domingo, 29 de junio de 2014

Mirada crítica a la historia peruana.


LA HISTORIA PERUANA EN PERSPECTIVA

Eddy Romero Meza

El estudio de la historia ha implicado establecer grandes periodos y designar etapas específicas. Estas clasificaciones se mueven entre cuestionamientos permanentes o aceptaciones acríticas. Tal es el caso de la historia peruana, la cual ha sido dividida desde varios criterios, algunas veces más políticos o ideológicos, que históricos.

Para dividir la historia se debe ir más allá de las nociones de tiempo cronológico; es necesario establecer cuidadosas observaciones sobre los momentos de cambios yrupturas así como de continuidad histórica; a esto se le denomina “tiempo histórico”  (tiempo interpretativo). Recordemos por ejemplo al maestro Eric Hobsbawm, quien señalaba al siglo XX como un siglo corto (desde 1914 con la Primera Guerra Mundial hasta 1991 con la desintegración de la URSS); esto en contraposición con el siglo XIX, un siglo largo (de 1789 con la Revolución Francesa hasta 1914 con la Gran Guerra). Ciertamente ello obedeció al descubrimiento de unidades históricas por parte del historiador inglés y no a ideas antojadizas. (1)

La construcción de una historia nacional por los grupos criollos, los discursos indigenistas y la influencia de modelos como el marxismo son notorios en la narrativa histórica peruana; cuya periodificación y denominaciones son necesarias revisar por su fuerte vigencia en la escuela, universidades e imaginario social en general.

El Perú antiguo

Marcado por la presencia de grandes sociedades agrarias tanto en la costa como en los andes. Denominadas culturas andinas de manera general o civilización de los andes por autores extranjeros (2). La historiografía tradicional las denomina “culturas pre-incas”, evidentemente por la preeminencia que se le otorga a los incas. Ello en desmedro de la importancia que alcanzaron reinos como los Moche o Wari. Algunos enfatizan que la etapa imperial de los incas “el Tahuantinsuyo” duró menos de un siglo, lo cual contrastaría con los casi 3,000 años de desarrollo de las culturas regionales. Observación atendible, aunque la valoración histórica de una sociedad no depende solo de la duración cronológica.

Los grupos indigenistas vieron en este pasado la etapa más importante de nuestra historia. El rescate del valor de la cultura andina comenzó tempranamente con Garcilaso y sus Comentarios Reales (S. XVI), y en el tiempo se expresara en autores extranjeros como el inglés Prescott o el español Sebastián Lorente, quienes destacaran a los incas como temprana fuente civilizatoria del Perú. La agenda indigenista de fines del XIX e inicios del XX buscó visibilizar la fuerte tradición histórica que heredamos de esta época (las llamadas culturas milenarias). Para ello se apoyaran en variadas fuentes, valiéndose entre ellas de la arqueología, donde investigadores como Max Uhle y Julio C. Tello demostraron el notable valor cultural de las tradicionalmente llamadas “culturas precolombinas”. (3)

Los marxistas por su lado vieron en el estado incaico una “experiencia socialista” en los andes. Destacando el comunitarismo del ayllu y las supuestas condiciones de igualdad social y bienestar general del Tahuantinsuyo. Historiadores críticos como Pablo Macera, denominaron a la etapa pre-hispánica, como la de “autonomía” (culturas peruanas libres), frente a la etapa de “dependencia” colonial y de “semidependencia” republicana. Un discurso que tomó gran fuerza en los 70s y 80s, derivado de la famosa “teoría de la dependencia” latinoamericana.

Este periodo es el que más “orgullo nacional” genera; su narrativa histórica está marcada por la exaltación de la grandeza cultural del Perú antiguo, y hoy forma parte de la construcción de la llamada “Marca Perú” (una suerte de nacionalismo turístico).

Aún desconocemos mucho de este periodo, pero lo descubierto genera alta valoración entre estudiosos extranjeros y nacionales. Gran parte de la cultura popular y no popular del país no se explica sin este legado; pero lastimosamente a veces los peruanos se pierden entre postales de Machu Picchu y nostalgias sobre pueblos originarios que casi desconocen. Por último, los primordialistas hallaran en esta etapa la base y esencia de la nación peruana.

¿Invasión o conquista?

Una discusión que alcanzo su mayor tono en 1992, fecha en la cual se cumplían los 500 años del “Descubrimiento de América”. Mientras debatían los defensores de “El encuentro de dos mundos” y los que denunciaban el “genocidio” perpetrado por los europeos; en el Perú se apostaba por la continuidad de la leyenda negra española y el posterior retiro de la estatua de Pizarro de la plaza mayor de Lima.

Historiadores como Juan José Vega consideraban que el término “invasión” describía mejor la brutalidad de la ocupación española en el Tahuantinsuyo. Mientras historiadores como José Antonio del Busto, señalaban que la palabra “conquista” implicaba resistencia de los atacados y esfuerzo de los atacantes (a diferencia del término  invasión que podía llevar al equívoco de que no hubo resistencia).

Sobre este asunto, el psicoanalista Max Hernández señala acertadamente que: Es difícil poner entre paréntesis el peso ideológico que gravita en los términos descubrimiento, encuentro de dos mundos, choque cultural, invasión, conquista, usurpación; basta con tener en cuenta que distan mucho de ser sinónimos. Cada uno de ellos cifra una lectura de la historia y juntos son como la gran punta del iceberg de un gran debate historiográfico en el que se juegan asuntos de gran calado que afectan el marco teórico de comprensión del acontecimiento. La opción entre los adjetivos “descubierta”, “inventada” o “hallada” no es inocente.

Leer artículo completo en: Hispanic American Historical Review (Duke University)

lunes, 23 de junio de 2014

Una mirada histórica al gobierno de Juan Velasco Alvarado.


VELASCO Y LA REVOLUCIÓN AMBIGUA

Eddy Romero Meza

El último jueves, revisando la prensa veía la curiosa coincidencia de dos columnistas, quienes aludían al general Velasco Alvarado en sus respectivos artículos. Los autores, ubicados en las antípodas políticas, daban testimonio de sus muy distintas percepciones del régimen velasquista.

En el diario La República, el sociólogo Sinesio López, señalaba:

El modelo neoliberal ha producido más ciudadanía que otros modelos. No es cierto. La reforma agraria de Velasco, al acabar con el gamonalismo y la servidumbre en el campo, produjo más ciudadanos que el neoliberalismo.(1)

Mientras en el diario Perú 21, el periodista Aldo Mariátegui, escribía:

En realidad, el probable culpable de que no hayamos ido a Alemania 74 fue Velasco, quien impidió con un veto que el muy buen arquero Ballesteros, ya nacionalizado peruano, tape por Perú. ¡Hasta en eso nos dañó Velasco!(2)

Ciertamente, el primero alude a un tema crucial, mientras el segundo a uno de tipo anecdótico. Lo interesante es ver cómo el gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), aún se encuentra muy presente en el imaginario histórico peruano. Las referencias y alusiones a él son constantes tanto en el medio social como político, y esto a pesar de haber transcurrido casi 40 años de su régimen.

Debemos reconocer sin embargo que 40 años son nada en términos históricos (aunque mucho en tiempo cronológico). Por ejemplo, en España, la memoria de Franco, es permanente y todavía polarizante. Ello debido tanto a lo prolongado de su dictadura como a lo notorio de su herencia histórico-política. Por nuestra parte, el velascato fue apenas un periodo de 7 años, pero de intensos cambios para el país.

Actualmente, la izquierda política reconoce su dimensión transformadora (revolución social), mientras la derecha política enfatiza su carácter autoritario y el fracaso en materia económica. Lo incuestionable es el impacto que ha tenido y tiene Velasco sobre el imaginario social peruano, ya sea a favor o en contra. Lo único que no genera Velasco es indiferencia.

El gobierno revolucionario

Como se sabe, el gobierno revolucionario de las FF.AA, se inauguro en 1968, tras el golpe de estado contra Fernando Belaunde Terry; y si bien su propósito era conformar un régimen institucional de las FF.AA, no pudo contra 150 años de caudillismo militar. De esta manera se personalizo el gobierno revolucionario en la figura de Juan Velasco Alvarado, jefe del comando conjunto (3).

Varias son las denominaciones que ha recibido este régimen: nacionalista, dictatorial, antiimperialista, antioligárquico, populista o revolucionario. Lo cierto es que se trato de un extraño experimento de militares reformistas que ejecutaron medidas de corte socialista. El historiador Peter Klarén, señala al respecto: “En retrospectiva, el GRFA (Gobierno revolucionario de las FF.AA) percibía que la desunión y el subdesarrollo constituían los principales problemas del país, siendo sus causas la “dependencia externa” del capital extranjero y la “dominación interna” por parte de una oligarquía poderosa. Esta era una vieja critica nacionalista y anti-oligárquica abrazada por los sectores progresistas de la clase media ya en la década de 1930, al fundarse el APRA, y expresada cada vez más por los nuevos partidos reformistas (por ejemplo Acción Popular y el Partido Demócrata Cristiano) surgidos en la década de los 60, conjuntamente con sectores de la Iglesia y de las mismas fuerzas armadas. La solución, según el GRFA, era la erradicación de los “enclaves del imperialismo extranjero” y el paso a un modelo económico de crecimiento y desarrollo autónomo en lugar de uno liderado por las exportaciones” (4). Los militares de este periodo, se habían formado en el CAEN (Centro de Altos Estudios Nacionales), donde habían absorbido ideas de corte progresista y de carácter nacionalista. Velasco se acompañaría a su vez de intelectuales diversos, quienes asumirían funciones gubernamentales o de propaganda política: Carlos Delgado (ideólogo principal), Augusto Salazar Bondy, José Matos Mar, Alberto Escobar, Hugo Neira, Martha Hildebrandt, etc.

Este experimento de reformismo por militares de izquierda, fue un desafío para las ciencias sociales de la época. Su carácter sui generis, lo hacía inclasificable, y solo se apelo a emplear etiquetas que iban desde gobierno populista hasta corporativo. La revolución de los 70s, fue la única revolución del siglo XX en términos políticos e impacto social. Represento el quiebre del esquema tradicional u oligárquico. Es difícil aún hoy caracterizar este periodo, las distintas denominaciones que ha recibido nos dan una idea: revolución desde arriba, revolución burocrática, revolución por decreto, revolución ambigua, etc. Fallan sin embargo, aquellos que la etiquetaron de fascista en su momento.

Leer artículo completo en: Hispanic American Historical Review  (Duke University)

sábado, 21 de junio de 2014

Jorge Basadre y la historia peruana.

La Vigencia de Basadre

A 20 años de la muerte del gran tacneño, dos historiadores precisan lecciones de su obra y su vida para una nación que él amó con pasión y serenidad.

Manuel Burga, catedrático de ciencias sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y Margarita Giesecke, profesora de historia de la Pontificia Universidad Católica, definen claves del admirable personaje que en 1931, a los 28 años de edad escribió ese clásico que es Perú: problema y posibilidad, y nos legó, entre otras obras magistrales, la insuperada Historia de la República del Perú. Investigador acucioso desde los 16 años de edad, llegado a Lima desde su Tacna natal ocupada por Chile, fue siempre un demócrata y un partidario de la justicia social. "Hay", escribió en Infancia en Tacna, "derechos imprescriptibles, una dignidad mínima para subsistir, seguir adelante y tomar impulso y que constituyen la misión, el destino, la promesa de nuestra existencia común."

SUS CUATRO CLAVES DE LA HISTORIA PERUANA

Manuel Burga 

Es increíble la capacidad creativa o destructiva que tienen los escenarios históricos cuando se mira hacia el pasado o se piensa en el futuro impregnados de esta actualidad. Por eso no es nada raro percibir, o quizá simplemente intuir, que hoy el tiempo histórico parece más favorable a don Jorge Basadre, el historiador de la República, que a José Carlos Mariátegui, el fundador del socialismo peruano, por ejemplo. 

Los libros de Basadre parecen aún vitales, indispensables, con una fuerza sana para explicar y entender nuestro destino histórico. 


Presentar o discutir la obra de Basadre demanda un espacio mayor, no un artículo que pretende solamente recordarlo a 20 años de su muerte. Por eso me limitaré a presentarlo a través de algunas de sus claves para entender la historia peruana. Se me ocurre llamar así a esos rasgos fundamentales de nuestro proceso histórico, que Basadre decía que uno puede ignorar, conocer y aún manejar, pero no evitar. 

Por eso no es nada raro que su gran tema de estudio haya sido la República. Desde su primer libro, La multitud, la ciudad y el campo en la historia del Perú (1929) hasta su Introducción a las bases documentales para la historia del Perú (1971), pasando por su monumental Historia de la República del Perú, su obra historiográfica trata de explicar y entender el Perú moderno. Su obra es inmensa, sorprendente, rica e inagotable. Sin embargo nunca estuvo libre de la incomprensión, la crítica y - a veces- del menosprecio de algunos historiadores, especialmente de mi generación, que priorizaban una historia denuncia, que negaban la inevitabilidad de lo hispano y lo criollo, que preferían la demolición de la historia, más que una historia centrípeta que buscaba la nación como centro y justificación.

Analizaré algunas de sus ideas que podemos considerarlas como claves de nuestra historia. 

Primera: El Perú no es inca, ni español, ni criollo, ni mestizo, es una realidad más compleja. Para mala suerte de Basadre, su carrera como intelectual, se inició en el Oncenio de Leguía, cuando frente al autoritarismo y el derrumbe de las instituciones democráticas, había surgido con fuerza inusitada el primer indigenismo moderno que invadió todos los rincones y emociones de la vida intelectual de entonces. Por eso discrepó de Julio C. Tello, así como de los hispanistas y consideró al criollismo como mundo crepuscular, para luego afirmar que el Perú era más que todo eso. 

Segunda: El Perú es un país de contrastes y de contradicciones. Un "país que en la guerra con Chile produjo un bizantino faccionalismo político y un arquetipo de hombre como Grau". Gran parte de nuestra historia, decía, la podemos entender como un debate entre las ideas de libertad y autoridad, ambas como opciones políticas contrapuestas y justificadas por la búsqueda del ansiado progreso material. Un debate entre la institucionalidad democrática, con todas sus implicancias, y los gobiernos autoritarios, que sacrifican la democracia.

Una tercera clave la expresó de la manera siguiente: La historia del Perú en el siglo XIX es una historia de oportunidades perdidas y de posibilidades no aprovechadas. Aquí tenemos que pensar fundamentalmente en su noción de Estado empírico, ineficiente, clientelista y caudillesco, para entender por qué la riqueza del guano no permitió la aplicación de políticas estatales más inteligentes y nacionales. Los problemas provienen de los avatares, las conquistas, los colonialismos que encontramos en nuestra historia, lo que no nos debe impedir -según él- mirar al futuro como posibilidad de una vida mejor. 

En cuarto lugar: desde muy joven, y probablemente, en respuesta a su experiencia íntima y personal, se preguntó "¿Por qué se fundó la República?" y aquí expuso una de las claves fundamentales de la historia moderna del Perú, la idea de promesa republicana, que aparece como una emoción de todos los hombres nuevos durante las campañas independentistas en América Latina: "Hubo en ellos también algo así como una angustia metafísica que se resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo. Esa angustia, que a la vez fue una esperanza, podría ser llamada la promesa".


Estas son algunas de las claves de nuestra historia, que según Basadre, no hemos sabido manejar, para que la promesa se realice íntegramente, sin exclusiones, ni privilegios, sin mengua de la libertad, sin autoritarismos ciegos, tercos y antinacionales. A pesar de nuestros conflictos, o, como él solía decir, de una "invisible guerra civil", Basadre miró la historia peruana para entender la génesis, constitución y desarrollo de la "nación peruana". La historia no como lección ejemplar, sino como memoria colectiva, y comunión, que nos involucre en un proyecto común. Por esto, la República, nacida con la Independencia, será para él la gran arquitectura administrativa y política para ensanchar la nación peruana.

Creo, finalmente, que su idea central, la búsqueda de la nación peruana, nunca fue cabalmente entendida y por eso se le criticó, acusándolo de olvidos y de omisiones. Pero ahora sabemos, gracias a la propuesta de Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas (1983), que las naciones son artefactos culturales, más que realidades materiales, que debemos entenderlas como  comunidades imaginadas, soberanas y limitadas. Basadre nunca pudo utilizar la noción de Anderson, pero sí percibió a la nación peruana desde esta perspectiva. Por eso nos habla de la multiplicidad peruana, de sus herencias diversas, de sus contradicciones, de esa sensación de futilidad de la democracia, del peligro de los autoritarismos, de los faccionalismos, que impiden que nos podamos imaginar como una comunidad nacional. La terca apuesta por el sí de don Jorge Basadre es su apuesta por la nación peruana, por una comunidad imaginada, donde prevalezcan la integración, la honestidad y el juego limpio. No hay otra manera de construir la nación, sino sanamente. La necesidad presente y futura de esta obra explica la perdurabilidad de Basadre.



POR UN DESARROLLO CON JUSTICIA

Margarita Giesecke

Es prácticamente imposible hacer un balance breve de toda la proyección y vigencia de la obra de Jorge Basadre. Sin embargo, quien tenga el deseo y la tenacidad de hacerlo, encontrará, para empezar, que en la política actual se continúa con la tradición de una enorme arrogancia e ignorancia del pasado. Quien crea que el proceso nacional actual es distinto al de su historia está equivocado, pues somos y cargamos con muchos temas no resueltos de nuestro pasado y que una y otra vez nos confrontan con viejos problemas como si fueran nuevos y con viejas soluciones vestidas de modernidad.

En esencia nuestro Estado está ligado a la fragilidad de nuestra economía, todavía fundamentalmente primario exportadora, la que sigue planteando un escenario y actores políticos sumamente vulnerables. En otras palabras, frágiles democracias para las que las oleadas modernizantes muchas veces no pasan de ser barnices relucientes sobre viejas maderas.


Pocas historias como las que nos entregó Jorge Basadre a lo largo de su fructífera vida han contenido en sus análisis y proyecciones un sentido tan clarividente. No estamos hablando del arte adivinatorio, sino de la capacidad de acercar la brecha entre pasado y futuro como resultado de una prolija investigación histórica. Jorge Basadre enfocó la historia como un proceso continuo en el tiempo. Ciertamente, el fenómeno histórico que lo comprometió más y que prácticamente definió toda su obra fue el de la historia política. Algo irónico, según él, ya que se trató de una práctica de la cual siempre discrepó o ante la cual fue siempre muy crítico. A pesar de ello, decía que el conocimiento de la historia política era el andamiaje indispensable sobre el cual se investigarían y escribirían las otras historias.


Es en torno a estas historias, política y social, que quisiera recordar la vigencia de la obra de Jorge Basadre.

Convencido de que el tema del poder es eterno, Basadre reunió, ordenó y dio vida a los papeles del Estado. A través del análisis certero de la política nacional, de los políticos y las instituciones públicas a lo largo del tiempo, Basadre nos enfrentó y nos enfrenta aún a por lo menos dos problemas medulares en la formación de la nación peruana. El Perú de 1879, nos dijo, tuvo dos fallas esenciales que nos explican el desastre de la guerra: el Estado empírico y el abismo social. En 1969 advirtió nuevamente que, si continuaban existiendo, podían llevarnos a nuevas catástrofes frente a las grandes pruebas del futuro.

Por mucho tiempo se malentendió empírico solamente como improvisado; pero la definición que él dio en su Historia de la República es mucho más comprehensiva, pues quiere decir: "el Estado inauténtico, frágil, corroído por impurezas y por anomalías... el Estado con un Presidente inestable, con elecciones a veces amañadas, con un Congreso de origen discutible y poco eficaz en su acción, con democracia falsa... Un Estado en el que no abundan las personas capaces y bien preparadas para la función que les corresponde" (JB, tomo VIII de la Historia de la República) Este Estado empírico reposaba, por añadidura, sobre un abismo social, pues se evidenció una total despreocupación en la época republicana por el problema indígena, lo que originó la ausencia de una mística nacional en este grupo humano. En conclusión de Basadre: "el peruano del siglo XIX no había tecnificado el aparato estatal ni había abordado el problema humano del Perú".

En 1978, en las anotaciones a su obra Perú: Problema y Posibilidad, escrita en 1931, nos recordó la relación estrecha entre el tema del desarrollo económico y la todavía urgente superación del Estado empírico y del abismo social sobre el cual éste reposaba. Para Basadre, "el desarrollo económico auténtico no sólo implica la ampliación de bienes y servicios, sino que queda definido mejor en términos que eleven los niveles de subsistencia, dignidad y libertad humanas y combatan la pobreza, el desempleo y la desigualdad". Más aún planteó la lucha contra el subdesarrollo como: "una planificación auténtica de tipo democrático, gradualista y experimental en el avance hacia el futuro con soluciones de corto, mediano y largo plazo que tiendan al aumento de la productividad y al alza del nivel de vida, defiendan al mismo tiempo derechos humanos esenciales y busquen, sin mengua de ellos, la justicia social."

En el año 2000 resulta complejo afirmar que el Estado peruano ha logrado superar su empirismo, el abismo social, la debilidad democrática y el subdesarrollo.

Por cierto, el abismo social ya no se presenta solamente como la marginación del indígena en los Andes, sino también como pobreza extendida de un alto porcentaje de peruanos, su real marginación del sistema educativo y su creciente dependencia cultural y cívica de los medios de comunicación. El "problema humano del Perú hacia la construcción de una mística nacional" sigue siendo una tarea pendiente en la construcción de nuestra historia.


El estudio de la historia social, en cambio, arroja un saldo positivo. En 1975 Basadre me escribió a Londres y en esa oportunidad sostuvo que el género de historiografía que Eric Hobsbawn cultivaba y propugnaba sería, sin duda, el que más atracción tendría en los tiempos venideros (consideraba que el libro Bandits de Hobsbawn era interesantísimo). En ese entonces ni se soñaba con la posibilidad de la existencia de la cátedra de historia social que hoy existe. Tampoco se habían publicado aún los importantes estudios con que ahora contamos sobre campesinos, obreros, minorías étnicas y seres anónimos trabajados en base a sus historias orales.


En realidad el puente entre la historia social y la historia de la sociedad estaba dado ya en la concepción histórica de Basadre y, aún cuando tuvo que privilegiar la historia política, lo social estuvo siempre presente en su obra. No sólo lo está en las páginas que dedica a las nuevas clases sociales y a las jornadas reivindicativas de obreros y campesinos, sino en toda su obra, y ello es fruto de su calidad de persona profundamente preocupada por la marcha de la sociedad en su conjunto.


Fuente: Revista Caretas. 30 de junio del 2000.

jueves, 19 de junio de 2014

Violencia política en la historia del Perú.

Ensañamiento popular contra los hermanos Gutiérrez, autores de la muerte del presidente José Balta (1872)

Discordia y violencia

Carmen Mc Evoy (Historiadora)
“El Perú se ha convertido en un campo de Agramante en el cual nadie se entiende”, escribió Simón Bolívar en vísperas de su arribo al Perú. A su llegada a la antigua capital virreinal, Bolívar encontró un proyecto militar en crisis y dos gobiernos enfrentados reclamando legitimidad. El venezolano aprovechó las rencillas que crispaban a la sociedad peruana para imponerse sobre una élite incapaz de esbozar un proyecto unificador. Porque si bien es innegable que las armas peruanas brillaron en Junín y Ayacucho y que ello fue posible debido al apoyo de cada villa, pueblo y provincia peruana, nuestra república temprana no se caracterizó por la cohesión y menos por la unidad. Fue la discordia la que dominó y aún domina la política peruana. 
La guerra de liberación que, a partir de la década de 1830, mutó en conflicto interno se valió de las balas pero también de otros métodos para destruir la vida y la honra del adversario político. El objetivo: conquistar un poder que, desde sus inicios, fue frágil y efímero. Cuenta Deán Valdivia que cuando le preguntó a Domingo Nieto si quería ser presidente del Perú, el futuro mariscal de Agua Santa le contestó: “¿Cómo cree que yo podría aspirar a la primera magistratura de la nación después de presenciar el maltrato contra el presidente La Mar? ¿Qué se puede esperar de un país en el que un hombre bueno y honesto fue calumniado y deportado a Costa Rica, donde murió de tristeza?”. 
Nieto entendió el riesgo de asumir el poder. Sin embargo, luchó por obtenerlo hasta el final de sus días. Prueba de ello es la frase lapidaria que pronunció durante la llamada anarquía (1834-1844). “Amigo –le escribió a Mariano Escobedo–, marcharé pronto a pelear y usted cuente que los facciosos colocarán su silla sobre nuestros cadáveres o los perseguiremos hasta encerrarlos en los infiernos. Esa raza debe exterminarse si queremos patria”.
La cultura de guerra modeló los usos y costumbres de los años de la prosperidad falaz. Ello ocurrió principalmente en el campo electoral. En las elecciones de 1845, en las que Ramón Castilla, heredero de Nieto, fue ratificado como presidente de la República, la plebe tomó el control de las ánforas. Según testimonios de la época, decenas de personas armadas con cuchillos y palos, gritaron y amenazaron a los electores “tapando el ánfora con sombreros llenos de votos”. El sucesor de Castilla, José Rufino Echenique, modeló la cultura electoral del Leviatán guanero. Investigaciones recientes han evidenciado el reclutamiento de bandidos con la finalidad de amedrentar a los opositores, especialmente a los vivanquistas, algunos de los cuales fueron apuñalados por negarse a vivar en favor de Echenique. 
El denominado “sicariato político” del que dan cuenta los sucesos ocurridos en Áncash tiene una larga historia que se remonta al siglo XIX. Crímenes como los perpetrados contra los presidentes José Balta y Manuel Pardo, y el liberal Juan Bustamante, a quien se le obligó a presenciar antes de su ejecución el ajusticiamiento de sus seguidores, muestran que la violencia yace en la entraña de nuestra historia republicana. El Perú –dijo alguna vez Jorge Basadre– es “dulce y cruel”. En estas últimas semanas la crueldad contra el adversario político se ha desatado. Es necesario tomar medidas inmediatas para detener esa práctica atávica.
Fuente: Diario El Comercio. 03 de abril del 2014.

miércoles, 18 de junio de 2014

Miradas críticas a la historia peruana.

EL PERÚ NACIÓ JODIDO I 


Daniel Parodi (Historiador)
Si tuviese que responderle a “Zavalita” cuándo se jodió el Perú, tendría que decirle que nació jodido y que nuestra fundación republicana el 28 de julio de 1821 (efemérides oficial) o el 9 de diciembre de 1824 (derrota final de los españoles en Ayacucho) supuso un parto muy doloroso, lleno de complicaciones, pero parto al fin y al cabo. Sin embargo, esta nota no persigue la intención de lamentarnos, sino de comprender las circunstancias de nuestro amanecer independiente para obtener de él una enseñanza y una reflexión.
Veamos primero la situación económica que es compleja, pero clave para comprender nuestros primeros días. A lo largo del siglo XVIII, debido a la revolución industrial y el impacto de las reformas borbónicas en nuestra región, el centro de gravitación de la economía mundial pasó del Océano Pacífico al Océano Atlántico, tanto como de España a Inglaterra. Por ello, inexorablemente, el Callao languideció en su tráfico comercial pues los barcos que partían de España ya no tenían que seguir la antigua ruta de los galeones que concluía en el puerto chalaco. En simultáneo, los textiles ingleses conquistaban el mundo y los barcos británicos potenciaban el intercambio de los puertos atlánticos como Buenos Aires y Maracaibo.
Esta razón, por encima de otras consideraciones, explica la mayoritaria renuencia de los comerciantes limeños a la Independencia. Ya desde el siglo XVIII, debido a su empobrecimiento como resultado de estas transformaciones, habían recurrido al abusivo reparto de mercaderías (venderle forzadamente a los indígenas a precios altos productos inútiles para ellos) para enfrentar el dramático descenso del tráfico chalaco. Al mismo tiempo, la conexión que aún mantenían con la economía europea se debía a sus viejos contactos con los comerciantes gaditanos y sevillanos por lo que un rompimiento político con la metrópoli española implicaría que al Callao no llegase “ni Dios”. No les faltó razón, al punto de que en tiempos de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), el Mariscal Santa Cruz sobornaba a los capitanes de los barcos para que desembarcasen en el Callao sin detenerse en Valparaíso.
Veamos el tema geográficamente. En tiempos coloniales, la flota comercial española llegaba al Callao a través de Panamá. Entonces no existía el canal por lo que los barcos desembarcaban en el lado Atlántico del itsmo, cruzaban a pie o a través de un lago que había en la región (Sagres), y volvían a embarcar en otros barcos que esperaban en las costas del Pacífico panameño. La ruta del Estrecho de Magallanes (extremo meridional del continente) no se usaba por alejada y peligrosa, pues la bravura del mar representaba un alto riesgo para los frágiles veleros de madera.
La situación descrita era completamente favorable a los comerciantes chalacos y limeños quienes tenían un tráfico asegurado pues la ruta oficial terminaba en el Callao. Sin embargo, dos acontecimientos cambiaron la situación; el primero es que en el siglo XVIII España desactivó dicha ruta y el segundo es que conforme entramos al siglo XIX los barcos se comenzaron a construir blindados, con motor a vapor, y en esas condiciones sí podían enfrentar las embravecidas aguas de Magallanes. Luego, al alcanzar las costas del Pacífico sudamericano desde su extremo sur, el puerto de Valparaíso les quedaba mucho más cerca que el Callao por lo cual eligieron al primero para desembarcar sus mercaderías, mientras que el segundo tuvo que resignarse a una posición muy secundaria y recibir navíos menores que hacían la ruta Valparaíso-Callao.
De esta manera, el Perú nace a su vida independiente en una posición económica básicamente periférica y subsidiaria; el tráfico marítimo era mínimo como lo era también nuestra conexión con la demanda y los centros de comercio mundiales. De allí que enderezar el timón de nuestra República Inicial resultase tan difícil considerando además los estragos que dejó la Guerra de la Independencia que duró más de tres años y albergó, en nuestro territorio, a soldados de casi todos los países sudamericanos.
No pensaba que las cuestiones económicas y geográficas que he referido ocupasen toda esta nota pero no ha resultado tan fácil explicar por qué “el Perú nació jodido”. Volveré sobre el tema la próxima semana.

Fuente: Diario 16. 03 de junio del 2014.

EL PERÚ NACIÓ JODIDO II


Daniel Parodi (Historiador)
Hace dos semanas publiqué ‘El Perú nació Jodido I’, nota en la que expliqué la complicada posición geoeconómica del Perú inicial. Nos toca hablar ahora de la situación interna del país en sus albores independientes. La quiebra económica no solo se debió a lo descolocado que quedó el puerto del Callao tras romperse el vínculo que aún mantenía con Cádiz y Sevilla.
Un aspecto fundamental es la Guerra de Independencia en sí misma, que fue muy larga y perniciosa, que se inició con el desembarco de San Martín en Paracas, el 8 de septiembre de 1820, y culminó con la capitulación del Virrey la Serna en Ayacucho, el 10 de diciembre de 1824.
Estamos hablando de una guerra que duró cuatro años y cuya secuela de destrucción tiene poco que envidiarle a la Guerra del Pacífico (1879-1883). Téngase en cuenta que durante la Independencia los españoles defendieron arduamente su último bastión y que, para vencerlos, coincidieron en el Perú tropas colombianas, venezolanas, chilenas, argentinas; además de las peruanas y españolas. Téngase en cuenta, también, que entonces fue reclutada la mano de obra campesina dejando sin brazos las tierras y que los ejércitos se abastecían de lo que encontraban a su paso, con lo que las cosechas, animales, armas y dinero de las haciendas cubrieron sus necesidades quedando muchas en bancarrota. Considérese, asimismo, que las minas que abandonaba un regimiento solían ser inundadas para no beneficiar al enemigo con sus recursos y que los puentes de los caminos eran dinamitados para retrasar el avance de la fuerza persecutora.
En otro orden de cosas, el régimen colonial no nos dejó una nación. Sé que algunos sostienen que la nación peruana germinó con el desembarco de Pizarro en Tumbes. Pero lo cierto es que la división estamental del Virreinato (República de españoles, de indios y castas) nos legó dos repúblicas separadas incluso por el lenguaje y que el miedo a la rebelión indígena, incorporado al discurso criollo tras la rebelión de Túpac Amaru II, hizo que los fundadores de la República la diseñasen excluyendo al indígena del proyecto. De allí que en tiempos republicanos la servidumbre a la que aquel fue sometido haya sido mayor que la de los tiempos coloniales y se haya prolongado hasta bien entrado el siglo XX. Sólo la transición demográfica y la reforma agraria de Velasco, 1969, acabaron con este lastre, aunque no con el racismo, su descendiente más directo.
¿Qué rabia no? Hasta ahora 500 palabras de lamentaciones, pero mi intención es que asumamos que desde el principio nos tocó vivir una situación difícil, realidad que debemos afrontar con madurez y civismo. He leído mucho acerca de quiénes son los “culpables de la historia”, esa pregunta viene de una visión tradicional del pasado, en la que tiene que haber culpables, inocentes, héroes y villanos. Pero el tema es más complejo por lo que deberíamos preguntarnos, más bien, si nuestra historia pudo ser diferente de lo que fue. Claro que aquí saldrán a especular qué hubiese pasado si Atahualpa derrotaba a Pizarro en Cajamarca y demás, pero lo que yo estoy proponiendo es una nueva mirada a nuestro pasado, una mirada que deje de lado enjuiciamientos y lamentaciones, y que priorice la comprensión de la historia y de sus actores en su respectivo contexto.
Siempre he señalado que nuestro relato republicano es demasiado doliente y autoflagelante. Creo que debe dejar de serlo. Pensaba recién en cómo durante la segunda mitad del siglo XX, millones de peruanos salieron de la pobreza extrema a través del comercio informal y alzaron ciudades sobre cerros y arenales; pensaba recién, en cómo durante 14 años mantuvimos una misma línea política en la cuestión de la delimitación marítima con Chile de lo que hemos obtenido, como resultado, 50.000 k2 de mar. El enjuiciamiento, entonces, debe dirigirse al presente, a nuestros políticos de ahora que tienen la responsabilidad de impulsar el desarrollo del país. Pero al pasado es mejor comprenderlo porque ya pasó y porque así nos comprenderemos mejora nosotros mismos. 
Fuente: Diario 16. 17 de junio del 2014.

domingo, 8 de junio de 2014

Túpac Amaru II, entre el mito y la realidad.


TÚPAC AMARU II, ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD

Eddy Romero Meza

Recientemente en el diario El Comercio, la editora central Marta Meier Miró Quesada, publicó un artículo titulado: “Túpac Mouse”. En este menciona la evocación del presidente Ollanta Humala al gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado a propósito de la inauguración de algunas obras en Talara. A partir de esto, desarrolla o expone unas ideas muy “singulares” sobre la figura de Túpac Amaru II, símbolo del velascato. Veamos algunos fragmentos:

Cuando Fidel Castro necesitó marketear su revolución bananera usó una imagen del Che Guevara, tomada por Alberto Díaz ‘Korda’. El Che había sido asesinado en Bolivia (rojoides, lloren: todo indica que Fidel reveló su ubicación). Castro convirtió la cara del argentino en su marca, un logo de odio e ineficiencia que sigue dando la vuelta al mundo en polos, gorros, afiches y más. El dictador Juan ‘Chino’ Velasco necesitó, también, un sello tipo Mickey o el Che; una imagen que comunicara el cambio  prometido por su ‘robolución’. Mitificó al mestizo y próspero comerciante José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II), lo graficaron como algo parecido a una letra “A” con sombrero, y esa y otras imágenes suyas estaban en todas partes.  Y decretaron que era el “fundador de la identidad nacional”, que  intentaron inventarse los militares.

En la parte final del artículo señala:

Túpac Amaru II fue en realidad un adinerado comerciante que vestía elegantemente, al estilo europeo, y reclamaba un título de nobleza inca pese a que, al parecer, fue hijo de un fraile (esto, según Alexander von Humboldt, quien investigó su rebelión). Fue “educado con algún esmero en Lima –escribe Humboldt–, y se volvió a las montañas después de haber solicitado en vano de la Corte de España el título de marqués de Oropesa, que lleva la familia del Inca Sayri-Túpac. Su espíritu de venganza lo condujo a sublevar los indios montañeses que estaban irritados contra el corregidor Arriaga”. Dijo no estar contra la corona sino contra el “mal gobierno” de los corregidores; luego se radicalizaría, pero su “rebelión” no cuajó y los propios indígenas se opusieron a él.

El pobre terminó desmembrado y su gesta generó épicos poemas, se lo usó como figura reivindicadora del indio (a él, un elegante criollón) y acabó convertido en un mito. Disney lo hubiera llamado Túpac Mouse y hoy, probablemente, sería el héroe de la era de la comunicación. Como vemos, todo depende de quién inventa la caricatura.(1)

Sin duda, se trata de un artículo provocador y controvertido sobre el pasado peruano. Vale la pena entonces hacer algunas precisiones históricas e interpretativas sobre este personaje.

El origen de Túpac Amaru II

El mayor especialista en Túpac Amaru II, el historiador norteamericano Charles Walker, indica que José Gabriel Condorcanqui Noguera, nació el 10 de marzo de 1738 en Surimana (Cusco). Su padre fue cacique de tres pueblos: Surimana, Pampamarca y Tungasuca. José Gabriel fue educado en el prestigioso colegio de caciques San Francisco de Borja. A su vez heredo 350 mulas, que hizo trabajar en la ruta comercial Cusco-Alto Perú. También poseyó modestos intereses en la minería y en los cocales de Carabaya.

Ciertamente el origen de Túpac Amaru II, no era modesto, sin embargo no alcanzaba para ser considerado entre los caciques más importantes de la antigua ciudad imperial. No es de extrañar entonces que este personaje buscara demostrar su linaje (descendiente del último inca de Vilcabamba) para obtener mayores tierras, así como prestigio en la sociedad colonial. Como miembro de la clase media virreinal, era común que vistiera como los criollos y peninsulares. Tras casi 250 años de presencia europea en el Perú, sería extraño no ver manifestaciones de mestizaje o asimilación completa en el vestir, por parte de los nobles indígenas, más aún en una época tan estamental o jerarquizada.

La gran rebelión

Charles Walker señala que existen básicamente tres interpretaciones del levantamiento tupacamarista, estas serían las siguientes:

a)      Movimiento precursor de la independencia (en el sentido anticolonialista)
b)      Nacionalismo neo-inca (identidad inca / “tradiciones inventadas”)
c)      “Viva el Rey” (tradición de negociación de derechos)

Estas interpretaciones son correctas tales como son presentadas, y evidencian además que en el levantamiento indígena más importante del siglo XVIII, confluyeron tanto factores ideológicos, como económicos y políticos.

Es por ello que frente al opresivo régimen colonial, el poder de la aristocracia limeña y el gran impacto de las reformas borbónicas; Túpac Amaru esbozó un programa que el historiador Alberto Flores Galindo, resume del siguiente modo (2):

  1. La expulsión de los españoles. No bastaba suprimir los corregimientos y los repartos, debía abolirse la Audiencia, el virrey y romper cualquier dependencia con el monarca español.
  2. La restitución del imperio incaico. Fiel a la lectura del inca Garcilaso, pensaba que podía restaurarse la monarquía incaica, teniendo a la cabeza a los descendientes de la aristocracia cusqueña.
  3. Introducción de cambios sustantivos en la estructura económica: supresión de la mita, eliminación de grandes haciendas, abolición de aduanas y alcabalas, libertad de comercio.

La rebelión de Túpac Amaru fue un movimiento protonacional que busco acabar con el antiguo régimen colonial. Charles Walker afirma que: “la invocación de José Gabriel al Rey de España, y la idea de erigirse en nuevo emperador no debe ser rebajada con calificativos de retrógrada o conservadora, pues resulta anacrónico el cuestionamiento de la naturaleza política del movimiento con el argumento de que no defendía algún  tipo de plataforma republicana”. El autor añade: “en ese momento, casi una década antes de la revolución francesa, la idea republicana apenas si estaba incluida en el discurso político de los Estados Unidos (…) no existía una clara alternativa postcolonial: Túpac Amaru intentaba construir una”.(3)

Las causas de la derrota

Uno de los prejuicios sobre esta época es presentar a los indígenas como un grupo homogéneo o indiferenciado. La sociedad colonial fue muy compleja, y los grupos indígenas estuvieron divididos por conflictos regionales, étnicos y de clase. El levantamiento de Túpac Amaru, “nunca llego a ser un movimiento anticolonial multiétnico” (Walker: 2004). Los antagonismos entre los nobles o caciques cusqueños fueron sin duda un factor de peso en la derrota de la rebelión sureña. Los intereses, prebendas y prerrogativas se impusieron en un escenario de conflictos permanentes por el reconocimiento de derechos entre los descendientes o supuestos descendientes de los incas. Esto sumado a otros importantes factores tales como: la dispersión de los pueblos indígenas, el tibio apoyo de otros grupos sociales (mestizos, criollos, negros), así como la oposición de la iglesia, la superioridad militar española y los errores estratégicos de los rebeldes; se explica el resultado final de la gran rebelión.

Jerarquizar todas las causas es complicado, pero sin duda la primera mencionada es la más mentada y menos comprendida.

sábado, 7 de junio de 2014

El caciquismo en el Perú republicano.

Señores de horca y cuchillo


Carmen Mc Evoy (Historiadora)

El sistema político peruano, señaló Víctor Andrés Belaunde, consistía en el “maridaje” entre un régimen personal y el caciquismo provinciano. Mediante la prebenda, un poder central debilitado gobernó el Perú. Su principal base de apoyo fueron los caciques provinciales, a quienes prefectos y subprefectos autorizaban a arrebatar tierras, comprar a precio vil las lanas de las comunidades y contrabandear con el alcohol. El pacto tácito entre el centralismo y el localismo se selló en las juntas departamentales. Causantes de la destrucción de la frágil democracia provinciana, estas corporaciones de caciques y de gamonales atenazaban la vida política y económica de cada región. Así, el enemigo del regionalismo era, sin duda, el caciquismo de los “señores de horca y cuchillo”.
El centralismo-caciquismo al que se refirió Belaunde tiene una larga historia. Este modelo se institucionalizó en uno de los períodos de la posguerra que marcó el violento siglo XIX. En los años del Apaciguamiento Nacional (1845-1851), con los militares gobernando la política y el guano dominando la economía, se estableció la matriz del patrimonialismo. Formado por un complejo sistema de ideas católicas, constitucionales y corporativas, su función aparente fue representar a la gran “familia peruana”. Sin embargo, la clave para entender un sistema cuyo objetivo era comprar lealtades reside en el privilegio.
Cada ente corporativo del Estado guanero tenía sus propias costumbres, regulaciones y ventajas. Así, la abolición de cualquier privilegio ponía en peligro un sistema basado en el intercambio de dones y contradones. Manuel Ignacio de Vivanco argumentó que la delegación de poder político se ‘truequeaba’ por privilegios económicos. Las contradicciones del patrimonialismo se evidenciaron, desde 1860, con el desarrollo de una política tributaria para remediar la crisis del modelo guanero. Por otro lado, las discusiones en el Congreso se dirigieron a atacar a los “localismos” que con sus “intereses mezquinos” atentaban contra una “política nacional”.
El debate ideológico que sirvió de escenario a la rebelión de Huancané (1867-1868) ocurre en un momento en el cual coinciden el desprestigio de las autoridades locales, la crisis de la economía guanera y los planteamientos “nacionalizadores” de los sectores republicano-liberales. Al dirigirse al gobierno, Juan Bustamante, personero de las comunidades alzadas en armas, señaló que estaba trazando “un sendero recto y legal” para los indígenas: ciudadanos y además miembros de “la gran familia del Perú”. Porque era la ley nacional y no la de los fueros privativos de los caciques provincianos la que debía prevalecer a través de la República.
Bustamante fue asesinado en Pusi por enfrentarse a un sistema que no aceptaba injerencias externas. Su verdugo –el subprefecto Andrés Recharte– demostró que el poder del caciquismo residía en la violencia y la impunidad. La denuncia contra Recharte fue archivada cuando el expediente judicial se extravió rumbo a Lima. Algunos meses después del homicidio, el subprefecto caminaba por las calles de la capital, mientras los indígenas comunitarios, seguidores de Bustamante, eran asesinados o condenados al destierro y a la servidumbre más cruel. Una historia del siglo XIX sumamente reveladora de lo que estamos presenciando en pleno siglo XXI.
Fuente: Diario El Comercio. 05 de mayo del 2014.

La leyenda negra sobre la época del guano.

MALDITO GUANO


Daniel Parodi (Historiador)
En clase suelo decir que nuestra historia republicana del siglo XIX es auto-flagelante debido a la necesidad de encontrar responsables a la derrota que sufriéramos en la Guerra del Pacífico. También he señalado que es tiempo de mirar nuestro pasado con otros ojos, tanto cómo de hacerle preguntas distintas a las que tradicionalmente le hemos hecho. Ciertamente, no se trata de inventar cuentos de hadas, ni de reemplazar los malos episodios por otros buenos. Sin embargo, tampoco podemos retratar los primeros cincuenta años de nuestra experiencia independiente como un periodo gris y corrupto, sin interponer matiz alguno al relato o rescatar de él sus elementos positivos.
Respecto del periodo guanero, las estadísticas no son tan dramáticas como podría pensarse: al menos el 60% de la riqueza neta obtenida de su comercialización se quedó en el Perú, no se la llevaron los ingleses como corrientemente se piensa (Hunt 1984). Luego, su uso por parte del Estado fue medianamente racional: se suprimió la contribución indígena —lastrecolonial que se retomó en 1826 debido a la crisis inicial de nuestra República— y, lo más importante, el Estado invirtió más de la mitad de sus ganancias en crearse a sí mismo.
Desde una lógica puramente neoliberal podría cuestionarse esta política, pero debemos considerar la debilidad del Estado republicano inicial y su carencia de infraestructura y de instituciones. De allí que el gasto público dirigido a la organización de la burocracia, a la fundación de la Marina y el Ejército, a la construcción de diversos ferrocarriles –anteriores al Central y del Sur— y a la compra de equipo militar, como los buques Independencia y Huáscar, parezcan más que razonables.
Lo dicho no soslaya, ciertamente, a la corrupción enquistada casi como una suerte de tradición en nuestra sociedad y, por extensión, en nuestro Estado, la que se expresa en la lógica patrimonialista del funcionario (ver el cargo público como una oportunidad de beneficio personal), tanto como en la extensión de redes clientelares que se superponen a prácticas más institucionales. Ambos elementos estuvieron presentes durante el boom guanero y siguen presentes el día de hoy.
De hecho, los dos casos más sonados de corrupción en tiempos del guano fueron la consolidación de la deuda interna y la abolición de la esclavitud. En el primer caso, dicha deuda, que se tenía con los peruanos que colaboraron con la Independencia, fue recalculada durante el gobierno de José Rufino Echenique (1851-1855) y, extrañamente, se disparó de 4 a 23 millones de pesos. En el segundo, en 1854 Ramón Castilla pagó a los propietarios de esclavos por su libertad.
La medida puede ser comprensible porque lo contrario hubiese supuesto la quiebra de la economía agroexportadora de la costa norte. Sin embargo, no lo es tanto el hecho de que se haya pagado por 25.000 esclavos cuando solo quedaban 17.000 y que, además, se haya pagado 300 pesos por cada uno (el precio más alto en el mercado) cuando su valor dependía de una serie de aspectos, entre ellos la edad y el estado de salud. (Aguirre, 1993)
En todo caso, estos hechos no caracterizan todo el periodo guanero y, lo más importante, no son ni la causa de la Guerra del Pacífico, ni tampoco la razón de librarla con una bancarrota a cuestas. De hecho, el segundo caso se asocia más con la firma del Contrato Dreyfus en 1869 y el primero con la compleja coyuntura que desencadenó la gran depresión mundial de 1873.
En otra nota explicaré cómo estos dos eventos se relacionan con la Guerra del 79, pero sirva la presente para discutir la validez de la tesis que presenta a toda la era del guano como el chivo expiatorio de nuestra derrota militar en aquella conflagración.
Fuente: Diario 16. 27 de mayo del 2014.