jueves, 7 de mayo de 2009

Mario Vargas Llosa y el desprecio por los nacionalismos.

(Napoleòn III y Otto von Bismarck)
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Vargas Llosa y la peste

César Hildebrandt (Periodista)

Todo lo que Mario Vargas Llosa dijo sobre el nacionalismo lo debió decir en Santiago de Chile, la capital del país que ha invertido diez mil millones de dólares en un plan militar “disuasivo” dirigido exclusivamente al Perú.

Pero, claro, cuando va a Santiago, al gran novelista sólo se le ocurre hablar de libros de caballería y de lo bien que lo hace la socialista archinacionalista y ultramilitarista Michelle Bachelet. Digamos que un poco de equidad no le haría mal.

“El nacionalismo es la peste del siglo XX”, dice Vargas Llosa, equivocándose otra vez de siglo.

El nacionalismo, como lo sabe cualquier estudiante de Estudios Generales, se vincula, como proceso, a los siglos XVIII y XIX y se nutrió de muchos fenómenos, entre ellos la Revolución Francesa y los movimientos revolucionarios que hicieron posibles, por ejemplo, la creación de las modernas Italia y Alemania.

El nacionalismo le plantó cara a los rezagos reaccionarios implicados en la creencia de un mundo unificado por un imperio (Roma) o por una fuerza espiritual (la Iglesia). Si alguien odió el nacionalismo como movimiento de resistencia fue, por ejemplo, César Borgia, el múltiple asesino que actuaba a órdenes del Papa Alejandro VI, que era su Papa y también su papá. El papado de aliento feudal habló siempre horrores de las entidades nacionales y de los nacionalismos que se le encabritaban.

Sin el nacionalismo como fuerza modernizante Europa seguiría atada al Sacro Imperio Germánico y sin el nacionalismo Estados Unidos no habría osado liberarse de la tutela británica.

Hay nacionalismos funestos, desde luego. Uno de ellos es el procaz y asaltante nacionalismo chileno, expresado en su escudo con la famosa frase “por la razón o por la fuerza”. Otro ejemplos son el nacionalismo fascista, nazi o estalinista.

Pero decir que el nacionalismo es “la peste del siglo XX” no sólo es demostrar que de historia poco se ha leído sino es tratar de desarmar, desde la descalificación, a quienes piensan que las naciones existen, que eso de la aldea global es muchas veces una trampa y que adoptar la idea de una fórmula única de desarrollo es volver a Roma y sus legiones.

Porque lo que el célebre escritor no dice es que el nacionalismo, en su versión exacerbada y continuamente criminal, lo encarna Estados Unidos de América, que está en Irak como antes ocupó Cuba y que está en Afganistán como antes incineró a Vietnam.

Y es que el nacionalismo hecho buba y depravación, el nacionalismo como pandemia porcina, ya no se llama nacionalismo porque la palabra no le basta y el concepto no lo puede contener.

El nacionalismo salido de cauce y de fronteras, ése que al gran novelista no le disgusta demasiado desde hace treinta años, se llama, al final, imperialismo. Y la globalización es el triunfo del nacionalismo de los Estados Unidos y de la Europa liderada por la señora Merkel, los señores Sarkozy y Berlusconi y el pobre diablo de Brown.

El nacionalismo te puede llevar al abismo. Sobre todo cuando es el nacionalismo de tu vecino armamentista que se prepara para agredirte mientras tú confías en el derecho internacional, los fueros del pacifismo y los discursos de algunos intelectuales.

El nacionalismo de un pequeño país es, en todo caso, una anécdota. El nacionalismo delivery de los Estados Unidos es un oprobio. ¿Y cómo llamar al nacionalismo israelí en Gaza? ¿Disgustará al extraordinario escritor la idea del Gran Israel bíblico abriéndose paso entre niños acribillados, muros racistas y retroexcavadoras? Estoy seguro que sí. ¿Por qué no hablar de ese nacionalismo entonces?

Cuando Estados Unidos de América protege a sus granjeros con miles de millones de dólares en subsidios, burlándose así de la Organización Mundial de Comercio y de su propio discurso, ¿es la capital del mundo liberal globalizado o el viejo Washington de la United Fruit?

Está muy bien hablar del nacionalismo. Pero sería mucho más temerario hacerlo en Santiago de Chile o en Boston. O en Tel Aviv.

Fuente: Diario La Primera. Mièrcoles 6 de mayo del 2009.

1 comentario:

  1. Hola Eddy. He leído con atención tu trabajo sobre el nacionalismo. Creo que lo dicho por Vargas Llosa puede en Perú por ser un político de derechas. Aquí, en España es un escritor muy apreciado, porque nadie sabe su faceta de político.
    En cuanto a Chile, la verdad, no creo que quiera invadiros a estas alturas. Veo que Chile y Perú os tenéis una hincha tremenda. ¿Todavía sigue el problema de la guerra del Pacífico? Pues vamos apañados. Chile va poco a poco va superando sus cicatrices del pinochetismo y entrando en el desarrollo sin hacer ruido, o al menos eso se dice aquí. La Bachelet creo lo está haciendo en consonancia con la socialdemocracia europea. En fin, dime si me equivoco.
    Vamos al nacionalismo en general en Latinoamérica. Creo que tanta bandera e himno y patrias son una rémora para la verdadera y deseable unidad latinoamericana, ese espíritu bolivariano en serio. Sé que os llevais muy mal también con Ecuador. Los colombianos contra venezolanos, argentinos contra chilenos y ... suma y sigue.
    También veo que dentro de países hay nacionalismos de pandereta que esconden insolidaridad regional: los ricos de Santa Cruz (Bolivia) no quieren ayudar a los cholos de La Paz, y atacan a Evo. Los de Guayaquíl igual contra Quito y Correa, etc, etc. Luego el tema del racismo. ¡Vaya complejo tienen los mestizos e indígenas! ¿Por qué es una desgracia ser indio? Muchos cholos he visto que se hacen pasar por blacos tiñéndose el pelo de rubio para esconder su raza. Es increíble. Creo que todo esto es fruto del nacionalismo que, como la religión, es instrumento de la burguesía, al decir de Marx. Déjense de himnos y de bobadas folklóricas para fines politicos, que la historia es la lucha de clases desde siempre: los pobres no tienen patria, ni Dios.
    El nacionalismo tuvo su razón de ser en otras épocas, pero hoy es sólo progresista en ciertas coyunturas: la descolonización real iniciada en la Conferencia de Bandung, y que sigue aún, la respuesta árabe a los abusos de Occidente, el espíritu bolivariano, etc. Aún así, con prudencia que el populismo suele acompañar esas afirmaciones.
    En Europa ya ves lo que hizo el etno-nacionalismo: destruir los Balcanes, la Yugoslavia socialista de Tito, sin las ligaduras del imperio soviético. El nacionalismo cuasi fascista de los flamencos contra Bélgica, la Liga del Norte italiana que desprecia a los "vagos mafiosos del sur", etc. El único nacionalismo que me sale bueno es el de Irlanda contra Gran Bretaña.
    E imagino conocerás los casos vasco y catalán, las dos zonas más ricas de España. Los vascos, independientes fiscales, con policia propia y lengua y...ETA asesinando. Y dicen que son raza superior, elegida por Dios, sometida por los infectos españoles. No pagan nada al Estado central, se queda con toda su riqueza, ni pagan a la UE, con el apoyo de Madrid. ¿Es que la ETA es buena aunque en realidad es como si fueran San Cruz o Guayaquíl?
    ¿Nacionalismos bueno?. Sin ir más lejos, la emancipación latinoamericana pero, fíjate el precio y cómo fue dirigida por los criollos, cuyo fin no era la libertad de los indios ni de los pobres sino, sustituir la dominación de sus primos españoles por la suya propia, en connivencia con los británicos y con el Tío Sam después.
    Bueno amigo dime si me equivoco en algo. Sé que es muy fácil ver el mundo desde Europa. He visto la pobreza de ciertos barrios de Lima y comprendo que la moderación europea no vale ante aquella situación indigna. Pero creo que tampoco el mesianismo. Explicame si te parece, pués no quiero criticar sin conocer, qué es el partido de Oyanta Humala: ¿chavismo a la peruana? ¿Populismo? ¿Progresismo verdadero?
    Saludos y, por cierto, el comentario a tu entrada de Afganistán es mio, aunque salga otro nombre de un blog que tengo ya casi fuera de servicio pero que se me coló ahí.
    Juan Pedro.

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