viernes, 12 de febrero de 2010

Nelson Mandela, símbolo de la lucha contra el apartheid.

El libertador político más querido del mundo

Por: Miguel Cárdenas (Periodista)

El testimonio más ferviente sobre la liberación de Nelson Mandela lo escribió una sudafricana blanca. La escritora Nadine Gordimer recordaba ese momento cúspide en la historia con la emoción de quien picó su propio “muro de Berlín” racial: “Allí estaban las fotografías, mil veces reproducidas, del hombre joven, alto, sonriente y peinado a la antigua; y allí estaba también el héroe mítico (nuestro Che Guevara por no decir nuestro Mesías), inmortal aunque en algunos momentos se pensase que nadie volvería a verlo con vida”.

El pasado martes, el último presidente blanco de Sudáfrica, Frederik de Klerk, celebró el aniversario de su propio discurso de 1990 en el Parlamento más segregacionista del siglo XX, cuando anunció la liberación más esperada y esperanzada del mundo (que hasta hizo cantar al rockero nacional Micky González para que lo oyéramos bien también aquí). De Klerk rememoró ese suceso capital con la pesadez de quien heredó un poder —el apartheid— bruñido de la sangre del racismo más denigrante que se haya institucionalizado política y religiosamente alguna vez: “Es apropiado celebrar el aniversario 20 del 2 de febrero de 1990, no en mi honor… sino porque ese día evitó una catástrofe”.

COLOR LOCAL Y GLOBAL

La catástrofe era ya la que se cometía y acometía desde comienzos del siglo pasado por el régimen colonial sudafricano contra el 80% de su población negra, que era confinada a lugares separados, sin derecho a la educación superior ni a sueldos dignos y reprimidos con sevicia. Esta degradación social fue la que motivó al luchador Nelson Rolihlahla Mandela a participar, en 1952, en una campaña de desobediencia civil y tres años después a redactar la “Carta de la libertad”: “Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, negros y blancos, y ningún gobierno puede considerarse legítimo si no está basado en la voluntad de todo el pueblo”.

En esta lucha, pese a que solía simpatizar con Gandhi, dejó entreabierta la tapa de la violencia: fue uno de los fundadores del comando Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación), hombro armado del partido rebelde Congreso Nacional Africano.

El tiempo remueve paradojas: el hoy patriarca de la paz fue etiquetado como terrorista por quienes lo encerrarían primero de 1956 a 1963 y, luego, 27 años hasta 1990.

OLVIDO Y RECUERDO

En prisión tuvo que trabajar en canteras de cal con castigos procaces. Sudáfrica lucía grandes cifras macroeconómicas en esos años y esto ocasiona —casi— siempre que la violación de los derechos humanos sea vista con ojos anchos y despistados por las potencias. Mandela padeció un ignominioso olvido en esa época.

Sus lecturas en la cárcel (para entender la historia de los opresores) podaron cualquier hojarasca de venganza y Mandela se ganó hasta el candor de sus carceleros.

Cuenta un guardia enternecido que, trasgrediendo la prohibición de que el viejo líder siquiera tocara a sus visitantes, abrió la dura ventana de cristal y permitió que abrazara a su primer nieto de 3 meses que su esposa Winnie rle trajo escondido en una manta.

En los años 80 los organismos de DD.HH. resurgieron el ideal justiciero del anciano negro enjaulado por racistas brutales. Por esto, a Mandela el régimen desprestigiado le ofreció la libertad a cambio de que renunciara a su lucha. Y él respondió con uno de los discursos más inspiradores de esta era. Lo leyó su hija Zindziswa ante una multitud arrobada en el estadio de Soweto el 10 de febrero de 1985: “Solo pueden negociar los hombres libres Vuestra libertad y la mía no se pueden separar. Volveré”.

Y volvió incluso antes de salir de la cárcel. La gente movilizada teniéndolo como ícono de sublevación, la crisis social sudafricana y un mundo al pie de la globalización obligaron al último presidente blanco Frederik de Klerk a legalizar el 2 de febrero de 1990 a las asociaciones que luchaban contra el apartheid en la clandestinidad, a anunciar una nueva Constitución y a asumir la libertad religiosa.

El espíritu de Mandela caminaba desnudo por las calles. Pero su cuerpo vivo esperó nueve días más para ser liberado en medio del arrebato colectivo.

Los blancos temieron la guerra civil y los más radicales incluso la ansiaban, como relató el historiador Anthony Sampson. Pero todos al final sintieron lo mismo que el ex presidente Pik W. Botha, su principal carcelero: “Nunca olvidaré sus palabras. En ellas no había amargura o sed de venganza, ni una sombra de odio”.

Pasaron tres años para que ganara el Premio Nobel de la Paz y un año después, se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica en las primeras y eufóricas elecciones libres. Y luego no hubo revanchismo: su genial logro en la historia de la humanidad.

POR EL MUNDO

Y, sin embargo, no estuvo ajeno a la polémica por ser amigo de dictadores como Fidel Castro y del libio Muammar Gadafi. Y fue muy criticado porque pese a su triunfo pacificador no logró cortar la pobreza bestial ni la corrupción infinita de su país.

Pero este hombre formado por misioneros liberales británicos no se aferró a ningún poder y, luego de finalizar su gestión, viajó sin remansos, mediando en conflictos africanos, tuvo un encuentro antológico con la primera ministra británica Margaret Thatcher, una de las que con más saña lo llamó terrorista, en los años 60; y se convirtió en la conciencia moral del orbe (es tan recordada su descalificación ética contra George Bush por la invasión a Iraq).

En junio del 2004, un extenuado Mandela confirmó su retiro de la vida pública diciendo: “No me llamen, yo los llamaré”.

Esta semana empezaron las celebraciones por la liberación de quien luego sería el gran liberador de su país. Este martes uno de sus invitados principales fue su ex carcelero blanco racista: Christo Brand: su, luego, fiel blanco admirador.

SEPA MÁS

¿Qué fue el apartheid?

Apareció con el colonialismo europeo —holandés sobre todo— en el sur de África. Durante el siglo XX, el poder lo ostentaron los fanáticos calvinistas de la Iglesia Reformista Holandesa, que estipulaba que ellos eran el pueblo elegido de Dios y que el racismo era divino. En 1948 cuando el Partido Nacional gana las elecciones, en las que solo podían votar los blancos, se estipularon abiertamente leyes como la de Clasificación Racial, la que prohibía uniones interraciales y la que forzaba a los habitantes negros a vivir en áreas segregadas en el país donde eran mayoría.

Algarabía mundial

El Comercio mostró en primera plana esa famosa foto del líder sudafricano con el puño en alto. Y avizoró su papel decisivo en la abolición del apartheid y la transición democrática que se avecinaba.

Una gesta deportiva de reconciliación

Nelson Mandela usó la victoria de Sudáfrica, país anfitrión, en la Copa Mundial de Rugby de 1995 para consolidar su mensaje de unidad interracial. Él, apasionado de ese deporte, entregó simbólicamente el trofeo al capitán blanco del equipo, François Piennar, como un gesto de hermandad final para la minoría que antes dominó a sangre y hierro. Clint Eastwood dirigió la película “Invictus”, basada en un libro que recrea este acontecimiento. En la cinta se muestra el lado solitario del héroe de paz. Eastwood atiza: “Mandela no tuvo un buen matrimonio, ni se llevaba bien con ninguno de sus hijos. Según me ha dicho él, siempre se ha arrepentido de su relación familiar porque se entregó a su país dejando a un lado a sus seres queridos. La mayoría de los políticos que entregan su vida a la democracia sufre la pérdida de su familia”.

Fuente: Diario El Comercio. Domingo 7 de Febrero del 2010.

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