De la selva su cólera
César Hildebrandt (Periodista)
La selva tiene razón. Algunos de los métodos de la Aidesep pueden cuestionarse, pero nadie puede objetar seriamente la legitimidad de los reclamos de las ocho regiones y las 65 bases indígenas que están pidiendo el cumplimiento de las leyes vigentes y de los acuerdos que se adoptaron -para el gobierno- sólo en apariencia.
El gobierno de García ha querido burlarse de la selva y avasallar a sus poblaciones.
Como el señor García ignora la historia del Perú de un modo que podría llamarse exhaustivo, cree que vender los bosques y las cochas es algo novedoso.
No, hombre: pregúntele a algún aprista que no pertenezca al círculo del saqueo qué pasó en la selva en las primeras décadas del siglo XX.
La región más extensa y más olvidada del Perú ya sabe qué es eso de “poner en valor” sus tierras: al final, el valor se va a la casa matriz y las tierras, envenenadas o exhaustas, son las que pagan el pato.
García cree que el perro del hortelano es su peor enemigo. Y llama perro del hortelano a quien se oponga a sus planes de vendeselva.
Y sale a decir que las riquezas del Perú son de los peruanos. Habría que preguntarle, entonces, por qué la tajada inmensa de la torta se la llevan estadounidenses, canadienses o chinos.
Y manda al fantasmagórico Simon a decir que los selváticos son dueños del suelo pero no del subsuelo.
Habría que cavar en el jardín de Simon para ver si hay allí petróleo.
Porque Simon es también dueño del suelo por el que discurre para sobrevivir políticamente.
En el fondo de la polémica está el asunto del “modelo brasileño”, que García quiere imitar como si el Perú tuviese el tamaño de ese gigante idiota que siembra maíz y soya para hacer etanol mientras explora en la jungla para encontrar petróleo.
Brasil puede experimentar con una extensión del tamaño del Perú entero. Es su derecho al suicidio ambiental. Pero el perverso modelo de destinar el cultivo de alimentos a elaborar combustible no debería ser el nuestro.
Como no debería ser tampoco nuestro modelo meter a las petroleras donde sea y a como dé lugar. Ni conceder por cincuenta años millones de hectáreas a madereros forasteros sin ningún otro interés que no sea el beneficio pronto y desmedido.
Y es que el otro asunto de fondo en este debate distorsionado por los gritos y las furias, es el modelo de desarrollo que queremos para esa región.
Para el señor García, ese modelo no está en discusión. Ni siquiera la aterradora crisis global lo ha puesto en discusión. El súbdito García piensa que sólo el perro del hortelano es renuente a aceptar esa verdad ecuménica.
Pero el señor García se equivoca. En los libros que él no lee, en los blogs que no visita, en las cabezas que no consulta y entre los disconformes que le apestan asoma, cada vez más vigorosa, la idea de que el modelo que imitamos es inviable en el largo plazo, antiagrícola y anticomunitario en el corto e injusto de modo permanente.
¿Qué queremos para la selva? ¿Varios Cerros de Pasco? ¿Un archipiélago de Oroyas? ¿Una legión de Pluspetrol? ¿Ríos de gasolina? ¿Cientos de campamentos de exploradores petrolíferos, con sus respectivos Forzas y sus respectivas putas nómadas?
¿Qué hacemos con este pulmón sobreviviente del planeta, que nos pertenece desde un punto de vista geográfico y administrativo pero que, en realidad, es un asunto que le concierne a todos los terrícolas? ¿Ponemos a Rómulo León y al doctor Químper a venderlo por lotes?
En todo caso, digamos que hay terreno amplio para el debate.
Aceptemos que el ambientalismo radical debe de hacer concesiones al pragmatismo.
Pero aquí no ha habido debate sino puñalada.
García se burló de la OIT y aprovechó facultades especiales para legislar, en contra de la Constitución por lo menos en seis casos, sobre el modelo de desarrollo que él, vendedor civilista, cree que debe ser el único a aplicarse.
La selva le advirtió que eso estaba mal.
En mi programa de Canal 11 el señor Pizango dijo hace dos domingos que el gobierno se burlaba con esas mesas de diálogo y esos decretos monologantes.
Y no le hicieron caso.
Ha hecho bien el señor Pizango en deponer su llamado a la insurgencia. Ante un gobierno legicida no cabe una oposición sediciosa.
Que ahora venga el diálogo. Y que García entienda que el Perú no es su chacra ni su piso en París ni las cuentas de Mantilla ni el fideicomiso en Suiza. El señor García está de paso. La selva, no.
Fuente: Diario La Primera. Domingo 17 de mayo del 2009.
César Hildebrandt (Periodista)
La selva tiene razón. Algunos de los métodos de la Aidesep pueden cuestionarse, pero nadie puede objetar seriamente la legitimidad de los reclamos de las ocho regiones y las 65 bases indígenas que están pidiendo el cumplimiento de las leyes vigentes y de los acuerdos que se adoptaron -para el gobierno- sólo en apariencia.
El gobierno de García ha querido burlarse de la selva y avasallar a sus poblaciones.
Como el señor García ignora la historia del Perú de un modo que podría llamarse exhaustivo, cree que vender los bosques y las cochas es algo novedoso.
No, hombre: pregúntele a algún aprista que no pertenezca al círculo del saqueo qué pasó en la selva en las primeras décadas del siglo XX.
La región más extensa y más olvidada del Perú ya sabe qué es eso de “poner en valor” sus tierras: al final, el valor se va a la casa matriz y las tierras, envenenadas o exhaustas, son las que pagan el pato.
García cree que el perro del hortelano es su peor enemigo. Y llama perro del hortelano a quien se oponga a sus planes de vendeselva.
Y sale a decir que las riquezas del Perú son de los peruanos. Habría que preguntarle, entonces, por qué la tajada inmensa de la torta se la llevan estadounidenses, canadienses o chinos.
Y manda al fantasmagórico Simon a decir que los selváticos son dueños del suelo pero no del subsuelo.
Habría que cavar en el jardín de Simon para ver si hay allí petróleo.
Porque Simon es también dueño del suelo por el que discurre para sobrevivir políticamente.
En el fondo de la polémica está el asunto del “modelo brasileño”, que García quiere imitar como si el Perú tuviese el tamaño de ese gigante idiota que siembra maíz y soya para hacer etanol mientras explora en la jungla para encontrar petróleo.
Brasil puede experimentar con una extensión del tamaño del Perú entero. Es su derecho al suicidio ambiental. Pero el perverso modelo de destinar el cultivo de alimentos a elaborar combustible no debería ser el nuestro.
Como no debería ser tampoco nuestro modelo meter a las petroleras donde sea y a como dé lugar. Ni conceder por cincuenta años millones de hectáreas a madereros forasteros sin ningún otro interés que no sea el beneficio pronto y desmedido.
Y es que el otro asunto de fondo en este debate distorsionado por los gritos y las furias, es el modelo de desarrollo que queremos para esa región.
Para el señor García, ese modelo no está en discusión. Ni siquiera la aterradora crisis global lo ha puesto en discusión. El súbdito García piensa que sólo el perro del hortelano es renuente a aceptar esa verdad ecuménica.
Pero el señor García se equivoca. En los libros que él no lee, en los blogs que no visita, en las cabezas que no consulta y entre los disconformes que le apestan asoma, cada vez más vigorosa, la idea de que el modelo que imitamos es inviable en el largo plazo, antiagrícola y anticomunitario en el corto e injusto de modo permanente.
¿Qué queremos para la selva? ¿Varios Cerros de Pasco? ¿Un archipiélago de Oroyas? ¿Una legión de Pluspetrol? ¿Ríos de gasolina? ¿Cientos de campamentos de exploradores petrolíferos, con sus respectivos Forzas y sus respectivas putas nómadas?
¿Qué hacemos con este pulmón sobreviviente del planeta, que nos pertenece desde un punto de vista geográfico y administrativo pero que, en realidad, es un asunto que le concierne a todos los terrícolas? ¿Ponemos a Rómulo León y al doctor Químper a venderlo por lotes?
En todo caso, digamos que hay terreno amplio para el debate.
Aceptemos que el ambientalismo radical debe de hacer concesiones al pragmatismo.
Pero aquí no ha habido debate sino puñalada.
García se burló de la OIT y aprovechó facultades especiales para legislar, en contra de la Constitución por lo menos en seis casos, sobre el modelo de desarrollo que él, vendedor civilista, cree que debe ser el único a aplicarse.
La selva le advirtió que eso estaba mal.
En mi programa de Canal 11 el señor Pizango dijo hace dos domingos que el gobierno se burlaba con esas mesas de diálogo y esos decretos monologantes.
Y no le hicieron caso.
Ha hecho bien el señor Pizango en deponer su llamado a la insurgencia. Ante un gobierno legicida no cabe una oposición sediciosa.
Que ahora venga el diálogo. Y que García entienda que el Perú no es su chacra ni su piso en París ni las cuentas de Mantilla ni el fideicomiso en Suiza. El señor García está de paso. La selva, no.
Fuente: Diario La Primera. Domingo 17 de mayo del 2009.
Esperemos que la selva se salve de la tala abusiva y sus habitantes puedan seguir su vida tradicional y autosostenible. Es el pulmón de toda las Tierra.
ResponderEliminarEn el imaginario colectivo de las clases dominantes latinoamericanas, la selva es representada como un “territorio vacío”, habitado solo por algunos pueblos de “nativos salvajes”. De esta manera se legitimó durante el siglo XIX y XX un perverso discurso “colonizador”, vigente hasta el día de hoy. Los ávidos caucheros de antaño, han dado paso en la actualidad, a voraces “empresaurios” petroleros y madereros. La selva tiene derecho a un verdadero modelo de desarrollo, y no el que proponen los gobiernos aliados a las poderosas transnacionales. Sus habitantes luchan por un reconocimiento real a sus derechos (acabar con su exclusión), y merecen todo el apoyo de la gente, que aun cree, que la justicia social es posible en este continente.
ResponderEliminarSaludos.
Sí, la selva es como una presa víctima de los vampiros que intentan succionar sus productos. No solo es un tesoro ecológico, sino un filón antropológico.
ResponderEliminarSaludos.
La Selva es el 60% del Peru, es mas, exceptuando los pequeños Surinam y Guyana, no hay pais sudamericano que tenga un mayor porcentaje de selva que el nuestro. Si no trabajamos en un modelo de inclusion territorial, con un desarrollo alternativo, estamos condenados a vivir sin el 60% de nuestro Pais.
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