miércoles, 23 de diciembre de 2009

Vigencia de Etienne de la Boétie y el tiempo cíclico de la historia.

Servidumbre voluntaria

César Hildebrandt (Periodista)

Una manera de no desesperar, un modo de saber que lo que a nosotros nos perturba como fenómeno social es algo viejo que a muchos otros ha perturbado por igual, una vía infalible para no tomar demasiado en serio ni al hombre ni a la historia, es leer textos antiguos.

Leyendo esos textos uno comprueba que la naturaleza del hombre es una e inamovible y que los vicios que emanan de esa naturaleza no han cambiado –ni cambiarán- a lo largo de los siglos.

Leer, por ejemplo, a Etienne de la Boétie (nacido en 1530 y muerto en 1563) es una delicia.

Porque uno cree estar leyendo a un crítico social del siglo XX, a un cronista del XXI y a un futurólogo sin fecha de caducidad.

Y, sin embargo, su libro “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” fue escrito alrededor deI año 1553, cuando el autor tenía 23 años y aun era estudiante de abogacía en Orleáns.

De la Boétie había sido testigo del ajusticiamiento, ordenado por el rey Francisco I, de ciento cuarenta habitantes de Bordeaux, todos implicados en la llamada Sublevación de la Gavela.

La gavela era un impuesto abusivo por el uso de la sal. En Bordeaux hubo una insurrección en contra de tal exacción y, como consecuencia de ello, las masas exaltadas mataron al recaudador real y a dos de sus ayudantes.

La represalia fue inmediata: 140 condenados a muerte, multas feroces, azotes para otros cientos, humillación colectiva.

De la Boétie se dedicó entonces a pensar por qué resultaba tan fácil para las tiranías gobernar a gente que, de haber reunido fuerzas y propósitos, habría podido recuperar su dignidad apelando al derecho a la rebelión.

Era –y es- la pregunta clave de la historia, la pregunta que la Caverna de todos los siglos siempre ha temido más. De la Boétie, precisamente, recurre a la historia como fuente de innumerables ejemplos de tiranías impunes y pasmos inexplicables.

Su conclusión básica es que la perversión de la educación (y muchas veces el predominio abierto de la ignorancia) resulta el arma decisiva de las tiranías.

Gracias a una educación degenerada (o negada para las masas) es posible, dice Etienne de la Boétie, que el don de la libertad no sea amado ni extrañado y ni siquiera deseado. Sólo en las sombras de la ignorancia es posible resignarse a la indignidad de servir por la fuerza a un amo absolutista (individual o colectivo).

Decir esto en 1553 era toda una hazaña de precocidad y es por eso que De la Boétie es considerado un raro precursor de ese discurso libertario que en nuestros días pudo resultar tan común.

De la Boétie añade que a ningún tirano podrá considerársele bueno, porque “siempre le será posible hacer el mal”. Y dice que la verdadera batalla no se libra en un campo ni entre ríos o montañas sino en la mentalidad de las gentes. Un hombre capturado no es un súbdito: un corazón marchito por la costumbre de servir a la estupidez y a la arbitrariedad sí hace a un “siervo ejemplar”.

Para que los lectores de esta columna tengan una idea más clara del pensamiento de Etienne de la Boétie citaré estas líneas de su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”, también conocido como “Contra uno”:

“Pero la astucia de los tiranos, que consiste en embrutecer a sus súbditos, jamás quedó tan evidente como en lo que Ciro hizo a los lidios, tras apoderarse de Sardes, capital de Lidia, y al apresar a Creso, el rico monarca, y hacerlo prisionero. Le llevaron a Ciro la noticia de que los habitantes de Sardes se habían sublevado. Los habría aplastado sin dificultad inmediatamente; sin embargo, al no querer saquear tan bella ciudad, ni verse obligado a mantener un ejército para imponer el orden, se le ocurrió una gran idea para apoderarse de ella: montó burdeles, tabernas y juegos públicos, y autorizó que los ciudadanos de Sardes hicieran uso libre de ellos. Esta iniciativa dio tan buen resultado que jamás hubo ya que atacar a los lidios por la fuerza de la espada. Estas pobres y miserables gentes se distrajeron de su objetivo, entregándose a todo tipo de juegos; tanto es así que de ahí, de ese topónimo llamado Lidia, proviene la palabra latina “ludi”, raíz de “lúdico”. No todos los tiranos han expresado con tal énfasis su deseo de corromper a sus súbditos. Pero lo cierto es que lo que Ciro ordenó tan formalmente, la mayoría de los otros lo ha hecho ocultamente. Y hay que reconocer que esta es la tendencia natural del pueblo, que suele ser más numeroso en las ciudades; desconfía de quien le ama y confía en quien lo engaña. Los tragos, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos, las medallas, las grandes exhibiciones y otras drogas eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía”.

¿Suena a algo actual y conocido? ¿Suena a humillada cerviz? ¿Suena a cumplida profecía occidental? ¿Suena a Latinoamérica, en general, y al Perú fujimorista, en particular? ¿Es un ensayo sobre el papel idiotizante de la TV en la aldea global?

Suena a todo eso y a más. Suena a la vieja trampa en la que todavía estamos. Sólo que ahora Ciro no es Ciro y ha sido reemplazado por una falange mundial de fascistas avariciosos, mercaderes que hablan de principios y políticos que el hampa le ha prestado a la impostura.

Todo eso hace tan perturbadoramente vigente a Etienne de la Boétie.

Fuente: Diario La Primera. Jueves 10 de diciembre del 2009.

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