lunes, 24 de noviembre de 2008

HISTORIA DEL COMERCIO Y EL DINERO EN EL MUNDO.

Viejas historias del mercado

Por estos días en Lima se habla de comercio a gran escala. Parecemos habituados a los rituales y la jerga de ese mundo. Pero una revisión de la historia ofrece datoscuriosos de cómo el hombre aprendió a comprar y vender

David Hidalgo Vega (Cronista)

La historia universal del mercado supone un recorrido gastronómico: antes de que existiera el primer artefacto financiero, el hombre compraba y vendía con comida. Los aztecas usaban las semillas de cacao como moneda de cambio para cualquier cosa, primaria o suntuosa. En los países nórdicos se usaba el pescado. En la India se preferían las almendras. "Los nativos de las islas Nicobar se valían de los cocos y los mongoles valoraban los bloques de té", refiere el antropólogo cultural estadounidense Jack Weatherford en el libro "La historia del dinero". Aquello de que la economía es el manejo de la escasez tiene sentido: ningún flujo económico es más contundente que el del apetito.

La bolsa de valores lucrativos ha pasado de las viandas a las joyas, de las joyas a las armas, de las armas a las viandas. "El dinero nunca se da en un vacío cultural o social. No es un objeto sin vida, sino una institución social", señala Weatherford. El proceso ha sido tardío y desigual: mientras algunos pueblos apreciaban las conchas marinas como medio de pago, otros practicaban la economía de los minerales. Los primeros rastros del comercio por metales preciosos apuntan a Mesopotamia. Algunas tablillas cuneiformes halladas en esa región ya daban cuenta del uso de plata como medio de pago hacia el año 2.500 antes de Cristo.

La historia universal del mercado es una cronología de las adaptaciones. El alfabeto moderno es un invento de antiguos comerciantes insatisfechos. "Los animales, objetos y sonidos representados por los jeroglíficos egipcios no cubrían las necesidades de los fenicios, que precisaban utilizarlos en los registros, contratos de venta, recibos y otros documentos", señala el escritor norteamericano Irving Wallace en su libro "Almanaque de lo insólito". Entonces inventaron símbolos que podían ser combinados para formular ideas más concretas y facilitar las transacciones.

Las monedas que se refunden en cualquier bolsillo moderno nacieron en el reino de Lidia --entre los años 640 y 630 a.C.--, a partir de piezas de electro, una mezcla de plata y oro que se usaba para comprar mercaderías. "Para garantizar su autenticidad, el rey hacía estampar en cada una de ellas su emblema, una cabeza de león. El proceso de estampar el sello aplanaba las unidades, iniciando de este modo su transición desde un trocito ovalado a una moneda plana y circular como las actuales", explica Jack Weatherford.

Los primeros billetes aparecieron en China, pero su uso a escala nacional se consolidó en Estados Unidos. Curiosa paradoja para estos tiempos en que ambas economías rigen el planeta. En China sirvieron para consolidar el poder del Estado. En la antigua colonia británica, para que los ciudadanos se liberaran del suyo. "La Revolución Americana exhibe el galardón de haber sido la primera guerra financiada con papel moneda", precisa Weatherford. Antes de eso, el billete era visto como un inseguro sucedáneo de las monedas. Su empleo en la unión se debe a la tenacidad de un hombre entrenado para adelantarse al futuro: el inventor Benjamin Franklin. A él se atribuye no solo algunas primeras impresiones de billetes en su taller de Pensilvania, sino el lema que resume la ética de su país: "El tiempo es dinero".

La historia universal del mercado demuestra que la economía es una religión de paradojas y secretos. Quién sabe si la prueba mayor está en lo que empezó como un grupo de voluntariosos defensores de la fe y se convirtió en un conglomerado de la riqueza de su tiempo. En el siglo XII, la llamada Orden Militar de los Caballeros del Templo de Salomón era un regimiento con vocación de santidad. Sus integrantes eran escogidos entre las familias de la nobleza europea para asumir la protección de los lugares sagrados del cristianismo y sobre todo la ruta que llevaba a los peregrinos hacia Jerusalén. Era una vida de sacrificio y ascetismo, que empezó a tomar otro tono cuando recibieron de un Papa el derecho de conservar las propiedades incautadas a los infieles del islam. La riqueza marcaría su apogeo y ruina.

La orden llegó a levantar un imperio de propiedades y mercancías cuyas rentas debían financiar las operaciones de su cuartel general en Tierra Santa. Los templarios establecieron una red de castillos que operaban como bóvedas. "Un caballero francés podía depositar dinero o adquirir una hipoteca con los templarios en París, y luego recibir el dinero en forma de monedas de oro cuando lo necesitara en Jerusalén", señala Weatherford.

En su punto de máximo esplendor, la orden tuvo ochocientos setenta de esos fortines y unos siete mil empleados. Administraba la riqueza de reyes y papas, almacenaba especies, hacía préstamos y ejecutaba hipotecas. Con el tiempo su inmensa riqueza despertó la codicia de otros poderosos. Fue entonces que se desató sobre los templarios toda suerte de denuncias delirantes para destruir su prestigio. Los acusaron de idólatras, pervertidos y adoradores del demonio. Muchos fueros torturados y ejecutados. "Todo el sistema bancario se derrumbó tras la extinción subsecuente de la orden", señala el autor de "La historia del dinero". El fin de los templarios fue el fin del primer sistema financiero internacional. El último terremoto económico nos recuerda que el comercio electrónico de estos tiempos es tataranieto de esa crisis. Todavía vamos a ver qué secreto trae en sus genes.
Fuente: Diario El Comercio. 23/11/08

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