igualdad y en un elemento que condiciona –éticamente, también– el quehacer del Estado y de la sociedad peruana”. Su concepción de democracia lo ubicaba lejos del pensamiento de derecha, y si este era neoliberal, aún más. Su deuda intelectual con Norberto Bobbio era más que evidente.
-Alberto Adrianzén
Una secreta ambición
La temprana lucidez intelectual, unida a su capacidad de atraer la confianza de otros y de persuadir con una oratoria brillante, lo condujeron a presidir muy pronto la Federación de Estudiantes de su universidad. La política bullía en su interior, la radicalidad de sus primeros años nos exhiben a un Paniagua movilizando gente, arengando (…). Pero a Paniagua la política le interesaba especialmente por su vocación de justicia y su sed de derecho. Yo que lo conocí y fui su amigo desde los años mozos doy testimonio de que no era un hombre de ambiciones inmediatas; le era ajena la sensualidad del poder. Por esa razón, y cuando recibió el Honoris Causa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, dijo, sorprendiendo a todos: “Este es tal vez el único honor que ambicioné secretamente a lo largo de toda mi vida”. ¡Un hombre grande!
–Enrique Bernales
¿Cuál era su ideología?
Deseo destacar lo que sería la “ideología” de Valentín. ¿Era “izquierdista”, como han dicho, intonsamente, algunos empresarios? ¿Un “centroderechista”, como han dicho algunos supérstites del marxismo? Quizá esa contradicción evidencie su acendrado talante centrista. No era un liberal económico, ciertamente, aunque sí uno político. ¿Cuáles eran, en el fondo, sus ideas más profundas? Me gustaría creer que dos. Por un lado era un “contractualista”, en un sentido lato de la palabra, es decir alguien que sostenía la noción de que una sociedad es siempre el producto de un pacto constitucional y, por tanto, que la “forma” política, la democracia representativa, el Estado de derecho, es tan o más importante que el “fondo” de cualquier ideología. Por otro lado era un “desarrollista”. Esta posición fue barrida del panorama intelectual de la política latinoamericana, prácticamente desde fines de los años setenta. Pero el “desarrollismo”, algo que en parte venía de las ideas de Prebisch y en otra buena parte del New Deal de Roosevelt, fue la plataforma que produjo un salto decisivo de América Latina en las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado. Detrás de cada desarrollista había alguien que creía en el poder de la razón aplicada al progreso social, y alguien que creía que, junto con el crecimiento, se necesitaba expandir los horizontes de equidad en las sociedades. Valentín pertenecía a esa estirpe.
–Alfredo Barnechea
Viejo es el viento…
En el hidroavión en el que volé con Valentín Paniagua de Iquitos a Requena, en marzo de este año, medité en un momento sobre su extraña relación con la providencia y con el destino. Fue pocos meses antes de su agonía, cuando el entusiasmo de la selva levantó una esperanza que fue en realidad una despedida. Valentín fue el político a quien encontró la providencia y rechazó el destino. A nadie mejor pudo haber encontrado el Perú en aquellos días inciertos del 2000, cuando se desplomó la dictadura de gangsters y de espías, y hubo que elegir un presidente para desencallar el Estado y desinfectar el país. A nadie mejor rechazó el país cinco años después, en esa campaña corta y confusa en la que terminamos alejándonos de lo óptimo para evitar lo catastrófico. (...) Ante el calor y el afecto de la gente, Valentín encontró el entusiasmo. Y un día después, en Requena, hizo energía del entusiasmo. En medio del calor húmedo, habló larga y lúcidamente en un mitin al cabo de una larga caravana. Lo hizo con alegría, pero sobre todo con fuerza. Allí remató con la frase que signó su desafío final: “¡Viejo es el viento, pero sopla todavía!”. (…) Se puede observar o criticar aspectos puntuales de su gestión. Pero ese corto periodo fue un momento brillante en nuestra República, cuando se respiró la libertad al librarse del lumpenaje que rigió el país; cuando los criminales fueron reemplazados por un Presidente que encarnaba la honestidad y la sencillez; cuando el lenguaje zafio y cínico del fujimorato dio lugar al buen y preciso castellano; pero cuando la modestia, la sencillez y el buen idioma tuvieron la energía, el coraje que ningún otro gobierno tuvo y llevaron a la cárcel a los grandes mafiosos y ladrones como no se hizo ni antes ni después. En sus cortos meses en el poder, Paniagua expresó lo mejor de nuestro ideal republicano, lo que podemos ser y que, por lo menos por corto tiempo, en parte fuimos.
-Gustavo Gorriti
Un ejemplo de austeridad
Podemos ver en él al demócrata honesto que entendió siempre la política como una prolongación de la docencia, que inició muy joven en las filas de la Democracia Cristiana. Paniagua formó parte de la oposición al fujimorato, al que definió muy exactamente como autocracia. Y en el momento del derrumbe del régimen, resultado de la reelección fraudulenta de Alberto Fujimori Fujimori y de la monstruosa corrupción compartida con su socio y asesor, surgió como hombre providencial para conducir al país de retorno a la democracia. Fue en esos ocho meses que pudimos conocer a este hombre tolerante y austero, que supo rodearse de los mejores, dio inicio a la transición democrática, reconstruyó las instituciones en ruinas que dejó la dictadura y presidió elecciones impecables.
–Editorial de La República 17/10/2006, un día después de su muerte.
El presidente que tenía una biblioteca
Cuando terminó la ordalía de los años noventa y Valentín Paniagua se hizo cargo del puesto vacante por abandono, alguien, no recuerdo quién, comentó: “Al fin llega a Palacio alguien que tiene una biblioteca en su casa”. El comentario resume bien la naturaleza del hombre que vivía su hora más notoria y crucial. Acostumbrados durante una larga década a escuchar los denuestos en contra de los políticos tradicionales, teníamos de regreso en Palacio a este pequeño abogado del sur, de dicción perfecta y modales impecables. Ya era una diferencia con respecto a los opacos promotores de negocios que durante diez años habían sido la medida y el modelo de todo. Pero la gran diferencia estaba en esa silenciosa biblioteca que guardaba en su casa. Con Paniagua, uno podía tener la seguridad de que llegaba al poder alguien que conocía el doloroso y tierno pasado del Perú, alguien que intuía el río del tiempo, que percibía lo que significa la historia, la sucesión de generaciones, la destrucción y el renacimiento de los sueños, el lugar de los individuos, no como destinatarios de honores o bienes, sino como oficiantes de un rito que viene de atrás, que continuará más adelante y que nos trasciende porque solo somos un instante. Que el Perú que salía de los años noventa, cuando la historia se había empequeñecido hasta convertirse en la quincena, haya encontrado en Paniagua al hombre necesario en un momento decisivo demuestra que hay justicia, y hasta poesía, en la historia.
-Luis Jochamowitz
Fuente: Diario La República, suplemento "Domingo". 28 Noviembre, 2010.
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