El historiador Daniel Parodi escribe un artículo que nos acerca a un punto decisivo en nuestra historia: el diferendo marítimo cuyos alegatos tanto de Perú como de Chile se escucharán este 3 de diciembre ante la Corte de La Haya. Parodi nos habla de una historia de confianza, de un resultado que no es un partido fútbol en el que reaccionamos o no con ferocidad, sino de una disputa entre naciones que involucran millones de personas y de lo positivo que se puede rescatar de cerrar este capítulo que parecía una eterna desazón.
Por: Daniel Parodi (Profesor de la Pontifica Universidad Católica del Perú)
¿Qué hacer frente al Otro?
Para hablarnos acerca del Otro, de aquella persona distinta a nosotros pero que nos hace comprender nuestra propia existencia, Richard Kapuscinski, el periodista e historiador polaco, se remontaba al encuentro entre dos familias-tribu nómades, momento trascendental en el que cada una descubre que no está sola en el mundo y que sus miembros no son los únicos hombres, mujeres y niños que habitan el planeta.
¿Cómo actuar ante tamaña revelación?, se preguntaba Kapuscinski, respondiéndose a sí mismo que cuando el hombre descubre que no está solo, y que existen otros seres semejantes a él, puede atacarlos con ferocidad, pasar al lado suyo y seguir indiferente su propio camino, o, tal vez, “intentar conocerlos y tratar de encontrar una manera de entenderse con ellos”. Para Kapuscinski la primera opción representa la derrota del hombre y la prueba palpable de que este “no ha sabido o no ha querido hallar una manera de entenderse con los Otros”.
Perú y Chile frente a frente
Y resulta que hoy el Perú y Chile están a punto de encontrarse como aquellas dos tribus de nuestro más remoto pasado humano. Claro que las condiciones son distintas, hoy vivimos en la revolución de las comunicaciones y es por ello que el 3 de diciembre no serán dos familias-tribu, de entre treinta a cincuenta miembros cada una, las que se topen frente a frente sino dos naciones completas las que se verán las caras en la pantalla chica y encontrarán en su respectivo representante -Allan Wagner y Alberto Van Klaveren- la encarnación de aquella comunidad imaginada -ya hecha o a medio hacer- que tanto animó las investigaciones de Eric Hobsbawm y Benedict Anderson hace más de dos décadas.
Pero existe otra diferencia fundamental entre el caso que nos ocupa y las tribus de la pre-historia: el Perú y Chile sí se conocen, o al menos creen conocerse. Y digo creen conocerse porque tres historiadores podrían brindarnos tres respuestas distintas a la pregunta ¿desde cuándo se conocen el Perú y Chile? Uno, acaso más conservador, diría que desde que la expansión Inca encontró en la rebelde Araucanía un límite obligado; otro podría señalar que nuestra multisecular rivalidad se remonta a los aciagos días en que Almagro comprendió que al sur del Perú no había más Perú por lo que volvió furioso al Cuzco a disputárselo a Pizarro. Otros, tal vez más contemporáneos, sostendrían que en realidad el Perú y Chile se conocen desde la Guerra del 79 porque las historias, como las dos anteriores, que refieren pasados más remotos, en realidad se escribieron y se ideologizaron a partir del conflicto del Pacífico, como parte de dos proyectos políticos básicamente nacionalistas.
Es por todo ello que el periodo que está a punto de advenirse en las relaciones peruano-chilenas trasluce una inherente dimensión histórica que hay que reflexionar en profundidad si no queremos que, de aquí a muy poco tiempo, el litigio de la Haya se convierta en sólo un capítulo más de un vínculo caracterizado por una mutua desconfianza que se atenúa en breves y efímeros intervalos. Por esta razón, frente a la temática que hoy nos ocupa lo que yo quiero aportar es una nueva mirada a la historia, tanto como una nueva mirada desde la historia.
Una nueva mirada para la historia binacional peruano-chilena
Quiero aportar una nueva mirada a la historia porque en ella existen muchos más acontecimientos que solo la Guerra del Pacífico o del Salitre, por lo que soy el convencido de que su amplia difusión amerita el matiz de otros eventos más bien caracterizados por la colaboración bilateral. Y quiero aportar una nueva mirada desde la historia porque hace décadas ambas sociedades nos merecemos superar la obsolescencia de una narración histórica obsesionada por los héroes y epopeyas militares, con adrede descuido y menosprecio de otros enfoques y aspectos igual de relevantes.
Estoy pensando, pues, en una historia que, subsumida en la posmodernidad, supere el viejo maridaje entre nacionalismo y romanticismo para analizar los acontecimientos del pasado desde una visión caleidoscópica que admita la pluralidad de versiones. Estoy pensando en la reflexión de Valerie Rosoux, especialista francesa en procesos de reconciliación entre naciones separadas por recuerdos dolorosos, cuando nos dice que “una historia común en el nivel factual, se revela divergente en la forma en que cada uno la experimentó”. Estoy pensando en una historia que admita sin temor su dimensión narrativa y que renuncie a la aspiración imperialista de la verdad para atreverse a comprender la impronta ideológica que la rodea y que la tiñe de subjetividad. Y es por todo ello que estoy pensando en diferentes enfoques pero también en diferentes temáticas y en diferentes acontecimientos.
¿Cómo aspirar entonces a otra Historia? No se trata, lo he dicho antes, de promover el olvido de los eventos dolorosos, ni de pretender desaparecer de la memoria colectiva la conmemoración de sus héroes y efemérides. Más bien, se trata de lograr que aquellos acontecimientos, parafraseando a Tzvetan Todorov, se ubiquen en la periferia de nuestra memoria para que así dejen de dolernos en el presente y nos permitan construir un futuro compartido. Es por eso que he propuesto repetidamente que el Perú y Chile deben ser capaces de conversar sobre ese pasado doloroso y de darles juntos un mensaje de paz a sus respectivas colectividades en el que se prometa que aquel pasado, que no puede olvidarse, jamás volverá a ocurrir.
Los buenos acontecimientos de la historia peruano-chilena
Pero junto con ello, y tan importante como ello, es comprender que la historia que tenemos en común peruanos y chilenos –aquellas dos tribus que pronto se verán los rostros- no comienza ni termina con la Guerra del Pacífico o del Salitre. Y dicha constatación, tan verdadera como inaplazable, debe llevarnos a la firme decisión de difundir otros acontecimientos bilaterales en los que hicimos bien las cosas juntos y obtuvimos logros importantes.
Al respecto hay mucho más de lo que piensa. En relación con las epopeyas militares y políticas de Estado, tenemos la gesta de la Independencia y la Guerra contra España en las que se obtuvo la victoria gracias a la cooperación binacional y contamos también –casi paradójicamente- con la tesis de las 200 millas, la que hoy nos confronta pero que fue una propuesta peruano-chilena lanzada en 1947, luego imitada y asumida por las demás naciones del planeta.
Acerca de la Guerra contra España; en una publicación anterior he señalado que al día de hoy el Perú y Chile no celebran conjuntamente sus victorias porque esta conflagración vive a la sombra de la otra, la del 79, la que hemos convertido en el único acontecimiento relevante de nuestro pasado binacional. Por lo mismo, el combate de Abtao del 7 y 8 de febrero de 1866 y el del 2 de mayo del mismo año aún esperan la hora de ser transformados en potentes efemérides de la historia oficial para su conmemoración conjunta.
Pero desde los buenos tiempos de la escuela francesa de Anales (década de 1920 en adelante), la historia nos aclaró a gritos que es mucho más que hazañas militares y políticas del Estado y es por ello que desde la historia social podemos relevar la solidaridad de clase entre los obreros peruanos, chilenos y bolivianos que soportaron duras condiciones de trabajo en las salitreras de Tarapacá en las primeras décadas del siglo XX. Asimismo, los vínculos entre los exilados apristas en Santiago –desde 1927 hasta 1956- y las relaciones familiares que establecieron con la intelectualidad chilena; así como la influencia ideológica que ejercieron en diversos movimientos políticos del vecino país, merecen mayores estudio y difusión.
En el plano cotidiano, el llamativo Combinado del Pacífico, selección de futbol peruano-chilena que se fue de gira a Europa entre los años 1933-34, en misión diplomática de paz y reconciliación, amerita destacarse en la actual coyuntura. El Combinado –en el que se destacaron Alejandro Villanueva y Lolo Fernández- realizó decenas de presentaciones en el Viejo Mundo y participó de otras tantas recepciones en palacios presidenciales, embajadas y legaciones por lo que los diarios del Perú y Chile rebotaron día a día estas noticas propiciando una atmósfera de confianza en la coyuntura posterior a la firma del Tratado de Lima de 1929. Aquel fue un intento genuino y original de iniciar un periodo de amistad y es ese espíritu el que hoy -en el contexto de La Haya- debemos ser capaces de reencontrar.
A manera de conclusión
Quisiera terminar esta reflexión parafraseando al historiador chileno Eduardo Cavieres quien señala que tanto peruanos como chilenos amamos nuestra historia al igual que a sus héroes y efemérides, con cuyas epopeyas soñamos, jugamos y fantaseamos en la infancia de nuestras vidas. Porque no se trata de dejar de amarlos sino de elevarlos a aquella dimensión en la que puedan ayudarnos –con su ejemplo- a construir un futuro más armónico entre dos naciones que lo necesitan. Por eso mismo debemos ser capaces de alternar dichas epopeyas con otras, así como con eventos que provienen de los campos social, religioso, deportivo y cotidiano para que al momento de encontrarnos en el camino -como ocurrirá desde el 3 de diciembre- no sea una infausta guerra lo único que recordemos del eventual contrincante.
Hace unas semanas tuve el agrado de visitar al señor y mejor amigo Ramón Barúa, quien fuera dirigente de fútbol de menores. Barúa me contó entonces que sus hijos habían participado en los torneos de fútbol de la Copa de la Amistad que organiza el Club Cantolao del Callao. En dicha competición los jóvenes deportistas que vienen de fuera se alojan en las viviendas de sus partners peruanos y ocurre lo mismo cuando son éstos los que parten al exterior. Cuando se habla de Chile, me dijo Barúa, mis hijos no piensan en una guerra sino en sus amigos de la infancia. ¿Podremos seguir su ejemplo?
Fuente: Diario 16 (Perú). 20 de noviembre del 2012.