jueves, 24 de julio de 2014

Los paros nacionales de 1919 y 1977.

Paro Nacional, 19 de julio de 1977. Foto: Carlos "Chino" Domínguez

Un siglo de paros

Antonio Zapata (Historiador)

Esta semana es especialmente movida. Luego del baguazo y la oleada huelguística en la sierra sur, tendremos un virtual paro nacional con la CGTP irrumpiendo en el escenario. Los voceros gubernamentales argumentan la presencia de una conspiración extranjera detrás de los movimientos sociales del último período. En realidad, los paros nacionales son políticos, porque buscan alterar la correlación de fuerzas y de este modo cambiar los planes del gobierno. Por ello, una lectura fácil los identifica con una supuesta conspiración extranjera, ya que los huelguistas actuarían para impedir el desarrollo nacional, objetivo natural de los enemigos de la patria. 

Durante el siglo XX, el Perú tuvo dos paros nacionales muy importantes, uno en 1919 y el otro en 1977. El primero conquistó la jornada de las 8 horas, mientras que el segundo aceleró el retorno del país a la democracia. Pero, ambos compartieron un duro costo para los trabajadores. Veamos. 


El paro de las 8 horas fue en enero de 1919. Tres días de lucha lograron una ley que declaró obligatoria la nueva jornada laboral. Los trabajadores estuvieron unidos e impusieron la medida de fuerza. No circulaba por Lima ningún vehículo salvo los autorizados por el comité de huelga. Los estudiantes ofrecieron su local para las reuniones y fueron mediadores. El papel principal correspondió a Víctor Raúl Haya de la Torre, que obtuvo del presidente José Pardo la aceptación de la demanda obrera. Por su parte, los trabajadores respondían a la ideología anarco sindicalista y tuvieron grandes dirigentes como Adalberto Fonkén, Manuel y Delfín Lévano, etc. 


Pero los trabajadores de 1919 tuvieron una evaluación demasiado optimista de la debilidad del régimen. Por ello, planearon una segunda huelga denominada de las subsistencias. El reclamo fue contra el elevado costo de los productos alimenticios. Sin embargo, se interpuso el calendario electoral. Las presidenciales fueron en mayo de ese año y para ese mismo mes se programó la segunda huelga. La atención del público estaba puesta en la escena política y el paro fue un fracaso. La huelga fue derrotada por el gobierno y sus dirigentes sufrieron dura represión. 


Los sucesos de 1977 guardan cierta semejanza. El presidente Francisco Morales Bermúdez venía conversando con los partidos la convocatoria a una Asamblea Constituyente, como paso previo al retorno de los militares a sus cuarteles. Asimismo, había realizado un ajuste estructural de la economía que afectó sensiblemente el nivel de vida de los trabajadores. En ese contexto, la CGTP y una serie de federaciones independientes organizaron un exitoso paro nacional el 19 de julio. Sobre todo en los Conos de Lima, donde se desarrollaron grandes movilizaciones, la participación popular fue intensa y paralizó completamente las ciudades peruanas. 


Morales respondió acelerando la transferencia del poder. Ese mismo 28 de julio hizo la convocatoria en el mensaje de Fiestas Patrias. Pero, también adoptó una respuesta represiva, despidiendo a cinco mil dirigentes sindicales que constituían la flor y nata del clasismo, un movimiento social y político que englobaba a la izquierda de aquellos días. Así, el gobierno realizó dos movidas: concedió y golpeó. 


Desde entonces, los líderes clasistas pugnaron por un nuevo paro que obtenga la reposición de los despedidos. La CGTP fue renuente porque evaluaba que no había fuerzas suficientes. Finalmente, la izquierda radical logró el paro nacional para enero de 1979. Pero, había interferido la escena electoral. Las elecciones fueron en 1978 y la Constituyente estaba sesionando. La gente evaluó que los militares se estaban yendo de una manera pactada y que toda gran huelga podía complicar ese camino. Por eso, no acompañó la convocatoria y el paro fracasó. 


Surge de la historia una compleja relación entre la agenda social y la electoral, que puede llevar al fracaso a líderes sociales que no toman en cuenta la coyuntura política nacional. Asimismo aparece que, incluso en el mejor momento del auge huelguístico, el exceso de optimismo ha llevado a serias derrotas. Ellas han sido especialmente costosas para el movimiento popular porque dispersaron liderazgos en formación, como puede suceder ahora si las luchas se desbordan. Es el momento del autocontrol, en caso contrario vendrá el orden represivo.

Fuente: Diario La República. 08 de julio del 2009.

Historia del paro nacional de 1977.

El paro nacional de 1977

Antonio Zapata (Historiador)
Un libro de Manuel Valladares sobre el paro del 19 de julio de 1977 recuerda este momento culminante de la influencia de los trabajadores organizados en la política nacional. Fue el primer paro nacional de la historia y constituye el pico del movimiento social peruano. ¿De dónde venía la fuerza del sindicalismo proletario y cómo se diluyó en las décadas posteriores?  
Esa pregunta es clave para comprender al Perú de nuestros días, un país increíblemente desigual. El capital se halla concentrado y bien organizado en la CONFIEP; mientras que la dispersión caracteriza al factor trabajo, ya que el 70% de los trabajadores son informales. Además, el tercio de trabajadores formales registra una baja tasa de asociación, presencia de mafias y amarillismo sindical. Así, el vértice está organizado y la base está integrada por partes inconexas. El viejo triángulo sin base de Cotler. 
Otro libro clave fue escrito por Gustavo Espinoza y se titula “Años de fuego”. Es un relato de parte, porque su autor fue secretario general de la CGTP desde 1968 hasta 1975. Espinoza recuerda el auge del movimiento obrero como un largo proceso iniciado en los cincuenta y en desarrollo conforme se modernizaba el país y se abrían industrias. Se formaban sindicatos que chocaban con la vieja dirección aprista. El APRA estaba en convivencia con la oligarquía y los trabajadores habían perdido peso en el partido de la estrella. 
Ese movimiento fue recogido por el PCP que fue reconstruyendo la CGTP, lográndolo en 1968, pocos meses antes de Velasco. A continuación, el gobierno militar impulsó la organización de entidades populares y sus expectativas se elevaron. Era más y su voz comenzaba a ser escuchada.
 
Pero, cayó Velasco y su reemplazante, Morales Bermúdez, puso marcha atrás. La crisis económica se presentó con gran intensidad y los trabajadores rechazaron pagar los platos rotos. El gobierno y los empresarios querían mantener la inversión y se produjo un choque de trenes. De acuerdo al texto de Valladares, en mayo de 1997 un paquetazo elevó considerablemente los precios y estallaron movimientos de rechazo en todo el sur andino. El Cusco se incendió y la protesta ganó todo el país. 

Los gremios independientes presionaron a la CGTP y se formó un Comando Unitario de Lucha, CUL, que finalmente condujo el paro de julio. Fue contundente y estremeció la sociedad. Pero Morales reaccionó con astucia adoptando dos medidas claves.
En primer lugar, convocó a elecciones para una Asamblea Constituyente que se reunió el año siguiente. De ese modo, desvió la presión desde la confrontación social a la lucha electoral. Las elecciones fueron la manguera de agua que contuvo el incendio social.
A continuación, Morales autorizó a las empresas a despedir a los dirigentes sindicales que habían organizado el paro nacional. Fueron 5,000 cuadros que constituían la vanguardia organizada de la clase obrera. Cierto es que surgió una nueva generación, pero los despedidos fueron un tema sin solución de los años que estaban por delante. 
Por su lado, se ha discutido intensamente la relación entre el paro nacional y la convocatoria a elecciones. Al respecto, Valladares informa que los militares venían conversando el punto con el APRA y otros partidos. A la vez que la plataforma de lucha del paro no incluyó ninguna referencia a elecciones. Aunque sí contenía un punto sobre democracia, entendida exclusivamente como derechos sindicales. Así, el paro habría precipitado la Constituyente sin haberlo buscado. Algo que estaba en la mecedora peruana se concretó súbitamente.
De ese modo, el paro nacional fue crucial para el país y los sindicatos. Trajo la democracia y todos ganaron, pero despidió a los dirigentes y debilitó a los gremios. Desde entonces, esta república que celebramos el 28 de julio se basa en una premisa que se coló en aquellos días: la postergación de los trabajadores y de sus gremios, que perdieron a sus primeros líderes al desvincular la lucha económica de la política.
Fuente: Diario La República. 23 de julio del 2014.

miércoles, 16 de julio de 2014

Historia del racismo en el Perú.


BREVE HISTORIA DEL RACISMO EN EL PERÚ

Eddy Romero Meza

El racismo es un fenómeno desarrollado especialmente a partir de los siglos XV-XVI, época relacionada al inicio del colonialismo. La construcción del otro como diferente, se establece especialmente en este momento histórico. Las contraposiciones: “salvaje” y “civilizado” se fijan  a partir de las diferencias entre las prácticas religiosas y los usos o costumbres de los pueblos. La existencia de distintos niveles de desarrollo cultural, origina contrastes marcados y la justificación de la primacía de unas culturas sobre otras. Sin embargo, como lo demostró Alemania en la segunda guerra mundial las sociedades más “civilizadas”, pueden ser también las más sanguinarias. La hegemonía de la cultura occidental o el paradigma eurocéntrico, serán la base del racismo y la discriminación como prácticas globales normalizadas.

Si bien la esclavitud existió desde los primeros tiempos, fue el comercio negrero el que extiende la idea de la inhumanidad de algunos seres (1). El descubrimiento de América y encuentro entre dos mundos totalmente distintos, generara la afirmación de lo europeo como distinto a lo “otro”. Las luchas contra los pueblos árabes ya habían generado esa idea de otredad civilizatoria, pero es en el siglo XV que surge la Europa moderna y el lastre del racismo. Los horrores de la invasión o conquista de América serán justificados en nombre de la fe verdadera (el cristianismo) y el estado de barbarie de los pueblos nativos (2). Los debates de Valladolid entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé De Las Casas, evidenciaran las contradicciones entre los cristianos sobre la condición de los indígenas en el contexto régimen hispano-católico. En este debate, la condición inhumana del indio se contrapone a la condición de hijo de dios. El reconocimiento de la existencia de alma en el indio lo dotara de la calidad de “súbdito” ante la corona española. Sin embargo, las prácticas de abuso y exclusión serán lo cotidiano o normal en la sociedad colonial (3). Las tempranas uniones entre españoles e indígenas pronto se extenderán, pero sin mermar la ideología discriminatoria. Los hijos de estas uniones, los mestizos no serán aceptados por el mundo peninsular-criollo, aunque tampoco serán considerados indígenas, lo que los librara de mayor discriminación. La idea de pureza de sangre traída desde la península ibérica, dominara el imaginario colonial y hasta postcolonial. Las expresiones: mestizo, mulato, negro, indio, criollo y casta hallan su origen en este periodo, lo cual es muy significativo.

Los esclavos por su parte, son rebajados a la condición de objetos y de ahí lo frecuente de la expresión: “piezas de ébano”. La cosificación del negro, no se expresara solo en su tratamiento como herramienta laboral, sino también en su erotización. Su calidad de bestia, lo ubicara en la esfera de los instintos, entre ellos (especialmente) el sexual.  La oposición entre lo intelectual y lo sexual, lo aleja de la imagen de hombres dotados de ideas y lo fija como ser esencialmente instintivo. El negro, zambo y mulato estará estigmatizado por el color de su piel, al igual que el indígena, aunque esencialmente serán discriminados por su cultura y religión.

La “idolatría” y “superstición” del indio y el negro fue la base de la discriminación española durante la etapa colonial. La extirpación de idolatrías (S. XVI-XVII), los proyectos de castellanización a los indios (S. XVIII), son algunos ejemplos de la censura o rechazo hacia la cultura de los pueblos dominados. Por otro lado, durante esta época se difundieron en Europa las tesis de Cornelius De Pauw (inspirado en el naturalista francés Buffon), sobre la inferioridad y degeneración de los habitantes del nuevo mundo. Este filósofo holandés de la corte de Federico II de Prusia, centro sus críticas en los nativos americanos, pero también llegara a describir a las colonias de Norteamérica como “degeneradas y monstruosas” afirmando incluso que “el más débil europeo podría aplastarlos con facilidad” (1768). Esto generaría la respuesta de pensadores como Alexander Hamilton, Benjamín Franklin y Thomas Jefferson quienes rechazaron enérgicamente la “teoría degeneracionista”.

Hacia el siglo XIX se impone la ideología republicano liberal en la América libre, pero también se difunde el denominado racismo científico o racialismo (representado por Gobineau, Taine, Le Bon, etc.); según la cual la especie humana está conformada por distintas razas: negroides, caucasoides, mongolides, etc. Para esta corriente, la naturaleza biológica del hombre determina su desarrollo; en otras palabras, lo innato se impone a lo cultural. Estas ideas serán abrazadas por distintos intelectuales peruanos hasta el siglo XX: Clemente Palma, Alejandro Deustua, Javier Prado, etc. Es en esta época en que surge realmente, el racismo tal como lo conocemos en el mundo. (4)

Por otro lado, la construcción del estado-nación pasara por homogeneizar la población. El discurso del mestizaje se difundirá, pero encubrirá las profundas divisiones en el país. Los proyectos modernizadores no incluirán al indígena, sino al obrero. El futuro del país no está en esa “raza degenerada”, sino en el trabajador de la ciudad vinculado a la producción industrial y el comercio. Bajo esa mentalidad, el “nuevo hombre”, no es el habitante de la sierra (tradicional, atrasada), o el criollo ligado siempre al ocio, sino el obrero mestizo que ha sido educado y habita la ciudad. (5)

sábado, 5 de julio de 2014

La Primera Guerra Mundial por Julián Casanova.

La guerra que cambió el destino de Europa

Casi todos los países que participaron calcularon que el conflicto que estalló en agosto de 1914 iba a ser breve. Duró más de cuatro años y dejó ocho millones de muertos, de los que un tercio fueron civiles.


Julián Casanova (Historiador)

"La primavera y el verano de 1914 estuvieron marcados en Europa por una tranquilidad excepcional", recordaba años después Winston Churchill, alimentando esa idea nostálgica de la estabilidad europea en tiempos de la Alemania imperial de Guillermo II o la Inglaterra de Eduardo VII, de contraste entre los “good times” y el período de grandes convulsiones políticas y sociales inaugurado por el estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914.
Cuando comenzó esa guerra, Europa estaba dominada por vastos imperios, gobernados —excepto Francia, donde había surgido una república de la derrota en la guerra con Prusia en 1870— por monarquías hereditarias. La nobleza ejercía todavía un notable poder económico y político. En Gran Bretaña, Francia o Alemania, por citar a las naciones más poderosas, una oligarquía de ricos y poderosos, de buenas familias, de nobles y burgueses conectados a través de matrimonios y consejos de administración de empresas y bancos, mantenía su poder social a través del acceso a la educación y a las instituciones culturales.
Muchos ciudadanos europeos tenían restringida la libertad para hablar su idioma o practicar su religión y sufrían notables discriminaciones por el género, la raza o la clase a la que pertenecían. Las mujeres no votaban, con excepciones como la de Finlandia que les había concedido el voto en 1906, y en raras ocasiones se les permitía poseer propiedades o llevar sus propios negocios. Antes de 1914, la democracia y la presencia de una cultura popular cívica, de respeto por la ley y de defensa de los derechos civiles, eran bienes escasos, presentes en algunos países como Francia y Gran Bretaña y ausentes en la mayor parte del resto de Europa.

En 1919, sólo quedaban los imperios británico y francés. Todos los demás habían desaparecido
Fue ese orden el que comenzó a desmoronarse cuando Austria declaró la guerra a Serbia el 28 de julio de 1914, un mes después del asesinato en Sarajevo del heredero al trono austriaco, el archiduque Francisco Fernando. A partir de ahí, las tensiones y rivalidades entre los diferentes Estados la convirtieron en una guerra general, primero europea y, tras la entrada de Estados Unidos el 6 de octubre de 1917, mundial. Y aunque los gobiernos de los principales poderes, desde Rusia a Gran Bretaña, pasando por Alemania y Austria-Hungría, contribuyeron a poner en riesgo la paz con sus movilizaciones militares, ninguno de ellos había hecho planes militares o económicos para un prolongado combate.
Esperaban que la guerra fuera corta porque sabían que si entraban en guerra todos la vez, algo que posibilitaba el sistema de alianzas pactado unos años antes, el dinero y las energías gastadas podrían conducir a la bancarrota de la industria y del crédito en Europa. Al declarar la guerra en agosto de 1914, argumenta la historiadora Ruth Henig, “los poderes europeos contemplaban una serie de encuentros militares cortos e incisivos, seguidos presumiblemente de un congreso general de los beligerantes en el que confirmarían los resultados militares mediante un arreglo político y diplomático”. Guillermo, el príncipe heredero de la corona alemana, ansiaba que la guerra fuera “radiante y gozosa”. El ministro ruso de la Guerra, el general V.A. Sukhomlinov, se preparaba para una batalla de dos a seis meses y las expectativas británicas eran que sus fuerzas expedicionarias estuvieran en casa para Navidad.
La guerra, sin embargo, duró cuatro años y tres meses y el entusiasmo que exhibieron a favor de ella la mayor parte de las poblaciones de los países beligerantes, incluidas las clases trabajadoras, se evaporó relativamente pronto, especialmente en Europa central y del este. La escasez de comida y de materias primas y los numerosos conflictos que se derivaron de las duras condiciones en que se desarrolló la guerra formaron el telón de fondo de las revoluciones de 1917 en Rusia que sucesivamente derribaron al régimen zarista y llevaron a los bolcheviques al poder, el cambio revolucionario más súbito y amenazante que conoció la historia del siglo XX. En 1919, solo quedaban los imperios británico y francés. Todos los demás habían desaparecido y con ellos, un amplio ejército de oficiales, soldados, burócratas y terratenientes que los habían sostenido.
En el siglo que transcurrió entre el Congreso de Viena en 1815, que puso fin a la era de Napoleón, y el estallido de la Primera Guerra Mundial, Europa fue el escenario de dos grandes guerras que destacaron sobre otros conflictos más localizados: la guerra de Crimea, de 1854-56, dejó unos 400.000 muertos; la que enfrentó a Francia y a Prusia, en 1870-71, causó 184.000 víctimas. Más de ocho millones de personas murieron en la Gran Guerra de 1914-1918, una cifra a la que habría que añadir las víctimas de la pandemia de gripe de 1918-19, que golpeó con severidad a una población debilitada por los efectos de la contienda.

Al menos 800.000 armenios fueron asesinados por las fuerzas armadas otomanas
Antes de 1914, los civiles muertos en las guerras eran pocos comparados con quienes las combatían. En la Primera Guerra Mundial, las víctimas civiles mortales ya representaron un tercio del total; en la Segunda, superaron los dos tercios. El “embrutecimiento” causado por la primera de esas guerras, con terribles consecuencias, dio paso a que las poblaciones civiles se convirtieran en objeto de acoso y destrucción.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el destino de Europa comenzó a decidirse por la fuerza de las armas. Fue un conflicto de una escala sin precedentes, con dos frentes principales, uno occidental y otro oriental, con la aparición, por primera vez en la historia, de los bombardeos aéreos, después de que las batallas por tierra y por mar hubieran sido durante mucho tiempo las principales manifestaciones de la guerra. Ya a comienzos de 1915 hubo ataques con bombas desde el aire, ejecutados por británicos y alemanes. Y las atrocidades cometidas sobre la población civil demuestran que esa guerra inauguró una nueva época en la violencia entre Estados, que alcanzó su cénit en la Segunda Guerra Mundial.
Según la investigación de John Horme y Alan Kramer, 6.427 civiles belgas y franceses fueron asesinados por las tropas alemanas invasoras en agosto de 1914, apenas comenzada la guerra, y la persecución y muerte de civiles fue también habitual en el frente este, protagonizada por soldados alemanes, austriacos y rusos. Cientos de miles de lituanos, letones, polacos y judíos fueron deportados al interior de Rusia. Aunque el ejemplo más claro de ese “embrutecimiento” alimentado por la Gran Guerra, un claro precedente del genocidio nazi, fue el asesinato a sangre fría de al menos 800.000 armenios, entre 1915 y 1916, por las fuerzas armadas otomanas, una acción deliberadamente planeada y llevada a cabo por las elites del Estado otomano.
La Primera Guerra Mundial, que decidió el destino de Europa por la fuerza, tras décadas de primacía de la política y de la diplomacia, ha sido considerada por muchos autores la auténtica línea divisoria de la historia europea del siglo XX, la ruptura traumática con las políticas entonces dominantes. Marcó el comienzo de la escalada de la violencia en esa era que se extendió hasta 1945, porque borró la línea entre el enemigo interno y externo, la frontera entre población civil y militar, fue el escenario de los primeros ejemplos de exterminio masivo de la historia y de ella salieron el comunismo y el fascismo, los movimientos paramilitares y la militarización de la política.
La mayoría de los dirigentes de los grandes poderes en el momento del estallido de la Primera Guerra Mundial pertenecían a ese mundo exclusivo y elitista, estrechamente vinculado a la cultura aristocrática del Antiguo Régimen, con escasos conocimientos sobre la sociedad industrial y los cambios sociales que estaba provocando. Tras ella, ya nada fue igual. A los intelectuales y artistas les resultó casi imposible quedarse al margen de los grandes debates públicos. El comunismo y el fascismo se convirtieron en alternativas a la democracia liberal, vehículos para la política de masas, viveros de nuevos líderes que, subiendo de la nada, arrancando desde fuera del establishment y del viejo orden monárquico e imperial, propusieron rupturas radicales con el pasado. Como declaró Sir Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, las luces se estaban apagando en Europa.

Julián Casanova es autor de Europa contra Europa, 1914-1945 (Editorial Crítica).
Fuente: Diario El País. 02 de enero del 2014.

Causas y consecuencias de la Primera Guerra Mundial.

El centenario de la Gran Guerra

Nelson Manrique (Historiador)
El 26 de junio de 1914 el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austro-húngaro, y su esposa Sofía se encontraban realizando una visita oficial en Sarajevo, la capital de Bosnia Herzegovina, que había sido anexada al imperio austrohúngaro apenas seis años atrás provocando un fuerte descontento de la mayoría de los serbios, que querían anexarse a la vecina Serbia. Una facción nacionalista extremista, la Mano Negra, organizó un atentado. 
Un ataque con una bomba al coche en que recorrían la ciudad Francisco Fernando y Sofía fracasó. Pero en un segundo intento, pocas horas después, el nacionalista serbio Gavrilo Princip logró asesinarlos a balazos. Ese fue el detonante de la Primera Guerra Mundial.
Alemania deseaba fervientemente la guerra e incitó a Austria-Hungría a declarar la guerra a Serbia, desentendiéndose de la amenaza de la Rusia imperial de salir en defensa de Serbia si esta era atacada. Los austro-húngaros declararon la guerra, Rusia entró en el conflicto y esto puso en marcha un diabólico mecanismo de alianzas que involucraron durante los días siguientes a Francia, Italia, Gran Bretaña y en apenas un mes a casi toda Europa. Luego se involucró Japón y finalmente entró los Estados Unidos. Las potencias coloniales metieron a sus colonias en el conflicto y la guerra se hizo planetaria.
Un siglo después sigue siendo materia de controversia explicar cómo un atentado terrorista desencadenó una de las mayores carnicerías de la historia de la humanidad. La clave está en la expansión imperialista. Las grandes potencias europeas tradicionales, como Francia e Inglaterra, tenían posesiones coloniales por todo el mundo. Pero la expansión económica provocada por la segunda revolución industrial de fines del siglo XIX (la de la energía eléctrica y los combustibles fósiles) hizo nacer nuevas potencias, como Alemania, Italia y Japón, muy dinámicas, sobre una base tecnológica más nueva y productiva. Estas demandaban tener sus propias colonias, pero el mundo ya estaba repartido. Presionaron por un nuevo reparto y la guerra fue la consecuencia inevitable.
Las bajas de la “Gran Guerra” se estiman en cifras que van desde 8 hasta 65 millones, según se considere o no las muertes provocadas por la “gripe española”, la epidemia de influenza que regó la movilización bélica planetaria. 
Con la producción industrial masiva nacieron la producción masiva de armamento y los ejércitos de masas. Ya no bastaba acabar con los ejércitos: era necesario destruir el poderío industrial del enemigo y eso borró la distinción entre blancos civiles y militares. Con la artillería de largo alcance y la aviación se generalizaron los bombardeos contra las ciudades. La matanza se hizo masiva. Nació la “guerra total”, teorizada por el estratega prusiano Erich von Ludendorff.
La guerra provocó el hundimiento de cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el turco y el zarista, redefinió profundamente el mapa geopolítico europeo, haciendo nacer varias nuevas naciones, y el del mundo colonial, con el traspaso de las colonias de los derrotados a los vencedores, especialmente Inglaterra y Francia. 
¿Alguien intuyó lo que se venía? En 1887, luego de la guerra franco-prusiana, Federico Engels escribió: “Para Prusia-Alemania, en la actualidad no es posible ya ninguna otra guerra que la guerra mundial. Y esta será una guerra mundial de escala y ferocidad sin precedente. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, al hacerlo, devastarán toda Europa, hasta tal punto como nunca lo han hecho las nubes de langosta. La devastación causada por la Guerra de los Treinta Años, comprimida en un plazo de tres o cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias, el embrutecimiento general, tanto de las tropas como de las masas populares, provocado por la extrema miseria, el desorden irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, en la industria y en el crédito; todo esto terminará con la bancarrota general; el derrumbamiento de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria, derrumbamiento tan grande que las coronas se verán tiradas por decenas en las calles y no habrá nadie que quiera recogerlas; es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto y quién será el vencedor en esta contienda; pero un solo resultado es absolutamente indudable: el agotamiento general y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera”. La guerra abrió el camino, también, a la revolución rusa.
Fuente: Diario La República. 01 de julio del 2014.