Un peruano en la revolución
Antonio Zapata (Historiador)
La semana pasada fue aniversario de la toma de la Bastilla, acontecimiento que inicia la revolución francesa en 1789. Luego, se desarrolló el movimiento revolucionario que inauguró la modernidad a escala planetaria. Se acabaron reyes y aristocracias, dando paso a las repúblicas. Fueron desapareciendo los súbditos y nació el ciudadano. Pero pocos recuerdan a un peruano que estuvo presente y cumplió un papel ejemplar. Era Pablo de Olavide, quien tenía una trayectoria singular que lo había conducido a la Francia revolucionaria.
Olavide había nacido en Lima en 1725, siendo hijo de una familia rica y de origen aristocrático. Recibió una espléndida educación y su padre le compró un cargo público, que en la época se vendían en subastas. Cuando tenía escasos 21 años sucedió el gran terremoto de 1746, que se recuerda como la mayor catástrofe sísmica de Lima. Era un domingo por la noche, el movimiento fue largo e intenso; alcanzó el grado 10 y se cayeron la mayoría de edificaciones. Lima quedó destruida. Lo peor vino a continuación, un maremoto se llevó El Callao cuya ruina fue total. El total de muertos ascendió al 10% de la población de la capital y su puerto. Una catástrofe semejante costaría hoy en día 800,000 muertos.
El virrey era Manso de Velasco, que reconstruyó la ciudad con gran energía y en forma profesional. Organizó comisiones y una de ellas fue presidida por Olavide. A poco, fue acusado de frivolidad. Le dio prioridad a la reconstrucción del teatro antes que hospitales o habitaciones para los pobres. Olavide se molestó por las críticas y se fue a España para nunca volver. Iba a convertirse en el peruano más universal del siglo XVIII.
Como era excepcionalmente talentoso, llegó a la corte y se integró a sus afanes. Era la época de Carlos III y el despotismo ilustrado. Los reyes querían ser sabios y administrar su patrimonio en forma científica. Olavide fue parte de la elite modernizadora que se enfrentó a la Iglesia Católica, donde se concentraba la resistencia conservadora. Tuvo a su cargo algunos grandes proyectos, incluyendo uno famoso de irrigación, expansión agrícola y modernización de Andalucía. Fue un buen administrador y un ilustrado famoso. Era amigo de los enciclopedistas y de Voltaire, quienes lo iban a salvar.
La Santa Inquisición le montó un proceso, acusándolo de ateísmo y encerrándolo en sus tenebrosos calabozos, donde ni el poder del rey de España podía penetrar. La campaña de ideas fue muy intensa. La Iglesia buscaba una sanción ejemplar y había elegido como chivo expiatorio al ilustrado limeño. Por su lado, tanto en España como a escala internacional se desarrolló una campaña por su libertad. Fue el primer caso internacional de derechos humanos. Se escribieron cartas, se recogieron firmas y se realizaron mítines en su nombre. Ante la avalancha, la Inquisición no se atrevió a seguir adelante y le permitió huir a Francia. Era 1790 y fue recibido con entusiasmo, la revolución había estallado el año anterior. Ya tenía 65 años.
Olavide recibió la ciudadanía francesa y se integró al mundo intelectual. No estuvo demasiado involucrado en política. Tuvo temor a ser guillotinado. Incluso se retiró a provincias cuando se impuso Robespierre con sus jacobinos. Pero, escribió un famoso libro titulado El Evangelio en Triunfo, que fue un best seller, impreso en 50 ediciones en los siguientes 20 años. Escribió también novelas y estuvo muy preocupado por explorar el cristianismo. Las tormentas revolucionarias lo alejaron del radicalismo racionalista. Conforme envejecía, fue repensando la religión de sus ancestros.
En 1798, Olavide obtuvo un perdón real que le permitió regresar a España. Gobernaba Carlos IV, quien le otorgó una pensión y le autorizó a seguir escribiendo. Le quedaban cinco años de vida y los dedicó a la reflexión ética. Trató de conciliar el cristianismo con la ilustración; buscó un puente entre los reyes y la modernización. Al fallecer, su proceso judicial lo trascendió. Por muchos años se conoció su caso como el inicio de las campañas internacionales de DDHH. Así, Olavide es nuestro vínculo con Francia y la revolución que inauguró la era contemporánea.
Fuente: Diario La República. Miércoles 22 de julio del 2009.
Antonio Zapata (Historiador)
La semana pasada fue aniversario de la toma de la Bastilla, acontecimiento que inicia la revolución francesa en 1789. Luego, se desarrolló el movimiento revolucionario que inauguró la modernidad a escala planetaria. Se acabaron reyes y aristocracias, dando paso a las repúblicas. Fueron desapareciendo los súbditos y nació el ciudadano. Pero pocos recuerdan a un peruano que estuvo presente y cumplió un papel ejemplar. Era Pablo de Olavide, quien tenía una trayectoria singular que lo había conducido a la Francia revolucionaria.
Olavide había nacido en Lima en 1725, siendo hijo de una familia rica y de origen aristocrático. Recibió una espléndida educación y su padre le compró un cargo público, que en la época se vendían en subastas. Cuando tenía escasos 21 años sucedió el gran terremoto de 1746, que se recuerda como la mayor catástrofe sísmica de Lima. Era un domingo por la noche, el movimiento fue largo e intenso; alcanzó el grado 10 y se cayeron la mayoría de edificaciones. Lima quedó destruida. Lo peor vino a continuación, un maremoto se llevó El Callao cuya ruina fue total. El total de muertos ascendió al 10% de la población de la capital y su puerto. Una catástrofe semejante costaría hoy en día 800,000 muertos.
El virrey era Manso de Velasco, que reconstruyó la ciudad con gran energía y en forma profesional. Organizó comisiones y una de ellas fue presidida por Olavide. A poco, fue acusado de frivolidad. Le dio prioridad a la reconstrucción del teatro antes que hospitales o habitaciones para los pobres. Olavide se molestó por las críticas y se fue a España para nunca volver. Iba a convertirse en el peruano más universal del siglo XVIII.
Como era excepcionalmente talentoso, llegó a la corte y se integró a sus afanes. Era la época de Carlos III y el despotismo ilustrado. Los reyes querían ser sabios y administrar su patrimonio en forma científica. Olavide fue parte de la elite modernizadora que se enfrentó a la Iglesia Católica, donde se concentraba la resistencia conservadora. Tuvo a su cargo algunos grandes proyectos, incluyendo uno famoso de irrigación, expansión agrícola y modernización de Andalucía. Fue un buen administrador y un ilustrado famoso. Era amigo de los enciclopedistas y de Voltaire, quienes lo iban a salvar.
La Santa Inquisición le montó un proceso, acusándolo de ateísmo y encerrándolo en sus tenebrosos calabozos, donde ni el poder del rey de España podía penetrar. La campaña de ideas fue muy intensa. La Iglesia buscaba una sanción ejemplar y había elegido como chivo expiatorio al ilustrado limeño. Por su lado, tanto en España como a escala internacional se desarrolló una campaña por su libertad. Fue el primer caso internacional de derechos humanos. Se escribieron cartas, se recogieron firmas y se realizaron mítines en su nombre. Ante la avalancha, la Inquisición no se atrevió a seguir adelante y le permitió huir a Francia. Era 1790 y fue recibido con entusiasmo, la revolución había estallado el año anterior. Ya tenía 65 años.
Olavide recibió la ciudadanía francesa y se integró al mundo intelectual. No estuvo demasiado involucrado en política. Tuvo temor a ser guillotinado. Incluso se retiró a provincias cuando se impuso Robespierre con sus jacobinos. Pero, escribió un famoso libro titulado El Evangelio en Triunfo, que fue un best seller, impreso en 50 ediciones en los siguientes 20 años. Escribió también novelas y estuvo muy preocupado por explorar el cristianismo. Las tormentas revolucionarias lo alejaron del radicalismo racionalista. Conforme envejecía, fue repensando la religión de sus ancestros.
En 1798, Olavide obtuvo un perdón real que le permitió regresar a España. Gobernaba Carlos IV, quien le otorgó una pensión y le autorizó a seguir escribiendo. Le quedaban cinco años de vida y los dedicó a la reflexión ética. Trató de conciliar el cristianismo con la ilustración; buscó un puente entre los reyes y la modernización. Al fallecer, su proceso judicial lo trascendió. Por muchos años se conoció su caso como el inicio de las campañas internacionales de DDHH. Así, Olavide es nuestro vínculo con Francia y la revolución que inauguró la era contemporánea.
Fuente: Diario La República. Miércoles 22 de julio del 2009.
En efecto, un limeño ilustrado de aquella oligarquía de la vieja Ciudad de los Reyes, tan españolista. En toda España tiene calles y plazas. En el madrileño barrio de Chamberí tiene una placita muy tranquila, circular, donde yo jugaba en mi niñez. La Universidad de Sevilla se llama Pablo de Olavide. Es que en Andalucía tien gran popularidad porque realizó un ambicioso proyecto: las repoblaciones de Sierra Morena y alto Guadalquivir. A fines del XVIII el paso histórico de Despeñaperros era un foco de bandoleros y atracadoes de caminos. Por ahí pasaba el Camino Real de Sevilla y Cádiz (hoy autopista de Andalucía A-4) y de Cádiz a las Indias. Muschos convoyes fueron asaltados por estas bandas de malhechores. Pueblos de nueva planta fueron construidos y que llevaban y llevan nombres de infates y reyes: La Carlota, La Fernadina, La Luisiana, poblados por repobladores de Centroeuropa traídos expresamente para ello.
ResponderEliminarLa Inquisición le hizo "radical coyuntural" es decir, solo por rabieta, más que por convicción, pues los Ilutrados del XVIII y sibre todo los españoles y sudamericanos, eran reformistas y no revoluionarios.
En 1989, con motivo del segund9 centenario de la Revolución Francesa, un monográfico del diario madrileño El País hizo una semblaza del iluste limeño. Recalcaba su pánico a la "revolución" de verdad, o sea el Jacobinismo de Robespierre. Se volvió al redil cual oveja descarriada. No era su revolución. Era un gran burgués y no pasaba de simple parlamentarismo pero...ah el igualitarismo...Y como él, casi todos los viejos ilustrados: Leandro Fernández de Moratín o el mismísimo pinto Francísco de Goya y muchos más.
En suma, muy bueno en su tiempo del siglo XVIII o en el cómodo reinado del bonachón Carlos III pero ná de ná en los nuevos tiempos del bobalicón Carlos IV.
Saludos Eddy