jueves, 11 de octubre de 2007

LA MEMORIA DE GRAU Y LAS MOSCAS.


Aldo Mariátegui el idiota de la familia


César Hildebrandt

Gustave Flaubert aprendió a leer sólo a los siete años. Por eso es que Sartre tituló las casi 4,000 páginas de su biografía flaubertiana como “El idiota de la familia”.

Pero he aquí que el chico atontado por el padre repulsivo es el que construye, muchos años después, “Madame Bovary”, una de las novelas que más se aproximan a la perfección –si por perfección entendemos aquello que posee todo lo que le es necesario–.

En otras latitudes, en otros temas, hay también niños apagados que luego deslumbran y jóvenes que prometen y más tarde tornan en deudores crónicos.

El caso de Aldo Mariátegui es particularmente delicado. Lleva un apellido que significa mucho para el Perú y para la inteligencia latinoamericana y, hasta ahora, ha hecho todo lo posible por ensuciarlo y comprometerlo con la derecha de los Agois, esa banda familiar.

Digamos que si Flaubert fue un niño idiota que más tarde escribió como un genio, nuestro Aldito es un niño genio que terminó escribiendo como un idiota. Y esto que temas de envergadura no le faltan:

Hace poco Raúl Wiener lo llamó “la otra Chichi”.

En todo caso, hablando del hilo dental del periodismo cofrade, nada más opulento, suntuoso y españolmente culón que lo que hizo hace poco Aldo Mariátegui: viajar a Tailandia con todo pagado –incluidas las distracciones– por la empresa franco-belga Suez Energy, que Alan García mima y protege y a la que le ha prometido, sin concurso alguno, una buena tajada en el proyecto Camisea III. Como lo ha recordado Raúl Wiener a propósito del tema, Suez Energy es el principal generador eléctrico del norte de Chile y tiene intereses concretos en lograr que parte del gas de Camisea colabore en la solución energética de los chilenos.

Un director que se permitiera tamaños manoseos en el hilo dental sería despedido por el indignado directorio de una empresa periodística decente. Pero, claro, no estamos hablando sino de lavadores de sus propias deudas.

Pero este Platero disfrazado de ganador del derby de Kentucky no sólo es ignorante. También puede ser un canalla que hace ostentación de sus pocas lecturas. Se ha atrevido, por ejemplo, a decir que el mejor de todos los peruanos, Miguel Grau, debió de ser juzgado por el fuero militar porque se puso a salvar chilenos sobrevivientes de la Esmeralda en vez “de unirse a La Independencia” y hundir juntos a La Covadonga”.

En la cima de las emociones de este almirante Nelson versión Play Station, Aldito escribe: “Si (yo) hubiera sido ministro de Guerra durante la guerra con Chile, Grau hubiera tenido un serio problema conmigo para explicarme por qué diablos perdió valiosos momentos en ponerse a recoger enemigos tras hundir a La Esmeralda en Iquique en lugar de unirse a La Independencia y hundir juntos a La Covadonga”.

¡No es una calumnia! ¡Eso es lo que ha escrito el idiota de la familia Mariátegui! (Correo, martes 9 de octubre del 2007, página 2).

Aparte de las ínfulas, que son de camisa de fuerza y tomografía de azotea, aquí lo importante es la ignorancia y el atrevimiento de cuestionar uno de los pocos gestos que honraron la guerra que el Chile rapaz de siempre nos declaró.

Mientras el Huáscar y la Esmeralda combatían, la Covadonga ya había huido. La orden de perseguir a La Covadonga la dio el propio Grau y la asumió la fragata peruana Independencia. José Rodolfo del Campo, corresponsal de El Comercio a bordo de la Independencia, describió como pocos la fatalidad de la nave:

“Pronto perdimos de vista al Huáscar porque la Independencia perseguía a la Covadonga que se dirigía barajando las puntas de la costa en dirección a la caleta de Cavanches…Las balas de cañón caídas hasta ese momento en la nave fueron 8: la que rompió la escotilla de máquina; otra en la batería de estribor; la del lado del portalón, que mató al centinela, destrozó completamente un bote y astilló la batallola; dos en la obra muerta de la popa; y las otras en la dirección de la proa, las mismas que dividieron el puente del Comandante y cortaron la telera…El cañón Vavasseur de proa, al hacer su undécimo disparo, se había inutilizado…Estrechada contra la costa la Covadonga, consideró el comandante More que había llegado el instante mismo de usar el espolón; y lo intentó dos veces pero no pudo conseguirlo porque no había agua suficiente para el calado del buque…Cuando el Comandante, para conservar la proa clara de la punta Sur de la ensenada y tomar al buque enemigo pos la misma popa, mandó toda la caña a babor, los timeneles, los peores que teníamos, pues los tres mejores estaban ya fuera de combate, equivocaron la orden y giraron la rueda a babor. Notando el Comandante esta falta y comprendiendo que se acercaba demasiado a tierra, mandó dar atrás con toda fuerza, pero ya era tarde. Habíamos encallado junto a Punta Gruesa, a doce millas al sur de Iquique, frente a la caleta Molle (norte de Tarapacá), en una roca que no estaba marcada en el plano, a 4 millas de la playa”.

La Covadonga, salvada por el práctico inglés Stanley, que fue en ese trance su verdadero capitán, pasó junto a la trágica Independencia y disparó a cubierta matando al alférez de fragata Guillermo García y García.

El relato del corresponsal José Rodolfo del Campo aclara cualquier infamia de los insignficantes: “…esperábamos tranquilos que regresara de tierra alguna embarcación cuando divisamos al Huáscar, que venía de echar a pique a la Esmeralda y que perseguía a la Covadonga”.

En efecto, tras hundir al Esmeralda a las 12 con 10 minutos p.m. de aquel 21 de mayo de 1879, Grau recogió a los prisioneros rendidos y fue en busca de la Covadonga. ¿Por qué no la alcanzó? El mismo Grau lo narra así: “Preferí proseguir la persecución de la Covadonga por otras tres horas, hasta que convencido por la distancia de diez millas que nos separaba de ella, de que no podría estrecharla antes de la puesta del sol, creí conveniente desistir del empeño y volver en auxilio de la Independencia. Pude entonces apreciar que la pérdida de la fragata era total y mandé mis embarcaciones por la gente que había a su bordo, dando la orden de incendiar el buque” ( (Parte de Grau, al ancla en Iquique, mayo 23 de 1879).

¿Es posible que un hombre como Grau pueda ser manoseado por el escriba de los Agois, los que hicieron su vida en el mar de las oportunidades, los herederos no de Grau sino de Lucho Banchero, el hombre que descubrió que la anchoveta es lo mejor para engordar a los puercos en Europa?

Todo es posible en el Perú. Pero si la Marina de Giampietri se calla ante Mariátegui, bien podría el ministro de Defensa decir algo.


Tomado del Diario "La Primera "


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