Sin duda el proceso independentista peruano es uno de los más largos y complejos de la convulsionada historia americana. Representa una de nuestras etapas más difíciles: la cruenta guerra civil (una de la extensa cadena de conflictos internos venideros), que definiría el destino político de nuestro territorio en el primer tercio del siglo XIX.
Desde la teoría de la “independencia concedida”, del historiador Heraclio Bonilla, hasta una visión romántica, propia de una gesta emancipadora de "independencia conseguida", presentada por De La Puente Candamo, la información sobre este periodo es diversa y confusa, además de polémica.
Los ideólogos reformistas, de posición política moderada y quizás autonomista, se convierten en personajes de difícil comprensión para muchos, más aun si no nos aproximamos al concepto de nación o república que ellos usaron, y que difieren a veces con los sentidos que les atribuimos a tales términos hoy.
Los precursores separatistas criollos, por su parte resultan admirables como en el caso de Francisco de Miranda y aparentemente contradictorios en el caso de personajes como Riva Agüero. (Eddy Romero Meza)
LA INDEPENDENCIA
La pólvora en las ideas
Por: Marcel Velázquez Castro
Los antecedentes y el significado de la independencia política de 1821 constituyen dos temas de gran controversia entre los historiadores peruanos. Esquematizando, hay dos posiciones. Un grupo sostiene que la independencia fue impuesta por ejércitos extranjeros e intereses geopolíticos de Inglaterra a una elite criolla de ideas políticas ambiguas, pero muy consciente de la pérdida de poder que significaba la transición de ser el centro del poder en el virreinato más importante de América a convertirse en un mero país en el nuevo concierto de naciones republicanas. El otro sector considera que desde finales del siglo XVIII se fue gestando una conciencia nacional que se manifestó en una sucesión de revueltas y rebeliones fallidas y en las ideas de un grupo de criollos, mestizos e indígenas que fueron socavando el orden colonial y facilitaron la tarea de los ejércitos emancipadores y la aceptación del nuevo orden republicano.
El libro del historiador Alejandro Rey de Castro se inscribe en la segunda línea, pero aporta nuevos argumentos y matices a esta posición. Como lo declara el propio autor, el propósito del libro es la comprensión del proceso de formación y maduración de la nacionalidad entre 1780 y 1820 a partir del estudio del pensamiento político de la emancipación.
En el primer capítulo, asumiendo que la conciencia política del americano criollo se desarrolla desde la Conquista, se traza un exhaustivo recuento de los actores de la denominada etapa reformista (1780-1808) con particular énfasis en la conflictiva formación de la conciencia criolla. En esta sección destaca el análisis de los documentos de la conspiración de Aguilar y Ubalde (1805) porque prueban que un grupo de criollos se había decidido por la independencia antes que la invasión napoleónica provocará la crisis de la monarquía española en 1808. El segundo capítulo presenta un mapeo de las diversas lecturas del fenómeno de la crisis de la monarquía española y de las reacciones en Hispanoamérica. Rey de Castro demuestra que entre 1808 y 1814 concurren y se articulan la antigua conciencia criolla y el malestar por las Reformas borbónicas, con la crisis que abre la esperanza de reformar el vínculo colonial en el marco gaditano. La cautela de los criollos limeños se entiende porque eran los que más tenían que perder por su posición comercial privilegiada y su preeminencia social sobre las demás comunidades étnicas y castas del virreinato. Adicionalmente, el miedo al caos y a los sectores populares contribuyó a la parcial inacción de los criollos.
Las Memorias de Abascal revelan su valor como fuente primaria y ofrecen nuevas lecturas del proceso de independencia, también son muy interesantes las concepciones del arequipeño Mariano Alejo Álvarez, personaje muy poco estudiado. Por otro lado, el análisis de las rebeliones y conspiraciones en Tacna, Huanuco y Lima incide en el ideario político, pero también en los sujetos sociales involucrados y en la fragilidad de las alianzas interétnicas.
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