jueves, 26 de septiembre de 2013

Historia de la lucha campesina en el Perú. Las tomas de tierras en los años 60s.

Las tomas de tierras

Por: Antonio Zapata
Al comenzar los años sesenta, dos ciclos de tomas de tierras marcaron el pico de las luchas campesinas antes de la reforma agraria de Velasco. Esas luchas están cumpliendo cincuenta años y prácticamente están olvidadas. Ningún seminario académico o actividad social ha recordado la iniciativa de los campesinos del valle de la Convención y, posteriormente, la extensión de las luchas campesinas a medio Perú, empezando por el departamento del Cusco.
El valle de La Convención es la ceja de selva del Cusco, siempre cultivó hoja de coca y en el transcurso del siglo XX comenzó a ser plantado de café. Pero, era una región malsana, afectada constantemente por la malaria. Los serranos que bajaban a cultivarlo eran especialmente afectados. Por ello, tenía una reducida población y sobraba la tierra.
Luego, durante la II Guerra Mundial se descubrió el DDT que eliminó la malaria. Así, en los años 1950, las condiciones sanitarias cambiaron dramáticamente. Para conseguir mano de obra, los hacendados reactivaron un sistema laboral correspondiente a tiempos precapitalistas, ofreciendo parcelas dentro de sus propiedades, a cambio de trabajo en la porción de tierra que reservaban para sí. Los colonos provenían de la Sierra y se convirtieron en “arrendires” de los hacendados. Con el pasar del tiempo, subarrendaron parte de sus parcelas a otros campesinos más pobres, denominados “allegados”, que cumplían con las obligaciones originalmente contratadas por el “arrendire”. Así, en La Convención, el trabajo estaba organizado en una cadena de servidumbres.

Por su parte, el café era un producto que se vendía bastante bien y tenía salida al mercado internacional. Por ello, la economía agrícola local creció y los arrendires, que habían llegado muy pobres, se convirtieron en una clase media rural, protagonista de la mayor oleada de tomas de tierras de la historia peruana. Por lo pronto, organizaron sindicatos campesinos y se afiliaron a la Federación de Trabajadores del Cusco, FDTC, que tenía dirección comunista.
El principal líder de la rebelión fue Hugo Blanco, quien era trotskista y decretó la primera reforma agraria peruana, la única dirigida por los campesinos mismos. El auge de su lucha ocurrió durante las elecciones presidenciales de 1962, cuyo resultado no fue del agrado de los militares y sobrevino el golpe que llevó al general Pérez Godoy a la presidencia. En ese momento, los campesinos fueron reprimidos; Blanco fue apresado y llevado a juicio, el fiscal pediría la pena de muerte.
Pero, los militares no devolvieron la tierra a los hacendados. Por el contrario, legalizaron las invasiones en esa localidad. Así, los campesinos ganaron la propidad de la tierra, que les ha permitido construir uno de los valles más prósperos del país.
Los militares solo gobernaron un año y convocaron a elecciones que fueron ganadas por Fernando Belaunde en 1963, hace exactamente cincuenta años. Durante su campaña, FBT difundió un discurso favorable a la reforma agraria, tomando ideas de su socio, la Democracia Cristiana. Por ello, cuando ganó las elecciones, el campesinado tomó al pie de la letra el mensaje. Ahí comenzó un nuevo ciclo de invasiones.
Uno de los principales dirigentes de esta segunda oleada fue otro dirigente trotskista, Vladimiro Valer, quien había retornado de Argentina para incorporarse al movimiento. Por su parte, los escritos de Hugo Neira popularizaron a Saturnino Huillca, un dirigente campesino que era cercano a la tradición comunista.
En efecto, el relevante liderazgo trotskista de Blanco era un fenómeno singular, porque la tradición local era comunista moscovita. Los rojos de la capital del incario se habían organizado antes de Mariátegui y siempre fueron puntales del PCP. Por ello, Huillca encarnaba tanto al campesino quechua serrano como a la tradición dominante en la izquierda local. Finalmente, junto con Neira y Valer, Huillca apoyó a Velasco; a diferencia de Blanco, que mantuvo su independencia y construyó su leyenda.
Fuente: Diario La República. 23 de septiembre del 2013.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Historia de la conspiración norteamericana contra la democracia en Chile.

1973: EL ASESINATO DE LA DEMOCRACIA EN CHILE

 
Por: Rodolfo Sánchez Aizcorbe
Era 1970, por primera y única vez en el marco de la Guerra Fría un proyecto socialista llegaba al poder por medios democráticos y proponía una vía pacífica al socialismo, respetando la constitución y las leyes. Ya Chile tenía una larga tradición institucional y democrática y el presidente electo, Salvador Allende, no pretendía ni quería romperla. Sin embargo, Nixon y Kissinger idearon un plan sistemático para impedir la realización de tal proyecto; el objetivo era claro: impedir el éxito de un proyecto socialista democrático pues sería un “mal ejemplo” para la región. El primer paso consistió en tratar de impedir la asunción de Allende al mando. Para ello, en primer lugar, el gobierno Norteamericano intentó sobornar a los congresistas Demócrata-Cristianos para evitar que voten por Allende -hay que tomar en cuenta que según la constitución chilena de aquel entonces si las elecciones directas no daban al candidato ganador una mayoría calificada, era el Congreso el que elegía al presidente entre los dos primeros candidatos, aunque por tradición el Congreso elegía al candidato que había quedado en el primer lugar, en este caso Allende-; en todo caso, los Demócrata-cristianos rechazaron el soborno dignamente. Al no resultar este plan, el gobierno norteamericano orquestó una conspiración al interior de las fuerzas armadas chilenas para dar un golpe de Estado, el que no pudo efectuarse debido a la enérgica oposición del entonces comandante en jefe del ejército chileno, el general institucionalista René Schneider, quien sin embargo llegó a ser asesinado por los conspiradores.
A pesar de todo, Allende asume el mando, y entonces el gobierno norteamericano instrumenta, durante los tres años siguientes, una guerra económica, una guerra propagandística y acciones de sabotaje. En cuanto a la primera, EE.UU introduce en el mercado sus reservas de cobre, consiguiendo bajar el precio internacional del mismo (el cobre significaba el 80% de la exportaciones chilenas); también consigue cerrar mercados del cobre para las exportaciones chilenas, así como bloquear préstamos multilaterales. En cuanto a la guerra propagandística y de desinformación un ejemplo son los reportajes elaborados por la CIA y difundidos a través del Mercurio de Chile, que describían inexistentes planes del gobierno para destruir a las fuerzas armadas y colocar bases soviéticas en Chile, todo con el objetivo de influenciar a las fuerzas armadas (que por lo demás estaban sumamente infiltradas por la inteligencia norteamericana). Por último, un ejemplo de sabotaje fue el soborno a dirigentes del gremio de camioneros, quienes efectuaron por ende un paro nacional que generó la acentuación del desabastecimiento en las ciudades.
Ya para 1973 la crisis económica y el ambiente social y político polarizado configuraban el escenario propicio para orquestar un segundo intento de golpe militar. Esta vez también se opuso el entonces comandante en jefe del ejército de Chile, el general institucionalista Carlos Prats, pero en esta ocasión no pudo frenar los preparativos del golpe y renuncia poco antes del mismo (exiliado en la Argentina, poco tiempo después Prats es asesinado junto a su esposa en un atentado con bomba realizado por la DINA, la policía secreta de Pinochet). Esta vez el golpe resultó exitoso, y Augusto Pinochet pasa a encabezar una junta militar de gobierno que da origen a una de las dictaduras más largas y despiadadas de América Latina. Por falta de espacio dejo las reflexiones para la columna del próximo sábado.
Fuente: Diario 16 (Perú). 21 de septiembre 2013.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Breve "biografía del agro” peruano, por el historiador Fernando Armas Asín.

EL DESTINO DE LA TIERRA

fiesta en la hacienda la Angostura 1929
“Fiesta en la hacienda la Angostura”, 1929 – Nótese la distribución de los trabajadores, abajo, en contraste con el gamonal, su familia y amigos en los balcones.
A la luz de los sucesos del siglo XX, uno podría pensar que la cuestión de la propiedad agraria, con todas sus trancas y barrancas, es cosa de nuestra historia reciente. Pero el cuento, en realidad, es viejo como el andar a pie, y tiene todos los elementos de suspenso (y toda la burocracia) que caracteriza a nuestra historia. Que es lo que muestra, precisamente, esta suerte de “breve biografía del agro”, a cargo del historiador Fernando Armas Asín.
ESCRIBE: FERNANDO ARMAS ASÍN
FOTO: MARTÍN CHAMBI / LUNWERG EDITORES
Es tal el caos narrativo en el que uno termina al contar la historia de la propiedad agraria en el Perú, que el solo referirse al tema ya resulta difícil. Para empezar, nadie sabe con certeza en qué época situar el primer momento, ya que sigue habiendo mucha polémica acerca de si lo que hoy entendemos por propiedad –”bien sobre el cual se ejerce disposición, uso y usufructo”– vale también para los tiempos prehispánicos. Es una verdad a ciegas que los indígenas cultivaban los suelos y se beneficiaban de sus frutos, pero lo que no resulta claro es a quién pertenecían: si a los señores, a las etnias, a los seres sagrados o a todos ellos combinados. Más bien habría que remontarse a la llegada de los españoles, en el siglo XVI, para empezar a hablar de la propiedad en el sentido al que estamos acostumbrados.
La caída de la población indígena de un lado, y el permanente asentamiento de la hispana del otro, permitieron una recomposición en el acceso a las tierras, ya fuera que se les repartiera entre los vecinos a través de la fundación de ciudades, o que fueran entregadas a algunos a manera de premios o “mercedes” por sus méritos. También a los indígenas asentados en comunidades se les repartía tierras (es el caso de las famosas reducciones que el virrey Toledo aplicó hacia la década de 1570). En cualquier caso, quien se encargaba de esto era el Rey, a quien pertenecían (teóricamente, al menos) todas las tierras y también las aguas. Pero él estaba lejos, y como sobraba más de lo que se repartía, no pasó mucho antes de que las tierras disponibles fueran invadidas por españoles, criollos, mestizos e indígenas que querían sacarles provecho. ¿Y qué se hizo? Pues el Estado, que tarda pero concede (igual que ahora), creó las composiciones de tierras: campañas periódicas que permitían a los agricultores -grandes y pequeños- obtener el título de propiedad a cambio de un pago a la Corona. Claro que no todos pasaron por este proceso para obtener dicho título (otro aspecto en el que las cosas no han cambiado mucho), y las composiciones existieron por tres largos siglos.
Esquematizando un poco el panorama, diríamos que a fines de la época colonial había tierras bajo control de las corporaciones llamadas de “manos muertas” –la Iglesia, comunidades de indios, municipios, gremios, etc.- y tierras individuales. No nos olvidemos que estamos en una época de Antiguo Régimen y el concepto de propiedad, tampoco es que se parezca tanto al que hoy conocemos. La tierra permanecía vinculada por generaciones a estas corporaciones o a las familias nobles existentes, y no se podían vender -por eso se decía que eran de manos muertas-. El mercado de compra y venta de tierras era muy reducido.
Qorilasos de chumbivilcas 1944
“Q’Orilasos de Chumbivilcas”, 1944 – El hacendado, luciendo su mejor traje, de pie entre los trabajadores en el transcurso de una festividad
Algo hizo la corona para aliviarlo –y aliviarse- con la confiscación y venta de los bienes de los jesuitas, que tenían varias haciendas en la costa. Y, tras la independencia (1821), nuestro Estado hizo lo mismo con muchas haciendas de españoles. A los primeros no se les dio nada, salvo su manutención, y a los segundos se les expropió pagándoles de diversas formas, aunque algunas deudas no pasaron del limbo legal. Por esos años, políticos -ilustrados primero y liberales después- alzaron la bandera para liberalizar el campo del dominio de las manos muertas. Así empezó una política que llegaría hasta inicios del siglo XX: se permitió la compra-venta de tierras sin trabas, y la tierra –así como el agua- se convirtió en enajenable, en simple mercancía transable. Se eliminaron las vinculaciones y nació la noción moderna de propiedad que hoy conocemos. En el camino, la Iglesia, municipios, beneficencias y por cierto, muchas comunidades indígenas, tuvieron que ir cediendo poco a poco sus tierras a modernos empresarios que se hicieron cargo de estas. Algunos obtuvieron las tierras de forma legal y otros apelaron a la tradición de los hechos consumados. En algunos casos se pagaba al Estado por hacerse con el bien y este daba bonos a los anteriores titulares. Se generó una deuda –proceso conocido como desamortización- que los gobiernos tardaron años en pagar (¿les suena a algo?).
 novia en la mansion de los montes 1930
“Novia en la mansión de los Montes”, 1930 –La presencia casi imperceptible del sirviente en las sombras, frente a la luminosidad que rodea a la novia, ha hecho que se escriban numerosos enstudios en torno a esta fotografía.
Aparece pues, desde la época del guano hasta inicios del siglo XX, una nueva generación de propietarios enriquecidos, algunos de ellos extranjeros y otros criollos, junto a muchos mestizos en diversas regiones del país. Surgen la oligarquía y los gamonales serranos.
Pero una nueva transformación en la propiedad agraria empezó a mediados del siglo XX con la ampliación de la frontera agrícola –en la costa y en los valles de la selva alta- mientras que la formación de un mercado interno nacional transformó varias regiones serranas –J.M. Caballero lo estudió muy bien para la década de 1960-. Las reformas agrarias –que fueron tres, por si acaso- aceleraron el final del proceso. Y pasada la última reforma agraria (1969), surgiría lentamente un nuevo sector de propietarios y propiedades. La gran mayoría de cooperativas pronto parcelaron sus tierras entre sus propios socios, primero de forma ilegal –para variar- y sólo desde 1980 (decreto legislativo 02) de forma legal. Las nuevas tierras de la selva alta, la parcelación y el proceso de reingreso de empresas medianas y grandes al agro desde la década de 1990, marcan el nuevo tiempo. Aunque por más que haya reconcentración de tierras en ciertos valles, la tenencia agraria nacional está conformada sobre todo de minifundios, como lo indica el último censo agropecuario.
Cosecha de te en la hacienda Amaibamba 1944
“Cosecha de té en la hacienda Amaibamba”, 1944 – Como resultado de los complejos procesos históricos que atravesó la propiedad agraria, la distribución del trabajo podía variar enormemente de una hacienda a otra.
Ya se sabe qué le sucedió a la deuda contraída por el Estado tras la reforma agraria del gobierno de Velasco: la misma suerte que a las deudas del siglo XIX. El gobierno militar cumplió con entregar bonos –consumando la expropiación- y los papeles se pagaron puntualmente, pero en la década de 1980 se dejó de hacer. Los bonos son de libre titularidad y muchos de ellos pasaron de mano en mano. En el 2001, el Tribunal Constitucional, reconoció la deuda pendiente y ahora se ha mandado atenderla. ¿Realmente se cerrará otra etapa de esta azarosa vida de nuestro agro?
Fuente: Revista Velaverde. 13 de septiembre del 2013.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Salvador Allende, el primer marxista del mundo electo en un sistema democrático.

Salvador Allende

Por: Antonio Zapata (Historiador)
El día de hoy es el cuarenta aniversario del golpe de Estado en Chile contra Salvador Allende, quien cumplió su promesa de salir de La Moneda en un cajón de madera. Su triunfo electoral en 1970 fue consecuencia de una estrategia largamente trabajada. Había sido candidato en cuatro oportunidades, obteniendo el segundo lugar en las dos ocasiones anteriores a su victoria. Esa apuesta era consecuencia de la solidez del Frente Popular en Chile.
En fecha muy temprana, en 1938, Chile fue el primer país de Latinoamérica donde triunfó electoralmente una alianza de radicales, socialistas y comunistas, eligiendo a Pedro Aguirre Cerda como presidente. Desde entonces, Chile construyó un sistema político multipartidario e inclusivo, que logró la incorporación de la izquierda al juego político. Fue el único de nuestros países que logró esa condición. El resto estaba virando al populismo, como el Brasil de Vargas, o persistía en dictaduras liberales de derecha, como el Perú de Benavides.
El sistema chileno se mantuvo hasta el inicio de la Guerra Fría. En ese momento, EE.UU. y la URSS formaron sus respectivos bloques y amenazaron con desatar una nueva guerra mundial. La URSS y sus aliados de Europa del Este se encerraron tras la cortina de hierro mostrando los dientes. Por su parte, la agresividad estadounidense se desarrollaba en varios frentes, constituyendo la OTAN que activó la alianza militar occidental enfilada contra el bloque soviético.
En el caso del Mapocho, el presidente radical Gabriel González Videla había llegado al poder en 1946 apoyado por el mismo Frente Popular, que incluía a socialistas y comunistas. Dos años después, EE.UU. exigió el alineamiento político de Chile con su estrategia de la Guerra Fría. Por ello, González Videla rompió con sus aliados y promulgó una Ley de Defensa de la Democracia, que ilegalizó a las fuerzas políticas marxistas y desató una inesperada represión.
Así, se ganó la eterna enemistad del poeta comunista Pablo Neruda, quien denostó su traición en numerosos escritos. Pero, González Videla había sido débil, la clave fue la presión estadounidense, que no aceptaba experimentos, sino buscaba hacer fuerza contra el comunismo. Estaba por comenzar la gran ansiedad contra las izquierdas conocida como el macartismo.
Esa misma actitud se manifestó contra Allende. EE.UU. era gobernado por Nixon y Kissinger era el secretario de Estado. Este tándem llevaría adelante la espectacular reconciliación con la China de Mao. Pero, en América Latina no hubo distensión y el experimento socialista chileno no fue tolerado. Era un reto demasiado audaz, Allende era el primer marxista del mundo electo en un sistema democrático. Se había convertido en un paradigma susceptible de tener millones de seguidores a escala internacional.
Mientras que, el objetivo de Nixon era derribar al marxismo, aprovechando la quiebra del movimiento comunista internacional entre Moscú y Beijing. Por ello, EE.UU. fue particularmente intolerante con Allende. Antes que asuma, una conspiración financiada por la CIA concluyó desastrosamente con el asesinato del comandante general del Ejército René Schneider.
A continuación, una vez instalado Allende en el poder, EE.UU. redobló las maniobras que dificultaron el manejo político y precipitaron las dificultades económicas de Chile. Pero, las elecciones congresales de marzo de 1973 mostraron que la Unidad Popular podía seguir ganando elecciones y mantenerse en el poder dentro del sistema democrático. En ese momento, las fuerzas reaccionarias se decidieron por el golpe.

Pasados los años, el balance de Allende sigue siendo positivo. En ese momento pareció ingenuo querer gobernar por la vía electoral. Se pensaba que las armas eran indispensables.
Pero, hoy en día aparece como el único camino posible para las izquierdas. Se ha aceptado la racionalidad intrínseca de su propuesta. El destino del socialismo se halla en la democracia y Allende muestra la ruta, no solo de Chile sino de las izquierdas a nivel mundial.
Fuente: Diario La República. 11 de septiembre del 2013.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Historia de la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez.

Teología de la Liberación

Por: Antonio Zapata (Historiador)
45 años atrás se reunió la II Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín, promoviendo la transformación integral de la Iglesia Católica regional. De esa conferencia surgió la Teología de la Liberación, un  nuevo acercamiento al misterio de Dios, que tuvo en el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez a uno de sus principales protagonistas. Al terminar el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI convocó a los obispos latinoamericanos y los instó a recibir creativamente los documentos conciliares. Ahí nació el impulso a Medellín.
El Concilio Vaticano II fue el aggiornamento de la Iglesia Católica, que dejó la misa en latín y celebrada de espaldas a los fieles, para adoptar una forma más moderna. Esa vocación se expresó en el diálogo con el tiempo actual y sus demandas. En ese sentido, Medellín reflexionó sobre el “pueblo de Dios”, fundamentando el compromiso cristiano con las condiciones concretas de vida de las mayorías latinoamericanas.
Se abrió el contacto entre la teología y el análisis social. Tanto el documento de Medellín como el texto de Gutiérrez giran alrededor de temas como la dependencia y el desarrollo. Incluso, Gutiérrez critica la opción desarrollista y adhiere a la teoría de la dependencia. Hoy en día estos conceptos suenan pasados de moda. Pero el punto esencial es el énfasis teológico en el diálogo con el mundo; es más, la convicción sobre el lugar clave del mundo para la opción cristiana. Ella había dejado de ser contemplativa.
En esta reflexión, la caridad ocupa un puesto crucial. En efecto, es presentada como la virtud cristiana por excelencia, expresando el compromiso con los demás. Se trata de querer al otro y no permanecer indiferente a su suerte. Es más, el pecado es enemistarse con Dios a causa del egoísmo y la sensualidad de la vida disfrutada en forma individual. El pecado sería una falta contra la caridad.
De ese análisis surge la opción preferencial por los pobres. Al estar desprovistos y multiplicadas sus carencias, la caridad conlleva un compromiso para socorrerlos. Así, el discurso de la Teología de la Liberación apela al aliento humanista contenido en la tradición cristiana y se remonta a textos de los apóstoles.
Asimismo, dialoga con el marxismo. Era la época de las guerrillas y del marxismo romántico que se expandió por el continente. La figura del Che estaba en todas partes y ganaba miles de corazones juveniles. Ante esta realidad, la Teología de la Liberación se impuso una fecunda confrontación con el marxismo. Rechazó el ateísmo, alentando paralelamente la lucha contra la injusticia. Llamó a alejarse de la política sin Dios, pero coincidió con el marxismo en las causas de la protesta social.
Por ello, subrayó la cuestión de justicia social. La Teología de la Liberación afirma que la injusticia es el fundamento del conflicto; por ello, agente activo del malestar social. Ante esta realidad, el marxismo predicaba la rebelión armada; mientras que la Teología de la Liberación alentaba un compromiso no violento con las comunidades cristianas de base para buscar la justicia en este mundo.
Así, esta teología fundamentó una posición de izquierda cristiana, que se manifestó con fuerza durante los setenta y ochenta en el escenario político. Sin embargo, la caída del Muro de Berlín y el triunfo del neoliberalismo mellaron el protagonismo de las izquierdas, terminando con los tiempos fáciles para propuestas como la Teología de la Liberación.
En ese momento hubo un giro conservador en la Iglesia que ha durado varias décadas. Ahora es claro que se vive un momento de inflexión. Sin ninguna certeza sobre el rumbo en curso y mirado desde fuera, una relectura de la Teología de la Liberación evidencia que ciertos conceptos lucen antiguos; pero, la propuesta moral conserva enorme solidez. Al fin y al cabo, la caridad asumida como compromiso de vida puede recuperar al catolicismo en el mundo actual y rescatarlo del desprestigio generado por escándalos financieros y abusos sexuales.
Fuente: Diario La República. 04 de septiembre del 2013.