¿Por qué Castilla invadió Ecuador?
Por: Rosa Garibaldi*
La historia que derivó en la invasión del Ecuador comenzó en 1857 cuando un personaje insólito, de nombre Juan Celestino Cavero, llegó a Quito como encargado de negocios del Perú. Poco antes, el gobierno ecuatoriano había comunicado al de Ramón Castilla que su Congreso había ratificado el Tratado Continental —pacto de defensa hemisférica, promovido por el Perú—. Ecuador tomaba, así, la iniciativa para restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas por tres años. Castilla nombró a Cavero y le encomendó lograr la aprobación de las enmiendas hechas al referido tratado por la Convención Nacional y ofrecer sus buenos oficios para la devolución de las propiedades embargadas al ex presidente ecuatoriano Juan José Flores —promotor de la expedición armada que en 1848 pretendió establecer una monarquía en el Ecuador— e instigador impenitente de revueltas en su patria.
Rudeza y destino
La misión de Cavero fue un fiasco por su actitud desdeñosa de las formas protocolares. Apenas llegó a Quito —antes de ser acreditado— se ofendió porque el canciller ecuatoriano Antonio Mata no lo saludó en un encuentro casual. Cavero le envió una carta destemplada reprochándole su actitud. El canciller Manuel Ortiz de Zevallos censuró el comportamiento de Cavero y lamentó también que la reclamación a favor de Flores —que debía ser de “buenos oficios”— hubiera ofendido al gobierno ecuatoriano y perjudicado las negociaciones sobre la nueva ratificación del Tratado Continental.
Defensa amazónica
Tras el impase, Cavero se enteró de que el gobierno ecuatoriano, presionado por acreedores británicos y para condonar su deuda, había suscrito el 21 de setiembre de 1857 una convención para adjudicarles terrenos en Canelos, provincia de Oriente (que incluía tierras que el Perú reclamaba como suyas). Cavero se embarcó en una campaña desatinada, pese a su motivación patriótica. Protestó invocando la Real Cédula de 1802 —que ordenó agregar el Gobierno y la Comandancia General de Maynas al Virreinato del Perú—, pero no utilizó el esquema progresivo de gestiones dictado por la cancillería peruana para que Ecuador retrocediera. Su descontrol fue mayor cuando el canciller Antonio Mata respondió que la Real Cédula de 1802 no había recibido el pase del Virrey de Nueva Granada y que por no haber sido ejecutada el territorio pertenecía al Ecuador. Cavero replicó que Ecuador estaba trasladando extensos territorios a súbditos de una nación extranjera, violando el artículo 13 del Tratado Continental que obligaba a no ceder ni enajenar a otro Estado o a súbditos extranjeros parte alguna de su territorio. Las relaciones diplomáticas se quebraron por las comunicaciones de Cavero al cónsul general de Colombia. En una carta (terminó publicada en la Gaceta Oficial de Bogotá), acusó al Ecuador de sacrificar la soberanía e independencia de los estados americanos por la imprudencia de adjudicar a los ingleses territorios aún no deslindados. Cavero, además, anunció que apenas terminara la guerra civil en el Perú, el gobierno ocuparía Guayaquil para obligar al Ecuador a un arreglo fronterizo.
Bloqueo peruano
En vísperas de las negociaciones con el Ecuador, el canciller Ortiz de Zevallos recibió una nota de su homólogo Mata, solicitando el retiro de Cavero e informando la suspensión de toda comunicación con él. El Perú exigió el inmediato restablecimiento de Cavero en sus funciones, como condición previa a toda negociación. Ecuador no acató la exigencia y se precipitó: una cosa era pedir el retiro de Cavero al gobierno de Lima y otra devolver sus notas sin abrir, lo que constituyó una ofensa diplomática. Por ley del 26 de octubre de 1858, el Congreso autorizó al presidente Castilla a emplear toda medida, inclusive la guerra, hasta alcanzar satisfacción con el Ecuador. Ese día Castilla decretó el bloqueo de la costa ecuatoriana. En la tensa coyuntura, surgió otra desavenencia: Ecuador propuso a Estados Unidos, una vez más, venderle las islas Galápagos.
Se desata la guerra
El 10 de agosto de 1859, el canciller Melgar envió una circular al cuerpo diplomático y consular en Lima explicando por qué el Perú declaraba la guerra al Ecuador: su renuencia para fijar las líneas fronterizas; su tendencia a transferir o vender importantes porciones de territorio a potencias extranjeras, incluyendo aquellas que el Perú reclamaba como suyas; su declaración de que el Amazonas y sus confluentes estaban abiertos al comercio y la navegación de todas las naciones, sin tener en cuenta la determinación de los demás estados ribereños; y por el trato ofensivo y suspensión del ministro Cavero y por la falta de respuesta al último pedido peruano (ratificación del Tratado Continental con las enmiendas hechas por el Perú).
Ocupación por la paz
El contralmirante Ignacio Mariátegui estaba encargado del bloqueo de la costa ecuatoriana pero no logró acuerdo con el general Guillermo Franco, comandante general de Guayaquil. Entonces Castilla encabezó una segunda expedición armada. Pronto se percató de que la anarquía reinaba en ese país: no existía un gobierno único y legítimo. Castilla suspendió las operaciones militares y envió un ultimátum a Gabriel García Moreno y a Franco —los caudillos rivales— para que en treinta días establecieran un gobierno provisorio, que representara a toda la nación ecuatoriana, para poder negociar un tratado de paz. No tuvo éxito con García Moreno, mandatario en Quito, pero sí con Franco, quien reconoció a Cavero como plenipotenciario y ofreció sus cuarteles a las tropas peruanas. El 7 de enero de 1860, Perú ocupó Guayaquil.
Anulación de una venta
En la legación del Perú en Guayaquil, Castilla exhibió el original de la Real Cédula de 1802. En el artículo quinto del Tratado de Mapasingue, firmado el 25 de enero de 1860, el Ecuador declaró nulas las adjudicaciones a los británicos y, en términos claros, reconoció la Cédula Real de 1802. Convino en hacer una rectificación de los límites del Perú por medio de una comisión mixta; y aceptó provisionalmente los límites conforme a la Real Cédula de 1802. El Perú concedió al Ecuador un plazo de dos años para “presentar las pruebas que enervasen los efectos de esa cédula”. La política de contención seguida por Castilla evidenció su intención de no arriesgar las posibilidades de lograr la adhesión ecuatoriana al Tratado Continental, con las enmiendas peruanas. No prosiguió con la ocupación militar hasta que se hubiera logrado la unión del Ecuador bajo un solo gobierno que firmara y ratificara el tratado. Tampoco aprovechó su situación de fuerza para reafirmar el derecho del Perú sobre Guayaquil, lo que hubiera creado una barrera infranqueable a todo intento de cooperación y unión futura, pero sobre todo no usó la fuerza para demarcar la frontera entre el Perú y el Ecuador. Castilla estaba tan convencido del título peruano sobre algunos de los territorios que el Ecuador pretendía enajenar, que le concedió el plazo de dos años para refutar dicha propiedad. Pese a todo, la expedición dejó un resentimiento por la invasión de territorio ecuatoriano y por la imposición de la paz.
Poco después de que Castilla partiera de Guayaquil, Juan José Flores retornó del exilio, asumió el mando del ejército ecuatoriano y unificó el país bajo el gobierno de García Moreno. Aunque en abril de 1861, el Ecuador rechazó el Tratado de Mapasingue, Castilla logró algo trascendental con su expedición militar: la anulación de la adjudicación de terrenos a los acreedores británicos, evitando la creación de otra Guyana en la Amazonía. Así, la frontera norte del Perú se mantuvo en una situación de status quo.
Por: Rosa Garibaldi*
La historia que derivó en la invasión del Ecuador comenzó en 1857 cuando un personaje insólito, de nombre Juan Celestino Cavero, llegó a Quito como encargado de negocios del Perú. Poco antes, el gobierno ecuatoriano había comunicado al de Ramón Castilla que su Congreso había ratificado el Tratado Continental —pacto de defensa hemisférica, promovido por el Perú—. Ecuador tomaba, así, la iniciativa para restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas por tres años. Castilla nombró a Cavero y le encomendó lograr la aprobación de las enmiendas hechas al referido tratado por la Convención Nacional y ofrecer sus buenos oficios para la devolución de las propiedades embargadas al ex presidente ecuatoriano Juan José Flores —promotor de la expedición armada que en 1848 pretendió establecer una monarquía en el Ecuador— e instigador impenitente de revueltas en su patria.
Rudeza y destino
La misión de Cavero fue un fiasco por su actitud desdeñosa de las formas protocolares. Apenas llegó a Quito —antes de ser acreditado— se ofendió porque el canciller ecuatoriano Antonio Mata no lo saludó en un encuentro casual. Cavero le envió una carta destemplada reprochándole su actitud. El canciller Manuel Ortiz de Zevallos censuró el comportamiento de Cavero y lamentó también que la reclamación a favor de Flores —que debía ser de “buenos oficios”— hubiera ofendido al gobierno ecuatoriano y perjudicado las negociaciones sobre la nueva ratificación del Tratado Continental.
Defensa amazónica
Tras el impase, Cavero se enteró de que el gobierno ecuatoriano, presionado por acreedores británicos y para condonar su deuda, había suscrito el 21 de setiembre de 1857 una convención para adjudicarles terrenos en Canelos, provincia de Oriente (que incluía tierras que el Perú reclamaba como suyas). Cavero se embarcó en una campaña desatinada, pese a su motivación patriótica. Protestó invocando la Real Cédula de 1802 —que ordenó agregar el Gobierno y la Comandancia General de Maynas al Virreinato del Perú—, pero no utilizó el esquema progresivo de gestiones dictado por la cancillería peruana para que Ecuador retrocediera. Su descontrol fue mayor cuando el canciller Antonio Mata respondió que la Real Cédula de 1802 no había recibido el pase del Virrey de Nueva Granada y que por no haber sido ejecutada el territorio pertenecía al Ecuador. Cavero replicó que Ecuador estaba trasladando extensos territorios a súbditos de una nación extranjera, violando el artículo 13 del Tratado Continental que obligaba a no ceder ni enajenar a otro Estado o a súbditos extranjeros parte alguna de su territorio. Las relaciones diplomáticas se quebraron por las comunicaciones de Cavero al cónsul general de Colombia. En una carta (terminó publicada en la Gaceta Oficial de Bogotá), acusó al Ecuador de sacrificar la soberanía e independencia de los estados americanos por la imprudencia de adjudicar a los ingleses territorios aún no deslindados. Cavero, además, anunció que apenas terminara la guerra civil en el Perú, el gobierno ocuparía Guayaquil para obligar al Ecuador a un arreglo fronterizo.
Bloqueo peruano
En vísperas de las negociaciones con el Ecuador, el canciller Ortiz de Zevallos recibió una nota de su homólogo Mata, solicitando el retiro de Cavero e informando la suspensión de toda comunicación con él. El Perú exigió el inmediato restablecimiento de Cavero en sus funciones, como condición previa a toda negociación. Ecuador no acató la exigencia y se precipitó: una cosa era pedir el retiro de Cavero al gobierno de Lima y otra devolver sus notas sin abrir, lo que constituyó una ofensa diplomática. Por ley del 26 de octubre de 1858, el Congreso autorizó al presidente Castilla a emplear toda medida, inclusive la guerra, hasta alcanzar satisfacción con el Ecuador. Ese día Castilla decretó el bloqueo de la costa ecuatoriana. En la tensa coyuntura, surgió otra desavenencia: Ecuador propuso a Estados Unidos, una vez más, venderle las islas Galápagos.
Se desata la guerra
El 10 de agosto de 1859, el canciller Melgar envió una circular al cuerpo diplomático y consular en Lima explicando por qué el Perú declaraba la guerra al Ecuador: su renuencia para fijar las líneas fronterizas; su tendencia a transferir o vender importantes porciones de territorio a potencias extranjeras, incluyendo aquellas que el Perú reclamaba como suyas; su declaración de que el Amazonas y sus confluentes estaban abiertos al comercio y la navegación de todas las naciones, sin tener en cuenta la determinación de los demás estados ribereños; y por el trato ofensivo y suspensión del ministro Cavero y por la falta de respuesta al último pedido peruano (ratificación del Tratado Continental con las enmiendas hechas por el Perú).
Ocupación por la paz
El contralmirante Ignacio Mariátegui estaba encargado del bloqueo de la costa ecuatoriana pero no logró acuerdo con el general Guillermo Franco, comandante general de Guayaquil. Entonces Castilla encabezó una segunda expedición armada. Pronto se percató de que la anarquía reinaba en ese país: no existía un gobierno único y legítimo. Castilla suspendió las operaciones militares y envió un ultimátum a Gabriel García Moreno y a Franco —los caudillos rivales— para que en treinta días establecieran un gobierno provisorio, que representara a toda la nación ecuatoriana, para poder negociar un tratado de paz. No tuvo éxito con García Moreno, mandatario en Quito, pero sí con Franco, quien reconoció a Cavero como plenipotenciario y ofreció sus cuarteles a las tropas peruanas. El 7 de enero de 1860, Perú ocupó Guayaquil.
Anulación de una venta
En la legación del Perú en Guayaquil, Castilla exhibió el original de la Real Cédula de 1802. En el artículo quinto del Tratado de Mapasingue, firmado el 25 de enero de 1860, el Ecuador declaró nulas las adjudicaciones a los británicos y, en términos claros, reconoció la Cédula Real de 1802. Convino en hacer una rectificación de los límites del Perú por medio de una comisión mixta; y aceptó provisionalmente los límites conforme a la Real Cédula de 1802. El Perú concedió al Ecuador un plazo de dos años para “presentar las pruebas que enervasen los efectos de esa cédula”. La política de contención seguida por Castilla evidenció su intención de no arriesgar las posibilidades de lograr la adhesión ecuatoriana al Tratado Continental, con las enmiendas peruanas. No prosiguió con la ocupación militar hasta que se hubiera logrado la unión del Ecuador bajo un solo gobierno que firmara y ratificara el tratado. Tampoco aprovechó su situación de fuerza para reafirmar el derecho del Perú sobre Guayaquil, lo que hubiera creado una barrera infranqueable a todo intento de cooperación y unión futura, pero sobre todo no usó la fuerza para demarcar la frontera entre el Perú y el Ecuador. Castilla estaba tan convencido del título peruano sobre algunos de los territorios que el Ecuador pretendía enajenar, que le concedió el plazo de dos años para refutar dicha propiedad. Pese a todo, la expedición dejó un resentimiento por la invasión de territorio ecuatoriano y por la imposición de la paz.
Poco después de que Castilla partiera de Guayaquil, Juan José Flores retornó del exilio, asumió el mando del ejército ecuatoriano y unificó el país bajo el gobierno de García Moreno. Aunque en abril de 1861, el Ecuador rechazó el Tratado de Mapasingue, Castilla logró algo trascendental con su expedición militar: la anulación de la adjudicación de terrenos a los acreedores británicos, evitando la creación de otra Guyana en la Amazonía. Así, la frontera norte del Perú se mantuvo en una situación de status quo.
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(*) Historiadora y diplomàtica. Profesora de la Escuela Diplomàtica Peruana.
Fuente: Diario El Comercio. Domingo 27 de septiembre del 2009.
Mi estimada profesora la cédula de 1802 era una cédula militar y eclesiástica pero no territorial.
ResponderEliminarLa cédula real de 1802 era una cédula real y eclesiástica, no territorial.
ResponderEliminarMi estimada profesora la cédula de 1802 era una cédula militar y eclesiástica pero no territorial.
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