sábado, 12 de octubre de 2013

Las visiones de la independencia peruana y las nuevas perspectivas de investigación.


GENERACIONES E INDEPENDENCIA

Antonio Zapata (Historiador)

En la historiografía republicana, el periodo de la independencia siempre ha sido percibido como problemático. Para empezar, es evidente que el Perú carece de héroes propios de la misma estatura que el resto de países latinoamericanos. Tuvimos que esperar a la guerra con Chile para hallar verdaderamente héroes fundadores de la nacionalidad. Por su parte, no le hemos dado relieve a quienes efectivamente lucharon contra los virreyes, como por ejemplo a los hermanos Angulo y al cacique Pumacahua del Cuzco o a Francisco de Zela de Tacna. No tenemos héroes de la independencia porque no resaltamos algunas figuras que en principio podrían calificar, pero el caso es que, debido a este enfoque de nuestra historiografía, carecemos de personajes paradigmáticos vinculados a este periodo crucial de la cuna nacional. 
No tenemos héroes de la independencia porque no resaltamos algunas figuras que en principio podrían calificar, pero el caso es que, debido a este enfoque de nuestra historiografía, carecemos de personajes paradigmáticos vinculados a este periodo crucial de la cuna nacional 
Por otro lado, el Perú fue la cabeza de la reacción realista, y la guerra de la independencia adquirió el perfil de una larga lucha del resto de Sudamérica contra el poder virreinal asentado en Lima. En muchos libros de historia de otros países, el Perú aparece como el enemigo de la emancipación. Este papel del virreinato del Perú ha merecido preguntas historiográficas acuciantes y también profundas, que han suscitado distintas respuestas por parte de los estudiosos peruanos. El propósito de estas líneas es pasar revista a las diferentes posiciones que han sido adoptadas, siguiendo una línea de reflexión que muestra tendencias de pensamiento formadas por generaciones intelectuales.

Como vemos, con respecto a la emancipación, la cuestión en el Perú siempre ha sido encontrar un motivo preciso para celebrar. Con esta inquietud, la generación del centenario descubrió a los próceres. De acuerdo con los integrantes del conversatorio universitario que preparó el clima intelectual del centenario, el Perú podía carecer de líderes políticos y militares de talla continental que correspondan a la etapa independentista, pero era el país clave de los antecedentes intelectuales, donde se había formulado la idea patriótica.1
 
 
Ahí estaba Vizcardo y Guzmán, que había sido el primer criollo de toda Latinoamérica en plantear explícitamente el tema de una patria propia del Nuevo Mundo, como entidad distinta y opuesta a España. La célebre Carta a los españoles americanos escrita por el jesuita arequipeño, aparecida en español en 1801, planteó en forma explícita los términos de la contradicción a escala de todo el continente. Por ello, en el curso de la primera expedición patriota en tierras latinoamericanas, dirigida por Francisco de Miranda en Venezuela, el primer folleto que se repartió como propaganda era la famosa Carta de Vizcardo.2
 
Entre los integrantes de esta generación destaca el historiador Raúl Porras Barrenechea, quien escribió para el centenario un célebre texto sobre el periodismo en el Perú, que empieza por las publicaciones dieciochescas y se prolonga a la época de Cádiz, y luego culmina considerando los primeros años republicanos. En este trabajo, Porras sostiene que la conciencia nacional habría emergido en forma embrionaria en tiempo temprano, anterior a la independencia, y que ese espíritu nacional habría sido un impulso fundamental en la concreción del Perú independiente. En el caso de otro importante miembro de este grupo generacional, Luis Alberto Sánchez, sus primeros trabajos fueron acerca de los poetas de la Colonia y de la etapa revolucionaria, buscando también fundamentar la idea de la patria peruana como anticipada por intelectuales y artistas décadas antes de la fundación de la república como hecho político y militar.
 
Así, en el pensamiento de esta generación, en el antecedente universal de la emancipación latinoamericana se hallaba presente el Perú. Luego, en la etapa de las juntas de gobierno que se establecieron en muchas ciudades latinoamericanas durante el periodo 1809-1815, no se había podido derrocar al virrey de Lima porque España había concentrado su poderío en Lima, efectivamente la sede de un núcleo de grandes comerciantes y del principal soporte político militar español en Sudamérica. Pero, las ideas independentistas habían estado presentes desde el primer día. Es más, ellas habrían sido sembradas antes que en los demás países. Por ello, su conclusión subraya una conceptuación del Perú como adelantado ideológico, aunque maniatado políticamente a la hora de la crisis imperial.
 
Años después, la generación del cincuenta, a la que pertenece Pablo Macera, entre otros, rescató a Tupac Amaru. En la interpretación de esta generación no se trataba solamente de antecesores ideológicos, sino de rescatar a la principal figura de quienes combatieron efectivamente contra la dominación colonial. No importaba si el proceso de Tupac Amaru estaba situado cuarenta años antes de la independencia, sino se priorizaba el hecho de haberse opuesto en la práctica al poder de los virreyes. Gracias a su capacidad para dirigir una gran rebelión, Tupac Amaru fue elevado al pedestal de gran figura paradigmática del pasado combativo que caracterizaría al pueblo peruano. La historiografía había hallado al héroe perdido que fundamentaba una nueva narración de la independencia. Se abandonaba la concepción de dar explicaciones por ser los últimos en independizarse y se pasaba a proclamarse el primero de los países sudamericanos en la lucha contra España.
 
Bastaba olvidar a San Martín y recuperar la autoestima, porque el Perú era la cuna del primer grito de independencia en Latinoamérica. Esa idea estaba clara en la historiografía nacional años antes de Juan Velasco. Pero, recién con el gobierno revolucionario de las FF. AA., Tupac Amaru fue elevado a la categoría de padre de la patria, verdadero fundador de la emancipación americana. Además, la gesta del cacique de Tinta venía acompañada por un relevante papel de su esposa, Micaela Bastidas. Por ello, el verdadero héroe de la rebelión de 1780 era una pareja, evocando la creación del Tawantinsuyu. Manco Capac y Mama Ocllo asomaban detrás pero cerca de la segunda pareja paradigmática, Tupac Amaru y Micaela Bastidas. Los primeros fundaron un imperio, los segundos consagrarían la libertad del Perú independiente.3
 
Tupac Amaru fue relegado. El de Velasco ha sido un gobierno sin continuadores y nadie lo ha reivindicado ni salvado a las figuras que fueron proyectadas en ese tiempo. Por el contrario, los héroes de Velasco han acabado siendo detestados por una buena parte de la opinión pública. 
Pero, luego cayó Velasco y se derrumbó el edificio del nacionalismo militar. Sus principales proyectos y mensajes se desacreditaron y Tupac Amaru fue relegado. El de Velasco ha sido un gobierno sin continuadores y nadie lo ha reivindicado ni salvado a las figuras que fueron proyectadas en ese tiempo. Por el contrario, los héroes de Velasco han acabado siendo detestados por una buena parte de la opinión pública. Pocos años después, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru tomó el nombre y figura del cacique de Tungasuca para sumarse a la violencia desatada previamente por Sendero Luminoso. Con ello, el héroe Tupac Amaru volvió a perder ante la opinión pública, porque su nombre quedó asociado a la violencia de los tenebrosos años ochenta.4
 
Por su parte, la mayor parte de historiadores resaltaron que el movimiento de Tupac Amaru correspondía a una coyuntura política anterior a la emancipación, definida por las reformas borbónicas y las luchas antifiscales que se habían suscitado. En este entendimiento, hacia 1780 la cuestión de la independencia no había aparecido aún. Después de la segunda elección de Fernando Belaunde, comenzando los años 1980, los historiadores profesionales descartaron a Tupac Amaru como personaje de la independencia, sin contemplar que otros ejemplos históricos habrían obligado a mayor prudencia. Por ejemplo, la revolución norteamericana, que corresponde exactamente a la época de Tupac Amaru, empezó como una revuelta antifiscal contra las medidas del rey Jorge, que se parecían como dos gotas de agua a las reformas borbónicas. Sucede muchas veces en la historia que una insurrección comienza de una manera y el proceso termina de otra, porque en la lucha se modifican rápidamente los alineamientos políticos y la resultante suele ser diferente a la idea inicial.
 
Pocos años antes, en pleno gobierno militar de Velasco, había aparecido la visión descreída de Heraclio Bonilla y su famosa tesis de la independencia concedida.5 De acuerdo a esta versión, los criollos peruanos no habrían estado interesados en la emancipación, y esta habría venido de fuera, impuesta por ejércitos de criollos extranjeros, conducidos por San Martín y Bolívar, obligando a emanciparse a los peruanos de la época que en realidad deseaban seguir siendo españoles. Esa fue la opinión de Bonilla, fuente de una enorme polémica en los años setenta.
 
Sus principales adversarios fueron historiadores tradicionalistas, como José Agustín de la Puente, quien integraba la comisión que publicó con motivo del Sesquicentenario la monumental Colección Documental de la Independencia. En esta obra se partía de la visión transmitida por la generación del centenario sobre el espíritu peruanista formado en la Colonia tardía y encarnado recién durante la etapa independentista, pero que constituía su anticipo intelectual. En versión del doctor De La Puente, la lucha por la emancipación habría significado un desgarro interior entre las antiguas fidelidades y las nuevas lealtades que crecían en los corazones. Por ello, el Perú aparecía como un país maduro, que había procesado sus contradicciones tomándose su tiempo para descartar lo viejo y decidirse por lo nuevo. Esa madurez derivaba de la antigüedad de la conciencia nacional aparecida en plena era colonial.6
 
Por el contrario, la interpretación de Bonilla enfatizaba que la posición conservadora de los criollos peruanos era consecuencia del temor que había despertado la rebelión de Tupac Amaru. La elite criolla había visto de cerca la peligrosidad y magnitud de una rebelión campesina en los Andes; había sentido que en caso de repetirse podía perder sus privilegios sociales. Por ello, se habrían vuelto partidarios de la fidelidad al rey de España, ya que lo sentían como la mejor defensa contra una potencial sublevación indígena. Temiendo perder control sobre su propio país, los criollos del Perú se habrían entregado a España.
 
La respuesta a Bonilla provino de varios flancos, entre los que destaca la respuesta que ofreció la historiadora Scarlett O’Phelan, quien sostuvo que en la época de las juntas, medio Perú se había insurreccionado contra el virrey, aunque Lima se había mantenido fiel a España. En su interpretación, Lima no es el Perú, y los extensos movimientos revolucionarios en el interior, sobre todo en el sur, obligaban a una visión mucho más matizada con respecto a la disposición de los peruanos por la independencia. La importancia de la visión de O’Phelan es que llamó nuevamente la atención hacia las provincias.7

La generación actual de historiadores ha virado hacia la historia política y pone el acento en los sucesos del interior. Cada región del Perú está ganando en autonomía política y buscando fundar su propia narrativa histórica local.  
En efecto, en nuestros días el proceso de descentralización constituye una de las mayores novedades políticas del Perú contemporáneo. Después de haber sido muy centralizado durante la mayor parte de la etapa republicana, el Estado peruano empezó a descentralizarse al comenzar el siglo XXI, transfiriendo poder y recursos a las provincias. Este proceso es complejo e incluye sobresaltos y desórdenes, pero constituye uno de los mayores desafíos para acelerar la integración de la patria peruana, una de las promesas de la independencia nacional.
 
En ese sentido, la generación actual de historiadores ha virado hacia la historia política y pone el acento en los sucesos del interior. Cada región del Perú está ganando en autonomía política y buscando fundar su propia narrativa histórica local. Para ello necesita encontrar héroes que engrandezcan la libertad y autonomía con respecto a Lima. Qué mejor que hurgar en el pasado para hallar los personajes y sucesos principales que, en cada localidad, vivieron la independencia. Empezando por la historia política e incluyendo a los estudios de orden social o económico, este interés por las provincias recorre la historiografía nacional en víspera del bicentenario.


 * Historiador, investigador del IEP.
1  Por ejemplo, el famoso historiador de la república, Jorge Basadre, escribió a lo largo de los años veinte varios importantes libros relacionados con la independencia que se basaban en su participación en el conversatorio universitario.
 El gran difusor de los próceres fue otro integrante de la generación del centenario, el bibliotecario de San Marcos y profesor de Filosofía Pedro Zulen.
3  Por ejemplo, Carlos Daniel Valcárcel publicó una historia de la sublevación del cacique de Tinta, Tungasuca y Bambamarca.
 El 20 julio de 2010 fue detenido por la policía, después de ser alertada por los vecinos, un joven publicista de cuya casa colgaba una bandera con el rostro de Tupac Amaru.
 Bonilla, Heraclio y Karen Spalding. La independencia en el Perú: las palabras y los hechos. Lima: IEP, 1972.
6  Puente, José Agustín de la. Notas sobre la causa de la independencia del Perú. Lima: Studium, 1970.
7  O’Phelan, Scarlett. “El mito de la ‘Independencia concedida’: los programas políticos del siglo XVIII y del temprano XIX en el Perú y Alto Perú (1730-1814)”. En Inge Buisson et al. (eds.),
 Problemas de la formación del Estado y de la nación en Hispanoamérica. Bonn: Inter Nationes, 1984.

Zapata, Antonio. “Generaciones e independencia”.  En Revista Argumentos, año 4, n° 4. Setiembre 2010. Disponible en http://web.revistargumentos.org.pe/index.php?fp_cont=934 

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