domingo, 3 de abril de 2011

Chaplin y su Charlot: reflejo de los tiempos de crisis a través del humor. Chaplin como ‘novelista social’ y critico del statu quo.


La parodia de la crisis

El cine del genial Charles Chaplin (1889-1977) es un alegato en clave de humor a favor de ese ser humano amenazado por el poder, la guerra, el hambre y la soledad.

Por: Jorge Paredes

La leyenda cuenta que Charlot fue creado en un solo día, cuando el joven actor Charles Spencer Chaplin estaba apremiado porque tenía que idear un personaje para un sketch de la productora de Mark Sennett y no tenía nada preparado. Era enero de 1914. Entonces, solo en el camerino, no lo pensó mucho, cogió un viejo bombín, se puso unos estrafalarios pantalones anchos, tomó un bastón y le agregó a su indumentaria unos improbables bigotitos pegados a la nariz. Ya en el escenario, hizo tal vez lo que conocía muy bien, dada su infancia pobre y en orfanatos: el papel del vagabundo que arremete, con candor y mordacidad, contra un mundo violento, insensible y absurdo. Chaplin se había transformado en Charlot para siempre.

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Esta figura del burgués arruinado, del hombrecillo desempleado, del pícaro sentimental que va por el mundo tratando de hacer el bien, a pesar de su pobreza, torpeza y fragilidad, calzó perfectamente en una sociedad que empezaba a vivir los estragos del fordismo (la producción en cadena), abrumada por la falta de empleo y la recesión económica.

El gran historiador francés Pierre Vilar comparó esta situación de crisis de Estados Unidos con la España decadente del siglo XVII, y puso en la misma línea a Cervantes y su Quijote y a Chaplin y su Charlot, dos obras maestras capaces de reflejar dos tiempos de crisis a través del humor. “He dicho 1605-1615, Cervantes, don Quijote, la armadura y el almete. Igual hubiera podido decir 1929-1939, Charles Chaplin, Charlot, la chaqueta negra, el bombín y el bastón. Nunca dos obras han estado tan emparentadas. Las dos grandes etapas de la historia moderna están en ellas captadas del mismo modo. Y admiraríamos menos a Cervantes si no fuésemos hombres de la época de Charles Chaplin. Pero no insistamos demasiado en ello. No sea que persuadamos a algún ministro de que Chaplin y Cervantes, esos ‘bufones’, esos pintores de ‘carácter’, son también unos ‘novelistas sociales’. Tal vez los considerarían peligrosos”, escribió en “El tiempo del Quijote”.

Y claro que Chaplin fue considerado peligroso. En 1952 fue impedido de retornar a Estados Unidos, en medio de una cadena de acusaciones que lo vincularon injustamente con el comunismo internacional.

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La película es “Tiempos modernos” (1936). En una escena, un obrero (Chaplin) vaga por la calle después de haberse quedado sin empleo; entonces ve pasar un camión de carga, con una bandera roja como señal de peligro. La bandera se desprende y cae al suelo. Chaplin la levanta y corre tratando de alcanzar el vehículo para devolvérsela al chofer. En ese momento, aparece una turba de desocupados y Chaplin queda delante de ella, con la bandera en ristre. Llega la policía y nuestro personaje es arrestado, acusado de comunista.

El absurdo, el azar y la crítica al poder son elementos que Chaplin maneja con maestría y nos hace reír apelando a eso que Freud llama “nuestro inconsciente”, poblado de sueños y miedos.

“Freud explica cómo aquello que nos parece gracioso proviene de fuentes profundas que encuentran en lo cómico el vehículo para manifestarse sin censuras. Chaplin fue un genio para liberar estas fuerzas inconscientes en la gente”, opina el psicoanalista Jorge Kantor, profesor del curso Cine y Psicoanálisis en la Universidad Católica. “Al mismo tiempo –agrega– que transmitía un mensaje cuestionador, desde las películas mudas, verdaderas caricaturas de la pobreza, hasta las últimas ya sonoras, Chaplin pone en evidencia aspectos de la vida social y política que directamente critican el statu quo”.

Ahí están para demostrarlo las escenas de la máquina que devora al obrero en “Tiempos modernos” o la extraordinaria caricatura de Hitler en “El gran dictador” (1940), que denuncia el nazismo antes de que Estados Unidos entrara a la Segunda Guerra Mundial, y que motivó que Goebbels, un jerarca nazi, calificara al genio como “un pequeño judío despreciable”.

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“Chaplin fue un campeón en la lucha por la libertad de expresión”, dice Kantor. “Nunca aceptó presiones políticas de ningún tipo y su obra siempre convergió con sus convicciones personales. Borges tenía razón: Chaplin es un representante obligado de la mitología del siglo XX”.

Según Truffaut (otro genio del cine), Chaplin jamás hubiera podido retratar al pobre, al desheredado en la gran urbe, si él no hubiera sufrido hambre de niño y no hubiera tenido una infancia tan desdichada, con un padre alcohólico al que casi nunca vio (murió cuando Charles tenía 12 años) y una madre que pasó gran parte de su vida en sanatorios mentales. A esto se repuso Chaplin y nos legó una obra que retrata el mundo que nos ha tocado vivir (la locura de la guerra, la deshumanización de la modernidad, el horror de la pobreza). Lo hizo con profunda ironía, dramatismo y genialidad. Porque Charlot no es un pesimista, es un desheredado, un rebelde que cree en el mañana y en la libertad.


Fuente: Diario El Comercio, suplemento cultural El Dominical. 3 de Abril del 2011.

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