viernes, 29 de agosto de 2008

Inglaterra y la abolición de la esclavitud en el Perú.

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El tráfico del terror

ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XIX ENTRE DIEZ Y QUINCE MILLONES DE PERSONAS FUERON CAPTURADAS EN ÁFRICA PARA SER TRANSPORTADAS, VEJADAS Y VENDIDAS EN EUROPA Y AMÉRICA COMO "PIEZAS" O "MERCADERÍA". A CONTINUACIÓN IMÁGENES Y CIFRAS DE UN LIBRO QUE APORTA NUEVAS PISTAS SOBRE EL FENÓMENO DE LA ESCLAVITUD: INGLATERRA Y LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN EL PERÚ, DE MANUEL SAPONARA

Por Jorge Paredes Laos

La ruta que unía África con Brasil era conocida como middle passage porque era el punto intermedio de la llegada a las indias occidentales. En 1770 era surcada por 192 barcos negreros ingleses, cuya capacidad de carga era de 50 mil esclavos. Los franceses transportaban hasta 30 mil "piezas" anualmente y los portugueses diez mil. Un barco de unas 150 toneladas podía transportar hasta 600 esclavos. Todo un comercio que floreció por cuatro siglos y que transportó forzadamente a varios millones de personas. En un trabajo clásico referido al tema, Herbert S. Klein señalaba que solo en el siglo XVII habían ingresado al Brasil y la América hispana 2,2 millones de africanos, una cantidad monstruosa que pudo haber sido mayor si tenemos en cuenta que buena parte de los embarcados moría en el largo viaje que unía África con el litoral americano. Los esclavos no solo morían de hambre o de enfermedades en las frías bodegas, sino también era frecuente que fueran arrojados vivos al mar como castigo por amotinarse o por falta de alimentos. Después de 1807, cuando Inglaterra comenzó a presionar a las nuevas repúblicas americanas para que cumplieran los tratados abolicionistas, muchos traficantes arrojaban su "carga humana" al océano si eran sorprendidos por las patrullas inglesas.

Ya en tierra, los esclavos eran vendidos según varias categorías: Al que estaba en pleno uso de sus facultades se le llamaba "Alma en boca". Era el de mayor precio. Se pagaba 250 pesos por ellos en Potosí. "Con todas sus tachas" significaba que el vendedor no se hacía responsable de los defectos del esclavo. "Costal de huesos" designaba al que podía tener enfermedades ocultas y a "usanza de feria" era el que valía menos que un indio. Es decir, casi nada.

DECRETOS DE URGENCIA
Todos estos datos recogidos por Manuel Saponara en el libro Inglaterra y la abolición de la esclavitud en el Perú (Fondo Editorial del Congreso), dan cuenta de la crueldad y a la vez del refinamiento de una práctica considerada como natural en un buen tramo de la historia, que comenzó a perder prestigio recién con la expansión de las ideas de la Ilustración en el siglo XIX.

Justamente, el libro de Saponara se concentra en este período y en los acontecimientos desencadenados en el Perú desde la Independencia hasta la abolición de la esclavitud, el 3 de diciembre de 1854. En síntesis, las ideas abolicionistas llegaron al Perú con San Martín, pero se estrellaron con una realidad terrible: ni hacendados ni caudillos militares querían cambiar el statu quo. En primer lugar, porque tanto los ejércitos patriotas como los realistas se alimentaban de la fuerza esclava, costumbre que sería seguida después por los caudillos militares, los cuales engrosaron sus tropas con los negros de las haciendas (de ahí los innumerables decretos dados entre 1821 y 1839 que ofrecían leva y libertad a los esclavos que se uniesen a las fuerzas en contienda, aunque luego muchas de esas promesas eran incumplidas, y empujaban a los burlados al pillaje y el bandolerismo); y en segundo término, porque la economía agraria y la mentalidad de los dueños de las tierras seguían siendo esclavistas. Por eso la "libertad de vientres" ("nadie nace esclavo en el Perú"), decretada por San Martín después de la independencia, prácticamente cayó en saco roto. Saponara recoge el testimonio de un hacendado que en 1834 poseía "400 negros, 300 negras y 200 negritos" y se quejaba de la falta de esclavos. "Perdemos muchos de ellos y las tres cuartas partes de los negritos mueren antes de llegar a los doce años. No tengo ya más que novecientos, comprendiendo a estos débiles niños" (p.190). Otro dato relevante es que el azote sobrevivió a la abolición, y existen pruebas de que en 1854 se seguía azotando a los negros libertos. Ya para entonces, bajo la presión inglesa, sobre lo cual abundan referencias en el libro, el gobierno peruano había prohibido toda práctica esclavista.

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Las cosas no cambiaron mucho hasta la primera mitad del siglo XIX. Habían pasado más de veinte presidentes, sin contar protectores y juntas de gobierno, incluido un período de Ramón Castilla (1845-851), en que se reanudó la "importación" de esclavos de Colombia, pero la gota que derramó el vaso fue una nueva guerra civil. El gobierno del general José Rufino Echenique desfallecía en medio de escándalos y el saqueo de las arcas fiscales. Ante el descontento, se levantó primero Domingo Elías en Ica y luego Ramón Castilla organizó la revolución en Arequipa. Echenique se quedó con un ejército debilitado y recurrió a la vieja táctica de los caudillos. El 18 de noviembre de 1854 lanzó un decreto que concedía la libertad a todos los esclavos que se enrolasen a su ejército por dos años y a sus mujeres "legítimas", además prometía un pago a los dueños de los liberados. Saponara cita al propio Echenique, quien cuenta que mandó liberar a 116 esclavos venidos de Nueva Granada y "comprados por Domingo Elías y consentidos por Castilla" (p. 216). Entonces, Castilla fue más allá que su oponente: el 3 de diciembre en Huancayo expidió el decreto que "abolía la esclavitud en todo el Perú". Según Ricardo Palma en ese momento había cuatro mil esclavos. La cifra, sin embargo, se quedó corta, pues un año después los ex propietarios presentaron al gobierno una lista de 26.419 manumisos para cobrar las respectivas indemnizaciones. ¿Qué había pasado? Un editorialista de El Comercio lo explicaba así en un artículo del 27 de agosto de 1858: "Los esclavos muertos se están pasando por vivos; y los libres por esclavos. Lo mismo se está pagando por un esclavo recién nacido que por uno viejo de ochenta años o que por uno robusto" (p. 231). Todo esto generó un gran costo al erario nacional. El Estado tuvo que desembolsar casi ocho millones de pesos (en efectivo y en billetes de pago diferido), siete millones más de lo que había pensado Castilla.

En la mitad del siglo XIX todos sabían que la esclavitud tenía los días contados, pero como dice Saponara nadie quería darle el tiro de gracia. Ya sea por interés o por convicción Castilla sí se atrevió a jalar el gatillo.
Fuente: Suplemento El Dominical (El Comercio)

domingo, 24 de agosto de 2008

La selección peruana y las Olimpiadas de Berlín 1936

Controversia. Berlín 36. Un mito derrumbado

Nunca hubo despojo ni conspiración nazi. Lo que realmente ocurrió con la selección peruana de fútbol que participó en las Olimpiadas de 1936 quedó oculto por una nebulosa de versiones antojadizas. A lo largo de 72 años, cierta prensa alimentó el mito de un equipo que pudo haber alcanzado la gloria de no haber sido por la intervención del mismísimo Adolfo Hitler. Una investigación del periodista Luis Carlos Arias Schreiber, incluida en el libro ‘Ese gol existe’ (Fondo Editorial de la PUCP), derriba la leyenda más celebrada del deporte nacional.

Por Claudio Chaparro.

17 de setiembre de 1936. Lima recibe en las calles a los héroes de Berlín. Entre ovaciones y aplausos, la ciudad toda ubica en un pedestal a los integrantes de aquel equipo de fútbol que había jugado en las Olimpiadas.

Apenas semanas atrás, la actuación de esa escuadra que tenía en sus filas a los míticos Alejandro ‘Manguera’ Villanueva, Teodoro ‘Lolo’ Fernández, Juan ‘Mago’ Valdivieso y Adelfo ‘Bólido’ Magallanes había sido convertida en una leyenda que el paso de los años resumió así: la imbatible selección peruana fue despojada, por presión directa del propio Adolfo Hitler, de su derecho a disputar la medalla de oro de las Olimpiadas de Berlín. La leyenda –urdida nadie sabe con exactitud por quién– aseguraba que las autoridades olímpicas ordenaron que se jugara otra vez el partido Perú-Austria (que ya habíamos ganado 4-2 y con el árbitro en contra) porque el campo en donde se desarrolló el encuentro no tenía las medidas reglamentarias.

Aquella versión se repitió en el Perú de generación en generación. Y la hemos creído a pie juntillas. Sin embargo, hay otra versión de la historia, nacida en Europa y muy bien documentada.

El periodista Luis Carlos Arias Schreiber buscó en archivos, encontró documentos, rescató testimonios y volcó el resultado en un artículo titulado ‘Berlín, 1936: la verdadera historia de los olímpicos peruanos’, el cual forma parte del libro ‘Ese gol existe’, editado por el sociólogo Aldo Panfichi y publicado por el Fondo Editorial de la PUCP.

Lo que Arias Schreiber ha hecho es dinamitar el mito sobre la hazaña y el despojo del que, se decía, habían sido víctimas los ‘Olímpicos de Berlín’: en ese torneo, sostiene el autor, no le ganamos a ningún equipo realmente poderoso, Adolfo Hitler nada tuvo que ver en la eliminación del Perú y si se ordenó repetir el partido ante los austriacos fue porque hubo un puñado de hinchas peruanos que invadió el campo de juego y agredió a los europeos. La polémica está abierta.

DE FICCIÓN EN FICCIÓN

La prensa peruana ha distorsionado a lo largo de 72 años los sucesos de Berlín con narraciones en las que predomina la fantasía y se soslaya la verdad. Sobre los legendarios olímpicos se cuenta una historia en el Perú y otra, muy distinta, en Europa.

Por ejemplo, en el libro ‘Una historia del fútbol peruano’, escrito en 1975 por el periodista Guillermo Thorndike, se narra con lujo de detalles la manera en que el arquero peruano ‘Mago’ Valdivieso le atajó en Berlín un penal al austriaco Steinmetz.

"… El disparo va hacia la izquierda, a interceptarlo vuela Valdivieso. Manotea. Steinmetz ha fallado el penal por cinco centímetros". Eso dice el relato de Thorndike. Sin embargo, según la documentación hallada por Arias Schreiber, en aquel partido Perú-Austria el árbitro noruego Khristiansen no sancionó penal alguno.

Los hechos cuentan que el jueves 6 de agosto de 1936 Perú venció 7 a 3 a Finlandia en el estadio Hertha Platz. Cinco goles de ‘Lolo’ Fernández, uno de Villanueva y otro de Morales nos dieron la victoria.

El problema surgió el sábado 8 de agosto. Ese día, en el mismo estadio, Perú jugó ante Austria. Aquel equipo austriaco era amateur. Nada tenía que ver con el famoso ‘Wunderteam’ o equipo maravilla austriaco que deslumbró Europa en los años treinta.

Arias Schreiber demuestra, con las alineaciones de uno y otro equipo austriaco, que Perú no le ganó al famoso ‘Wunderteam’ (del fabuloso Mathias Sindelar), sino a un cuadro netamente aficionado y de menor calidad.

El resultado fue 4-2 para Perú. Hasta el minuto 75 Austria vencía por 2-0. Perú empató 2-2, con goles de Jorge Alcalde y ‘Manguera’ Villanueva. Fue en el tiempo extra cuando otra vez Villanueva y luego ‘Lolo’ Fernández pusieron el definitivo 4-2.

DOCUMENTOS OFICIALES

La versión peruana de aquel cotejo dice que el árbitro Khristiansen favoreció siempre a los austriacos. Y que Perú ganó con gran fútbol y una garra indomable. Además, que Hitler se molestó por el resultado (¿cómo iba a quedar eliminada la raza aria?) y que inventaron una tonta excusa para jugar otra vez el partido.

Sin embargo, Arias Schreiber revela que en la ‘Memoria del Comité Nacional de Deportes y Comité Olímpico Peruano (año 1936)", el presidente de esa institución, Eduardo Dibós Dammert, dio a conocer otra versión.

Es la del diario londinense Daily Sketch. Según este medio fueron mil peruanos los que armados de fierros, cuchillos y revólveres invadieron el campo de juego en pleno partido, agredieron a tres jugadores austriacos y dejaron a los europeos con ocho jugadores.

Dibós Dammert también consignó que esa versión se difundió en toda Europa a la semana siguiente del partido. Incluso comentó que en las calles de Berlín, desde altoparlantes colocados en estaciones de radio, se decía: "los cobardes peruanos han huido a Lima ante los valerosos jugadores austriacos".

Hubo también una versión oficial. Fue publicada por el alemán Carl Diem, secretario general del Comité Olímpico Alemán. Allí se hace referencia al partido Perú-Austria. Se afirma que "se produjeron hechos que impidieron el desarrollo normal del partido… Fue imposible impedir que los espectadores entren al terreno de juego, y uno de ellos dio un golpe a uno de los jugadores".

Frente a esta agresión –dice el informe de Diem– el Jurado de Apelación, en donde no había ningún dirigente alemán y era formado por la FIFA, decidió que el partido se jugase otra vez el lunes 10 de agosto y a puertas cerradas. Es decir, no se reprogramó "porque las dimensiones del campo eran irregulares", como se dijo durante más de sesenta años en Perú.

Al no presentarse el equipo peruano, el cotejo se reprogramó otra vez para el martes 11 de agosto. Y Perú tampoco se presentó. Recién ese día Austria fue declarado ganador. La versión oficial, entonces, niega que haya habido alguna injerencia de Hitler.

Según Arias Schreiber, aquella leyenda de que Hitler montó en cólera y ordenó anular el triunfo peruano, apareció en Lima luego, en 1946, es decir, cuando el Fuhrer ya estaba muerto y ya se conocían las atrocidades que cometió cuando estuvo en el poder. Era –sostiene el periodista– un aditivo más para la leyenda. Y con el tiempo nadie, hasta ahora, se había atrevido a ponerla en duda.

Pero hubo una tercera versión, probablemente la más imparcial: la del periodista estadounidense David Wallechinsky, hacedor de un extraordinario recuento de la historia de los Juegos Olímpicos (The complete book of the Summer Olimpics Games). En su texto asegura que durante el tiempo suplementario algunos aficionados peruanos invadieron el campo de juego.

"Lo que sigue –afirma Wallechinsky– depende del continente en que sea contada la historia". De todas formas, asegura que un hincha peruano golpeó a un jugador austriaco. "Los peruanos, entonces, tomaron ventaja del caos (en esa época no se hacían cambios así un futbolista se lesionara) y anotaron los goles del triunfo", agrega. También dice que Austria protestó y los peruanos se negaron a presentarse otra vez.

En Lima, por esos días, se formó un sentimiento antialemán. Ese 17 de setiembre de 1936 la gente se aglomeró en el Callao para recibir a los olímpicos. Eran héroes. Aunque la historia se haya contado de una manera distinta en una y otra parte.

Ver artículo completo en:
http://www.larepublica.com.pe/content/view/238377/

miércoles, 20 de agosto de 2008

HIPERINFLACIÓN Y FUJISHOCK.

Memoria de la gran crisis económica peruana (1988-1991)

El fujishock hoy pertenece a la memoria colectiva del país, pero hay que decir que tuvo como precedente la más grande crisis económica peruana. Antes del fujimorismo, el gobierno encabezado por Alan García había empezado con grandes expectativas, pero terminó con una hiperinflación que hacía variar los precios casi de un día para otro.

Sally Bowen reseña en su libro ‘El Expediente Fujimori’ lo que fue acaso el primer error de García: "En su discurso inaugural de 1985, (anunció) que limitaría el pago de la deuda externa (…) al 10% del valor anual de las exportaciones. Su rebelión, que despertó vanas esperanzas de marcar una tendencia a ser seguida por otros líderes latinoamericanos, le costó mucho al Perú. El país fue declarado ‘inelegible’ para recibir préstamos en el futuro". Y mientras García dejaba de pagar, los intereses de la deuda se multiplicaban y la inversión extranjera se extinguía.

No fue su único error. En 1987 García intentó estatizar la banca, pero no pudo ante la férrea resistencia de los banqueros. El intento incluso dio origen al Movimiento Libertad, que encabezó Mario Vargas Llosa y que llamó la atención sobre el sesgo autoritario del proyecto. Según la página web Perú Político, "al finalizar el año 1987, la crisis era evidente: la inflación empezó a galopar (114% en diciembre), la producción se estancó y la balanza de pagos tuvo, en 1987, un saldo negativo". La inflación se convirtió en hiperinflación y el voluntarioso presidente debió aceptar un ‘paquetazo’ que su ministro Abel Salinas hizo efectivo en 1988.

El sociólogo Carlos Reyna, autor del libro "La Anunciación de Fujimori-Gobierno de Alan García 1985-1990", cuenta que ese ajuste también tuvo consecuencias terribles para la economía de los sectores más pobres. Pero el propio Alan García torpedeó el efecto. "Ese paquetazo fue el primero de varios ajustes que el gobierno aprista debía hacer. Pero García, afectado por la baja en su popularidad, decidió dejar de lado los ajustes posteriores. Con ello, el paquetazo del 88 no sirvió para nada. Y cuando le preguntaron por qué revirtió las medidas, dijo que era ‘por intuición política’. Inconcebible".

Lo que siguió fue el aumento del desempleo y la caída del ingreso. En los dos últimos años del gobierno aprista no hubo cambios: se despidió con niveles de inflación de 50% al mes. Un desastre. En esa coyuntura llegó el cambio de gobierno.

El Golpe

Alberto Fujimori ganó las elecciones de 1990 afirmando que no aplicaría un shock económico, pero, como ha sido costumbre en su vida política, faltó a su palabra. Apenas diez días después de asumir el gobierno, aplicó la medida en nombre de "la estabilización de la economía". El economista Javier Iguíñiz señala que este ‘paquetazo’ fue aplicado para completar el trabajo que ya se había iniciado con el ajuste de Salinas del 88, al que también considera de dimensiones similares por su efecto en las mayorías pobres.

Mientras el país vivía con precios impagables, los economistas llamaron la atención sobre el punto flaco del shock fujimorista: fue aplicado sin anestesia. "Se eliminaron los subsidios, se elevaron varias veces los precios de los productos y no hubo aumento de salarios ni fortalecimiento de los programas sociales para paliar el alza", recuerda Iguíñiz. Los más afectados, como siempre, fueron los asalariados. "De un día para otro se encontraron con un montón de billetes que no valían nada en los bolsillos".

En agosto del 90 los pobres, los obreros, los que ganaban un salario, no tenían nada que vender, solo su trabajo. "Y su trabajo se había reducido a un tercio. En cambio los empresarios grandes no la pasaron mal. Sus productos costaban más que antes" dice Carlos Reyna. Javier Iguíñiz completa la idea: "los empresarios grandes podían sobrevivir porque el costo de la mano de obra bajaba". Un analista político acuñó entonces una frase precisa: precios japoneses, salarios africanos.

Hoy muchos recuerdan que la población recibió el golpe con estoicismo. Si bien hubo saqueos al inicio y protestas esporádicas, después las cosas se tranquilizaron. Se barajaron varias razones: 1) Que el gobierno decretó el estado de emergencia en 11 capitales de departamento para controlar los desmanes. 2) Que la población tenía miedo a las acusaciones de terrorismo (Sendero Luminoso y el MRTA estaban operativos) y no quería problemas. 3) Que la población le dio crédito a un gobierno que recién se iniciaba. "Ese shock atemorizó a la gente y le permitió a Fujimori aplicar más adelante una durísima política laboral", explica Javier Iguíñiz. ¿Tuvo efectos el fujishock? Sí. Controló la inflación y, tiempo después, logró el crecimiento del PBI.

En 1991 tuvo lugar el cambio de ministro que configuró el modelo económico neoliberal que hasta hoy nos gobierna. Carlos Boloña reemplazó a Hurtado Miller y en marzo anunció medidas: todos los subsidios eran eliminados, las tasas de interés no serían controladas, se abolió el sistema de estabilidad laboral para trabajadores en planilla. Cuando Fujimori dio el autogolpe de Estado al año siguiente, el 5 de abril de 1992, se oficializó el modelo económico de libre mercado.

"Durante la década del 90, hubo una concentración de riqueza en una élite que nunca fue golpeada con el fujishock", dice Carlos Reyna. El crecimiento posterior se logró a costa de las mayorías pobres. Hasta hoy el modelo no ha cambiado.
Fuente: Revista Domingo
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domingo, 10 de agosto de 2008

EL CÓDIGO MURÚA Y GUAMÁN POMA DE AYALA

UNA HISTORIA ILUSTRADA DE LOS INCAS

El código Murúa

LOS MANUSCRITOS DE UN PADRE MERCEDARIO Y LOS EXTRAORDINARIOS DIBUJOS DE SU COLABORADOR, EL CRONISTA INDIO GUAMÁN POMA DE AYALA, SORPRENDEN EN UNA EXPOSICIÓN EN EL INSTITUTO GETTY DE ESTADOS UNIDOS. SE TRATA DE UN CASO RARO EN QUE UN EUROPEO Y UN INDÍGENA TRABAJARON JUNTOS, ALLÁ EN LOS ALBORES DEL SIGLO XVII.

Por Jorge Paredes Laos

1996. Dublín, Irlanda. Después de veintiséis años de búsqueda, el antropólogo Juan Ossio da con el manuscrito del mercedario Martín de Murúa en una biblioteca particular. Su propietario, el coleccionista John Galvin, acababa de morir y toda su herencia bibliográfica pasaba a manos de su hijo Sean. El documento estaba prácticamente intacto a pesar de que había sido escrito y pintado cuatro siglos atrás. De sus cuatro capítulos, los dos primeros estaban referidos a los reyes incas, sus coyas, y los capitanes del imperio y los otros dos restantes detallaban diversos aspectos de la vida social y religiosa, y describían algunas ciudades de los cuatro suyos. Pero lo más sorprendente era la gran factura de las ilustraciones, que habían sido realizadas en su mayoría por el pintor y cronista indio Guamán Poma de Ayala. Se trataba de una obra producida al alimón entre un europeo y un artista indígena del siglo XVI.

El manuscrito de Murúa era hasta entonces una especie de tesoro incompleto. Las primeras señales de su existencia se habían producido a fines de los años cuarenta cuando el profesor español Manuel Ballesteros había dado a conocer el hallazgo de un manuscrito colonial que contenía ilustraciones de los principales incas, en poder del duque de Wellington. En 1962 Ballesteros publicaría la copia de los 38 dibujos en blanco y negro. Años después, Juan Ossio encontraría en la Biblioteca Nacional un expediente que ofertaba algunas copias de esta edición, por lo que partió hacia Inglaterra para ver los dibujos a color; allí los fotografió y posteriormente donó las imágenes a la Biblioteca Nacional.

En ese momento -recuerda Ossio- se pensaba que existían dos copias y que solo una era la original. Pero el tiempo aclaró las dudas. Hoy se sabe que tanto el manuscrito hallado en Irlanda, en poder de Galvin, como el encontrado en Inglaterra, en manos del duque de Wellington, eran originales. El primero tiene cuatro capítulos y es más voluminoso y fue realizado por Murúa y Guamán Poma de Ayala en 1590, aunque tiene anotaciones hasta 1604; y el segundo es una especie de edición reducida realizada por Murúa entre 1605 y 1613 aproximadamente.

Es innegable que los dos manuscritos de Murúa guardan relación con la Nueva Corónica y Buen Gobierno, la obra desarrollada por Guamán Poma de Ayala entre 1615 y 1616. No solo comparten los mismos temas y el estilo de las ilustraciones, sino que mencionan algunos nombres de los hermanos Ayar, que no son registrados por otros cronistas.

"Lo extraordinario -enfatiza Juan Ossio- es que tenemos tres documentos emparentados. Uno inicial donde vemos las manos del sacerdote y del indígena y dos posteriores, hechos por cada uno de ellos de manera independiente. Si los ponemos en una gradiente, veremos que en un extremo está lo indígena y en el otro lo europeo, y en la instancia intermedia hay una obra que conjuga las dos visiones". Incluso es probable que la Nueva Corónica haya sido concebida por Guamán Poma en respuesta a lo expresado por Murúa, luego de que el cronista indio se enemistara con el español.



Leer el texto completo en:
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-08-10/el-codigo-murua.html

viernes, 8 de agosto de 2008

GOBIERNO, GOBERNANZA Y GOBERNABILIDAD EN EL PERÚ.

El Zorro de Arriba. La gobernabilidad

Sinesio López Jiménez (Sociólogo)

En sus orígenes tuvo un sentido conservador. Pero con el tiempo la gobernabilidad se ha transformado en un concepto relativamente neutro que es utilizado por los teóricos y los políticos de diversas orientaciones ideológicas y por los regímenes políticos democráticos y de los otros. La razón principal es que ningún gobierno, ningún régimen político y ninguna sociedad, en suma, pueden vivir en el caos permanente. Todos ellos requieren un mínimo de orden para hacer viable la convivencia social. Huntington, politólogo conservador, escribió en uno de sus libros clásicos, El orden político en las sociedades en cambio, que uno de los méritos de los regímenes comunistas era haber logrado organizar un alto nivel de gobernabilidad. Hasta donde sé el primer teórico en usar el término fue Max Weber, destacado sociólogo alemán, quien lo utilizó en sus escritos políticos para señalar que la democracia como contenido (valores, bienes, participación, soberanía popular) chocaba con la gobernabilidad y que, por eso mismo, era necesario organizar la democracia como procedimiento; esto es, postular una democracia como un método (las elecciones) a través del cual los ciudadanos eligen a sus gobernantes y representantes y los dejan gobernar.

Como concepto, sin embargo, el primero en aludir a ella, fue Tomás Hobbes quien, como todos los teóricos del contrato, fundamentó la política en el estado de naturaleza y, en su caso particular, en la guerra de todos contra todos y en el miedo. Ello induce a los ciudadanos, según Hobbes, a entregar sus derechos absolutos al Leviatán, el dios mortal que, en nombre del Dios inmortal, crea el orden (la sociedad civilizada) para que todos puedan vivir en paz. Hobbes resumió sus ideas centrales en el símbolo del Leviatán que adorna una de las carátulas de su libro (porque hay otra elaborada y dedicada a su amigo Carlos II) en la que aparece la mitad superior del cuerpo de un hombre, constituido por múltiples cabezas (inteligencias y voluntades) de hombres mirándose entre sí, que observa y domina el mundo, que adorna su cabeza con una corona de rey y que sostiene el báculo del Papa con su brazo izquierdo y la espada con el derecho. Es el símbolo del Estado Soberano que ejerce el poder porque él, ya no Dios, es el titular del mismo gracias a la voluntad de los ciudadanos.

Fundando la política, ya no en la naturaleza humana, sino en la historia –como todos los científicos sociales modernos desde Montesquieu en adelante– fue Tocqueville, el teórico político más importante del siglo XIX, quien sostuvo que cuando una sociedad producía más movimientos sociales que instituciones generaba necesariamente inestabilidad. Se adelantó a lo que hoy la ciencia política llama gobernanza. En la década del 70, Huntington, Crozier y Watanuki, de la Comisión Trilateral, retomaron y radicalizaron hacia la derecha el concepto weberiano, afirmando que la democracia, al estimular las demandas de los ciudadanos, sobrecargaba al Estado, lo inducía a la crisis y generaba inestabilidad e ingobernabilidad. Su propuesta conservadora era limitar la capacidad que tienen las democracias de formular demandas.

En la misma línea conservadora, añadiéndole un toque tecnocrático, los neoliberales de los 80 y 90 identificaron la ingobernabilidad con la parálisis decisoria como resultado de la presión social y del escrutinio público desplegado por los ciudadanos, estimulados por la vigencia de la democracia. Su receta igualmente conservadora fue concentrar el poder de decisión en la cúpula (Presidente, alta burocracia y poderes fácticos) y gobernar apelando a la sorpresa y al secreto (los decretos de urgencia).

La ciencia política convencional diferencia la acción de gobierno, la gobernanza (el conjunto de reglas, procedimientos y rutinas que regulan a la primera) y la gobernabilidad, y reduce esta última a los factores estructurales que limitan o potencian las políticas públicas desplegadas por el gobierno. Se dice entonces, por ejemplo, que una región, un país o un continente son ingobernables porque poseen un bajo grado de desarrollo, no tienen un Estado consolidado, son agobiados por una profunda desigualdad social, etc. Me parece que esa perspectiva es unilateral puesto que los problemas de la gobernabilidad atraviesan las instituciones (gobernance) y la acción de gobierno (goberning). De hecho, existen actores (el caudillismo, los outsiders, el movimientismo) y acciones de gobierno (la improvisación, los exabruptos, las inspiraciones de García por ejemplo) que afectan la gobernabilidad. Igualmente existen diseños institucionales (la designación presidencial en elección de dos vueltas, el sistema proporcional puro, el presidencialismo plebiscitario exacerbado –tipo García–, la inexistencia de un sistema de partidos) que afectan seriamente la gobernabilidad. Tengo la impresión que García y el Apra tienen un concepto primario, unilateral y conservador de la gobernabilidad. Ellos están dispuestos a sacrificar la democracia y la transparencia en nombre del orden neoliberal. Ese y no otro es el sentido de la coalición aprofujimorista formada recientemente en el Congreso.

Fuente: Diario La República. 08 de Agosto del 2008.

miércoles, 6 de agosto de 2008

HISTORIA DEL SISTEMA DE CAMINOS EN EL PERÚ.

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Sucedió. Caminos y carreteras
Por Antonio Zapata (historiador)

En el antiguo Perú, los caminos eran una maravilla. Desde épocas muy remotas, los seres humanos habían establecido contacto y circulaban bastante. El mismo despertar del asentamiento de Caral se explica por el intercambio de productos civilizatorios entre regiones de costa, sierra y selva. Milenios después, los caminos fueron unificados bajo el imperio inca para la afirmación del Estado y, al entrar los españoles, había más de 30,000 km que cruzaban todo el territorio andino.
Los principales eran dos, que corrían de norte a sur, atravesando tanto la costa como la sierra. Estos caminos longitudinales estaban conectados por multitud de ramales y se complementaban con rutas de penetración hacia la selva. Ese era el Qhapac Ñan, cuyo estudio y puesta en valor constituyó una iniciativa cultural de amplio alcance, emprendida por la anterior dirección del INC, bajo la conducción de Luis Lumbreras.

Los españoles admiraron a los incas por su organización. Les parecieron los romanos de América. Los europeos encontraron civilizaciones indígenas con mayor nivel de conocimientos científicos y otras que producían muchos objetos de lujo. Al lado de ellas, los incas les parecieron algo toscos. Pero, muy bien organizados. Los nuestros destacaron por la coherencia y conducción del aparato estatal.
Dos elementos del Tawantinsuyu impactaron profundamente a los españoles. El primero eran estos caminos, el segundo eran los tambos. El inca mantenía depósitos de alimentos que alejaban el fantasma del hambre. Los españoles venían de pestes y hambrunas que habían asolado el Viejo Mundo durante el medioevo. Les pareció increíble encontrar un pueblo donde el hambre hubiera desaparecido. Asociaron los grandes depósitos del Inca de Jauja con la abundancia. De ahí proviene una de las imágenes europeas más fuertes: el país de Jauja, sinónimo de abundancia en toda la literatura occidental. Esa imagen se refiere a nosotros. Parece mentira, pero es verdad.

El común de las gentes cree que la movilidad de bienes y personas era superior en época de los españoles. Pero, no es cierto. La rueda no sirvió de mucho en el Perú. El camino inca era para caminantes y para llamas. Tenía muchas escaleras que hacían imposible el paso de carretas. De este modo, los españoles se transportaron durante la colonia con mulas, que fueron destruyendo con sus duras pezuñas, el camino del inca, concebido para pisadas muy suaves.

Los arrieros coloniales y del siglo XIX se movían a lomo de bestia, por caminos malísimos que frecuentemente eran asaltados por malhechores. Las cosas empeoraron sensiblemente durante el primer siglo republicano, cuando tan cerca como la Tablada de Lurín se encontraban peligrosos bandoleros que asolaron varias veces la capital. El Estado se había venido abajo y, comparado con el poder del inca, los primeros presidentes republicanos eran pigmeos.

Este estado de cosas empezó a ser superado durante el "oncenio" de Leguía. Habían llegado los vehículos a motor y la red carretera se constituyó en una prioridad. De una manera compulsiva y a través de una ley de conscripción vial, se construyó el primer sistema para carros y camiones. Pocos años después, en los treinta, Benavides construyó la Panamericana y se restableció la comunicación de valle en valle por la costa, atravesando los desiertos, algo que se había perdido al caer el Tawantinsuyu. Parecía que los medios técnicos de la modernidad permitirían superar por fin el legado de los incas. Dicho sea de paso, recién en 1940, el Perú alcanzó la población del imperio incaico, 12 millones de habitantes.

Pero no fue así, la modernidad se detuvo en seco. Al comenzar el siglo XXI, el hambre azota a casi la mitad de los hogares, mientras que ninguno padecía de este flagelo hace quinientos años. Peor aún, las carreteras se han vuelto un tremendo peligro. Viajar en ómnibus es anticipar el ataúd o arriesgar el asalto. Urge una reforma a fondo y sería conveniente considerar los principios que guiaron al transporte de larga distancia en la época precolombina. Hay buenos libros y personal peruano calificado en la materia. Ahora que viajar por tierra es exponerse a la muerte, es preciso aprender algo del Qhapac Ñan, el mejor sistema de caminos que tenía el mundo de entonces.

Fuente: Diario La República