La derechización de los intelectuales españoles
Las ideas liberal-conservadoras son hoy hegemónicas en la esfera pública en nuestro país. En muchos casos son defendidas con ardor por gente que fue progresista en su juventud, y a veces, hasta marxista-leninista.
Ignacio Sánchez-Cuenca (Sociòlogo)
Aunque viene de atrás y el proceso ha sido gradual, en los últimos años se ha acelerado, y desde luego se ha hecho más visible, un muy notable desplazamiento de buena parte de los intelectuales españoles hacia posiciones conservadoras y derechistas. Los intelectuales -entendiendo por tales, en un sentido muy amplio, a aquellas personas con un protagonismo destacado en la esfera pública: profesores universitarios, periodistas, escritores, etcétera- se han derechizado, muchas veces a cuenta de la negación de la diferencia misma entre la izquierda y la derecha, que consideran superada, mistificadora o simplemente sectaria.
Siempre ha habido muchos intelectuales de derechas y, como es lógico, continúa habiéndolos. Ocurre así en todas partes. Lo que no resulta tan habitual es que en el lado opuesto del espectro ideológico haya habido una especie de desbandada generalizada. Muchos de quienes escribían antes desde posiciones a veces furiosamente radicales o revolucionarias, hoy defienden no valores liberales, como quizá cabría esperar, sino ideas que sólo cabe calificar de reaccionarias.
Este cambio se hace especialmente chocante en los casos más extremos, en aquellos que defendían la dictadura del proletariado, el marxismo más estricto, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, o incluso a la propia ETA. Muchos de ellos andan hoy en las antípodas de todo aquello. Sus preocupaciones ahora son muy distintas, como la defensa de la unidad de España, la guerra a los nacionalismos periféricos, el desprecio a la socialdemocracia, el combate frente a esas espectrales amenazas del relativismo y el multiculturalismo, el lamento por la pérdida del modelo antiguo de la educación, basado en la jerarquía y la disciplina, o la defensa, en nombre del realismo y la madurez, de cuantas intervenciones armadas tengan a bien emprender Estados Unidos e Israel.
Hay, por supuesto, casos mucho menos llamativos, pero seguramente más abundantes, de intelectuales que fueron de izquierdas, socialistas por ejemplo, que se identificaron en su momento con el proyecto de Felipe González, y que han pasado a abrazar una confusa mezcla de liberalismo y nacionalismo español que cristaliza en el desprecio a la figura de José Luis Rodríguez Zapatero. Muchos de ellos han dedicado grandes esfuerzos a hacer escarnio de esa pobre figura imaginaria, casi mítica, del progre profundamente antiamericano, que apoyaba a Fidel Castro, que tenía sus ambigüedades ante el terrorismo, que veía casposa la idea misma de España, que rechazaba los métodos memorísticos en la escuela, que hacía apología de un pacifismo ingenuo, que pensaba que la policía era un cuerpo represivo... En fin, un discurso perteneciente en todo caso al género autobiográfico y hecho en realidad con el claro afán de justificar ante sí mismos y ante la sociedad cambios ideológicos pendulares, que van de un extremo a otro. ¿Cuántos artículos de opinión en esa línea no hemos leído en las páginas de este periódico en los últimos, digamos, 15 años?
Quizá sea la cuestión eterna sobre el ser de España la que mejor ha permitido visualizar el cambio al que me refiero. Si en otros tiempos los intelectuales de izquierda creyeron tener una suerte de afinidad natural con los movimientos nacionalistas vascos y catalanes que reclamaban un Estado propio, hoy han abjurado completamente de aquellas ideas y las han sustituido por otras no menos dogmáticas y esquemáticas que las anteriores, según las cuales estos nacionalismos son un vestigio de la "tribu", una doctrina irracionalista de principio a fin que no cabe en nuestro orden liberal. El término "tribu" es hoy un comodín tan gastado como en su día lo fue el "sistema" o los "poderes fácticos".
Como una derivación natural de la cuestión nacionalista, la lucha contra el terrorismo de ETA ha tenido efectos similares. En estos últimos años han surgido, como si fueran setas, intelectuales que se mostraban muy indignados con los etarras, justo cuando ETA menos mataba. Estos antietarras sobrevenidos, que no se ocuparon de este drama en los tiempos realmente duros, y que escriben bien alejados del País Vasco, se han aprovechado descaradamente del prestigio moral que otorga la resistencia frente a ETA para hacer su peculiar ajuste de cuentas con las ideas que defendieron antaño.
Como todo fenómeno complejo, la derechización creciente de los intelectuales que fueron de izquierdas tiene múltiples causas. En primer lugar, cabe destacar el espíritu de los tiempos. El auge del neoconservadurismo por un lado, así como el colapso del marxismo que, por muy distintas que fueran las formas que adoptara, servía al fin y al cabo de lengua común de la izquierda, sumado todo ello a la confusión sobre el papel que puede desempeñar la socialdemocracia en el capitalismo actual, ha creado un clima propicio para el abandono de las antiguas convicciones ideológicas. No son pocos los que se han dejado arrastrar cómodamente por esta corriente. Aunque se suponga generosamente que los intelectuales somos gente que piensa por sí misma y revisa críticamente sus ideas, en realidad nos dejamos influir por las modas y las tendencias tanto o más que el común de los mortales.
El espíritu de los tiempos tiene además una especificidad propia en España. La historia política de nuestro país ha sido extremadamente convulsa. Sólo así se explica que muchos intelectuales abrazaran el izquierdismo para oponerse a Franco. Desaparecido éste, fueron evolucionando en la democracia hacia posiciones liberales que son las que habrían tenido de forma casi natural, por su origen social y formación, si España no hubiera pasado por una dictadura tan prolongada. A esto hay que sumar el estigma que ha arrastrado en nuestro país la derecha democrática debido a sus conexiones con el régimen anterior. Algunos intelectuales se atrevieron a hacer explícitas sus nuevas posiciones sólo cuando, tras la llegada del PP al poder en 1996, ese estigma comenzó a diluirse.
Hay también una cuestión generacional que no cabe soslayar. Los intelectuales que han tenido una fuerte presencia en la esfera pública desde los tiempos de la transición, cuando eran todavía muy jóvenes, tuvieron sus años de gloria bajo los primeros Gobiernos de Felipe González. Lo llamativo es que no se resignen a perder el oligopolio de las letras 30 años después. En un país normal, con un sistema político consolidado que lleve largo tiempo funcionando, la renovación de personas e ideas se produce con total naturalidad. Aquí no. Es anómalo que las personas que nacieron, aproximadamente, entre 1935 y 1950, comenzaran tan pronto y acaben tan tarde.
Su incomprensión y su desconcierto ante la generación socialdemócrata en el poder salen a relucir casi a diario. Que se trata de una cuestión generacional queda meridianamente claro por el tono de riña y suficiencia que se emplea para realizar lo que debería ser la crítica razonable al Gobierno y a su presidente. Esa falta de entendimiento generacional explica también, según me parece, la deriva liberal-derechista de tantos intelectuales que, sin embargo, se identificaron, con mayor o menor entusiasmo, con los Gobiernos socialdemócratas de Felipe González.
Este abandono de la izquierda ha provocado una creciente hegemonía de las ideas liberales-conservadoras, que son hoy las dominantes en periódicos, revistas de debate y ensayo, libros y otros elementos que componen la esfera pública. Los centros de agitación intelectual están hoy en la derecha. En la izquierda no extrema no hay nada parecido a un debate desde hace mucho tiempo, como atestigua la facilidad con la que se propalan en España tópicos exagerados y sin fundamento sobre el catastrófico estado de la educación, el desastre del sistema autonómico, o la cuestión de los derechos lingüísticos.
Lo más curioso del caso es que quienes han abandonado los principios progresistas exigen a los demás que recorran el mismo trayecto, de forma que si alguien se resiste se le tacha de inmediato de sectario, dogmático o vendido. El ardid es muy burdo como para pasar desapercibido y, en el fondo, resulta revelador de la incomodidad que muchos sienten cuando se les recuerda su "evolución", por llamarlo de alguna manera.
¡Qué extraños son estos nuevos liberales que se siguen creyendo progresistas!
Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.
Fuente: Diario El País. Domingo 24 de mayo del 2009.
Las ideas liberal-conservadoras son hoy hegemónicas en la esfera pública en nuestro país. En muchos casos son defendidas con ardor por gente que fue progresista en su juventud, y a veces, hasta marxista-leninista.
Ignacio Sánchez-Cuenca (Sociòlogo)
Aunque viene de atrás y el proceso ha sido gradual, en los últimos años se ha acelerado, y desde luego se ha hecho más visible, un muy notable desplazamiento de buena parte de los intelectuales españoles hacia posiciones conservadoras y derechistas. Los intelectuales -entendiendo por tales, en un sentido muy amplio, a aquellas personas con un protagonismo destacado en la esfera pública: profesores universitarios, periodistas, escritores, etcétera- se han derechizado, muchas veces a cuenta de la negación de la diferencia misma entre la izquierda y la derecha, que consideran superada, mistificadora o simplemente sectaria.
Siempre ha habido muchos intelectuales de derechas y, como es lógico, continúa habiéndolos. Ocurre así en todas partes. Lo que no resulta tan habitual es que en el lado opuesto del espectro ideológico haya habido una especie de desbandada generalizada. Muchos de quienes escribían antes desde posiciones a veces furiosamente radicales o revolucionarias, hoy defienden no valores liberales, como quizá cabría esperar, sino ideas que sólo cabe calificar de reaccionarias.
Este cambio se hace especialmente chocante en los casos más extremos, en aquellos que defendían la dictadura del proletariado, el marxismo más estricto, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, o incluso a la propia ETA. Muchos de ellos andan hoy en las antípodas de todo aquello. Sus preocupaciones ahora son muy distintas, como la defensa de la unidad de España, la guerra a los nacionalismos periféricos, el desprecio a la socialdemocracia, el combate frente a esas espectrales amenazas del relativismo y el multiculturalismo, el lamento por la pérdida del modelo antiguo de la educación, basado en la jerarquía y la disciplina, o la defensa, en nombre del realismo y la madurez, de cuantas intervenciones armadas tengan a bien emprender Estados Unidos e Israel.
Hay, por supuesto, casos mucho menos llamativos, pero seguramente más abundantes, de intelectuales que fueron de izquierdas, socialistas por ejemplo, que se identificaron en su momento con el proyecto de Felipe González, y que han pasado a abrazar una confusa mezcla de liberalismo y nacionalismo español que cristaliza en el desprecio a la figura de José Luis Rodríguez Zapatero. Muchos de ellos han dedicado grandes esfuerzos a hacer escarnio de esa pobre figura imaginaria, casi mítica, del progre profundamente antiamericano, que apoyaba a Fidel Castro, que tenía sus ambigüedades ante el terrorismo, que veía casposa la idea misma de España, que rechazaba los métodos memorísticos en la escuela, que hacía apología de un pacifismo ingenuo, que pensaba que la policía era un cuerpo represivo... En fin, un discurso perteneciente en todo caso al género autobiográfico y hecho en realidad con el claro afán de justificar ante sí mismos y ante la sociedad cambios ideológicos pendulares, que van de un extremo a otro. ¿Cuántos artículos de opinión en esa línea no hemos leído en las páginas de este periódico en los últimos, digamos, 15 años?
Quizá sea la cuestión eterna sobre el ser de España la que mejor ha permitido visualizar el cambio al que me refiero. Si en otros tiempos los intelectuales de izquierda creyeron tener una suerte de afinidad natural con los movimientos nacionalistas vascos y catalanes que reclamaban un Estado propio, hoy han abjurado completamente de aquellas ideas y las han sustituido por otras no menos dogmáticas y esquemáticas que las anteriores, según las cuales estos nacionalismos son un vestigio de la "tribu", una doctrina irracionalista de principio a fin que no cabe en nuestro orden liberal. El término "tribu" es hoy un comodín tan gastado como en su día lo fue el "sistema" o los "poderes fácticos".
Como una derivación natural de la cuestión nacionalista, la lucha contra el terrorismo de ETA ha tenido efectos similares. En estos últimos años han surgido, como si fueran setas, intelectuales que se mostraban muy indignados con los etarras, justo cuando ETA menos mataba. Estos antietarras sobrevenidos, que no se ocuparon de este drama en los tiempos realmente duros, y que escriben bien alejados del País Vasco, se han aprovechado descaradamente del prestigio moral que otorga la resistencia frente a ETA para hacer su peculiar ajuste de cuentas con las ideas que defendieron antaño.
Como todo fenómeno complejo, la derechización creciente de los intelectuales que fueron de izquierdas tiene múltiples causas. En primer lugar, cabe destacar el espíritu de los tiempos. El auge del neoconservadurismo por un lado, así como el colapso del marxismo que, por muy distintas que fueran las formas que adoptara, servía al fin y al cabo de lengua común de la izquierda, sumado todo ello a la confusión sobre el papel que puede desempeñar la socialdemocracia en el capitalismo actual, ha creado un clima propicio para el abandono de las antiguas convicciones ideológicas. No son pocos los que se han dejado arrastrar cómodamente por esta corriente. Aunque se suponga generosamente que los intelectuales somos gente que piensa por sí misma y revisa críticamente sus ideas, en realidad nos dejamos influir por las modas y las tendencias tanto o más que el común de los mortales.
El espíritu de los tiempos tiene además una especificidad propia en España. La historia política de nuestro país ha sido extremadamente convulsa. Sólo así se explica que muchos intelectuales abrazaran el izquierdismo para oponerse a Franco. Desaparecido éste, fueron evolucionando en la democracia hacia posiciones liberales que son las que habrían tenido de forma casi natural, por su origen social y formación, si España no hubiera pasado por una dictadura tan prolongada. A esto hay que sumar el estigma que ha arrastrado en nuestro país la derecha democrática debido a sus conexiones con el régimen anterior. Algunos intelectuales se atrevieron a hacer explícitas sus nuevas posiciones sólo cuando, tras la llegada del PP al poder en 1996, ese estigma comenzó a diluirse.
Hay también una cuestión generacional que no cabe soslayar. Los intelectuales que han tenido una fuerte presencia en la esfera pública desde los tiempos de la transición, cuando eran todavía muy jóvenes, tuvieron sus años de gloria bajo los primeros Gobiernos de Felipe González. Lo llamativo es que no se resignen a perder el oligopolio de las letras 30 años después. En un país normal, con un sistema político consolidado que lleve largo tiempo funcionando, la renovación de personas e ideas se produce con total naturalidad. Aquí no. Es anómalo que las personas que nacieron, aproximadamente, entre 1935 y 1950, comenzaran tan pronto y acaben tan tarde.
Su incomprensión y su desconcierto ante la generación socialdemócrata en el poder salen a relucir casi a diario. Que se trata de una cuestión generacional queda meridianamente claro por el tono de riña y suficiencia que se emplea para realizar lo que debería ser la crítica razonable al Gobierno y a su presidente. Esa falta de entendimiento generacional explica también, según me parece, la deriva liberal-derechista de tantos intelectuales que, sin embargo, se identificaron, con mayor o menor entusiasmo, con los Gobiernos socialdemócratas de Felipe González.
Este abandono de la izquierda ha provocado una creciente hegemonía de las ideas liberales-conservadoras, que son hoy las dominantes en periódicos, revistas de debate y ensayo, libros y otros elementos que componen la esfera pública. Los centros de agitación intelectual están hoy en la derecha. En la izquierda no extrema no hay nada parecido a un debate desde hace mucho tiempo, como atestigua la facilidad con la que se propalan en España tópicos exagerados y sin fundamento sobre el catastrófico estado de la educación, el desastre del sistema autonómico, o la cuestión de los derechos lingüísticos.
Lo más curioso del caso es que quienes han abandonado los principios progresistas exigen a los demás que recorran el mismo trayecto, de forma que si alguien se resiste se le tacha de inmediato de sectario, dogmático o vendido. El ardid es muy burdo como para pasar desapercibido y, en el fondo, resulta revelador de la incomodidad que muchos sienten cuando se les recuerda su "evolución", por llamarlo de alguna manera.
¡Qué extraños son estos nuevos liberales que se siguen creyendo progresistas!
Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.
Fuente: Diario El País. Domingo 24 de mayo del 2009.
Muy interesante artículo que leí en su día en El País. Bueno, para hacerte comprender como peruano la polñitica domestica española, te diré lo siguiente:
ResponderEliminarLa historia de estos "progres" viene de lejos. Antes, decirte que el término "progre" se usaba en la época de Franco para designar a la gente de izquierdas en general. Es hoy un despectivo de esa gente que dice el artículo: los que en su juventud se decían de izquerdas y hoy son super "fachas". El término "facha" es, literalmente fascista, aunque hoy es usado para designar a la gente de derechas en general.
Bueno pues sigo. Esos intelectuales hoy tienen entre 40 y 70 años aproximadamente. Estos señor@s nacieron en familias generalmente "bien", o sea "pijos", en Perú, "Pitucos". Su niñez no tuvo tanta miseria como la gente de clase baja. Su adolescencia se desarrolló en los felices 60. Su nivel económico les hizo vivir en reaidad como en un país desarrollado (España era oficialy realmente tercermundista). Estaba de moda ser de "izquierdas" y antifranquista, aunque sus padres y abuelos eran vencedores de la guerra civil y "ultras". Estudiaron en la Universidad, viajaron a Londres o París, etc, etc. Se dejaron pelo largo a lo hippy, fumaron "canutos o porros" (cigarrillos de marihuana), etc, etc. La policía les detenía por montar bulla en las facultades pero, salían rápido porque su papá o su tío era "del régimen".
Y llegó la democracia en los 70. Su demagogia les hizo decir de todo en los mítines y votaron en masa al PSOE de Felipe González. Frisaban ya los treinta a cuarenta años y el "envejecimiento político" se les empezaba a aparecer. Se hicieron neo liberales uanque iban de "sociatas" (término despectivo contra los pseudosocialistas). Se vieron sorbidos por el yupismo y el dinero fácil del pelotazo.
A fines de los 90 muchos se olvidaron de sus ideas y hablaban de delirios de juventud. Ya no comprendían el mundo global y yo empecé a oir verdaderas barbaridades contra las razas de inmigrantes, el marxismo, etc. Viajan como turistas cosmopolitas al "Tercer Mundo" pero no salen de sus hoteles y no captan la realidad ni se meten en esos ambientes que tanto asco les dan.
Algunos reconocen que en su juventud vivían bien, o sea con Franco, contra el que vivían mejor. Podría escibir muchas más cosas pero sería para un libro. Espero sepas ahora algo más del ambiente de España.
Gracias por los datos del contexto español, sin duda me ayudan a construir una imagen más definida de lo que es la realidad política de España. Por mi parte, puedo decirte que acá en el Perú y Latinoamérica, el proceso no ha sido muy diferente en la evolución (o involución) de los intelectuales de izquierda. Muchos de los antiguos socialistas, actualmente forman parte del régimen conservador de Alan García. Es el caso del actual premier Yehude Simons, quien estuvo vinculado al MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru). El mismo presidente Alan García, fue educado en ideas progresistas por el viejo APRA. Su primer gobierno de alguna manera expreso eso. Dista mucho de lo que hoy presenta ideológicamente su segundo mandato. García es hoy reaccionario, pero se declara socialdemócrata. Una lástima para quien fue educado en ideas socialistas y antiimperialistas. En ese sentido Álvaro Uribe si guarda coherencia con la formación que tuvo. Fue educado para mayordomo de Washington y sin duda ha cumplido a cabalidad. Son tiempos extraños para el socialismo latinoamericano. ¿En verdad se puede creer que Ricardo Lagos y Michel Bachelet son socialistas?. Es comprensible que las personas cambien su manera de leer la realidad. Pero difícil de aceptar el abandono de los ideales de una verdadera justicia social.
ResponderEliminarDicen que los conversos son los más peligrosos, porque siempre tratan de demostrar su fe. Hoy, los más furiosos defensores del sistema (u orden mundial) son los izquierdistas de antaño.
Saludos.