"La guerra impulsa a una sociedad a repensarse"
Graduada en la PUCP y profesora en Sewanee (EEUU), la historiadora Carmen Mc Evoy continúa con su fascinante proyecto de estudiar la Guerra del Pacífico desde nuevas perspectivas. Luego de Armas de persuasión masiva, acaba de publicar Guerreros civilizadores, que será presentado este 23 en el municipio de Miraflores y sobre el que trata el diálogo que sigue.
Por:
Federico de Cárdenas
Comencemos, si te parece, por trazar un puente entre tu libro anterior Armas de persuasión masiva y este, Guerreros civilizadores. Me parece que en el primero estudiaste los conceptos teóricos que fundamentarían la guerra desde el lado chileno, y en este describes cómo se aplicaron en la práctica, en el frente interno, a medida que las tropas avanzaban e iban incorporando territorios.
–Exactamente. En Armas de persuasión masiva traté de establecer el templete ideológico e incluso cultural de la guerra, quiénes fueron sus principales operadores, estableciendo que se trató de un grupo de miembros del Partido Liberal y de la Iglesia, la cual –pese a su disputa con los liberales– logra un espacio de discusión que prosigue con la guerra. En este segundo libro trato de ver la aplicación de estas ideas. No quería quedarme en el análisis del discurso, sino estudiar cómo funciona en diferentes actores: el Estado, la sociedad civil, la Iglesia, los soldados, dedicando los últimos capítulos a la política de ocupación. No es solo que la guerra impulsa a una sociedad a repensarse en términos de identidad sino a inventar formas políticas nuevas. Por eso el libro termina con la ocupación y los dilemas de la guerra permanente, o cómo parar la guerra y obtener el botín que se busca en términos de Estado.
–Mencionando el frente interno y su funcionamiento en la guerra, planteas que allí se da una alianza entre un viejo y un nuevo Chile.
–La guerra no crea de un momento a otro un nuevo país, sino que se da un diálogo a dos niveles. Los viejos políticos chilenos que aún funcionan dentro del esquema del Estado diseñado por Diego Portales –como Antonio Varas– participan del gabinete de guerra, pero al mismo tiempo son burócratas, no conocen de política operativa, la que queda a cargo del nuevo Chile, constituido por los liberales, los que conducen la negociación que se da entre La Moneda y los militares, que forman parte del viejo Chile, y deben convertirse de guardianes de la frontera a un ejército que requiere avanzar e ir transformándose.
–Lo cual requiere de un esfuerzo logístico y propagandístico muy grande, pues se necesita no solo alimentarlos sino dotarlos de convicciones, y aquí me parece que juega un rol muy importante la tesis que trata de convencerlos de que llevan la civilización a países bárbaros.
–Claro. La guerra lo que hace es tensionar el aparato estatal y su marco ideológico y la misma sociedad. Para que el viejo Chile se convierta en uno nuevo tiene que expandirse, en una suerte de destino manifiesto, de república imperial. Para esto no basta decir que pelean por el salitre, hay que contar otra historia: la de un país civilizado, honesto y trabajador que se ve maltratado y humillado por la actitud de Perú y Bolivia.
–La existencia del pacto secreto de ambos países contra Chile...
–Que tiene sabor de conspiración a la antigua contra una república que los chilenos plantean abierta y leal en sus obligaciones. Como sabemos, el pacto secreto no era nada secreto, puesto que se había discutido en el Congreso argentino y se sabía de su existencia, pero les proporciona la figura de dos hermanos traidores que atentan contra un tercero que no quiere ir a la guerra pero que en vista de su honor mancillado tiene que defenderse y en su avance se va a encontrar con el recurso fabuloso del salitre.
–Es interesante el panorama que presentas del avance territorial de Chile y, en paralelo, su esfuerzo por normalizar, instalando administraciones.
–Es lo que ayuda a un país tan pequeño a crecer y expandirse, pues colocan gobernadores y autoridades y hasta conectan el telégrafo con Valparaíso. A pesar de tratarse de un Estado no muy bien consolidado, Chile tiene cuadros burocráticos, a los que se dice que van a administrar “territorios ganados para el progreso”, una suerte de favor que hacen a la humanidad con su guerra “civilizada”. Esta tesis no es nueva, ya la había utilizado Napoleón como sustento para invadir Egipto.
–Allí haces una analogía acertada con lo que fue la conquista del Oeste para los norteamericanos, pero no sé si funcionó de modo consciente para los chilenos.
–Creo que sí. Al menos a nivel de élite era algo que manejaban, pues en el continente se seguían los incidentes de la guerra mexicano-norteamericana, en la que los EEUU emplean un argumento muy similar. Esa, y la guerra francoprusiana, que tuvo a Benjamín Vicuña Mackenna entre sus reporteros. En ella París es feminizado y presentado como corrupto y decadente por los prusianos, tal como los chilenos harán con Lima. El republicanismo ofrece bienestar para todos, pero tiene límites, y entonces la expansión de la frontera constituye una salida. EEUU lo hizo a costa de México, y Chile a costa de Bolivia y el Perú. No fueron los únicos, también lo hizo el general Roca en Argentina –contra su población india– en el decenio siguiente.
La ocupación de Lima
–Planteas la hipótesis de que los chilenos, al menos al inicio, no pretendieron quedarse mucho en Lima. Y que lo que prolongó las cosas fue el hecho de que ningún peruano aceptaba la firma de un tratado de paz que implicaba cesión de territorios.
–Hay cartas en las que se afirma que la guerra debió terminar en Tacna, en el momento en que EEUU convoca a la conferencia en el barco Acahuana y trata de convencer a Chile para que reciba una indemnización, sin cesión territorial. Chile no acepta porque se siente ganador y considera que los derrotados no pueden imponer condiciones. Cuando ocupan Lima, sabían que las cosas no iban a ser fáciles y que la dirigencia peruana estaba fragmentada y sin un comando unitario. En suma, se encuentran con que carecen de interlocutor: Piérola se va, Cáceres parte a la sierra y quien entrega la ciudad es el alcalde Torrico.
Primero creen que amenazando a la élite y saqueando haciendas con la expedición Letelier lo van a obtener, pero las amenazas e intimidaciones no dan resultado y tienen que instalar un gobierno en el Perú. Nombran un jefe político-militar que es Lynch y conforman una suerte de subsidiaria del Estado chileno, con responsables en la costa y un aparato ideológico en Lima que sacaba diarios tratando de convencer a los peruanos de la paz. El modelo tiene dos problemas: es muy caro, porque implica mantener una administración y un ejército; y luego resulta que la burocracia chilena en Lima gana mejor que en Chile. Creo que la ocupación aún no se ha estudiado a nivel político y administrativo e incluso cultural. Es un modelo de Estado que, pese a sus limitaciones, se ve obligado a construir otro del lado peruano para poder salir e irse. Y es allí donde aparece Miguel Iglesias.
–Antes de pasar a Iglesias quiero tocar brevemente el triunfo peruano en Concepción, que trastoca el esquema chileno, porque son esos bárbaros y salvajes quienes los derrotan.
–Exacto. Y lo que es más interesante es que el comandante chileno del batallón Chacabuco desciende por línea directa del padre fundador, Carreras, lo que da a la derrota un valor simbólico e implica que la “civilización” tiene límites y que una vez que cruzan los Andes no pueden operar con criterio parecido al que utilizan en la costa. No estaban preparados para la guerra no convencional que les planteó Cáceres. Les ocurrió lo mismo que a los norteamericanos en Vietnam.
El rol de Iglesias
–Veamos el caso de Iglesias, objeto de una polémica reciente por la medida del gobierno anterior ordenando su traslado a la Cripta de los Héroes. ¿Cómo ves al personaje?
–Es producto de un momento dramático. Hay un primer Iglesias, el que pelea en la batalla de Lima, donde uno de sus hijos muere, y luego un segundo momento, el del agotamiento ante una guerra que no acaba. Lo que hace Iglesias es liderar un sector de pueblos del interior a partir de asambleas municipales que deciden no seguir las directivas de Lima y aceptar que no tienen más recursos para seguir la guerra. Iglesias no actuó solo, pues representa un sentimiento existente en un conglomerado que piensa que la guerra no tiene posibilidad de ser ganada. Se le presenta como derrotista, pero creo que su gesto tiene algo de esperanza: es la idea de que hay un Perú que sobrevivirá y de que es necesario acabar con la ocupación chilena para poder continuar, aunque ello implique reconocer la derrota. Creo que hay que volver a Iglesias y a sus documentos y entenderlo desde el momento histórico que vivió. No me considero una “iglesista”, pero tampoco es el hombre ruin que durante tanto tiempo se consideró.
“Firmé por un deber de memoria”
–En los momentos previos a la segunda vuelta, muchos intelectuales y artistas sintieron la necesidad de pronunciarse contra un retroceso. Firmaste un documento en el que un centenar de historiadores se declaró contrario a la posibilidad de que Keiko Fujimori fuera elegida. ¿Podrías sintetizar tus razones?
–Me pareció que era retornar a un periodo muy doloroso de nuestra vida política reciente, con un presidente que no tuvo el valor de enfrentar una situación y huyó a Japón, donde se valió de su ciudadanía nipona, algo humillante para el Perú. Un jefe de Estado debe respetar la dignidad de su cargo. Guardando las distancias, es muy parecido a lo que hizo Mariano Ignacio Prado. Además están las violaciones a los DDHH y la corrupción de su régimen. Era como si los peruanos hubiéramos olvidado ese momento de horror.
Firmé por un deber de memoria: si uno quiere crecer como país, debe tenerla y saber que hay ciertos lugares a los que no hay que volver. El fujimorismo es uno de esos lugares. Eso no quiere decir, al menos de mi parte, un cheque en blanco para Ollanta Humala, que también tiene una historia, pero no ha sido gobierno ni ha administrado un sistema organizado de corrupción. Como gremio cumplimos con la tarea de decir a los peruanos que hay que recordar, y que el crecimiento económico tiene que ir unido a cuestiones éticas y de valores. Además, el apoyo a Humala de liberales que respeto me dio cierta confianza. Por eso firmé.
Fuente: Diario La República, revista "Domingo". 21/08/11.
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