Imagen: Historyplace
Mitos sobre Ted Kennedy
César Hildebrandt (Periodista)
Ha muerto Ted Kennedy y ahora, vestido de difunto, parece un héroe del Partido Demócrata.
La verdad es que el señor Kennedy no fue ningún héroe y, además, resulta soberanamente cierto que, como decía Borges, la muerte no mejora tanto a las personas.
Ted fue lo que quedó del clan Kennedy tras el asesinato sucesivo de John y Robert y su larga carrera como senador demostró que el imperio estadounidense puede acoger a románticos y contestatarios y usarlos como coartada.
Porque eso fue Ted en realidad: una coartada de ese bipartidismo que piensa igual cuando de los grandes temas se trata. El Senado podía decir: “tenemos a un Kennedy liberal”. Pero debía añadir: “Los liberales son necesarios mientras no estén en el poder”.
Al liberal John Kennedy, por ejemplo, lo mató una mano negra que lo empezó a ver como un obstáculo para los planes de esa trama corporativa y militar que pone y quita (y mata) a los presidentes de los Estados Unidos.
¿No había acaso Kennedy abortado la invasión a Cuba negándose a un apoyo aéreo que hubiera resultado decisivo? ¿No se había hecho el remolón para la ejecución del llamado Plan Mangosta, que consistía en una invasión en forma a la isla de Castro usando como pretexto una “provocación” armada por la CIA en aguas próximas a Guantánamo? ¿No había cedido ante Kruschev prometiendo no invadir Cuba y retirando misiles balísticos de Turquía? ¿No se oponía a la escalada sin límites de la guerra de Vietnam?
La derecha estadounidense celebró la muerte de Kennedy mientras lloraba sus lágrimas de cocodrilo en el cementerio de Arlington.
Lo que no sabía esa derecha es que detrás de John venía Robert, que había sido fiscal general, que odiaba a J. Edgar Hoover, que despreciaba a Johnson y que podía ser un peligro para la ortodoxia brutal del Pentágono.
Pues entonces se encargaron de Robert en la cocina de un hotel. Y el FBI volvió a pedir disculpas por su descuido aquel 6 de junio de 1968.
El 4 de abril de ese mismo año la derecha se había librado del hombre que más temía. Martin Luther King, el negro más brillante y carismático del siglo XX estadounidense, había recibido un disparo mortal en un hotel de Memphis. Fue un año de grandes cosechas para los hombres que izaron a Nixon al poder. Nixon sí que era de los suyos.
Y, entonces, quedó Edward Moore Kennedy, abreviado como Ted Kennedy para la mercadotecnia.
Pero cuando todos pensaban que Ted iba a ser el sucesor del rey león y el candidato invencible, sucedió, en 1969, lo del lago Chappaquiddick.
Tras una fiesta, al senador no se le ocurrió nada mejor que subirse al carro acompañado de Mary Jo Kopechne, que era ayudante en su oficina senatorial. El auto, conducido por Kennedy, quebró las defensas de un puente y cayó al lago Chappaquiddick, en Massachussetts. Mary Jo murió ahogada. El senador se salvó nadando a solas. Y avisó a la policía con seis horas de retraso para que el alcohol de la fiesta se le evaporara de las venas.
Allí se terminaron sus aspiraciones presidenciales. Sin embargo, creyendo que el apellido lo amnistiaría, el buen Ted le hizo la vida imposible a Jimmy Carter, el único presidente decente que tuvo los Estados Unidos en las últimas décadas. Al final, no obtuvo la candidatura demócrata pero sí debilitó lo suficientemente a Carter como para que Ronald Reagan lo aplastara y ensuciara de modo indeleble la irónica Casa Blanca.
De modo que Ted se convirtió en senador de antemano y en cabildero vitalicio por decisión de sus votantes y porque su progresía retórica amenizaba los debates. Su discurso en contra de la guerra de Irak, por ejemplo, alcanzó cotas de brillantez. Al final, sin embargo, la votación aplastante del patriotismo en versión Bush puso las cosas en su sitio. Y fueron a la guerra para apoderarse para siempre del petróleo iraquí.
Llegó a ser tan divertido y tan inofensivo Ted Kennedy que hasta los republicanos hablaban bien de él. Y terminó siendo tan funcional al sistema que hasta la Fox, que es como la CNN dirigida por Capone, ha lamentado su pérdida. Con lágrimas de cocodrilo por supuesto.
Fuente: Diario La Primera. Jueves 27 de agosto del 2009.
César Hildebrandt (Periodista)
Ha muerto Ted Kennedy y ahora, vestido de difunto, parece un héroe del Partido Demócrata.
La verdad es que el señor Kennedy no fue ningún héroe y, además, resulta soberanamente cierto que, como decía Borges, la muerte no mejora tanto a las personas.
Ted fue lo que quedó del clan Kennedy tras el asesinato sucesivo de John y Robert y su larga carrera como senador demostró que el imperio estadounidense puede acoger a románticos y contestatarios y usarlos como coartada.
Porque eso fue Ted en realidad: una coartada de ese bipartidismo que piensa igual cuando de los grandes temas se trata. El Senado podía decir: “tenemos a un Kennedy liberal”. Pero debía añadir: “Los liberales son necesarios mientras no estén en el poder”.
Al liberal John Kennedy, por ejemplo, lo mató una mano negra que lo empezó a ver como un obstáculo para los planes de esa trama corporativa y militar que pone y quita (y mata) a los presidentes de los Estados Unidos.
¿No había acaso Kennedy abortado la invasión a Cuba negándose a un apoyo aéreo que hubiera resultado decisivo? ¿No se había hecho el remolón para la ejecución del llamado Plan Mangosta, que consistía en una invasión en forma a la isla de Castro usando como pretexto una “provocación” armada por la CIA en aguas próximas a Guantánamo? ¿No había cedido ante Kruschev prometiendo no invadir Cuba y retirando misiles balísticos de Turquía? ¿No se oponía a la escalada sin límites de la guerra de Vietnam?
La derecha estadounidense celebró la muerte de Kennedy mientras lloraba sus lágrimas de cocodrilo en el cementerio de Arlington.
Lo que no sabía esa derecha es que detrás de John venía Robert, que había sido fiscal general, que odiaba a J. Edgar Hoover, que despreciaba a Johnson y que podía ser un peligro para la ortodoxia brutal del Pentágono.
Pues entonces se encargaron de Robert en la cocina de un hotel. Y el FBI volvió a pedir disculpas por su descuido aquel 6 de junio de 1968.
El 4 de abril de ese mismo año la derecha se había librado del hombre que más temía. Martin Luther King, el negro más brillante y carismático del siglo XX estadounidense, había recibido un disparo mortal en un hotel de Memphis. Fue un año de grandes cosechas para los hombres que izaron a Nixon al poder. Nixon sí que era de los suyos.
Y, entonces, quedó Edward Moore Kennedy, abreviado como Ted Kennedy para la mercadotecnia.
Pero cuando todos pensaban que Ted iba a ser el sucesor del rey león y el candidato invencible, sucedió, en 1969, lo del lago Chappaquiddick.
Tras una fiesta, al senador no se le ocurrió nada mejor que subirse al carro acompañado de Mary Jo Kopechne, que era ayudante en su oficina senatorial. El auto, conducido por Kennedy, quebró las defensas de un puente y cayó al lago Chappaquiddick, en Massachussetts. Mary Jo murió ahogada. El senador se salvó nadando a solas. Y avisó a la policía con seis horas de retraso para que el alcohol de la fiesta se le evaporara de las venas.
Allí se terminaron sus aspiraciones presidenciales. Sin embargo, creyendo que el apellido lo amnistiaría, el buen Ted le hizo la vida imposible a Jimmy Carter, el único presidente decente que tuvo los Estados Unidos en las últimas décadas. Al final, no obtuvo la candidatura demócrata pero sí debilitó lo suficientemente a Carter como para que Ronald Reagan lo aplastara y ensuciara de modo indeleble la irónica Casa Blanca.
De modo que Ted se convirtió en senador de antemano y en cabildero vitalicio por decisión de sus votantes y porque su progresía retórica amenizaba los debates. Su discurso en contra de la guerra de Irak, por ejemplo, alcanzó cotas de brillantez. Al final, sin embargo, la votación aplastante del patriotismo en versión Bush puso las cosas en su sitio. Y fueron a la guerra para apoderarse para siempre del petróleo iraquí.
Llegó a ser tan divertido y tan inofensivo Ted Kennedy que hasta los republicanos hablaban bien de él. Y terminó siendo tan funcional al sistema que hasta la Fox, que es como la CNN dirigida por Capone, ha lamentado su pérdida. Con lágrimas de cocodrilo por supuesto.
Fuente: Diario La Primera. Jueves 27 de agosto del 2009.
bien profe su pagina esta chevre bien por eso lo admiro
ResponderEliminarGracias Anthony por el halago inmerecido, espero puedas hallar información de tu interés en este espacio de historia y actualidad.
ResponderEliminarUn abrazo, nos vemos.