Oligarquía chilena detrás de los asesinatos del presidente Garfield y embajador Hurlbut
Dignatarios norteamericanos iniciaron gestión para la suscripción de una paz entre Perú y Chile sin cesión de territorios, lo que se frustró con sus violentas muertes
Por: Víctor Alvarado
La guerra de rapiña (1879- 1883) emprendida por la oligarquía gobernante chilena contra el Perú y culminada con la ocupación de Lima por las tropas chilenas, tuvo como decididos opositores de una paz con cesión de territorios, como lo querían los invasores, al presidente de EE.UU., James Abraham Garfield (1831-1881), y al embajador de EE.UU. en el Perú, Stephen August Hurlbut (1815- 1882), quienes coincidentemente serían asesinados en circunstancias sospechosas, aparentemente por mercenarios al servicio de la fuerza de ocupación chilena.
Garfield fue el vigésimo presidente de EE.UU. y había asumido la presidencia el 04 de marzo de 1881 y una de sus primeras acciones en las relaciones exteriores de su gobierno, luego de ser enterado de las exigencias chilenas de desmembrar los territorios del Perú y Bolivia, fue actuar de mediador con el fin de llegar a un paz justa entre los tres países.
En calidad de secretario de Estado, para llevar adelante este propósito designó al prestigioso político James Blaine.
El 15 de junio de 1881, a solo dos meses de su gobierno, encargó esa misión y nombró como su representante en Santiago de Chile al general Judson Kilpatrick y en Lima al general Stephen A. Hurlbut, este último en calidad de ministro en jefe del Pacífico.
A ambos urgió actuar sin demora y notificar al jefe de la ocupación militar en el Perú, contralmirante Patricio Lynch, y a la Cancillería chilena iniciar negociaciones para celebrar una paz sin cesión de territorios.
Hurlbut procedió a cumplir la misión encomendada y escribió el 24 de agosto de 1881 una carta al jefe de la ocupación militar en Lima, Patricio Lynch, donde en la parte medular dijo: “Estados Unidos reconoce todos los derechos que adquiere un conquistador bajo el imperio de los principios que rigen la guerra civilizada, ellos no aprueban la guerra con el propósito de engrandecimiento territorial ni tampoco la desmembración violenta de una Nación, a no ser como último recurso y en circunstancias extremas”.
POSICIÓN DE GARFIELD
Párrafos más adelante, la misiva expresaba: “Estados Unidos lamentaría profundamente que Chile cambiase su curso, que se viese llevado por una carrera de conquista, porque el espíritu militar y agresivo se opondrá a nuestro juicio, a su progreso genuino, excitará animosidades peligrosas y acumulará en su contra muchos elementos”.
Finalmente, concluía: “Somos, en consecuencia, de opinión que el acto de captura de territorio peruano y la anexión del mismo a Chile, ya sea que se haga por fuerzas superiores o ya sea que se imponga como una condición imperativa para la cesación de hostilidades, se halla en contradicción manifiesta con las declaraciones que previamente ha hecho Chile acerca de semejantes propósitos y que con justicia se mirarán por las otras naciones como una prueba de que Chile ha entrado por el camino de la agresión y la conquista con la mira de engrandecimiento territorial”.
Lynch no respondió esta carta y se remitió a enviar una copia al gobierno chileno y otra al embajador chileno acreditado en Washington para que conozcan lo que pensaban Hurlbut y el presidente Garfield. En sus memorias, el jefe del ejército de ocupación llegó a revelar que con la actitud de Hurlbut “comenzaron a nacer locas ilusiones y se vio en Hurlbut un nuevo mesías salvador, destinado a colocar el Perú en su antiguo rango, devolviéndole sus riquezas y territorio perdido, cual si la guerra le hubiese sido favorable”.
Hurlbut, en vista de la actitud del jefe de los invasores, hizo circular copias de la carta en el exterior con la finalidad de generar una corriente internacional a favor de su gestión, convirtiéndose a partir de ese momento en el centro del odio de Lynch.
SABOTAJE
Las negociaciones apuradas por Hurlbt encontraron una serie de tropiezos deliberados opuestos por el gobierno chileno y las autoridades de ocupación y también por su colega en Santiago, el general Judson Kirlpatrick, quien en lugar de acompasarlo, en cumplimiento de la misión encargada por el presidente Garfield, esgrimió argumentos prochilenos que los expuso en una carta de respuesta a una recriminación hecha a su persona por el gobierno de Santiago.
La carta decía: “Que Chile estaba dispuesto para dictar, pero no para discutir las condiciones de paz y que no le era grato ni sería aceptado el arbitraje de aquella Nación (EE.UU.) sobre cualquier punto de diferencia con el Perú o Bolivia, que por lo mismo el general Hurlbut se había separado de las instrucciones que recibiera idénticas a la suya, en su concepto haciendo declaraciones contrarias a las ideas dispuestas por el secretario de Estado, el Sr. Blaine. Que, éste no aceptaría tampoco ningún ofrecimiento de intervención”.
Pero Hurlbut, lejos de desanimarse por la disensión de Kirlpatrick, se reafirmó en su misión en una carta del 12 de setiembre de 1881 dirigida al pierolista Aurelio García García, por la que defendió la gestión del presidente provisional Francisco García Calderón: “Usted se equivoca al decir que cuenta con las simpatías de los chilenos. No hay tal. Quiere la paz como la quiere todo el país, pero no sacrificará la honra nacional ni cederá territorio para obtenerla”.
La carta fue difundida internacionalmente y cayó como balde de agua fría sobre el jefe del gobierno de ocupación Patricio Lynch y el aún presidente de Chile, Aníbal Pinto.
LOS CRÍMENES
Siete días después de esta carta y apenas cuatro meses de haber asumido el Gobierno, el presidente de EE.UU., James Garfield, fue asesinado a balazos en la estación de ferrocarril de Baltimore y Potomac cuando se aprestaba a tomar el tren, acompañado de James Blaine y un detective, para dirigirse a Washington y acompañar a su esposa que convalecía de una enfermedad. El asesino, identificado como Charles J. Guiteau, se acercó sigilosamente y colocó detrás suyo en el ángulo derecho y disparó dos balazos.
Al ser detenido declaró: “Disparé sobre él como una necesidad política bajo inspiración divina. Fue declarado sicópata y ejecutado en la horca. Nunca se pudo probar que actuó por encargo de sus ocasionales enemigos chilenos”.
Al año siguiente, a las 8:15 a.m. del 27 de marzo de 1882, Hurlbut fue encontrado muerto en su oficina de Lima con señales de haber sido envenenado aparentemente por opio, por la servidumbre, porque ésta había fugado. La autoría intelectual de su muerte fue atribuida al jefe del gobierno de ocupación, Patricio Lynch, porque había servido en la armada británica durante la guerra del opio, donde se practicaba este tipo de envenenamientos.
Las muertes de los dos dignatarios determinaron el fin de la misión norteamericana de alcanzar una paz sin cesión de territorios.
EL GENOCIDA PATRICIO LYNCH, JEFE DEL EJÉRCITO DE OCUPACIÓN
El jefe del ejército de ocupación en Lima, Patricio Lynch, es uno de los principales responsables de los crímenes de guerra cometidos contra el pueblo peruano durante la ocupación del ejército chileno y tuvo como colaborador nada menos que al general peruano Miguel Iglesias, ungido por él como presidente del Perú. Lynch no tuvo empacho en reconocer: “Damos toda clase de ayuda a Iglesias. Le damos dinero, le damos armas y destruimos a sus enemigos”.
Como presidente títere, Iglesias entregó los cargos más importante a sus familiares y amigos, entre ellos, Mariano Castro Zaldívar, cuñado de Iglesias,el amanuenses que firmó con él la vergüenza del Tratado de Ancón de 1883.
Fuente: Diario La Razón. 22 de julio del 2013.