domingo, 28 de octubre de 2012

El ascenso del emperador Constantino y el cristianismo como religión universal en Occidente.

Batalla del puente Milvio (28 de octubre del año 312) Constantino derrota a Majencio.

1700 años del triunfo cristiano en Roma

Por: Isaac Bigio (Historiador e internacionalista)

El 28 de octubre del año 312 es una fecha histórica que marca el inicio de la transformación del cristianismo, un culto perseguido o marginado en Roma, en la religión del entonces mayor imperio occidental.

En esa fecha se dio la batalla del puente Milvio en la cual Constantino derrota y mata a su rival Majencio para pasar de ser uno de los 4 jefes de una tetrarquía y devenir en el único emperador de Roma, a cuya capital entra triunfante al siguiente día.

Constantino gana dicha batalla, a la que había entrado con menos soldados, tras haber declarado que tuvo una visión de Cristo quien le habría dicho que le daría la victoria si adoptase como su símbolo el crismón (una P sobre una X, las mismas que son las dos letras iniciales de la palabra Cristo en griego), cosa que él hizo. Durante los 25 años de su reinado como emperador absoluto Constantino mantuvo inicialmente los cultos a los dioses del Olimpo y solo se habría bautizado poco antes de morir en el año 337 en Nicomedia (Izmit, Turquía), aunque luego sus sucesores promoverían el cristianismo que en el 380 sería proclamada por Teodosio I como la religión de Estado. Constantino apenas llegó al poder legalizó al cristianismo en el edicto de Milán del 313, impulsó la construcción de iglesias y fue adoptando varios códigos morales cristianos. Luego logró que el cristianismo rompa sus antiguas ataduras con el judaísmo (religión en la que siempre Jesús se mantuvo como un discípulo ortodoxo aunque renovador) para abrazar varios rituales nuevos, algunos provenientes de la teología de los grecorromanos o de Mitras. Fue él, pese a no estar aun bautizado, quien comisionó la depuración y selección de textos y evangelios que entrarían en la Biblia oficial y luego quien en el 325 capitaneó el concilio de Nicea que estructuró al catolicismo como una religión universal y oficial. Si Jesús en vida guardó todos los preceptos judíos (guardar el sábado como día sagrado y todas las fiestas hebraicas; no comer cerdo, mariscos, sangre o carne con leche; circuncidar a los varones; peregrinar a Jerusalén, etc.), la nueva religión adoptada por Roma y basada en el culto a Cristo y a la Trinidad se desprendía de ello, adoptaba el domingo y el calendario solar, los santos, el Papado y una serie de nuevas formas de culto que transformarían al catolicismo en la mayor religión europea y luego americana. Pese a que Constantino fue santificado él tuvo una vida no muy santa: persiguió varios cultos y mató a millares incluyendo a un hijo y a su esposa Fausta a quien hirvió. Su madre Helena, en su viaje a Palestina, construiría allí las 3 memorables iglesias que han sido tan masivamente visitadas: las del Santo Sepulcro, la del Monte Olivo y la de la Natividad.

Fuente: Diario Correo (Perú). 28 de octubre del 2012.

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lunes, 22 de octubre de 2012

Javier Silva Ruete y el gobierno de Francisco Morales Bermúdez.

Javier Silva Ruete recibe el aplauso de connotados políticos como Luis Bedoya Reyes, Valentín Paniagua, Alfredo Barnechea y Aurelio Loret de Mola.
Javier Silva Ruete recibe el aplauso de connotados políticos como Luis Bedoya Reyes, Valentín Paniagua, Alfredo Barnechea y Aurelio Loret de Mola. Foto: Archivo de La República.

Javier Silva Ruete, in memóriam

Hoy se cumple un mes de su partida y la política peruana aún no se acostumbra a su ausencia. Fue un economista y político de convicciones firmes y a veces duras.

Por: Nicholas Asheshov 

Javier Silva Ruete, quien murió el 21 de setiembre a los 77, fue una de las más vistosas estrellas que cruzaron el firmamento financiero y político de Lima en los últimos tres decenios del siglo XX.

Su momento más brillante llegó en 1978 cuando por dos años fue ministro de Finanzas del saliente gobierno militar. Entonces las finanzas públicas estaban en lo que era, en esos días, la catástrofe habitual, solo que más. El gobierno militar, bajo el general Velasco, había ocupado el poder casi un decenio, y con la desastrosa reforma agraria, los ataques a los gringos, un billón de dólares en aviones de combate y tanques soviéticos, controles de cambio, y así sucesivamente, hacia 1978 toda la administración pública estaba en la última lona. El general Morales Bermúdez, un oficial sensato y distinguido (todavía vive), había tomado el poder en 1976 y se movía con decisión pero también cautela de vuelta a la democracia. Fue entonces que llamó a Javier Silva Ruete.

Javier, entonces con poco más de 40 años, se movía en un ambiente de izquierdismo centrista, respetable entonces y ahora en todas partes, y era una de esas personas cuya energía y encanto personal significaban que conocía a todo el mundo. Recuerdo a Claudio Hershka, un alto economista del BCR, diciendo: “Javier es el único que puede poner en orden todo esto”. Claudio tenía razón: Javier lo hizo.

Su primer talento, sin duda en esta ocasión, fue reunir un afiatado equipo de estrellas financieras y administrativas con espíritu de servicio público. Hecho lo cual, antes de aceptar el pedido de Morales Bermúdez para que fuera ministro de Finanzas, estableció una serie de condiciones y requisitos. No recuerdo cuáles eran, aunque alguna vez me dio su versión de ellos, y me dijo que le habían costado a Morales Bermúdez docenas de cafés durante una negociación final de amanecida. Morales Bermúdez mismo había sido ministro de Finanzas por tres años alrededor de 1970-73, y sabía de qué estaba hablando Silva Ruete. Gerente general del banco fue Alonso Polar, un callado y brillante jugador de bridge. A la cabeza del Banco de la Nación, en los hechos la tesorería de esos días, fue Álvaro Meneses, otra vistosa figura que introdujo al Perú el Banco Ambrosiano, el banco del Papa que quebró espectacularmente más o menos un año después de que al amigo de Álvaro, Roberto Calvi, se le encontró colgado sobre el Támesis con una soga al cuello y el otro extremo atado al puente Blackfriars Bridge.

La manera práctica y flexible como Silva Ruete ordenó las finanzas públicas, algo que su equipo fue haciendo mientras él se hacía cargo de los militares y los políticos civiles, se vio muy beneficiada por un alza de los precios del cobre, entre otros metales y minerales, en uno de los recrudecimientos que siguieron a la quintuplicación de los precios del petróleo, en los años post-1973. Como casi todos los países, Perú había estado en permanentes problemas con el FMI, pero a Washington le encantó tener a unas personas versadas y no militares al frente para conversar, y así las fracturadas relaciones del Perú con la comunidad internacional, léase bancos y funcionarios de la cooperación, fueron rápidamente arregladas por Silva Ruete.

Se avecinaba una nueva Constitución, y todos coincidían en que para todo fin práctico el de Morales Bermúdez era una suerte de gobierno civil. De hecho lo era si se le comparaba con los lamentables gobiernos de Chile, Argentina, Bolivia, y aquellos apenas mejores de Brasil, Uruguay, Paraguay, Panamá, y otros. En ese mundo Silva Ruete, fumando con una boquilla de marfil y con un rápido y amistoso gesto para quien se le acercara, eran una verdadera estrella. Esto solo en parte por su habilidad para dar la impresión de que estaba aquilatando cada palabra y que coincidía plenamente con quien fuera. Él y su equipo, por ejemplo, desalojaron los controles de cambio, entonces todavía políticamente sacrosantos, mediante la introducción de certificados de depósitos, en dólares y sin preguntas, en los bancos locales. De pronto dejó de ser ilegal tener dólares. Algunos de los controles a la importación más bobos fueron relajados, y en general una ráfaga de sentido común financiero se alió, a través de Javier, con movidas políticas hacia un proceso electoral, las cuales de hecho se realizaron exitosamente en 1980, y llevaron a Fernando Belaunde a la presidencia por avalancha.

El boom de préstamos y precios de materias primas incluyó, en 1979, el extraordinario boom en los precios de la plata y el oro, una estafa masiva cocinada por un grupo de bancos y traders liderados por los hermanos Hunt, de Dallas. Perú, y la administración financiera de Javier Silva Ruete, involuntariamente tuvieron un papel clave en este fraude que vio a la plata –de la cual Perú es un importante productor, hoy como ayer— dispararse de US$ 3 la onza a US$ 50. Ni Silva Ruete ni Manuel Moreyra en el BCR percibieron algo chueco en el súbito aumento; en verdad nadie advirtió nada en el mundo, y mucho menos los reguladores de Nueva York y Chicago. Al Banco de la Nación lo pescaron en curva, y tuvo que hacérsele un salvataje al son de más de US$ 100 mn, mucho dinero en esos días. (Más tarde el gobierno de Belaunde, en una operación conducida por Pedro Pablo Kuczynski [PPK], ministro de Minas en ese tiempo, logró enjuiciar exitosamente a los perpetradores de la estafa bajo la legislación anti-Mafia RICO de ese entonces).

Como suele suceder con mentes independientes yhábiles, Silva Ruete no tuvo éxito como empresario. Un temprano negocio fue en la manufactura local de reglas de cálculo, en el momento en que las calculadoras portátiles hacían su ingreso, más eficaces y por el precio de una caja de cereal. También incursionó en el negocio de imprenta, pero eso tampoco tuvo éxito. En cambio siempre parecía capaz de pescar un puesto en el sector público y por algunos años fue representante del Perú en Washington, o representante de la Corporación Andina de Finanzas, o ese tipo de trabajos bien remunerados, sin impuestos. Incluso volvió al Ministerio de Finanzas con los presidentes Valentín Paniagua y Alejandro Toledo hace unos años.

Su vida personal fue, naturalmente, también vistosa, empezando por su cercana amistad con Mario Vargas Llosa desde sus días de estudiante. Javier incluso hizo una breve aparición como ‘Javier’ en la comedia de Mario sobre tiempos tempranos, La tía Julia y el escribidor.

[Aparecido en www.peruviantimes.com traducción de Mirko Lauer]

Fuente: Diario La República (Perú). 21 de octubre de 2012.

Recomendado: El activo y el pasivo. Antonio Zapata.

sábado, 20 de octubre de 2012

Historia de la Crisis de los Misiles en Cuba. Kennedy, Jruschov y Castro frente a una posible Guerra Nuclear.

Cuando el mundo dejó de girar

Jruschov, Kennedy, Castro. Un pulso endiablado entre la URSS y EE UU en Cuba. Se cumple medio siglo de un conflicto que tuvo en vilo a la humanidad, que estuvo muy cerca de sufrir una guerra nuclear de consecuencias imprevisibles.

Por: Mauricio Vicent
 
El domingo 21 de octubre de 1962, el dibujante Juan Padrón se encontraba en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), en La Habana, haciendo sus primeros experimentos de animación sin imaginar que la peor crisis nuclear de la historia estaba a punto de estallar. No tenía por qué saberlo. Una semana antes, al sobrevolar la zona occidental de Pinar del Río, un avión espía norteamericano U2 había obtenido pruebas irrefutables de que la URSS estaba desplegando en Cuba rampas de lanzamiento de cohetes de alcance medio, con capacidad de llegar al corazón de Estados Unidos en pocos minutos y con un poder de destrucción cien veces superior a la bomba de Hiroshima. Pero nada de eso había salido en la prensa.

Padrón tenía entonces 15 años y su familia vivía en el batey del Central Carolina, un ingenio azucarero situado cerca del poblado de Cárdenas, provincia de Matanzas, unos 140 kilómetros al este de La Habana. Alrededor de aquel poblado y aquella carretera bordeada de cañaverales se había ido forjando Padrón su imagen de la revolución; primero asistió a la rendición de los soldados de Batista el día de Año Nuevo de 1959, y una semana después vio pasar a Fidel Castro aclamado como un héroe antes de hacer su entrada triunfal en La Habana. Dos años más tarde, el 17 de abril de 1961, Padrón y su hermano saldrían también a la carretera a despedir a los batallones de milicianos que marchaban a enfrentar la invasión de Bahía de Cochinos, organizada y financiada por la CIA para derrocar al régimen de Castro.

Aquellos primeros años revolucionarios fueron un puro vértigo. “Todos los días pasaba algo”, recuerda Padrón del momento en que la guerra fría se convirtió en un volcán. “Una madrugada venían aviones de Miami y quemaban un cañaveral. Otro día, un marine disparaba desde la base de Guantánamo y mataba a un soldado…”.

Era la época en que EE UU y Moscú competían por la conquista del espacio y de más influencias en la tierra, y Fidel Castro hablaba horas en televisión para denunciar los “crímenes del imperialismo”. Las grandes empresas y los latifundios estadounidenses habían sido nacionalizados, y Washington cada semana añadía una muesca al embargo en una espiral en la que cada medida provocaba una reacción más explosiva del bando contrario.

Documentos desclasificados por el Gobierno de EE UU acreditan que las acciones secretas de Washington para fomentar la subversión contra la revolución castrista se incrementaron aquellos días. Del mismo modo, el acercamiento a la Unión Soviética y la radicalización de la revolución se dispararon, en un pimpón político en el que aún hoy es difícil diferenciar entre causa y efecto.

Durante mucho tiempo, los viejos dirigentes soviéticos habían esperado que una revolución socialista triunfara en otro país “por generación espontánea” y no a lomos de sus tanques. Por eso, cuando Fidel Castro apareció en escena, Nikita Jruschov y la cúpula del Partido Comunista de la URSS lo vivieron como un éxito propio. “Estábamos como niños con un juguete nuevo”, admitió Mikoyán, entonces viceprimer ministro de la URSS, según escribe el teniente coronel cubano Rubén G. Jiménez en el libro Octubre de 1962: la mayor crisis de la era nuclear.

En aquellos momentos entre Washington y Moscú saltaban chispas. El enfrentamiento era incesante y se había traducido en una carrera armamentista desbocada en la que cada ojiva nuclear producida era como una banderilla clavada en las costillas del adversario. En marzo de 1962, EE UU acaba de hacer operativos en Turquía una quincena de sus cohetes nucleares Júpiter, con capacidad de alcanzar blancos en la URSS en 10 minutos, y amenazaba con instalar más misiles atómicos en países aliados como Italia o Inglaterra.

En ‘Memorias: el último testamento’, Jruschov cuenta que, tras el fracaso de la invasión de Bahía Cochinos, la Administración de J. F. Kennedy estaba “humillada” y que tanto rusos como cubanos creían seriamente en la posibilidad de una invasión militar a la isla. Robert McNamara, secretario de Defensa del asesinado presidente norteamericano, lo negó varias veces en las reuniones tripartitas que realizaron en Moscú (1987) y La Habana (1992) los protagonistas del conflicto para analizar la crisis con perspectiva histórica. Pero lo cierto es que en 1962 todos los días se producían en Cuba sabotajes y acciones armadas. Para la URSS, desde luego, instalar cohetes nucleares en Cuba no era solo un modo de “defender la revolución”. También, una forma de que EE UU supiera que si ellos tenían un revólver apuntándoles a la cabeza en Turquía, a unas millas de su país, en el Caribe, también podía existir un avispero atómico.

“La mayoría estábamos dispuestos a todo, pero creíamos que la guerra era un juego”, recuerda Padrón. Las consignas que se coreaban en las calles eran elocuentes. “Si se tiran, se quedan” o “Señores imperialistas, no les tenemos miedo”, eran algunas. El hoy arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, de 76 años, que entonces estudiaba en Canadá, vivió la crisis desde lejos, pero se le quedó grabada la ingenuidad e irresponsabilidad de la gente, pues “no se era consciente de lo que en realidad estaba sucediendo y de lo que hubiera significado una guerra nuclear”.

La Crisis de los Misiles –también llamada en Cuba la Crisis de Octubre, y en Moscú, la Crisis del Caribe– en realidad había comenzado una semana antes de aquel 21 de octubre en que Padrón animaba sus primeras historietas en el ICAIC.

El 15 de octubre de 1962, un día después de que el avión de la Fuerza Aérea norteamericana capturara cientos de fotografías comprometedoras en Pinar del Río, oficiales de la inteligencia norteamericana analizaron las imágenes y emitieron su veredicto. El inusual movimiento de tropas soviéticas que habían detectado desde comienzos del verano en la isla respondía al despliegue de varias rampas de lanzamiento de cohetes balísticos de alcance medio tipo SS-4 (para los rusos, R-12), con una potencia de carga nuclear de un megatón, esto es, 77 veces más poderosa que la bomba de Hiroshima.

Desde tiempo atrás, Washington había hecho saber su inquietud a Moscú por la creciente presencia militar soviética en la isla, pero hasta entonces el Kremlin había respondido por vías diplomáticas que el material bélico suministrado al régimen cubano era únicamente “defensivo”. La certidumbre de que un número indeterminado de misiles nucleares con capacidad de destruir blancos a distancias de hasta 2.100 kilómetros estaba ya en la isla, lo cambiaba todo.

El 16 de octubre, JFK convocó una reunión urgente con los principales cargos de su Administración y altos mandos militares. Este grupo constituiría el Comité Ejecutivo del Consejo Nacional de Seguridad, un equipo asesor, compuesto por unas 20 personas y juramentado en secreto, que desempeñó un papel fundamental en el conflicto. Empezaba una crisis silenciosa en las entrañas de la Casa Blanca en la que halcones y palomas rodearon a JFK poniendo a prueba su prudencia y sentido de Estado.

Las alternativas eran varias. Incluían desde un bloqueo naval para impedir la entrada de más armas “ofensivas”, hasta un golpe aéreo “quirúrgico” para destruir la capacidad nuclear en la isla, e incluso una invasión militar norteamericana, según proponía el sector duro. JFK y su hermano Robert Kennedy, el fiscal general, escucharon todo tipo de criterios en los días siguientes. La mayoría de los halcones abogaban por el golpe militar y dar una lección a los comunistas, que sin duda hubiera significado la guerra. JFK, sin embargo, optó por mantener abierto el diálogo y los canales diplomáticos con Moscú aun en el momento en que estuvo más cerca de usar la fuerza.

Washington no hizo público lo que sabía e incrementó los vuelos espías sobre Cuba. Descubrió nuevos emplazamientos de cohetes de alcance medio SS-4 y también obras de ingeniería para instalar rampas de lanzamiento de misiles de alcance intermedio tipo SS-5, los R-14 soviéticos, que alcanzaban un radio de hasta 4.500 kilómetros (todo el territorio norteamericano, excepto Alaska) con una potencia atómica de 1,65 megatones, 127 veces más que la primera bomba arrojada en Japón. Los cubanos les llamaron “los cabezones”.

El 18 de octubre fue otro día tenso. Esa mañana fue citada por el Comité Ejecutivo la Junta de Jefes de Estado Mayor de EE UU, quienes defendieron la necesidad urgente de una acción militar. Kennedy tuvo un agrio intercambio con el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el general Curtis LeMay, a quien el presidente preguntó si pensaba que los rusos se iban a quedar de brazos cruzados después de que EE UU destruyera sus cohetes y matara a sus soldados en Cuba. Kennedy se subía por las paredes. “Estos militares tienen una ventaja: si hacemos lo que quieren que hagamos, ninguno de nosotros estará vivo después para decirles que estaban equivocados”, dijo a uno de sus asesores, según cuenta el teniente coronel cubano Jiménez.

Ese mismo día por la tarde, JFK se reunió en la Casa Blanca con Andréi Gromyko, el ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, que participaba en la Asamblea General de la ONU. Ninguno se refirió explícitamente a los cohetes de Cuba, pero cuando Kennedy le preguntó abiertamente por el tipo de armas que estaban suministrando a los cubanos, Gromyko mintió y le aseguró que todas eran “defensivas”. En las horas siguientes continuaron las reuniones en la Casa Blanca y los vuelos de los U-2: los cohetes estaban siendo instalados a toda velocidad y podían estar operativos pronto.

Como toda la humanidad, Padrón estaba aquel 21 de octubre en el ICAIC con sus dibujos “ajeno a lo que estaba sucediendo”. Años después haría algunos chistes de verdugos, pero un burócrata opinó que no era serio: “Bien se nota que el compañero no fue torturado por la tiranía de Batista”, le dijo, y se acabaron los verdugos. Después haría otros de piojos, y el mismo sujeto le animó a dejarlos, argumentando que parecía un choteo en el momento en que “Cuba luchaba para ser una potencia médica”. El censor se exilió en los años noventa, y Padrón sigue en Cuba, pero esa es otra historia.

El 22 de octubre, Kennedy destapó la crisis en televisión. Anunció un bloqueo naval a Cuba, que se haría efectivo a las dos de la tarde del 24. “Todos los buques de cualquier nación o puerto serán obligados a regresar si se descubre que llevan armamentos ofensivos”, dijo. La zona de intercepción se estableció a 500 millas de la costa cubana.

“Volví corriendo a casa a ayudar a mis padres”, recuerda Padrón. La movilización era general en todo el país. Cuba estaba en alerta máxima, y hasta en el malecón se instalaron piezas de artillería antiaérea. Natalia Bolívar, en ese momento subdirectora del Museo de Bellas Artes, se acuarteló allí con su hija recién nacida, Natacha. Bajaron los sorollas y el canaletto de la colección a los sótanos: “Creía que el mundo se iba a acabar, pero me daba igual”. Así lo vivieron muchos cubanos. En EE UU, el pánico se apoderó de la gente y las iglesias se llenaron.

La Operación Anadir había empezado cinco meses antes. A finales de mayo, Jruschov planteó a Castro que la única forma de defender la soberanía de Cuba de EE UU no era con armas convencionales, sino con cohetes nucleares. Entonces, la superioridad del armamento norteamericano era conocida, pese a los alardes de Jruschov, que llegó a declarar que había un lugar en la URSS en el que se “fabricaban misiles como salchichas”. Según se comprobó después, la superioridad real en armas nucleares era de 17 a 1 a favor de EE UU.

Castro, viejo zorro pese a su juventud –tenía 36 años–, respondió a Nikita que Cuba estaba amenazada por EE UU, pero que si la isla aceptaba los cohetes era sobre todo para ayudar a que la URSS restableciera el equilibrio nuclear. “Se pueden instalar todos los misiles que sean necesarios”, afirmó el líder cubano, quien se pronunció por dar publicidad al acuerdo. Nikita se negó y dijo que cuando los misiles estuvieran ya instalados y él asistiera a la ONU en noviembre, se anunciaría.

Comenzó así la operación militar secreta más increíble hecha hasta entonces por una potencia fuera de sus fronteras, que incluía el despliegue de cinco regimientos de cohetes de alcance medio e intermedio (en total, 40 rampas de lanzamiento, 24 de ellas para misiles de alcance medio SS-4 y 16 de cohetes SS-5), además de 50.000 soldados, aviones, batallones de tanques y 250.000 toneladas de carga. Todos estos pertrechos había que transportarlos por mar a 10.000 kilómetros de la URSS, para lo que harían falta al menos 80 barcos. El 12 de julio de 1962 salieron los primeros de la URSS camuflados, y el 26 de ese mismo mes llegó a Puerto Cabañas el María Ulianova, el primer barco.

Castro respondió a la amenaza de cuarentena de Kennedy el 23 de octubre: “Nosotros adquirimos las armas que nos dé la gana para nuestra defensa y tomamos las medidas que consideremos necesarias”.

A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron. El 24 de octubre se vivió uno de los días de mayor tensión. Se acercaba la hora de inicio del bloqueo y varios barcos soviéticos llegaban al punto límite. “El mundo dejó de girar”, llegó a decir Robert Kennedy en su libro Trece días: una memoria sobre la crisis de los misiles cubanos. Finalmente, en el último minuto los barcos se detuvieron y dieron media vuelta. Bob Kennedy fue uno de los protagonistas de la Crisis de los Misiles que impusieron cordura, y favoreció un canal secreto de comunicación entre JFK y Jruschov, por el que ambos líderes se intercambiaron 25 cartas durante el conflicto.

Empezó entonces a fraguarse la solución de espaldas a los cubanos. La URSS retiraría sus misiles de Cuba a cambio de que EE UU se comprometiera a no invadir Cuba y desmantelara (lo hizo meses después) sus misiles de Turquía. Pero mientras Jruschov y Kennedy empezaban a entenderse, el 27 de octubre un avión U2 fue derribado por un cohete soviético cuando realizaba una misión de reconocimiento sobre Cuba. La noche anterior, Castro había visitado la Embajada soviética en La Habana y hablado con Jruschov. Su posición era que la Unión Soviética no podía dejarse sorprender, ni permitir “que los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear”. Pasara lo que pasara y aunque Cuba desapareciera de la faz de la tierra.

El incidente del avión sirvió de revulsivo. El 28 de octubre, Nikita Jruschov anunció por radio que la URSS retiraría sus cohetes. EE UU cumplió después su parte del trato. Pero Castro consideró aquel acuerdo una traición y lo explicó en televisión con toda vehemencia. Los cubanos salieron a la calle al ritmo de una conga que decía: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”.

“Una locura. Era como si no nos diéramos cuenta de que nos íbamos a ir todos pa’l carajo”, afirma Padrón. Medio siglo después es un cineasta reconocido y acaba de realizar Nikita Chama Boom, un corto que refleja su visión de aquella crisis en clave de humor. Se ve a los rusos ocultando los misiles entre las palmas y, en el momento de más tensión, los milicianos haciendo frenéticamente el amor. En 1963, es cierto, hubo en Cuba un estallido de la natalidad. Luego las relaciones cubano-soviéticas se arreglarían hasta que desapareció el socialismo real. Todavía hoy queda un mausoleo a las afueras de La Habana en el que se rinde homenaje “Al soldado internacionalista soviético”. Hay allí 67 nichos con los restos de soldados soviéticos muertos en la isla en accidentes durante los años sesenta. Arde una llama permanente y se guarda en su base un “Llamamiento a los descendientes”. En el mármol está escrito: “Depositado el 23 de febrero de 1978. Abrir el 23 de febrero de 2068, día del 150º aniversario de las Fuerzas Armadas de la URSS”

Fuente: Diario El País (España). 19 de octubre del 2012.

jueves, 18 de octubre de 2012

Centenario de Fernando Belaunde Terry.


Centenario de FBT

Por: Antonio Zapata (Historiador)

La semana pasada, Fernando Belaunde hubiera cumplido cien años, motivo suficiente para un conjunto de artículos celebratorios en la prensa nacional, bien merecidos por cierto, puesto que se trata de uno de los políticos fundamentales del Perú moderno.

Como muchos compatriotas de primer nivel fue una personalidad compleja; tuvo virtudes y defectos, grandes éxitos y sonoros fracasos lo acompañaron en su vida política. El Perú crea este tipo de líderes; nuestros grandes no están acostumbrados a la consistencia, lo propio suele ser la complejidad que acompañó a FBT.

Comenzó su carrera como arquitecto, evidenciando notable capacidad de convocatoria, porque publicó por varias décadas una revista especializada, donde escribió todo aquél que tuviera algo que decir sobre urbanización. Luego, fue diputado por el Frente Democrático Nacional y uno de los firmes partidarios del presidente Bustamante. Durante la dictadura de Odría invernó en la Universidad de Ingeniería, donde fue profesor y decano de Arquitectura.

En las presidenciales de 1956 fue lanzado por el Frente de Juventudes, que se encontró con un candidato de polendas. Tenía olfato político, que le permitía posicionarse, llevando siempre agua para su molino. A la vez, lo acompañó un sentido innato por la parte teatral de la acción política y sabía actuar en el escenario. Su talento por la pose proyectó su imagen de líder carismático.

A continuación, tuvo tino y fundó un partido político. Entendió que para actuar en política necesitaba una herramienta y organizó Acción Popular. Careció de los grandes aparatos ideológicos del aprismo y del comunismo, incluso la democracia cristiana tenía mayor vuelo doctrinario, pero AP disponía de un aire progresista y moderno, que encajaba con las nuevas clases medias empresariales y profesionales, aspirantes a remplazar a la vieja oligarquía.

Llegó al gobierno en 1963 y su primer mandato terminó mal; era mejor candidato que gobernante. Aunque tuvo grandes obras materiales, el recuerdo que dejó fue desorden y algunos malos manejos. En buena medida, el caos era causado por la oposición APRA-UNO, que gobernaba el Congreso y llegó a censurar más de cien ministros. La gobernabilidad era baja, porque la lucha entre poderes del estado había llegado al frenesí. En medio de esa pugna, se sucedió una traumática devaluación del sol y un cuestionado arreglo con la IPC. Ahí tuvo su oportunidad el general Velasco, que derrocó al arquitecto.

La reaparición de FBT en 1980 fue espectacular. Nadie lo esperaba y ganó las presidenciales, aprovechando con sagacidad el sentimiento de solidaridad con la víctima, que es muy extendido en el pueblo peruano. Esa emoción colectiva lo proyectó al triunfo, que fue arrollador. Su segundo mandato padeció los mismos problemas que el primero. Sus obras materiales se vieron opacadas por el terrorismo y la crisis económica. Perdió manejo, tanto de la esfera política como de la económica, y al final de su segundo mandato, AP apenas pudo superar la valla electoral.

Los años finales de FBT fueron trascendentes, porque se enfrentó a Fujimori en defensa de las libertades. Le parecía indigno que un hijo de migrantes asiáticos pisoteara las instituciones nacionales. En su actitud había algo de aristócrata y otro tanto de demócrata. Escondida bajo el manto republicano aparecía una chaqueta de rancia nobleza.

Lamentablemente se ha escrito poco sobre Belaunde. Entre las últimas publicaciones cabe mencionar una biografía política en tres tomos escrita por el abogado Carlos Cabieses, quien fue senador en los dos gobiernos del arquitecto. Es el relato de un partidario, que defiende a su líder a capa y espada. Pero, sustenta sus afirmaciones con mucha información empírica y numerosas anécdotas personales, propias de quien tuvo ocasión de estar presente y ver los hechos.

Son las memorias de un veterano que apasionadamente transmite una época, a través de vivencias y relatos tras bambalinas. Al cumplir cien años, FBT ha encontrado su cronista.

Fuente: Diario La República (Perú). 17 de octubre del 2012.

Recomendado:

Fernando Belaunde: viajero incansable y gobernante honesto.

Eric Hobsbawm y la historia “desde abajo”.


El historiador del siglo

Por: Nelson Manrique (Historiador)

A la edad de 95 años ha fallecido Eric J. Hobsbawm, uno de los más grandes historiadores del siglo XX y sin duda el más influyente. Se mantuvo lúcido y comprometido hasta el final. Deja un libro por publicar.

Hobsbawm nació en 1917 en Alejandría, hijo de padres judíos. Un error administrativo alteró su apellido original, Hobsbaum. Como otros intelectuales europeos de frontera fue espectador de acontecimientos cruciales en el periodo de entreguerras. Decía que había sido profundamente influido por su niñez en la Viena de los años veinte y el ascenso de Hitler en Berlín, que definieron sus opciones políticas y su interés por la historia, y por su vida en Inglaterra después, especialmente en la universidad de Cambridge de los años treinta.

En la época de la Gran Depresión Hobsbawm perdió a sus padres y se afilió al Partido Comunista. Tenía 14 años. Permaneció leal a su opción hasta que el comunismo británico se disolvió en 1991. Se formó en Berlín y Londres y fue en Inglaterra donde escribió su gran obra. Fue marxista y sus ideas le cerraron muchas puertas en la carrera universitaria pero obtuvo un reconocimiento y admiración muy grande en el mundo. Es difícil que haya un historiador que no haya sido influido por su obra.

Sus trabajos habitualmente están respaldados por una enorme masa de evidencias documentales. Poseía una erudición apabullante y sus intereses como historiador fueron muy variados. Optó por hacer una historia “desde abajo”: desentenderse de los “grandes hombres” y buscar entender la lógica histórica a partir del estudio de la vida de la gente común, especialmente los trabajadores. Fue el más grande investigador de la historia del capitalismo pero también se interesó vivamente por los campesinos. Estuvo muy interesado en el Perú y dedicó un notable ensayo al movimiento campesino que Hugo Blanco encabezó en La Convención y Lares a principios de los años 60. En sus libros Rebeldes primitivos y Bandidos, con el telón de fondo de una investigación de envergadura mundial sobre la rebeldía campesina y el bandolerismo social, volvió a trabajar el mundo rural peruano. En una conferencia en San Marcos hizo una observación singularmente interesante: sostuvo que a nivel planetario la crisis del mundo rural no sucedió, como suele creerse, en el siglo XVIII, sino hacia la década del cuarenta del siglo XX, no sólo en las naciones pobres sino también en las del mundo desarrollado, con la excepción de unos pocos países, como Estados Unidos e Inglaterra.

La cúspide de su producción como historiador fue una tetralogía dedicada a la historia del capitalismo: La era de la revolución: Europa 1789- 1848 (1962), La era del capitalismo: 1848-1875 (1975), La era del Imperio: 1875-1914 (1987) y The Age of Extremes: the short twentieth century, 1914-1991 (La era de los extremos: el corto siglo XX, publicada en castellano con el título de Historia del siglo XX, 1994). Se trata de una de las mejores historias universales contemporáneas.

Hobsbawm fue también uno de los más innovadores estudiosos de la cuestión nacional. En “La invención de la tradición” mostró cómo muchas de las tradiciones, ritos e instituciones que suele creerse son inmemoriales han sido creadas en realidad recientemente por élites nacionales que así se legitiman: “el fenómeno nacional no puede ser adecuadamente investigado sin una cuidadosa atención a la ‘invención’ de la tradición”.

Fue un apasionado del jazz (decía que fue un adolescente poco agraciado y tímido y puso en la música la pasión que los otros jóvenes ponían en las chicas). Escribió sus reseñas bajo el seudónimo de Francis Newton.

En las primeras páginas de The Age of Extremes Eric Hobsbawm manifestaba, en 1994, su sorpresa porque, al final del siglo XX, la gente volviera a creer en el discurso económico liberal. Recordaba que para la gente de su generación estaba fresco el recuerdo de cómo este credo económico llevó al mundo al desastre de la Gran Depresión de 1929. Concluyó que no se había aprendido la lección. La gran crisis que comenzó el 2008, que el FMI anuncia se va a prolongar por una década, muestra cuánta razón tenía el viejo maestro.

Fuente: Diario La República (Perú). 16 de octubre del 2012.

Recomendado:

Hobsbawm y el Perú. Antonio Zapata.

sábado, 13 de octubre de 2012

El Nacionalismo Catalán.


Nacionalismo catalán

Por: Isaac Bigio (Internacionalista)

Cada 11 de setiembre se recuerda en EE.UU. el mayor atentado terrorista que esta potencia haya tenido (el del 2001), el cual generó una ola de guerras en el mundo musulmán; y en Chile el golpe antisocialista de Pinochet de 1973 que cambió la fase de América Latina. Pero también ese mismo día los catalanes lo celebran como su fecha nacional.

Este año se estima que casi un millón de catalanes marcharon el 11 de setiembre para pedir mayor autonomía o la independencia; ello como parte de la conmemoración de la caída de Barcelona en esa misma fecha de 1714 en el marco de una guerra civil que canceló su autonomía. El celebrar una derrota como efeméride nacional no es usual, aunque es algo que otras naciones también hacen, como es el caso de los serbios que recuerdan haber sido masacrados por los turcos en Kosovo.

Movilizaciones autonomistas tan grandes no se han visto en Europa desde la desintegración de las 3 federaciones socialistas: la URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia hace 2 décadas. Las encuestas indican que la mayoría de los catalanes quiere un referendo acerca de la independencia, aunque el apoyo a esta es fuerte en ciertas comarcas del interior. Aún la mayoría de Cataluña habla castellano y solo quiere mayor autonomía, pero no apuesta a entrar a la Unión Europea como su Estado número 28.

No obstante, el nacionalismo viene creciendo allí como una reacción a la recesión ibérica, la misma que ha dejado a un cuarto de los españoles sin empleo. Siendo el tradicional motor industrial y una de las regiones más ricas de España, en Cataluña hay muchos que creen que al salirse del reino de Juan Carlos ellos dispondrían de todos los ingresos que producen, en vez de que vayan a Madrid o a regiones menos favorecidas.

Los catalanes tienen un resentimiento histórico ante Madrid, que en diversas épocas ha cancelado la autonomía o proscrito la lengua de los catalanes. La dictadura de Franco fue particularmente feroz en Cataluña, bastión de la izquierda (y en especial de sus sectores más duros: el anarquismo y el POUM pro-trotskista), donde fracasó en castellanizar a su población.

Tras la caída del franquismo, Cataluña ha estado gobernada por el bloque nacionalista moderado de Convergencia i Unión (CiU) desde 1980 hasta hoy, salvo el 2003-10 en que tuvo una coalición izquierdista entre socialistas, verdes e independentistas republicanos.

CiU no fomenta abiertamente la secesión y oficialmente pide más autonomía como el derecho de su gobierno regional a recabar tributos y disponer cuántos de ellos otorga a Madrid.

En cambio los dos partidos pan-españoles (populares y socialistas) son enemigos de la independencia, mientras que la tercera fuerza catalana la conforman los grupos republicanos separatistas.

Fuente: Diario Correo (Perú). 13 de octubre del 2012.

Recomendado:

Artículos sobre el debate catalán. Diario El País.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Hobsbawn y el análisis histórico de la sublevación campesina del valle de La Convención liderada por Hugo Blanco (1958-1962).


Hobsbawn y el Perú

Por: Antonio Zapata (Historiador)

Hace unos días ha fallecido uno de los historiadores más importantes de nuestro tiempo. Se trata del profesor inglés Eric Hobsbawn, quien nos ha dejado una obra fundamental para la comprensión del mundo moderno. En efecto, escribió sobre el ascenso del capitalismo y las transformaciones del siglo XVIII, ofreciendo un extenso razonamiento sobre los orígenes de la revolución industrial. Continuó adelante focalizando en las luchas obreras contra la explotación capitalista y el primer auge del socialismo durante el siglo XIX.

Pero, no se detuvo, porque en sus últimos años nos entregó una sólida historia del siglo XX, concebido como un siglo corto, determinado por la revolución bolchevique de 1917 y cuya extensión prolonga hasta la caída del muro de Berlín en 1989. El desafío comunista y la resistencia del capitalismo habrían sido las claves y su consecuencia era un siglo que solo había durado setenta años.

Así, a través de su obra completa, Hobsbawn nos dejó un análisis histórico del capitalismo, desde su cuna hasta su madurez y la fase tardía que vivimos en la actualidad, luego que el sistema lograra derrotar la amenaza comunista, con la que simpatizaba el autor.

En la mayor parte de sus investigaciones, el sujeto provino del mundo capitalista desarrollado. Tanto el capital como el trabajo fueron estudiados desde el centro y su mirada poseyó una agudeza particular precisamente por analizar el vértice que origina el movimiento de la sociedad.

Pero, también abordó a los sujetos coloniales y en un célebre texto se refirió a la sublevación campesina de 1958-62 en el valle de La Convención liderada por Hugo Blanco. Es el último de los artículos que componen un libro titulado Rebeldes primitivos, publicado por primera vez en inglés en 1959. Cuando fue traducido al español estaban terminando los sesenta y Hobsbawn añadió dos artículos a su texto original. Se trata de estudios cortos, pero que han pesado en las interpretaciones posteriores, uno trata sobre la violencia colombiana y el otro sobre nuestro campesinado de los cincuenta-sesenta.

Hobsbawn sostiene que la explotación moderna en La Convención se desarrolló después de la II Guerra Mundial gracias al cultivo del café que la conectó con el mercado mundial. La estructura social anterior a este desarrollo era feudal, pues grandes hacendados entregaban parcelas de sus dominios a cambio de obligaciones en trabajo. Una capa social intermedia, llamados “arrendires”, debía pagar una servidumbre al hacendado, pero era relativamente acomodada y hasta contrataba peones con regularidad.

El origen de la paradoja era el café que había traído a la región un súbito enriquecimiento, que provocó una explosión social. Los “arrendires” se sublevaron contra el arcaico régimen social y el conflicto fue conducido por el joven político trotskista Hugo Blanco. No obstante su derrota y la prisión de sus líderes, la lucha social habría acabado ganando.

En efecto, el gobierno militar de transición, 1962-63, decretó una primera reforma agraria que afectó exclusivamente a esa región del país. Así, Blanco terminó preso, pero su causa se impuso. Por ello, su fama se extendió entre los campesinos de la época y como muchos migraron, su reputación llegó a las ciudades y explica su gran papel como candidato en la justa electoral de 1978, cuando se eligió la Asamblea Constituyente.

Hobsbawn fue militante del Partido Comunista oficial y estuvo identificado con su vertiente italiana; sin embargo, su tema peruano fue la gesta de un trotskista. El profesor británico estaba investigando la resistencia campesina a la penetración capitalista; su interés era la combinación entre estructuras sociales arcaicas y luchas sociales que anticipan la modernidad. De ahí su atracción por los sucesos de La Convención.

Con ese artículo ofreció una prueba de su carácter; marxista comprometido con los afanes de los de abajo y suficientemente amplio y tolerante, capaz de subrayar el protagonismo de sus adversarios.

Fuente: Diario La República (Perú). 10 de octubre del 2012.

Recomendado:

Eterno retorno de Hugo Blanco. Antonio Zapata.

Hugo Blanco en la historia del Perú. Rodrigo Montoya.

domingo, 7 de octubre de 2012

Mirada al proceso revolucionario de las FF.AA dirigido por Juan Velasco Alvarado (1968-1975).

Cuando los cholos llegaron al poder

Por: Eloy Jaúregui (Escritor y periodista)

El general Francisco Morales Bermúdez me había citado a las ocho de la mañana en punto en su oficina de la calle Roma en San Isidro. Hacía frío de madrugada y me recibió su segunda esposa, la abogada Alicia Saffer Michaelsen quien oyó mi interrogatorio. A los dos los conozco de la iglesia de San Felipe. El ex presidente peruano lucía una bufanda crema que hacía contraste con su nariz enrojecida por la humedad. Fue una entrevista agria, llena de exabruptos y contradichos.

Esa vez le había preguntado sobre el viraje que le infringió al proceso del general Juan Velasco, el hecho de haber suspendido la inminente invasión de nuestro ejército a territorio Chileno ese agosto de 1976 y al Plan Cóndor. Morales Bermúdez dijo sus medias verdades y me apuró. Yo me despedí frío también. La entrevista de esa mañana se ha perdido en el olvido.

Diferente fue la mañana del 3 de octubre de 1968 que aunque fría había calentado y conmocionado a los peruanos madrugadores. Por la radio se informaba que esa madrugada se había producido un golpe militar y que las Fuerzas Armadas detuvieron al presidente constitucional Fernando Belaúnde Terry a quien lo habían sorprendido mientras dormía en Palacio de Gobierno y que ahora estaba en pleno viaje a Buenos Aires en calidad de deportado.

Esa vez llegué apresurado a mi colegio, la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma de Surquillo. El regente, a quien decíamos “El zorro”, nos reunió en el patio y anunció que se habían suspendido las clases por falta de garantías. Todos lo quisimos esa mañana. Con Ponte y Perales, dos compañeros de aula tomamos el bus de la línea 9 y nos dirigimos hacia la Plaza de Armas en busca de noticias.

Lima estaba sembrada de soldados que cerraban las calles y los transeúntes apenas alcanzaban a mirar la casa de gobierno donde se habían asentado dos viejos tanques de guerra. Al medio día, en el atrio de la Catedral recién me uní a un reducido grupo de personas e intentamos gritar algo a favor de la democracia. La protesta fue corta. La Policía nos detuvo y en unos portatropas nos llevaron hasta la Prefectura de la Av. España donde me soltaron a las horas por ser menor de edad. Cuando regresé a la plaza al atardecer, todo lucía como si nada hubiese ocurrido.

El experimentado periodista Abraham Lama habría de recordar a Martín Adán que esa noche, cuando se despedía de sus amigos del Bar Palermo después de una juerga de endecasílabos, y al enterarse de la noticia comentó: “El Perú volvió a la normalidad”. La frase recorrió las redacciones de los diarios, que celebraron otra muestra del ingenio cáustico del poeta.

Pero esta vez estaba equivocado el rapsoda iluminado. Lo que vendría después de aquella captura a Palacio de Gobierno no sería otro golpe militar “normal” propio de la voluntad sigilosa de un caudillo e históricamente perpetrado en nombre de la oligarquía terrateniente para salvar el orden amenazado por las convulsiones sociales. No. Esa vez la historia del Perú había cambiado para siempre.

Ya en horas de la noche la confusión seguía. ¿Y ahora quién es el cabecilla de la rebelión? De pronto alguien dijo su nombre: “es el general Juan Velasco Alvarado”. Mutis, ni en pelea de perros. A todos los hombres de prensa que se acercaba a Palacio de Gobierno les costaba trabajo recordar a ese nombre y a ese hombre.

Velasco, piurano, había guardado su imagen media caña ultra caleta. Fue uno de los once hijos de una familia mestiza y que había escalado con la sola ayuda de sus estudios y decisión toda la escala militar desde soldado raso a General de División ocupando como último cargo militar la Jefatura del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Era lo que se dice un cholo, como Sánchez Cerro u Odría, otros “cachacos” golpistas, tal como lo señaló un comentarista en La Prensa.

Ya instalado en el poder lo conocimos. No daba la talla para presidente. No al menos como el gallardo mandatario Belaúnde. Sus bigotitos de galán antiguo y su voz ronca de empedernido fumador le quedaban muy mal. Pero cuando anunció que estos militares habían tomado el poder no para defender el orden establecido sino para subvertirlo, para imponer cambios fundamentales en las estructuras sociales y económicas de un país asfixiado por el latifundismo, ahí cambió la cosa.

Así, el nuevo régimen militar se declaró “institucional”, es decir, de toda la Fuerza Armada. Con el fin de evitar una estructura caudillista, Velasco creó una suerte de parlamento, el Comité de Asesoramiento de la Presidencia (COAP), constituido por coroneles y generales de las tres ramas militares quienes debía aprobar las leyes “revolucionarias”. En la historia algunos gobiernos militares también se declararon revolucionarios, pero el concepto “revolución” expresaba solo su origen fáctico, el no haber surgido de un proceso democrático.

Cuando esa vez le pregunté al general Morales Bermúdez el por qué se había subordinado contra Velasco me contestó: “El general Velasco ya no estaba en capacidad, ni física ni sicológica, para dirigir el país”. La verdad era otra. Entonces le recordé lo que Velasco le había confesado a César Hildebrandt en la última entrevista de 1977, que el ex presidente había dicho que desde el primer día tuvo opositores adentro y afuera: “Mis ministros me traicionaron. ¿O no? Me sacaron, traicionándome. Eso fue una traición”. Y Morales Bermúdez calló como hoy los Fujimoristas enmascaran con el velo de su silencio la oceánica corrupción de la elite política y militar.

Los historiadores serios, incluyendo a Pablo Macera, han señalado que el gobierno de Velasco fue una dictadura militar atípica dispuesta a cambiar radicalmente el Perú. En esos años, existía una estructura feudal del agro en el que el veinte por ciento de los propietarios poseían el ochenta por ciento de la superficie cultivable. Aquel “problema del indio” del que hablaba Mariátegui existía y millones de peruanos abandonaron el campo y emigraron a las ciudades. Los que se quedaron en el campo desa-taron el más grande movimiento de toma de tierras entre el 1956 y el 1964. La reforma agraria de Velasco culminó ese proceso, pero ya las movilizaciones anteriores habían herido de muerte al latifundio. Sendero Luminoso estaba madurando y en el campo energético la empresa International Petroleum and Company (IPC), subsidiaria de la Standard Oil de Rockefeller Co. operaba como en su chacra fuera del marco de la ley.

Hoy, al mencionar a Velasco en mi facebook leo opiniones encontradas. Mi amigo, el poeta José Rosas Ribeyro desde París me escribe: “¡Qué horror, por dios! El velasquismo fue una asquerosa dictadura. Lo único ‘revolucionario’ en ella fue la demagogia y la corrupción”. Y Mario Antonio Guimarey dice que: “Velasco realizó cambios que ya no podían tener retroceso y quebró el espinazo dorsal de la Oligarquía de entonces. Lamentablemente lo hizo en dictadura, pero al menos lo pudo realizar”.

Mi rockera favorita Dollyrocker ha comentado: “A Velasco sólo le faltó visión de futuro. Ahhh, y dejar tocar a Santana”. Y don Paco opina: “Le sobraron cachacos y civiles arribistas, que se acomodaron hasta en la sopa (…) Ojo; los dos primeros años de Velasco, a pesar de todas sus contradicciones, quizá hayan sido los mejores de la historia republicana. Los únicos que no recordaron ni la fecha ni a Velasco fueron los periodistas. Han pasado apenas 44 años. Qué honor ser esa memoria y minoría.

Fuente: Diario La Primera (Perú). 07 de octubre del 2012.  

Recomendado: 

Velasco y Sendero. Antonio Zapata.

Infausto aniversario. Aldo Mariátegui.

¿Fracasó la reforma agraria? Antonio Zapata.  

Evocando a Velasco. Ghiovani Hinojosa.  

Historia de la "Guerra del Fútbol" de 1969 entre Honduras y El Salvador.



"Jamás imaginé lo que desencadenaría mi gol"


Los jugadores de la eliminatoria entre Honduras y El Salvador que provocó la 'Guerra del Fútbol' rememoran el trágico choque 40 años después - La clasificación para México 70 sirvió de pretexto a un conflicto con 6.000 muertos.

Por: José Marcos

"Hemos roto las relaciones con El Salvador. Posiblemente haya una guerra". El 27 de junio de 1969, nada más perder en la prórroga (3-2) sus opciones de figurar en el Mundial de 1970 tras tres partidos a sangre y fuego, el último en el Azteca de Ciudad de México, Armando Velázquez, coronel y a la sazón embajador de Honduras, adelantó a los futbolistas de su país la que se les venía encima. Apenas dos semanas después, del 14 al 18 de julio, los augurios del militar cobraron forma en la denominada guerra del fútbol -así la bautizó para la posteridad el reportero polaco Ryszard Kapuscinski-, uno de los conflictos más surrealistas de la historia, que, pese a durar menos de 100 horas, dejó entre 2.000 y 6.000 muertos según los distintos recuentos y alrededor de 15.000 heridos.

"La llamaron injustamente de esa forma. Fue un pretexto que nos pilló en medio. Jamás imaginé la repercusión que tendría uno de mis goles, lo que iba a desencadenar", cuenta el salvadoreño Mauricio el Pipo Rodríguez, que marcó el tanto decisivo a los 11 minutos del tiempo reglamentario en la capital mexicana, tras un fallo en cadena de los centrales y el portero. "Empezamos perdiendo, y empaté con un gol de chilena. Luego vino el 2-1, pero volví a igualar tras un centro del mediocampista Rosales, de volea. Pero para terminar una pifia de nuestros centrales nos hizo perder. No confiaban el uno en el otro... Los goles que concedimos siempre nos vinieron por ahí", relata Rigoberto la Shula Gómez. El hondureño, como tantos otros, insiste en que los combates "ya estaban arreglados. El fútbol no provocó esa guerra. Fue una excusa".

Asfixiada por un crecimiento demográfico desmesurado y por un puñado de terratenientes que controlaba prácticamente toda la tierra del Estado más pequeño de América Central, la junta militar salvadoreña, comandada por Fidel Sánchez Fernández, inició las hostilidades mandando sus aviones sobre Tegucigalpa mientras los soldados de a pie cruzaban la frontera. Honduras replicó de inmediato con campos de concentración para los 300.000 salvadoreños que trabajaban en su territorio. "A algunos los tenían recluidos en el estadio Nacional. Metían un tiro a una persona y decían que era salvadoreño. Y olvídate", afirma Miguel Ángel el Shinola Matamoros, con familia en los dos países.

En realidad, la mecha había prendido el 8 de junio, cuando los dos países disputaron la ida de la eliminatoria en la capital de Honduras. La Coneja Cardona, que se había hecho un nombre en el Atlético por su oportunismo en el área -en teoría era extremo-, dio la victoria al equipo local en el último minuto (1-0). "Faltaba nada para el final y estábamos a punto de conseguir nuestro objetivo, sobre todo si tenemos en cuenta que los hinchas apenas nos dejaron dormir en el hotel. Los cohetes y petardos reventaban casi en nuestros oídos", explica Rodríguez. Amelia Bolaños, una salvadoreña de 18 años, no soportó la humillación que su selección sufría al otro lado del televisor y, con la pistola de su padre, se pegó un tiro en el corazón. Fue la guinda que faltaba para incendiar el ambiente de cara al partido de vuelta, que se celebró una semana más tarde.

"Un diario, El Mundo de El Salvador, nos tomó una foto en el aeropuerto y luego nos pusieron un huesito en la nariz, como a los caníbales", apunta Gómez. Al igual que el New York Journal de William Hearst, que alimentó el enfrentamiento entre España y Estados Unidos en 1898 por la isla de Cuba, los medios de comunicación de ambos Gobiernos -los dos se acusaban de estar al servicio de Fidel Castro- echaron sal sobre la herida. "Llegamos un viernes, y la gente estaba tan alterada que suspendimos el entrenamiento y volvimos al hotel, el Intercontinental, de 10 pisos. Allí encontramos muchos aficionados, de colegios, con orquestas, bandas... El primer muerto, un chico salvadoreño que nos acompañaba, fue esa noche, a las dos, cuando salió del hotel. Lo agarraron a pedradas y vimos, a través de las puertas de cristal, cómo moría en la calle. Por la noche no quedaba un vidrio sano", relata el central Fernando el Azulejo Bulnes.

"Llegó un momento en el que de verdad temimos por nuestra vida. Una varilla de un cohete rompió el cristal de una ventana en la habitación en la que estaba con otros tres compañeros. También cayó una bomba casera, que por suerte no explotó", prosigue Tonín Mendoza, el volante y capitán hondureño con 21 años. La expedición decidió entonces refugiarse en la azotea hasta el amanecer mientras las barras esparcían por el interior del edificio huevos podridos, ratas muertas y trapos pestilentes. A primera hora del sábado los futbolistas se dividieron en grupos de dos y tres y, tras despistar a la turba, se escondieron en casas de algunos hondureños. "Nos fuimos porque la gente hablaba de tomar el hotel. Por eso nos marchamos. A mí me tocó con uno cuya mujer era salvadoreña, como los hijos. Notábamos en sus miradas, cómo explicarlo, una animadversión...", añade Mendoza. "Yo lo hice en casa del embajador. Andábamos huyendo como si fuéramos delincuentes. Nos dimos cuenta de que el asunto era muy jodido", continúa Matamoros.

Faltos de sueño y con los nervios desatados, preocupados por sus paisanos, a quienes vendían "bocadillos de mierda", los futbolistas hondureños se reunieron la mañana siguiente en el Intercontinental, desde donde fueron escoltados por el Ejército. "Metieron los buses en los que íbamos dentro del terreno de juego, donde cabían casi 40.000 personas, y nos dejaron enfrente de los vestuarios. La primera impresión es que el campo estaba lleno de soldados", señala Bulnes.

Los mensajes obscenos abarrotaban la grada del estadio Flor Blanca. "Ellos tenían al Conejo Liébana, y aparecía en una pancarta montado encima de la coneja Cardona", mascullan todavía impactados los futbolistas hondureños. "El juego se convirtió en una cuestión de amor patrio, tanto que se quemó la bandera de Honduras", añade Rodríguez. En lugar de la enseña se colocó un paño de cocina. Resuelta la batalla psicológica, El Salvador ganó 3-0, todos los goles antes del descanso.

Pocas veces una derrota fue recibida con tanto regocijo. "Fuimos terriblemente afortunados al perder", expresó con alivio Mario Griffin, el seleccionador hondureño. "En el descanso nos lo tomamos con filosofía... El mismo entrenador sabía que la cosa estaba muy jodida. Lo único que teníamos que hacer era cumplir. No podíamos hacer más. 'Hala, jugamos los 45 minutos y fuera', nos decíamos, porque sabíamos que habría un tercer partido. Entonces no había diferencia de goles, aunque nos metieran seis o 12 íbamos a jugar otro igual", apostilla Matamoros.

Rodríguez convirtió sus esperanzas en sueños vacíos y, tras eliminar a continuación a Haití, El Salvador debutó por fin en un Mundial. La escuadra de Bundio, al que cesaron poco antes, no tuvo mucho éxito: perdió sus tres compromisos, encajó nueve goles y no marcó ninguno. "Trabajamos seis meses gratis porque en la Federación decían que no había plata y, aun llevándolos al Mundial, no me dieron ni un caramelo. ¡Me echaron faltando 12 días para ir a México!", recuerda Bundio. "Espero que no tengamos otra guerra para que vayamos al Mundial. En 1970, con Honduras, y en 1982, guerra interna", concluye con un deje amargo Rodríguez.

Mientras, Mendoza prefiere pensar que el fútbol fue la mejor solución para apagar los rescoldos de un conflicto que, según la cultura popular, provocaron 22 hombres detrás de un balón. "Honduras rompió relaciones con El Salvador por 10 años. Para iniciarlas se organizó un partido. Lo que son las cosas, ¿no?".

Fuente: Diario El País (España). 20 de julio del 2009.

Fernando Belaunde Terry en la historia del Perú.

Viajero. Fernando Belaunde en uno de sus viajes a la selva. Recorrió casi todo el territorio peruano y se preciaba de ello.

Fernando Belaunde: viajero incansable y gobernante honesto

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del fundador de AP que ocupó dos veces la presidencia del Perú. Este es un acercamiento a los aspectos más personales de un gran peruano.

Por: Raúl Mendoza.

Fernando Belaunde Terry, líder histórico de Acción Popular y dos veces presidente del Perú, fue un hombre que gustaba de la aventura y alguien que nunca dejó atrás su espíritu de maestro universitario. Allí donde viajaba siempre se convertía en una especie de guía que explicaba a sus acompañantes qué accidentes geográficos atravesaban, qué río navegaban, qué montaña se levantaba frente a ellos.

De esos recorridos por el Perú profundo nació la frase que definió a su partido: "El Perú como doctrina".

Rafael Belaunde, el segundo de sus tres hijos, participó con él en muchas de esas travesías y fue testigo de esas clases al paso que el arquitecto daba a quien estuviera con él.

"Lo acompañé a varios lugares del Perú cuando aún no había acceso carretero. Era capaz de llegar por cualquier medio al sitio más alejado", cuenta.

Con esos recorridos por el Perú más profundo, Fernando Belaunde se convenció de la necesidad de desarrollar esos territorios. Así lo planteó en su libro La conquista del Perú por los peruanos.

Esa influencia provenía –a decir de su hijo Rafael– de su formación en universidades de Estados Unidos y de su conocimiento del proceso de desarrollo de ese país.

"Descubrió la importancia de los ferrocarriles en la conquista del medio oeste norteamericano y de La Florida, y la influencia que la 'fiebre del oro' tuvo en la conquista de vastos territorios en California", explica.

Muy joven comprendió Belaunde que la interconexión era vital para la inclusión social de los pueblos olvidados.

HOMBRES SIN RENCORES

Otro aspecto memorable en el líder histórico de AP ha sido su capacidad de dejar atrás los resentimientos. A mediados de los años cincuenta se batió en duelo con el diputado pradista Eduardo Watson Cisneros. Ambos acabaron magullados y con cortes menores luego de un encuentro con espada en la terraza del Aeroclub de Collique. Pocos saben que con el tiempo los contrincantes olvidaron el enfrentamiento, empezaron a visitarse y terminaron como amigos. Incluso compartieron el interés por impulsar la Carretera Marginal de la Selva y varias veces viajaron juntos a visitar la obra.

Ese rasgo ajeno a la revancha del arquitecto quedó patente años después, cuando el general Juan Velasco Alvarado dio su golpe de Estado y lo apartó del gobierno.

En esa oportunidad, octubre de 1968, el oficial encargado de sacarlo de Palacio fue el entonces coronel Rafael Hoyos Rubio. Pero la vida, y la política, dan vueltas. Cuando en 1980 Fernando Belaunde ganó la presidencia por segunda vez, Hoyos Rubio estaba en el escalafón para comandante general del Ejército. El oficial pensaba que iba a ser invitado al retiro, pero Belaunde firmó la resolución con el ascenso.

“Él fue un soberano maestro de las formas. Las guardaba en la conversación, en el trato político con sus adversarios. Incluso cuando la disparidad de criterios era profunda, radical, nunca perdía el dominio de las formas”, señaló hace un par de años el escritor Mario Vargas Llosa al recibir la medalla de los valores democráticos de la Universidad San Ignacio de Loyola (USIL) que lleva el nombre del arquitecto.

Esa vez el escritor sintetizó su discurso en una frase: "Belaunde es una de las buenas cosas que le han pasado al Perú".

BELAUNDE FAMILIAR

Fernando Belaunde conoció el destierro temprano, pues su padre, el político Rafael Belaunde Diez Canseco, lo sufrió. El futuro presidente del Perú hizo los años escolares en París en uno de esos exilios familiares, y de esa época le quedó la afición por la aviación.

Su biografía dice que vio a Charles Lindberg llegar a la Ciudad Luz con su avión, "El espíritu de San Luis", y culminar su heroico vuelo trasatlántico. El joven Fernando fue también buen ciclista y notable nadador. Ya de adulto, en el Perú, siempre gustaba de acudir al Club Regatas a darse un chapuzón o pasear por La Punta.

Su amigo y colega de partido Javier Alva Orlandini cuenta que una vez en que Belaunde fue apresado y llevado a El Frontón, no tardó en planear una fuga apelando a su destreza para nadar. Le pidió a un amigo que en un día y a una hora señalada pasara con su lancha por cierta zona de la isla.

"No contó con que otros presos se habían enterado y el día del escape varios se lanzaron con él a las aguas. La fuga fue imposible", relata.

En lo personal, el arquitecto era querendón y apreciaba reuniones con familia y amigos. "Le gustaba mucho el cebiche", dice su hijo Rafael.

Su unión con Violeta Correa fue recibida con alegría por sus hijos porque entendían que ella era –y así fue hasta su muerte– su mejor complemento.

En un sintético balance de sus dos gobiernos hay consenso en que, pese a todo, fue un gobernante honesto.

"Tenía una casa en la calle Inca Ripac, y sus últimos años vivió en un departamento de San Isidro", cuenta Javier Alva.

Don Fernando falleció el 4 de junio de 2002. Hoy hubiera cumplido 100 años.

VARIOS HOMENAJES PARA UNO DE LOS HOMBRES QUE MÁS AMÓ AL PERÚ

La Universidad San Ignacio de Loyola realizará una misa solemne en la Catedral de Lima el próximo 13 de octubre a las 7 pm, oficiada por el cardenal Juan Luis Cipriani.

El 18 de octubre el mismo centro de estudios organizará una ceremonia de homenaje en su campus con presencia de personalidades de todos los sectores.

El Congreso le ofreció el jueves una sesión solemne y al día siguiente también organizó una serenata en la plaza San Martín.

Las bases de AP han organizado ceremonias descentralizadas en todo el país. Este año también se llevó a cabo una exposición fotográfica itinerante y apareció El Arquitecto, libro que trata de su obra arquitectónica.

Fuente: Diario La República (Perú). 07 de octubre del 2012.

lunes, 1 de octubre de 2012

William Shirer y el juicio a los criminales nazis en Núremberg.



Núremberg, último paradero nazi


El caso del periodista norteamericano William Shirer es excepcional: como corresponsal de guerra no solo fue testigo del ascenso de Hitler al poder sino también estuvo presente en el juicio a los criminales nazis en Núremberg, en el que una veintena de ellos fueron condenados a la horca. Shirer escribió un excepcional diario sobre su increíble experiencia.

Por: Ángel Páez

“Núremberg, martes 20 de noviembre de 1945. ¡Este, pues, es el clímax! ¡El momento que ustedes han estado esperando a lo largo de estos años negros y desesperantes! [...] Ver cómo la justicia triunfa sobre estos hombrecillos bárbaros que casi consiguieron destruir nuestro mundo. Este es en verdad el final de la larga noche, de la espantosa pesadilla”, escribió regocijado en su diario el reportero William Shirer, el primer día del proceso contra los criminales de guerra nazis. Los vencedores escogieron Núremberg porque era una ciudad simbólica para Adolfo Hitler y la cúpula con la que sembró de muerte el planeta con el sello de la esvástica.

Shirer estaba exultante porque, después de haber sido testigo del brutal ascenso al poder de Hitler y su camarilla, ahora le tocaba observar el castigo que se merecía esa gentuza que se creía superior a todas las razas. Shirer tuvo que abandonar Alemania en diciembre de 1940, debido a las amenazas de los nazis. Y regresó en 1945 para presenciar el extraordinario proceso y condena de esos mismos jerarcas petulantes, racistas y envilecidos, que se creyeron por unos años dueños del mundo.

Cuando tuvo al frente a la veintena de acusados ante el tribunal de Núremberg, William Shirer, entonces reportero de la cadena de radio CBS, bajo el mando del legendario Edward R. Murrow, no podía creer que esos mismos individuos sentados en el banquillo de los acusados hacía pocos años se habían instalado en la cúspide del poder, montados sobre una maquinaria de guerra sin límites, embriagados con el sueño de esclavizar a las “razas inferiores”. Esas sensaciones que lo asaltaron en ese momento histórico, Shirer las plasmó en un diario que ha salido a la luz bajo el título de Regreso a Berlín 1945-1947 (La primera parte se llama Diario de Berlín 1936-1941, que registra el periodo de ascensión y fortalecimiento de Hitler). Es un documento extraordinario.

“¿Cómo es posible, se preguntarán ustedes asombrados, que estos individuos de apariencia anodina, que se mueven, inquietos y nerviosos en sus ropas gastadas, gozaran cuando los vi por última vez, hace tan solo cinco años, de un poder tan monstruoso? ¿Cómo pudieron ellos, esos hombres de porte tan vulgar cuando se desploman ahora en sus asientos, haber conquistado una gran nación y casi el mundo entero?

Su metamorfosis es desconcertante. ¿Eran esos los conquistadores, los vanidosos líderes de la ‘raza superior’?”, escribió con notoria emoción Shirer. No podía creer lo que estaba viendo. Continuó: “La repentina pérdida del poder parece haberlos despojado por completo de la arrogancia, la insolencia y la truculencia que caracterizaban su forma de ser todos los años desde que los conozco. ¡Con qué velocidad se han transformado en unos seres rotos, pequeños, insignificantes!”.

Si bien Adolfo Hitler, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler consiguieron evadirse de la espada de la justicia mediante la cobarde fórmula del suicidio, otros jerarcas del nazismo no lo hicieron. Encabezaba la lista de acusados el comandante supremo de la Luftwaffe, líder del Partido Nacionalsocialista y brazo derecho de Hitler, el mariscal Hermann Wilhelm Göering, prominente figura del III Reich y el más importante de todos los procesados en Núremberg.

“A primera vista, apenas consigo reconocerlo”, escribió Shirer: “Ha perdido mucho peso; ‘treinta y cinco kilos’, me susurra un médico del ejército de Estados Unidos. Su rostro grueso y mofletudo, con el que estaba yo familiarizado, es ahora mucho más delgado [...] Su descolorido uniforme de las fuerzas aéreas, desprovisto de los emblemas y de las medallas por las que sentía una afición pueril, le queda hoy holgado. Y ha desaparecido su corpulencia, su antigua arrogancia, su ampulosidad”.

También estaba en el tribunal de Núremberg el ex jefe del partido nazi, ex ministro del III Reich y ex secretario de Hitler, Rudolf Hess, apresado en Escocia en 1941 cuando pretendía infiltrarse para proponer la paz a los ingleses. Shirer lo había conocido muy bien.

“Sin duda se preguntarán ustedes de nuevo cómo es posible que ese hombre haya sido uno de los máximos líderes de una gran nación”, apuntó William Shirer: “Realmente es un hombre quebrado, con la cara tan demacrada que recuerda a una calavera. [...] Es la primera vez que veo a Hess sin uniforme. Con la guerrera negra de las SS, siempre me había parecido un tipo fornido. Hoy, con un raído traje de paisano, lo veo pequeño y arrugado. [...]He aquí la ruina de un hombre al que no hace mucho Hitler deseaba nombrar su sucesor como dictador de Alemania”.

Shirer estuvo en las sucesivas audiencias del juicio a los criminales nazis. Además de escuchar el espantoso testimonio de las víctimas de los campos de exterminio, tuvo acceso a los documentos secretos de la cúpula que daban cuenta de que la eliminación de seres humanos fue un plan meticulosamente planificado y ejecutado. Lo que dejó en claro, como lo señala William Shirer, que los crímenes del nazismo no fueron obra de un psicópata solitario como Hitler sino la obra de un conjunto de voluntades convencidas de que el Führer encarnaba el destino de Alemania. Increíblemente, los nazis habían documentado sus tropelías homicidas.

“En verdad, ningún otro juicio en la historia puede haber sido como este. Los acusados nazis van a ser condenados por sus propias palabras, por sus registros de las criminales acciones que cometieron. Los muy idiotas lo escribieron todo y, en el caos de su hundimiento, fueron incapaces de destruir las pruebas que los comprometían”, anota Shirer en su diario.

Destacaban entre los acusados el ex comandante en jefe de las fuerzas armadas mariscal Wilhelm Keitel; el ex jefe del departamento de mando y operaciones de las fuerzas de defensa general Alfred Jodl; el ex ministro del interior Wilhelm Frick; el ex canciller Joachim von Ribbentrop; y el ideólogo del racismo Alfred Rosenberg. Todos fueron ejecutados en la horca. Göering se suicidó en su celda horas antes de dirigirse al patíbulo. Sobre cada uno escribió William Shirer. Sin embargo, el reportero entendió que no era suficiente para describir la dimensión de lo que hicieron los nazis. Así que citó la declaración de Rudolf Franz Ferdinand Hoess, responsable del campo de concentración de Auschwitz, donde se cree que fueron eliminadas dos y medio millones de personas, según la confesión del propio Hoess.

“Muy frecuentemente, las mujeres trataban de ocultar a sus hijos bajo sus ropas, pero cuando los encontrábamos nos ocupábamos de exterminar a los niños”, describió Hoess en uno de los párrafos de su testimonio. Shirer creía que lo había visto y escuchado todo durante el juicio de Núremberg, hasta que leyó la confesión de Hoess. Por eso, escribió: “Sentía que no podía eliminar el testimonio de Hoess. Él tenía que hablar en este lugar. Lo que dijo y lo que hizo me obsesionarán hasta el día de mi muerte”.

CORRESPONSAL DE GUERRA

William Shirer debió escapar de Alemania porque había sido amenazado de muerte por los nazis, a quienes no les gustaba que dijera en sus reportes que eran una amenaza para la humanidad. Ciertamente, se salvó por un pelo. Después de varios años de trabajo, Shirer logró publicar en 1960 Ascenso y caída del Tercer Reich, considerada una obra monumental porque fue escrita por un testigo presencial de dos momentos claves de la dictadura de Adolfo Hitler (la versión en español acaba de ser reeditada con muchas mejoras). Escribió otro libro más sobre la materia, Apogeo y derrumbe de Adolfo Hitler, un retrato descarnado y a fondo del führer, lanzado en 1961.

Shirer vivió lo suficiente para escribir en tres tomos su autobiografía, un relevante legado para el periodismo mundial: Viaje por el siglo 20 (1976); Los años de pesadilla (1984) y el Retorno del nativo (1990). El reportero falleció el 28 de diciembre de 1993.

Fuente: Diario La República, Revista "Domingo" (Perú). 30 de septiembre del 2012.