sábado, 29 de agosto de 2009

Los Estados desunidos del sur: Colombia y la guerra fría latinoamericana.

Foto: Telam

García y la Unasur

César Hildebrandt (Periodista)

El señor Alan García tiene el sentido de la diplomacia que podría haber tenido un mamut en plena era del hielo.

Ayer se largó de la cumbre de la Unasur dos horas antes de que terminara y dejó como representantes a un funcionario de quinta y a la muy secundaria, aunque respetable, señora Judith de la Mata.

Como si al Perú no le interesara que su presidente estuviera en las deliberaciones finales de una cita tan importante.

Como si no tuviéramos fronteras con Colombia ni selva que proteger ni soberanía que hacer respetar.

Como si fuéramos Uruguay, cuyo presidente, Tabaré Vázquez, también se fue prematuramente sin que nadie lo echara de menos.

Pero así es Alan García. Dijo lo suyo, que fue interesante, y desairó el debate. Como hace aquí. Como si le fuera imposible admitir que la discusión es también insumo de la democracia.

La cita de la Unasur demostró que en Latinoamérica es donde ahora se libra la guerra fría más abierta y brutal.

Colapsado el sistema que imaginó Marx, despilfarró Lenin y degeneró Stalin, ya no quedan dos imperios disputándose áreas de influencia. Queda uno solo ajustando las tuercas de su dominio. Un dominio sin posible respuesta militar (por lo menos en el marco de las armas convencionales).

Pues bien, ese imperio ha empezado a pasar lista en ese patio trasero que ayer no parecía tener tanta importancia.

Y ayer se vio, con más claridad que nunca, que Perú y Colombia gritan “¡presente!” cuando esa lista se pasa. Y que todos los demás murmuran o se callan. O protestan, como hicieron Chávez, Correa y Morales.

Qué dividida está América Latina. Qué envenenado su ambiente. Y cuántas mentiras se dicen en su nombre.

Álvaro Uribe, por ejemplo, habla de “los bandidos de las FARC” –y tiene razón en varios sentidos- pero se olvida de los bandoleros que él protegió en Antioquia, de los paramilitares que interpretaron sus deseos y de los abiertamente milicos que se sumaron al genocidio de la Unión Patriótica.

Los jóvenes de Latinoamérica deben enterarse de que, en 1985, las FARC y el Partido Comunista de Colombia, juntos bajo el nombre de Unión Patriótica, quisieron hacer vida política legal y a la luz de las ánforas.

Y lo hicieron. Y en 1986 llegaron a obtener el 3 por ciento de los votos. Que no era mucho pero que les significó tener cinco senadores, nueve representantes a la Cámara, catorce diputados departamentales, 351 concejales municipales y 23 alcaldes.

¿Y qué pasó luego?

Pues que empezó el genocidio de la Unión Patriótica. Genocidio es una palabra que la derecha colombiana y el catolicismo macartista de sus fuerzas de choque conocen muy bien. ¿Les suena lo de Gaitán y el bogotazo de 1948?

De modo que las elecciones de 1986 fueron usadas para localizar a los líderes de izquierda que habían apostado por el juego democrático.

Y una vez localizados esos líderes resultaron asesinados (o desaparecidos) por sicarios que obedecían a planes de exterminio de las Fuerzas Armadas de Colombia (Plan Esmeralda, Plan Baile Rojo, Plan Cóndor, Plan Golpe de Gracia).

Tres mil militantes de la Unión Patriótica fueron asesinados en Colombia desde el año 1986 (243 sólo en ese año). La masacre incluye decenas de concejales, la totalidad de sus diputados de representación nacional, cientos de dirigentes sindicales y campesinos y dos candidatos a la presidencia: Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo. En 1996, la presidenta de Unión Patriótica, Aída Abella Esquivel, se salvó de milagro de un atentado con cohetes y tuvo que marchar al exilio.

Todo eso contribuyó al encarnizamiento de las FARC y al endurecimiento salvaje de sus métodos. Pero lo que resulta indiscutible es que la llamada democracia colombiana no tolera que la izquierda crezca bajo su sombra.

De resultas de lo cual puede decirse que las FARC no son un accidente surgido de la intolerancia sino una consecuencia inevitable de las políticas de exterminio que la derecha colombiana, ahora con Uribe a la cabeza, ha practicado desde siempre.

Nadie le dijo a Uribe que tiene las manos manchadas de sangre. Ni que su segunda reelección es abiertamente tramposa. Desde esa perspectiva, la reunión fue una expresión de delicadísima diplomacia regional.

Lo que sí le pidieron fue que garantizara que las bases estadounidenses que tolerará serán para “uso doméstico” y que no amenazarán a ningún país vecino.

Pero lo cierto es que esa garantía sólo la podría ofrecer el presidente Barack Obama. Y, hasta donde sabemos, el señor Obama todavía no se ha integrado a la Unasur.

Lo del narcotráfico pareció, más que nunca, un pretexto para que el ojo del águila americana nos mire a su gusto desde sus aviones y parafernalias electrónicas. El secretismo en relación al acuerdo Obama-Uribe no hace sino acrecentar sospechas.

Colombia es un ensayo de Israel latinoamericano. Y Chávez, Correa y Morales son el islamismo a abatir.

¿Y el Perú? Bueno, nosotros, gracias al doctor García, somos tan irrelevantes como Jordania.

Fuente: Diario La Primera. Sábado 29 de agosto del 2009.

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