Apóstol de las gentes
El año de San Pablo. Los grandes hombres que influyen en la historia poseen alguna característica genial y distinta que marca su pensamiento y su actividad creadora y, por consiguiente, expresa su identidad. Para Pablo, ese sello indeleble es ser apóstol de Jesucristo. Mañana culmina el Año Paulista
Por: Luis Ferroggiaro*
Cuando pensamos en San Pablo quizá nos venga a la mente la imagen del furibundo perseguidor de cristianos que repentinamente se convierte en fervoroso seguidor del Evangelio. Se trata del famoso episodio del “camino de Damasco”, objeto de inspiración de tantos grandes artistas, como Miguel Ángel, Murillo o Caravaggio, para mencionar solo a algunos. Pablo es un converso. De fariseo radical a ferviente anunciador del Evangelio, de implacable cazador de cristianos a columna de la Iglesia. El encuentro con Jesús selló su vida para siempre y configuró todo su ser al punto de decir: “Para mí, vivir es Cristo”.
Encuentro con la verdad
El apostolado de Pablo no es fruto de una iniciativa personal, ambición humana o de un proyecto personal. No nace de una búsqueda intelectual ni de una exploración espiritual, tampoco de la fascinación por un discurso convincente o una ideología fascinante. El apostolado paulino brota de su encuentro personal con Cristo Resucitado. El evangelista Lucas lo describe en el Libro de los Hechos de los Apóstoles como el encuentro con “una luz venida del cielo”. Quizás no halló mejores palabras para lo que significa encontrarse con Jesucristo vivo: una luz radiante que ilumina la propia vida y nos hace ver la realidad como la ve Dios, en toda su hondura y profundidad.
Mensaje universal
A partir de entonces, Pablo no duda en definirse como apóstol pese a no haber sido parte de los “doce”. Un apóstol es, ante todo, un testigo, es uno que “ha visto” a Jesús, que se ha encontrado con Él, un testigo de la Resurrección. Apóstol, en griego, significa “enviado”. El apóstol ha recibido una misión de la que no es dueño sino embajador y servidor. Entendió la misión a él encomendada de forma universal. La Buena Noticia no era para un grupo reducido de personas, no era un mensaje para un ghetto ni para una aristocracia espiritual. Cristo Resucitado es la primicia de la vida nueva para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas. Esa conciencia universal lo llevó a emprender viajes evangelizadores formidables no exentos de peligros, privaciones, incomprensiones y sufrimientos. Desde Antioquía, recorrió Chipre, Pisidia, Licaonia, Galacia, en el Asia Menor, Macedonia, Grecia y Roma en Europa. Fundó fecundas comunidades de vida cristiana, llevando el Evangelio del Señor Jesús a los pueblos “gentiles” es decir, ajenos al judaísmo.
Esa experiencia evangelizadora encontraba su motivación primordial en el amor apasionado a Dios y a los hombres. Su apostolado puede definirse como sobreabundancia de amor. “El amor de Cristo nos apremia”, escribirá a los cristianos de Corinto. No podía ser de otra manera pues solo el amor llena de significado la vida humana. Es el amor de Dios lo que da sentido a todo en su vida: “Si no tengo amor, no soy nada”. Ese amor a Dios lo vive en el servicio incondicional: “testigo me es Dios de cuánto los quiero en el corazón de Cristo Jesús y lo que pido en la oración es que su amor siga creciendo más”, escribe a los cristianos de Filipos.
Estas características fundamentales del apostolado paulino evidencian la real dimensión del apostolado cristiano. El Concilio Vaticano II recordaba e insistía que todo bautizado, en virtud de ese don recibido, está llamado a ser apóstol. Anunciar a Jesús, dar testimonio de él con toda la vida, forma parte esencial de la identidad de un cristiano. La fisonomía evangelizadora de San Pablo es estímulo y fuente inspiradora para quien busca asumir coherentemente su propio llamado a ser testigo de la Resurrección del Señor Jesús en el mundo de hoy.
Hombre de tres culturas
Hebreo de raza, de lengua griega, ciudadano romano, con razón ha sido llamado “hombre de tres culturas”. De ahí su triple nombre: Saúl en hebreo, Saulos en griego, Paulus en latín. Nació en Tarso, Cilicia, (actual Turquía), hacia el año 8, según el parecer prácticamente unánime de los estudiosos. Perteneció a la tribu de Benjamín y por familia y tradición era fariseo. Hacia los 13 años se trasladó a Jerusalén donde fue discípulo del rabino Gamaliel, y formado por él en el más observante fariseísmo. Hombre profundamente religioso y celoso seguidor de la Ley Mosaica, veía en los cristianos una secta peligrosa y amenazadora de la pureza judaica. Según su propio testimonio, fue perseguidor de la Iglesia de Cristo y estuvo presente en el martirio de Esteban. Hacia el año 33 un acontecimiento formidable cambiaría su vida para siempre: el encuentro con Cristo Resucitado, camino de Damasco. Emprendió tres viajes misioneros, fundó comunidades en Asia menor y Europa. Escribió trece cartas inspiradas por el Espíritu Santo. Hacia el año 67, sufrió el martirio en Roma, bajo Nerón. Después de Jesucristo, es el personaje del cristianismo primitivo de quien más información se tiene.
[*] Sacerdote sodálite
Fuente: Diario El Comercio. Domingo 28 de junio del 2009.
El año de San Pablo. Los grandes hombres que influyen en la historia poseen alguna característica genial y distinta que marca su pensamiento y su actividad creadora y, por consiguiente, expresa su identidad. Para Pablo, ese sello indeleble es ser apóstol de Jesucristo. Mañana culmina el Año Paulista
Por: Luis Ferroggiaro*
Cuando pensamos en San Pablo quizá nos venga a la mente la imagen del furibundo perseguidor de cristianos que repentinamente se convierte en fervoroso seguidor del Evangelio. Se trata del famoso episodio del “camino de Damasco”, objeto de inspiración de tantos grandes artistas, como Miguel Ángel, Murillo o Caravaggio, para mencionar solo a algunos. Pablo es un converso. De fariseo radical a ferviente anunciador del Evangelio, de implacable cazador de cristianos a columna de la Iglesia. El encuentro con Jesús selló su vida para siempre y configuró todo su ser al punto de decir: “Para mí, vivir es Cristo”.
Encuentro con la verdad
El apostolado de Pablo no es fruto de una iniciativa personal, ambición humana o de un proyecto personal. No nace de una búsqueda intelectual ni de una exploración espiritual, tampoco de la fascinación por un discurso convincente o una ideología fascinante. El apostolado paulino brota de su encuentro personal con Cristo Resucitado. El evangelista Lucas lo describe en el Libro de los Hechos de los Apóstoles como el encuentro con “una luz venida del cielo”. Quizás no halló mejores palabras para lo que significa encontrarse con Jesucristo vivo: una luz radiante que ilumina la propia vida y nos hace ver la realidad como la ve Dios, en toda su hondura y profundidad.
Mensaje universal
A partir de entonces, Pablo no duda en definirse como apóstol pese a no haber sido parte de los “doce”. Un apóstol es, ante todo, un testigo, es uno que “ha visto” a Jesús, que se ha encontrado con Él, un testigo de la Resurrección. Apóstol, en griego, significa “enviado”. El apóstol ha recibido una misión de la que no es dueño sino embajador y servidor. Entendió la misión a él encomendada de forma universal. La Buena Noticia no era para un grupo reducido de personas, no era un mensaje para un ghetto ni para una aristocracia espiritual. Cristo Resucitado es la primicia de la vida nueva para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas. Esa conciencia universal lo llevó a emprender viajes evangelizadores formidables no exentos de peligros, privaciones, incomprensiones y sufrimientos. Desde Antioquía, recorrió Chipre, Pisidia, Licaonia, Galacia, en el Asia Menor, Macedonia, Grecia y Roma en Europa. Fundó fecundas comunidades de vida cristiana, llevando el Evangelio del Señor Jesús a los pueblos “gentiles” es decir, ajenos al judaísmo.
Esa experiencia evangelizadora encontraba su motivación primordial en el amor apasionado a Dios y a los hombres. Su apostolado puede definirse como sobreabundancia de amor. “El amor de Cristo nos apremia”, escribirá a los cristianos de Corinto. No podía ser de otra manera pues solo el amor llena de significado la vida humana. Es el amor de Dios lo que da sentido a todo en su vida: “Si no tengo amor, no soy nada”. Ese amor a Dios lo vive en el servicio incondicional: “testigo me es Dios de cuánto los quiero en el corazón de Cristo Jesús y lo que pido en la oración es que su amor siga creciendo más”, escribe a los cristianos de Filipos.
Estas características fundamentales del apostolado paulino evidencian la real dimensión del apostolado cristiano. El Concilio Vaticano II recordaba e insistía que todo bautizado, en virtud de ese don recibido, está llamado a ser apóstol. Anunciar a Jesús, dar testimonio de él con toda la vida, forma parte esencial de la identidad de un cristiano. La fisonomía evangelizadora de San Pablo es estímulo y fuente inspiradora para quien busca asumir coherentemente su propio llamado a ser testigo de la Resurrección del Señor Jesús en el mundo de hoy.
Hombre de tres culturas
Hebreo de raza, de lengua griega, ciudadano romano, con razón ha sido llamado “hombre de tres culturas”. De ahí su triple nombre: Saúl en hebreo, Saulos en griego, Paulus en latín. Nació en Tarso, Cilicia, (actual Turquía), hacia el año 8, según el parecer prácticamente unánime de los estudiosos. Perteneció a la tribu de Benjamín y por familia y tradición era fariseo. Hacia los 13 años se trasladó a Jerusalén donde fue discípulo del rabino Gamaliel, y formado por él en el más observante fariseísmo. Hombre profundamente religioso y celoso seguidor de la Ley Mosaica, veía en los cristianos una secta peligrosa y amenazadora de la pureza judaica. Según su propio testimonio, fue perseguidor de la Iglesia de Cristo y estuvo presente en el martirio de Esteban. Hacia el año 33 un acontecimiento formidable cambiaría su vida para siempre: el encuentro con Cristo Resucitado, camino de Damasco. Emprendió tres viajes misioneros, fundó comunidades en Asia menor y Europa. Escribió trece cartas inspiradas por el Espíritu Santo. Hacia el año 67, sufrió el martirio en Roma, bajo Nerón. Después de Jesucristo, es el personaje del cristianismo primitivo de quien más información se tiene.
[*] Sacerdote sodálite
Fuente: Diario El Comercio. Domingo 28 de junio del 2009.
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ResponderEliminarMuchas gracias por la información. La historia del cristianismo es un tema muy amplio y espero seguir estudiándolo.
ResponderEliminar¡Saludos Brian!