John Dos Passos escribió: “Cuando tratas de encontrar al pueblo, siempre al final encuentras a alguien, tal vez a algún trabajador “ (El número uno, novela, 1946).
Parodiando
a tan extraordinario novelista, podríamos decir sin riesgo de errar: Si buscas
al hombre que, en el siglo XX, impulsó el orden mundial basado en el estado de
derecho y el Estado de Bienestar, te encontrarás con Franklin Delano Roosevelt.
En efecto,
a partir de cierto momento de su vida, este gran hombre, sobrepuesto a la
fatalidad de una poliomielitis en 1921, cuando tenía treinta y nueve años, se
empeñó en la estructuración de un nuevo régimen económico y social que, dentro
del sistema capitalista, liberase de la necesidad a las personas de menores
recursos.
Accedió a
la presidencia de los Estados Unidos en 1932 y fue reelecto en 1936, 1940 y
1944. Falleció en abril de 1945. En 1944 había propuesto la enmienda
constitucional que prohibió la tercera reelección presidencial, vigente a
partir de 1951.
Cuando
asumió la presidencia en 1932, la economía de Estados Unidos se hallaba
postrada por la recesión que había comenzado con la crisis de 1929, y nueve
millones de desempleados deambulaban sin recursos. Lo acompañaba una pléyade de
intelectuales y técnicos de primera línea por sus ideales, a los que confió la
elaboración y ejecución de las diversas fases de su proyecto.
Para
reactivar la producción apeló a la intervención del Estado, a la que denominó
New Deal (Nuevo Trato), coincidiendo con las ideas del economista de Cambridge
John Maynard Keynes (Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero,
1936).
TRES CLASES
DE MEDIDAS:
a) La
inyección de poder de compra de bienes de producción a las empresas con la Ley
de Recuperación Industrial Nacional, de 1933, y un nutrido programa de obras
públicas, en el que destacó el encargado a la Autoridad del Valle de Tennessee
para la construcción de obras hidroeléctricas que suministrasen energía
eléctrica barata frente a la energía escasa y cara de las empresas
privadas;
b) La
atribución de capacidad adquisitiva de bienes de consumo a la población, para
lo cual promovió la Ley de Seguridad Social, de 1935, concibiéndola como un
esfuerzo para eliminar la miseria de las categorías de la población más
necesitada o para “la liberación de la necesidad”, como dijera, aplicando tres
clases de acciones: “1) medidas contra la desocupación, mediante un sistema de
subsidios a los Estados Federales para ser transferidos a los desempleados; 2)
una política de asistencia en beneficio de las personas de menores recursos
económicos, sobre todo viudas, ancianos y personas indigentes; y 3) un seguro
de vejez y muerte para todos los asalariados del país”. Fue la primera Ley de
Seguridad Social en los estados capitalistas y un firme paso hacia el Estado de
Bienestar. La ejecutó Wilbur Cohen, a quien John F. Kennedy llamó “Mister
Social Security”; y
c) La Ley
Nacional de Relaciones Laborales, aprobada en julio de 1935, por la que se
garantizaba la libertad sindical, la negociación colectiva y la huelga. La
presentó el senador Robert F. Wagner, pero su concepción y contenido
correspondió a Frances Perkins, Secretaria del Trabajo de 1933 a 1945, la
primera mujer en el gabinete ministerial de Estados Unidos. También fue ella la
autora de las ideas plasmadas en la Ley de Seguridad Social.
CONTRA EL
NAZISMO
El ascenso
de Hitler y el partido nazi al poder, en enero de 1933, fue para Roosevelt una
amenaza no solo para Europa, sino para América y el resto del mundo. Empezó a
combatirlos con su propuesta de aislar a las potencias agresoras, pero no llegó
a convencer a la mayoría en el Congreso que, en 1935, aprobó la Ley de
Neutralidad. Luego de la ocupación de Polonia, Holanda, Bélgica y Francia por
la Alemania nazi, en 1939 y 1940, a la mayor parte de la clase política
estadounidense ya no le cupó duda de que Roosevelt tenía razón. Se sabía que el
siguiente paso de la escalada bélica de Hitler sería invadir Gran Bretaña, y
que era imprescindible impedirlo. A iniciativa de Roosevelt, el Congreso
aprobó, entonces, en marzo de 1941, la Ley de Préstamo y Arriendo, que
autorizaba a enviar a los países que luchasen contra la Alemania nazi
armamentos, alimentos, petróleo y otros bienes.
Tras el
fracaso de su planeada invasión a Gran Bretaña, por la decisiva acción de la
Real Fuerza Aérea, el gobierno de Hitler comenzó su ataque a la Unión
Soviética, el 22 de junio de 1941, quebrantando el Pacto de no agresión firmado
con este país en 1939. Hitler y sus generales habían calculado terminar esta
invasión, que llamaron “Operación Barbarroja”, con la derrota total de la Unión
Soviética en dos meses.
El 14 de
agosto de ese año, también a su propuesta, Roosevelt suscribió con Winston
Churchill, Primer Ministro de Gran Bretaña, la Carta del Atlántico, que fue el
primer documento en el que se establecían los derechos por los cuales debía
luchar el mundo libre. “Respetan el derecho —decían— que tienen todos los
pueblos de escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y desean
que sean restablecidos los derechos soberanos y el libre ejercicio del gobierno
a aquellos a quienes les han sido arrebatados por la fuerza”. Esto implicaba,
de paso, el desahucio de todo colonialismo. Pero, además, se trazó la línea que
habría de seguirse en el futuro. “Tras la destrucción total de la tiranía nazi
—declararon—, esperan ver restablecer una paz que permita a todas las naciones
vivir con seguridad en el interior de sus propias fronteras y que garantice a
todos los hombres de todos los países una existencia libre sin miedo ni
pobreza”.
Ante el
alevoso ataque del Japón a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, que
destruyó la flota naval y aérea de Estados Unidos, estacionada en ese puerto,
el Congreso de Estados Unidos declaró la guerra al Japón.
Siguió la
declaración de guerra de Alemania e Italia a Estados Unidos, el 11 de diciembre
de 1941, que fue respondida por el Congreso, a pedido de Roosevelt, el mismo
día, con el estado de guerra con esos países, y la autorización al Gobierno
para emplear todos los medios de realizarla. La Ley de Préstamo y Arriendo fue
extendida a la Unión Soviética.
Por
entonces en los despachos de Roosevelt y de otros altos funcionarios del
Gobierno de Estados Unidos, ya obraban las pruebas de los asesinatos de
millones de judíos en los campos de concentración alemanes y de otras
atrocidades en los países ocupados. Con ello se confirmaba la necesidad de
aniquilar al gobierno nazi y a sus fuerzas armadas, que eran una expresión de
barbarie y fanatismo inadmisibles.
Esta fue
una de las causas de la decisión adoptada por los jefes de los Estados que
combatían al eje de Alemania, Italia y Japón, Franklin D. Roosevelt, Winston
Churchill y, en representación de las Fuerzas Francesas Libres, Charles de
Gaulle y Henry Giraud, reunidos en la ciudad de Casablanca, en enero de 1943.
José Stalin se excusó de asistir, aduciendo que no podía abandonar su país en
plena batalla de Stalingrado. A propuesta de Roosevelt, se decidió allí que la
guerra solo acabaría con la rendición incondicional de Alemania.
Roosevelt
presionó, en seguida, a Stalin para que procediera a la disolución de la
Tercera Internacional. Esta organización, que agrupaba a los partidos
comunistas, había sido creada en marzo de 1919, a iniciativa de Lenin, con la
finalidad de promover la toma revolucionaria del poder por estos partidos, como
había acontecido en Rusia, en octubre de 1917. Aunque su línea política fue
modificada varias veces, conservaba, en el fondo, ese primer objetivo,
incompatible, para Roosevelt, con el nuevo orden mundial a establecerse después
de la guerra. En cierta forma, las ingentes cantidades de armamentos, medios de
transporte, alimentos y petróleo, que llegaban puntualmente a la Unión
Soviética desde Estados Unidos a costa de enormes riesgos y esfuerzo gracias a
la Ley de Préstamo y Arriendo, jugaban el papel de una espada de Damocles. Esa
ayuda insumía el 25% de los suministros totales entregados en virtud de esta
Ley, y le eran vitales a la Unión Soviética para el sostenimiento de la acción
bélica.
Stalin se
allanó, y la Tercera Internacional fue disuelta el 15 de mayo de 1943. Firmaron
la resolución por el Presidium de esta organización: Gottwald, Dimitrov,
Zhdanov, Kolarov, Kloplenig, Kuusinen, Manuilsky, Marty, Pieck, Thorez, Florin
y Togliati; y por el Partido Comunista de Italia, Biano; por el de España,
Dolores Ibarruri; por el de Finlandia, Lechtinen; por el de Rumania, Anna
Pauker, y por el de Hungría, Matías Rakosi. Todos ellos vivían en Moscú.
LA CUMBRE
LOS TRES GRANDES
Así quedó
expedito el camino para la reunión de los tres grandes: Roosevelt, Churchill y
Stalin, en Teherán, del 28 de noviembre al 1 de diciembre de 1943. A instancias
de Roosevelt, los tres jefes de Estado declararon en ella, principalmente, que
“Ningún poder sobre la Tierra puede impedir la destrucción de los ejércitos
alemanes por tierra y sus barcos por mar y de sus plantas de maquinaria para la
guerra desde el aire” y que “confiamos en el día en que todos los pueblos del
mundo puedan vivir libres, al margen de la tiranía y de acuerdo con sus
diferentes deseos y sus propias conciencias”. Estados Unidos, Gran Bretaña y
Francia se comprometieron a la apertura del Segundo Frente por Europa
Occidental, en la primavera de 1944, y la Unión Soviética a declarar la guerra
al Japón luego de la derrota de Alemania. Los tres grandes acordaron, además,
la organización de las Naciones Unidas, como un órgano de decisión
internacional, cuya misión sería desterrar el flagelo de la guerra.
En la
siguiente Conferencia de los mismos tres grandes, celebrada en Yalta del 4 al
11 de febrero de 1945, se dispuso que una conferencia en San Francisco
organizara las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad; la desmilitarización
y partición de Alemania y el pago por esta de indemnizaciones por las pérdidas
que estaba ocasionando; y la organización de elecciones libres en los países liberados
de Europa.
LA MUERTE DE
ROOSEVELT
Roosevelt
falleció repentinamente el 12 de abril de 1945. Le sucedió en la Presidencia
Harry S. Truman, quien concurrió a la siguiente Conferencia de Postdam,
realizada entre el 17 de julio y el 2 de agosto de ese año, luego de la
rendición de Alemania en abril, a consecuencia de la ocupación de Berlín por el
Ejército Soviético. En esta Conferencia se acordó el juzgamiento de los
criminales de guerra y la creación del Tribunal de Nuremberg, y la división de
las áreas de influencia en Europa de los aliados occidentales y la Unión
Soviética.
La
aspiración de Roosevelt de darle al mundo un instrumento para la paz y las
reglas de convivencia, la continuó su viuda, Eleanor, como delegada de Estados
Unidos ante las Naciones Unidas. Ella presidió la Comisión encargada por el
Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas de preparar el proyecto de la
Declaración de Derechos Humanos, de la que fue su animadora más entusiasta. El
proyecto fue aprobado por la Asamblea de las Naciones Unidas, en París, el 10
de diciembre de 1948, por el voto de 48 Estados, de los 53 que entonces
constituían las Naciones Unidas. Se abstuvieron la Unión Soviética y los países
socialistas del Este europeo.
A pesar de
la portentosa magnitud del pensamiento y la obra de Franklin D. Roosevelt ya en
la década del treinta, la Academia Sueca le negó el Premio Nobel de la Paz en
1937. Quienes conocían su composición no se extrañaron. Sus miembros eran, en
su mayor parte, germanófilos y algunos de declaradas simpatías nazis. Después
de la derrota de la Alemania nazi, sus preferencias en la Economía y la
Literatura se orientaron a ensalzar a algunas medianías y a ciertos apóstoles y
mercenarios del neoliberalismo.
Fuente: Diario La Primera (Perú). 29 de mayo del 2013.