El triunfo de Piñera
César Hildebrandt (Periodista)
Hoy en Chile ganará Sebastián Piñera y como que así las cosas volverán a la normalidad.
O sea que la derecha volverá a gobernar sin necesidad de intermediarios.
Porque esto de la Concertación era como una transición pasmada, un episodio que duró demasiado, un espejismo centrista que parece haber llegado al confín de sus posibilidades.
En algún sentido resulta que la derecha nunca se ausentó del todo. El inquilinato de veinte años de la Concertación jamás la incomodó demasiado. Los sobresaltos vinieron de un poder judicial que sacó la cara por la decencia, no de un poder político que vistió con resignación la camisa de fuerza de la constitución de Pinochet.
Piñera es el resumen de la historia de Chile. Y en esa historia lo que ha prevalecido es un conservadurismo armado y a ratos sanguinario.
Algunos creen que Pinochet fue la excepción que manchó un pasado pulquérrimo de las Fuerzas Armadas.
Eso no es cierto. Pinochet resucitó a la vieja bestia reaccionaria de 1891.
Ese año, una fracción importante del ejército y la marina se sublevó en contra del gobierno de José Manuel Balmaceda, que se había convertido en dictadura a raíz del sabotaje oligárquico planteado por el Congreso, el que se negó a aprobar el presupuesto general de la República.
Hubo excesos por ambas partes en una guerra interna librada alrededor de los intereses del salitre –Balmaceda estaba en contra del enclave británico que reinaba en aquel norte arrebatado al Perú y Bolivia-, pero lo cierto es que los partidarios de Balmaceda fueron masacrados de un modo que es difícil de describir.
Los generales balmacedistas Orozimbo Barbosa y José Miguel Alcérreca fueron descuartizados en público por los triunfantes militares insurrectos.
Chile volvió aquel año a la normalidad que volvería a padecer en 1973.
Pero entre 1891 y 1973 –entre dos de los más honorables suicidios de la política latinoamericana: el de Balmaceda en la embajada argentina, el de Allende en el aerobombardeado palacio presidencial- la política chilena, siempre aliada de los militares, mostró su apego a los intereses más reaccionarios y más abiertamente plutocráticos.
Todos recordamos que en 1907, en Iquique, el general chileno Roberto Silva Renard ordenó abrir fuego sobre miles de obreros salitreros y sus familias, quienes se habían refugiado en la escuela Domingo de Santa María. En la montaña de cadáveres que la matanza produjo hubo también cuerpos de obreros peruanos y bolivianos que pedían salarios justos y pagados con dinero y no con las fichas que la compañía inglesa entregaba para que fueran canjeadas por comida o bienes de sus almacenes.
Como lo ha recordado el escritor chileno Máximo Kisnat en un reciente artículo, en 1925, en la Pampa del Tamarugal, “nuestro glorioso Ejército asesinó a unos dos mil quinientos obreros...que querían cobrar sus salarios con dinero de verdad que les permitiera comprar en cualquier parte y no sólo en las pulperías de la compañía (inglesa, por supuesto)...”
Kisnat también rememora la represalia feroz que, en 1957, ordenó perpetrar en contra de estudiantes y obreros el gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo, apodado “El Caballo”.
“No sabemos el número de muertos, especialmente por los asesinados en el Cerro de Santa Lucía que luego fueron hechos desaparecer”, dice Kisnat. Y añade:
“La batalla de Santiago (la de 1957) fue una de las 55 masacres perpetradas en el siglo XX...sin considerar el genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet...”.
La señora Bachelet era en muchos sentidos rehén de los uniformados. La historia de Chile, en general, parece secuestrada por la indestructible alianza de una derecha que no duda en derramar sangre y unos militares que no vacilan en disparar en nombre de los grandes privilegios.
De modo que para qué tanta simulación. Con Piñera al mando –o con un Frei empujado a imitarlo en el caso de ganar- la derecha chilena regresa al poder más insolente, amnésica y amenazante que nunca. Sin interpósita persona.
Que el Perú se cuide más que nunca.
Fuente: Diario La Primera. Domingo 13 de diciembre del 2009.
César Hildebrandt (Periodista)
Hoy en Chile ganará Sebastián Piñera y como que así las cosas volverán a la normalidad.
O sea que la derecha volverá a gobernar sin necesidad de intermediarios.
Porque esto de la Concertación era como una transición pasmada, un episodio que duró demasiado, un espejismo centrista que parece haber llegado al confín de sus posibilidades.
En algún sentido resulta que la derecha nunca se ausentó del todo. El inquilinato de veinte años de la Concertación jamás la incomodó demasiado. Los sobresaltos vinieron de un poder judicial que sacó la cara por la decencia, no de un poder político que vistió con resignación la camisa de fuerza de la constitución de Pinochet.
Piñera es el resumen de la historia de Chile. Y en esa historia lo que ha prevalecido es un conservadurismo armado y a ratos sanguinario.
Algunos creen que Pinochet fue la excepción que manchó un pasado pulquérrimo de las Fuerzas Armadas.
Eso no es cierto. Pinochet resucitó a la vieja bestia reaccionaria de 1891.
Ese año, una fracción importante del ejército y la marina se sublevó en contra del gobierno de José Manuel Balmaceda, que se había convertido en dictadura a raíz del sabotaje oligárquico planteado por el Congreso, el que se negó a aprobar el presupuesto general de la República.
Hubo excesos por ambas partes en una guerra interna librada alrededor de los intereses del salitre –Balmaceda estaba en contra del enclave británico que reinaba en aquel norte arrebatado al Perú y Bolivia-, pero lo cierto es que los partidarios de Balmaceda fueron masacrados de un modo que es difícil de describir.
Los generales balmacedistas Orozimbo Barbosa y José Miguel Alcérreca fueron descuartizados en público por los triunfantes militares insurrectos.
Chile volvió aquel año a la normalidad que volvería a padecer en 1973.
Pero entre 1891 y 1973 –entre dos de los más honorables suicidios de la política latinoamericana: el de Balmaceda en la embajada argentina, el de Allende en el aerobombardeado palacio presidencial- la política chilena, siempre aliada de los militares, mostró su apego a los intereses más reaccionarios y más abiertamente plutocráticos.
Todos recordamos que en 1907, en Iquique, el general chileno Roberto Silva Renard ordenó abrir fuego sobre miles de obreros salitreros y sus familias, quienes se habían refugiado en la escuela Domingo de Santa María. En la montaña de cadáveres que la matanza produjo hubo también cuerpos de obreros peruanos y bolivianos que pedían salarios justos y pagados con dinero y no con las fichas que la compañía inglesa entregaba para que fueran canjeadas por comida o bienes de sus almacenes.
Como lo ha recordado el escritor chileno Máximo Kisnat en un reciente artículo, en 1925, en la Pampa del Tamarugal, “nuestro glorioso Ejército asesinó a unos dos mil quinientos obreros...que querían cobrar sus salarios con dinero de verdad que les permitiera comprar en cualquier parte y no sólo en las pulperías de la compañía (inglesa, por supuesto)...”
Kisnat también rememora la represalia feroz que, en 1957, ordenó perpetrar en contra de estudiantes y obreros el gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo, apodado “El Caballo”.
“No sabemos el número de muertos, especialmente por los asesinados en el Cerro de Santa Lucía que luego fueron hechos desaparecer”, dice Kisnat. Y añade:
“La batalla de Santiago (la de 1957) fue una de las 55 masacres perpetradas en el siglo XX...sin considerar el genocidio llevado a cabo por la dictadura de Pinochet...”.
La señora Bachelet era en muchos sentidos rehén de los uniformados. La historia de Chile, en general, parece secuestrada por la indestructible alianza de una derecha que no duda en derramar sangre y unos militares que no vacilan en disparar en nombre de los grandes privilegios.
De modo que para qué tanta simulación. Con Piñera al mando –o con un Frei empujado a imitarlo en el caso de ganar- la derecha chilena regresa al poder más insolente, amnésica y amenazante que nunca. Sin interpósita persona.
Que el Perú se cuide más que nunca.
Fuente: Diario La Primera. Domingo 13 de diciembre del 2009.
de que resurreccion me habla, acaso quieren seguir incrementando la brecha entre ricos y pobres, de la intolerancia de la clase alta de que el pueblo aspire legitimamente a mejorar su calidad de vida, no seamos sesgados en nuestros comentarios ya que la concertacion a tenido muchos errores, pero han sido mas los aciertos, preguntenle a los jubilados que han tenido un avance cualitativo importante o a los miles de estudiantes que pueden acceder a la educacion superior sin contar con recursos economicos, Pinochet claramente ha sido un gran traspie para nuestra historia "agradescamosle que nos haya salvado del marxismo" de que marxismo si solo se queria repartir mas equitativamente la "torta". se dice que levanto la economia pero cual fue el precio un pais reprimido, sin alma, con miles de muertos y muchos mas torturados por el solo hecho de pensar distinto, solo por querer mejorar sus expectativas de vida y crear una sociedad mas justa y alegre. Nosoy allendista o comunista solo quiero que Chile sea un mejor pais para todos no solo economicamente sino un desarrollo cultural y espiritual.
ResponderEliminarLamentablemente algunos solo piensan el Desarrollo en términos económicos. El Desarrollo de un país está vinculado a la extensión de los derechos políticos, civiles y sociales. Chile al igual que el Perú, aún conserva una lógica autoritaria y conservadora. El bienestar de una sociedad pasa por la acentuación de los principios básicos de Libertad e Igualdad. Ahora le pregunto honestamente, ¿cuánto han hecho las derechas de nuestros respectivos países para defender y propagar estos principios?.
ResponderEliminarPor su parte, el partido socialista de chile, hoy encarna algo extraño e inédito en la política mundial: un “socialismo de derecha”.
Chile ahora se encuentra entre Escila y Caribdis, o sea entre Piñera y Frei.
Saludos!