El general Sucre y sus principales jefes dialogan con el general español Canterac y otros oficiales que fue hasta el campo patriota con pañuelo blanco a capitular.
Ayacucho: “¡Yo estuve allí…!”
“Recuerdos históricos del Coronel Manuel Antonio López”, es un testimonio detallado, de quien fuera protagonista y testigo de lo que ocurrió en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. “Bendigo fervorosamente a Dios, que me permitió poder decir yo lo vi; estuve allí...”, dice, pues fue ayudante de Estado Mayor General Libertador 1822-1826 e integrante del batallón colombiano “Vencedor en Boyacá”.
Es un relato excepcional de las escaramuzas previas entre ambos ejércitos, de la batalla que selló la libertad de América y puso fin a 289 años de yugo español. Los encuentros entre realistas y patriotas se iniciaron en el mes de octubre cuando el ejército independiente triunfante en la batalla de Junín, continuaba su marcha al sur atravesando Huancavelica y coincidió en marcha paralela con el ejército español que venía del Cusco.
Una de las confrontaciones militares más difíciles que tuvo que enfrentar el mariscal Antonio José de Sucre en su marcha hacia Ayacucho ocurrió el 3 de diciembre en los combates de Corpahuaico o Matará, donde los españoles ocasionaron más de 500 bajas a los patriotas y la pérdida prácticamente de toda su artillería. Los intercambios de tiros siguieron hasta el 8 de diciembre y así llego la mañana siguiente, la batalla de Ayacucho.
López, cuenta que a las 8 de la mañana cuando ambos ejércitos estaban frente a frente, el general español Juan Antonio Monet, “personaje fornido, bizarro, de barba acanelada, bajó a la línea patriota, llamó a al general José María Córdova” a quien le manifestó que habiendo muchos combatientes en el campo español, que tenían hermanos y parientes en el ejército libertador, deseaban saber si podían verse y abrazarse antes de la batalla.
Córdova recibió el consentimiento del general Antonio José de Sucre y se produjo entonces, una escena emotiva de encuentros y despedidas entre combatientes de diversos bandos.
ABRAZO ENTRE HERMANOS
Entre los hermanos y parientes de los dos ejércitos estaba el brigadier español Antonio Tur, “que fue tal vez quien pidió esta entrevista y se nos abalanzó en demanda del Teniente Coronel Vicente Tur, del Estado Mayor peruano, hermano suyo y como seis años más joven”.
Añade que al encontrarse ambos hermanos, el realista le dijo al patriota;
-Ay !hermanito mío… cuánto siento verte cubierto de ignominia!
-Yo no he venido a que me insultes, y si es así, me voy, - le contestó Vicente, - y dándole la espalda ya se iba, cuando Antonio corrió tras de él y abrazándolo lloraron estrechados largo rato.
La misma escena, con abrazos y llantos se repitieron entre muchos otros combatientes de ambos ejércitos. Al promediar las 10 y media de la mañana nuevamente Monet, se acercó a Córdova y le dijo
-General! vamos a dar la batalla!
-Vamos, - le contestó Córdova, iniciando el último combate por la libertad de América.
Los nombres de los héroes patriotas general Antonio José de Sucre, José María Córdova, José de La Mar, Jacinto Lara , Guillermo Miller, y por los españoles el virrey José de la Serna, José de Canterac, Jerónimo Valdés, Juan Antonio Monet, Alejandro González Villalobos ,José Carratalá ya son parte de la historia.
Córdova, con apoyo de la caballería de Miller, acometió directamente a las tropas realistas que descendían sin orden de las cumbres del Condorcunca (Cuello de cóndor) y enese instante pronunció su famosa frase: “División, armas a discreción, de frente, paso de vencedores”.
El Libertador Simón Bolívar, y el gran mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre.
LA BATALLA
El general Monet, sin esperar que su caballería formara en la pampa, cruzó el barranco y se lanzó sobre la de Córdova pero, atacado por otra división patriota, Monet resultó herido y tres de sus jefes muertos. Los fugitivos arrastraron en su retirada a otros milicianos mientras la caballería realista al mando de Ferraz, cargó sobre los escuadrones patrios que habían atacado a Monet.
José de La Mar con apoyo del batallón colombiano Vargas, de la tercera división de Jacinto Lara, detuvieron en seco las arremetidas de los veteranos de la vanguardia de Valdés, gracias a la soberbia carga de los Húsares de Junín bajo la dirección de Miller
Al promediar las 3 de la tarde la victoria era completa y los independientes repasaban el campo de batalla en busca de heridos y prisioneros, logrando incautar más de 2,500 fusiles, piezas de artillería y hasta cañones desmontados. La persecución continuó por las cumbres de los cerros.
El coronel colombiano López, participante y testigo de esta batalla narra pormenores de la captura del último virrey del Perú en pleno campo de batalla.
CAPTURAN AL VIRREY
“Derribado de su caballo y exhausto de fuerzas, el infortunado Virrey logró atravesar hasta un recodo o ensenada de peña, donde recostado en pie hurtaba -escondía- el cuerpo al ciego tumulto.
Largo y erecto de talla, acartonado de complexión, sin barba y de gran nariz, cubierto de un grueso capote negro con el cuello alzado, sombrero alón de vicuña, y visible por debajo un gorro oscuro de seda. A su aspecto más que grave, tomáronle nuestros soldados por sacerdote, y algunos al pasar le dijeron: “Padre capellán, échenos la bendición”, mas llegó cierto oficial portorriqueño (era el cabo Villarroel) de índole dura, que se detuvo a preguntarle:
-¿Y usted quién es ? - Y respondiéndole él quitándose el sombrero, dijo:-
-Soy el Virrey, señor…
Alzó el sable, y parte en la cabeza, parte en la mano, hízole una cortada. Mas felizmente, lo vio en ese trance nuestro nobilísimo sargento Pontón (colombiano) y reconoció e intercedió por él vivamente, con lo cual, dio tiempo a que apareciéndose también el mayor Rafael Cuervo salvasen entre los dos al ilustre prisionero y lo enviaron debidamente escoltado para su seguridad a la iglesia de Quinua donde le atendiesen nuestros médicos a curarlo...
Cuervo, reprendió al portorriqueño, y cinco días después, por aviso que él dio a Sucre, fue ascendido a subteniente de su batallón”.
Valdés, viendo el lance perdido, dejó sudivisión que no
había disparado un tiro de fusil, y se disponía a ir al encuentro del general Sucre, cuando su edecán corrió hacia él y le preguntó a dónde iba. ¡A capitular!, -respondió Valdés-.
-Infame, -repuso Pacheco-, póngase de nuevo a la cabeza de su división o le paso mi espada... Valdés obedeció, pero Canterac capituló poco después.( Ocho años de La Serna en el PerúAlberto Wagner Reina-)
El brigadier español García Camba dice que Valdés, “extremamente afectado por la derrota parecía buscar la muerte” y hasta llegó a sentarse sobre una piedra para que los vencedores le acabaran”.
Sucre contó 370 muertos y 609 heridos patriotas, mientras que en el lado realista murieron 1.800 combatientes y más de 700 resultaron heridos. A la 1 de la tarde todo había concluido.
Capitulación de Ayacucho que selló el fin del dominio español.
CADÁVERES
En el campo de batalla miles de cadáveres y heridos desfallecían sin atención médica. López describe así el funesto panorama en medio de ayes y quejidos de los heridos.
“La enorme proporción de heridas de bayoneta y lanza atestiguaban la forma de ese choque y su recíproca animosidad. El gesto de los últimos, a diferencia de los heridos de bala daba espanto. Veíanse los jinetes y sus caballos separados por montones de los infantes, y sobre unos y otros ya se cernían en el cielo los buitres hambrientos…”
Asimismo en el campo los patriotas habían unos 2,000 prisioneros españoles custodiados por solo 50 centinelas. Sucre y Córdova daban vueltas a caballo tomando informes de los cuerpos de sus jefes y oficiales mientras algunos patriotas que tomaron uniformes españoles y vestían como tales y que en broma se resistían a entregarse, puso en riesgo sus vidas creyéndose que en verdad eran realistas.
EL PILLAJE
En la euforia del triunfo asomaron viejos sentimientos de rencor contra España refiere López:
“Rasgaba el corazón ver esos cuerpos tan ardorosos y gallardos pocas horas antes y ya fríos, desnudos y perdidos en aquella masa anónima de muerte; y ver tantos anillos, carteras, alfileres, mimadas prendas de amor y amistad, rodando a rebatiña por las groseras manos de soldados.
Un rico reloj de alguno de los jefes españoles, cuando él yacía inerte, vino andando a manos de un soldado de Pichincha y el Sargento Carreño, del mismo cuerpo, cocinaba esa tarde su bodrio de cerdo en la vajilla de plata del General Canterac”.
Asimismo refiere que los soldados patriotas se lanzaron sobre las aguardiente de las cantimploras realistas.
Casi lo fusilan al virrey
Más adelante, el coronel López vuelve a ocuparse de la situación del virrey La Serna que fue llevado a la iglesia de la Quinua para recibir atención del médico.
“Pasaba en la iglesita de Quinua -donde se hallaba herido el virrey- una escena, casi una tragedia, que no dejaremos olvidada y, yacía también el Teniente Ramón Chabur, natural de Bogotá… Llegados los médicos a atender a Chabur, éste les pidió que lo hicieran primero al señor Virrey, cortesía que el noble viejo se rehusaba a aceptar…El título de Virrey, hizo levantar la cabeza a un sargento, De los Llanos, quien, delirando probablemente con nuestra guerra a muerte, se encandiló su vista por el puño de oro y brillantes que el virrey descubrió bajo el capotón, al presentar a los cirujanos la mano herida… preparó su fusil e iba a hacer fuego contra el anciano, con ojos de hiena y refunfuñando expresiones feroces contra el virrey… El joven Chabur tuvo que incorporarse para advertir a los médicos que lo contuviesen, sin lo cual aquel furioso habría manchado con el asesinato de La Serna … Después llegó Sucre y le dio protección.
LA MÁS FAMOSA Y BELLA DEL MUNDO
“Espada del Perú” a Bolívar
Tras el reparto de premios a los vencedores de Ayacucho como medallas, dinero, tierras, inmuebles, haciendas, en 1825 la Municipalidad Lima le entregó al libertador Simón Bolívar, la espada más bella, famosa y costosa llamada, “La Espada del Perú”, que mide una vara y siete pulgadas de largo . La vaina es de oro macizo de 18 kilates con increíbles dibujos artísticos diseminados en ella con 1.367 brillantes, 8 rubíes, 7 esmeraldas. Cinco marcos, cinco onzas y ocho adarmes de oro y una hoja de acero “Al estilo de Damasco”.
Se observa además una serpiente de nueve pulgadas, los ojos del soberbio ofidio son de rubí y la sierpe la abraza. La hoja de acero tiene la inscripción: “Simón Bolívar: unión y livertad, año de 1825”. En el anverso dice: “Libertador de Colombia y del Perú, Chungapoma me fecit en Lima”, (el latín me fecit significa: lugar de fabricación o nombre del fabricante; Chungapoma) y se encuentra en una de las bóvedas del Banco Central de Venezuela, considerada como la más bella que se conserva de Bolívar y que guarda el Gobierno Bolivariano de Venezuela. La espada de Sucre tiene 1.168 brillantes y 6 Marcos de Oro.
Conocida la victoria patriota por acuerdo de la Real Audiencia del Cusco, fue proclamado como nuevo virrey el general arequipeño Pío Tristán, considerado el último virrey del Perú por los españoles, que no querían aceptar la Capitulación de Ayacucho.
El virrey La Serna cayó herido de su caballo y fue capturado tras ser confundido con un sacerdote, mientras el general Valdés, muy deprimido dijo a uno de sus oficiales con gran despecho: “Mediavilla, dígale usted al virrey que esta comedia se la llevó el demonio…”.
Con fecha 3 de abril de 1825, el general Sucre, remitió desde Potosí a Colombia, los trofeos tomados en el Cuzco y en el Alto Perú. El estandarte Real de Castilla, y cuatro pendones reales con los que tres siglos antes, Pizarro y sus soldados habían entrado a la Capital del Imperio Peruano.
Ramón Machado
Redacción
Fuente: Diario La Primera. 08 de diciembre del 2013.