domingo, 30 de marzo de 2014

Breve historia del Brasil. João Goulart y el fin de su régimen.

1964: ¿golpe o revolución?



El régimen surgido hace 50 años es considerado una ‘dictadura’ porque así lo quiere la sociedad.

Laurentino Gomes (Periodista y escritor brasileño)

Este lunes, 31 de marzo de 2014, Brasil recuerda —más que celebra— los 50 años del movimiento que derrocó al Gobierno del presidente João Goulart e instauró el régimen militar de 1964. Es un periodo de la historia que aún permanecerá mucho tiempo rodeado de controversias, empezando por la definición de qué pasó realmente en el país. Para los militares, en 1964 hubo una “revolución” en Brasil, cuyos principales objetivos serían la restauración del orden público, controlar la indisciplina en los cuarteles e impedir la toma del poder por parte de los comunistas. Según ese punto de vista, por lo tanto, se trató más de una “contrarrevolución” que de una “revolución”. Un concepto totalmente distinto puede observarse actualmente en las redes sociales, en la prensa y en los discursos de la sociedad civil, que por norma general definen 1964 como un “golpe militar” que instauró en Brasil una “dictadura”.
 
La Historia, como sabemos, no siempre está hecha de juicios imparciales y objetivos de los hechos y los personajes. La forma en la que miramos al pasado depende de valores, convicciones y necesidades del tiempo presente, que se refleja en la forma semántica en la que bautizamos a los eventos históricos. Ejemplos de ello son las fechas de 1889, 1930 y 1964. En 1889, tema de mi último libro, el mariscal Deodoro da Fonseca derrocó a la monarquía al frente de tropas del Ejército que sitiaron a los ministros del emperador Pedro II en el edificio del Ministerio de la Guerra, en Río de Janeiro. El vizconde de Ouro Preto, primer ministro, fue detenido y forzado a dimitir por la fuerza de las armas. En la apariencia y en el contenido, fue, en consecuencia, un “golpe militar” contra el Imperio, pero no es así como ha pasado a la historia. La misma situación ocurrió en 1930. En general, los libros de Historia se refieren al movimiento que derrocó al Gobierno del presidente Washington Luiz como la “revolución de 1930”, aunque sea, innegablemente, un “golpe militar” como lo fue del de 1964. Getúlio Vargas era un líder civil, pero llegó al poder a través de una auténtica cuartelada, como puede verificarse en la excelente biografía del personaje escrita por el periodista del Estado de Ceará Lira Neto, publicada por Companhia das Letras. ¿Por qué, entonces, nos referimos a 1889 como la “Proclamación de la República”, a 1930 como la “Revolución de 1930” y a 1964 como “golpe militar”?

 
La forma en la que miramos al pasado depende de valores, convicciones y necesidades del tiempo presente.

 
En puridad, lo que ocurrió en las tres fechas fueron auténticos golpes de Estado que utilizaron la fuerza para alejar del poder a los líderes civiles. En consecuencia, deberían merecer definiciones semejantes, pero no es así. Esos eventos también podrían definirse como “golpes civiles” en los que las fuerzas armadas sirvieron de instrumentos para que tomasen el poder líderes civiles que, en aquél momento, no veían otra solución posible en las vías institucionales existentes, como las urnas. Hasta 1889, por ejemplo, los civiles republicanos, pese al ruido que hacían en la prensa, no conseguían los votos suficientes como para cambiar el régimen a través de una mayoría parlamentaria, lo que los echó en brazos de los líderes militares y del movimiento golpista encabezado por Deodoro da Fonseca.
 
Creo que el principal motivo para esas diferencias semánticas está en la forma en la que la Historia —es decir, las generaciones futuras— sancionan o dejan de sancionar un determinado evento histórico. En resumen, 1889 pasó a la Historia como la “Proclamación” porque así lo quiso la sociedad, así como 1930 entró en los libros de texto como “Revolución” y 1964 como “golpe” y “dictadura”. De alguna manera, esas nomenclaturas también reflejan una cierta evolución política de la sociedad brasileña. En el pasado, las intervenciones violentas en las instituciones y en el proceso político tendían a ser aceptadas de una forma más natural —como ocurrió en 1889 y 1930—. Esto no ocurrió en 1964, un año en el que, pese a que una parte de la sociedad civil aceptó y hasta instrumentalizó a las fuerzas armadas para tomar el poder, otra parte, hoy mayoritaria, no sancionó esa intervención. En el momento en el que Brasil se empeña, por primera vez, en consolidar su joven democracia, eso es buena señal.

Fuente: Diario El País. 27 de marzo del 2014.

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