lunes, 22 de octubre de 2012

Javier Silva Ruete y el gobierno de Francisco Morales Bermúdez.

Javier Silva Ruete recibe el aplauso de connotados políticos como Luis Bedoya Reyes, Valentín Paniagua, Alfredo Barnechea y Aurelio Loret de Mola.
Javier Silva Ruete recibe el aplauso de connotados políticos como Luis Bedoya Reyes, Valentín Paniagua, Alfredo Barnechea y Aurelio Loret de Mola. Foto: Archivo de La República.

Javier Silva Ruete, in memóriam

Hoy se cumple un mes de su partida y la política peruana aún no se acostumbra a su ausencia. Fue un economista y político de convicciones firmes y a veces duras.

Por: Nicholas Asheshov 

Javier Silva Ruete, quien murió el 21 de setiembre a los 77, fue una de las más vistosas estrellas que cruzaron el firmamento financiero y político de Lima en los últimos tres decenios del siglo XX.

Su momento más brillante llegó en 1978 cuando por dos años fue ministro de Finanzas del saliente gobierno militar. Entonces las finanzas públicas estaban en lo que era, en esos días, la catástrofe habitual, solo que más. El gobierno militar, bajo el general Velasco, había ocupado el poder casi un decenio, y con la desastrosa reforma agraria, los ataques a los gringos, un billón de dólares en aviones de combate y tanques soviéticos, controles de cambio, y así sucesivamente, hacia 1978 toda la administración pública estaba en la última lona. El general Morales Bermúdez, un oficial sensato y distinguido (todavía vive), había tomado el poder en 1976 y se movía con decisión pero también cautela de vuelta a la democracia. Fue entonces que llamó a Javier Silva Ruete.

Javier, entonces con poco más de 40 años, se movía en un ambiente de izquierdismo centrista, respetable entonces y ahora en todas partes, y era una de esas personas cuya energía y encanto personal significaban que conocía a todo el mundo. Recuerdo a Claudio Hershka, un alto economista del BCR, diciendo: “Javier es el único que puede poner en orden todo esto”. Claudio tenía razón: Javier lo hizo.

Su primer talento, sin duda en esta ocasión, fue reunir un afiatado equipo de estrellas financieras y administrativas con espíritu de servicio público. Hecho lo cual, antes de aceptar el pedido de Morales Bermúdez para que fuera ministro de Finanzas, estableció una serie de condiciones y requisitos. No recuerdo cuáles eran, aunque alguna vez me dio su versión de ellos, y me dijo que le habían costado a Morales Bermúdez docenas de cafés durante una negociación final de amanecida. Morales Bermúdez mismo había sido ministro de Finanzas por tres años alrededor de 1970-73, y sabía de qué estaba hablando Silva Ruete. Gerente general del banco fue Alonso Polar, un callado y brillante jugador de bridge. A la cabeza del Banco de la Nación, en los hechos la tesorería de esos días, fue Álvaro Meneses, otra vistosa figura que introdujo al Perú el Banco Ambrosiano, el banco del Papa que quebró espectacularmente más o menos un año después de que al amigo de Álvaro, Roberto Calvi, se le encontró colgado sobre el Támesis con una soga al cuello y el otro extremo atado al puente Blackfriars Bridge.

La manera práctica y flexible como Silva Ruete ordenó las finanzas públicas, algo que su equipo fue haciendo mientras él se hacía cargo de los militares y los políticos civiles, se vio muy beneficiada por un alza de los precios del cobre, entre otros metales y minerales, en uno de los recrudecimientos que siguieron a la quintuplicación de los precios del petróleo, en los años post-1973. Como casi todos los países, Perú había estado en permanentes problemas con el FMI, pero a Washington le encantó tener a unas personas versadas y no militares al frente para conversar, y así las fracturadas relaciones del Perú con la comunidad internacional, léase bancos y funcionarios de la cooperación, fueron rápidamente arregladas por Silva Ruete.

Se avecinaba una nueva Constitución, y todos coincidían en que para todo fin práctico el de Morales Bermúdez era una suerte de gobierno civil. De hecho lo era si se le comparaba con los lamentables gobiernos de Chile, Argentina, Bolivia, y aquellos apenas mejores de Brasil, Uruguay, Paraguay, Panamá, y otros. En ese mundo Silva Ruete, fumando con una boquilla de marfil y con un rápido y amistoso gesto para quien se le acercara, eran una verdadera estrella. Esto solo en parte por su habilidad para dar la impresión de que estaba aquilatando cada palabra y que coincidía plenamente con quien fuera. Él y su equipo, por ejemplo, desalojaron los controles de cambio, entonces todavía políticamente sacrosantos, mediante la introducción de certificados de depósitos, en dólares y sin preguntas, en los bancos locales. De pronto dejó de ser ilegal tener dólares. Algunos de los controles a la importación más bobos fueron relajados, y en general una ráfaga de sentido común financiero se alió, a través de Javier, con movidas políticas hacia un proceso electoral, las cuales de hecho se realizaron exitosamente en 1980, y llevaron a Fernando Belaunde a la presidencia por avalancha.

El boom de préstamos y precios de materias primas incluyó, en 1979, el extraordinario boom en los precios de la plata y el oro, una estafa masiva cocinada por un grupo de bancos y traders liderados por los hermanos Hunt, de Dallas. Perú, y la administración financiera de Javier Silva Ruete, involuntariamente tuvieron un papel clave en este fraude que vio a la plata –de la cual Perú es un importante productor, hoy como ayer— dispararse de US$ 3 la onza a US$ 50. Ni Silva Ruete ni Manuel Moreyra en el BCR percibieron algo chueco en el súbito aumento; en verdad nadie advirtió nada en el mundo, y mucho menos los reguladores de Nueva York y Chicago. Al Banco de la Nación lo pescaron en curva, y tuvo que hacérsele un salvataje al son de más de US$ 100 mn, mucho dinero en esos días. (Más tarde el gobierno de Belaunde, en una operación conducida por Pedro Pablo Kuczynski [PPK], ministro de Minas en ese tiempo, logró enjuiciar exitosamente a los perpetradores de la estafa bajo la legislación anti-Mafia RICO de ese entonces).

Como suele suceder con mentes independientes yhábiles, Silva Ruete no tuvo éxito como empresario. Un temprano negocio fue en la manufactura local de reglas de cálculo, en el momento en que las calculadoras portátiles hacían su ingreso, más eficaces y por el precio de una caja de cereal. También incursionó en el negocio de imprenta, pero eso tampoco tuvo éxito. En cambio siempre parecía capaz de pescar un puesto en el sector público y por algunos años fue representante del Perú en Washington, o representante de la Corporación Andina de Finanzas, o ese tipo de trabajos bien remunerados, sin impuestos. Incluso volvió al Ministerio de Finanzas con los presidentes Valentín Paniagua y Alejandro Toledo hace unos años.

Su vida personal fue, naturalmente, también vistosa, empezando por su cercana amistad con Mario Vargas Llosa desde sus días de estudiante. Javier incluso hizo una breve aparición como ‘Javier’ en la comedia de Mario sobre tiempos tempranos, La tía Julia y el escribidor.

[Aparecido en www.peruviantimes.com traducción de Mirko Lauer]

Fuente: Diario La República (Perú). 21 de octubre de 2012.

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